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les Lefebvre y Verdier, mayor su tristeza y bochorno, y mas lacerado debió quedar su corazon, al retirarse de los contornos de Zaragoza, sin poder enseñorear la poblacion, que creyeron obra facil de una noche, como ciudad sin murallas, despues de dos meses de apretado y riguroso sitio, de incesante cañonéo, de bombardéo casi cotidiano, de rudo, sangriento y diario pelear, fuera del recinto de la poblacion, dentro en conventos, en plazas, en calles y en casas: ellos con sesenta cañones y morteros, con guerreros avezados al combate y al triunfo; los zaragozanos, artesanos y labriegos, clérigos, mugeres y niños, ayudados de algunos militares y voluntarios sueltos, llegados al acaso, y de algunos viejos cañones, á veces manejados por mugeres, sin gefes que ordenáran la defensa, ó guiados por ilustres patriotas, pero paisanos, convertidos de improviso en generales. Debieron creer los caudillos franceses que los fieros y altivos moradores de Zaragoza habian llevado su heróica defensa al estremo que pueden llegar los brios de animosos pechos y de indomables corazones. Y sin embargo aquello no fué sino un ensayo de bravura, y una muestra del heroismo que habia de asombrar al mundo después. Los nombres de Palafox y de Calvo de Rozas comenzaron á resonar con gloria, para ser después pronunciados con admiracion. Allá fueron los vencidos á contar á su rey José lo que habia sido para ellos Zaragoza, y á oir de boca de su rey José lo habia sido para él

que

Madrid, y á lamentar juntos lo que habia sido para todos Bailen.

Hasta ahora eran españoles los que guerreaban en España con los franceses. No sucedia asi en el vecino reino lusitano. Alli habia tomado otra nacion parte activa en la lucha. Portugal, que habia sido tratado como nosotros por Napoleon, se levantó tambien contra él alentado por nuestro alzamiento, y auxiliado por nosotros. La Inglaterra, que supo con júbilo las primeras sublevaciones de España, que se propuso desde luego fomentar y auxiliar la insurreccion; la Inglaterra, que sola entonces en guerra con el imperio francés, comprendió y calculó cuán provechoso habia de serle que otra potencia, amiga y aliada hasta entonces de Napoleon, se tornára en enemiga y se preparára á combatir el poder de su inconciliable y per pétuo adversario; la Inglaterra, movida de ese interés, escogió á Portugal para apoyar alli la insurreccion ibérica con sus caudales, con sus buques y con sus soldados. El desembarco de las tropas británicas realentó á los portugueses tanto como puso á los franceses en sobresalto y alarma.

Justificaron por cierto muy pronto los sucesos aquel temor, puesto que á poco tiempo ganó sir Arturo Wellesley, después lord y duque de Wellington, la batalla de Vimeiro contra el ejército de Junot, que estaba en Portugal con la misma representacion y abrigando parecidas aspiraciones á las de Murat en Espa

ña: triunfo que produjo la famosa capitulacion 6 convencion de Cintra, por la cual se obligaban á evacuar el Portugal y regresar á Francia, sin ser considerados como prisioneros de guerra, veinte y dos mil soldados franceses. ¡Cosa digna de notarse! La capitulacion de Bailen, hecha por españoles, fué por todos y en todas partes aplaudida y celebrada, y calificada por los franceses de humillante para ellos; la capitulacion de Cintra, hecha por ingleses, fué en todas partes recibida con indignacion; los portugueses protestaron y reclamaron, quejáronse amargamente los españoles, la Gran Bretaña la tomó como asunto de luto público nacional, los franceses la llamaron honra para su patria, y los ingleses la apellidaban vergonzosa para su nacion. ¿No deberá dispensársenos que hagamos reparar con orgullo esta diferencia?

Nada mas natural que aprovechar la salida de José y de los franceses de Madrid, para establecer en la capital un gobierno correspondiente al estado del reino. ¿Pero qué títulos y qué merccimientos tenia el Consejo de Castilla para arrogarse el poder, en sustitucion de la Junta creada por Fernando VII., si estaba poco menos desacreditado que ella, y su conducta habia sido poco menos vituperable que la de aquella? Asi el resultado fué ser de unos poco respetado, de otros abiertamente desobedecido. La necesidad de un gobierno patriótico era de todos reconocida: dudábase sobre la forma: la idea de Córtes, apuntada ya por la Junta

de Sevilla, y ahora por otras indicada, no era de fácil ni casi de posible realizacion en el estado de las cosas. Optóse, pues, por el sistema que más procedia, por el de una Junta Suprema Central, compuesta de diputados de las provincias. Instálase esta Junta en Aranjuez, y desde su principio comienzan á asomar y á dibujarse en ella dos partidos políticos, el de los afectos á Córtes, representados por el ilustre Jovellanos, y el de los desafectos á aquella institucion, á cuya cabeza está el anciano Floridablanca. Equivócanse, pues, los que en aquel movimiento de España no han visto mas que la idea monárquica y dinástica, y no han reparado en la idea política. Prevalece la opinion de los contrarios á las Córtes, pero el pensamiento fermenta entre los hombres de ilustracion, y queda sole aplazado. El tratamiento de Magestad que empieza dándose la Junta, el sueldo que se señalan sus individuos, las primeras medidas que toma no satisfacen ni contentan al pueblo; y esta falta de tino, aunque nada estraña en la inesperiencia de los más, y este desprestigio en su orígen, le augura disgustos para el porvenir.

El alzamiento de España y sus primeros triunfos han hecho eco y sensacion grande en Europa, y de varias naciones afluyen príncipes, movidos de fines diversos, con pretensiones de tomar parte en esta lucha. Tambien llegan noticias vagas, y por medios, que si no fueran providenciales, se dirian novelescos, á las heladas islas y regiones del Norte, donde se ha

llaba aquel ejército español mandado por el marqués de la Romana, que Napoleon habia sacado de aqui con artificio y llevado allá con engaño. Aquellos buenos guerreros y leales patricios vislumbran la deslealtad de Napoleon y el peligro de su patria, resuelven volver á ella, lo juran de rodillas en derredor del estandarte nacional, y tras una de esas escenas que hacen latir el corazon de ternura, de admiracion y de gozo, superando obstáculos que parecian insuperables, venciendo peligros que parecian invencibles, surcando procelosos mares y resistiendo rudas borrascas, logran saludar, ébrios de júbilo, aunque estenuados y hambrientos, las playas españolas, abrazan llenos de emocion á sus hermanos, y se disponen á pelear con ellos en defensa de esta patria, de que habian sido con mentida capa de amistad alejados. Bien viene este cuerpo de ejército para las necesidades de nuestra empeñada guerra.

Pero á cambio de este pequeño, aunque apreciable refuerzo, tambien Napoleon, noticioso de las primeras humillaciones de sus armas en la península, hace venir del norte de Europa cuerpos numerosos de su Ejército grande, y los lanza sobre España hasta reunir aqui mas de doscientos cincuenta mil de sus mejores soldados. Con ellos vienen tambien, aparte de los que ya estaban, los generales mas acreditados del imperio, los que todavía en ninguna parte han encontrado vencedores. Aqui se juntan Victor, Jour

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