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y Ney, se ven al fin forzados á entregar la Galicia á los insurrectos, y refugiarse á Castilla, donde rebullen ya tambien los partidarios como en Aragon, y como en Cataluña los somatenes. Y en el centro de España hácia el Tajo van las cosas de modo que obligan al rey Jose á salir en persona de Madrid con su guardia, bien que teniendo que retroceder pronto á la capital, que no contempla segura á pocos dias y á pocas leguas que se aparte de ella. Y operaban ya en España trescientos mil franceses! Napoleon desde Alemania decia: ¿Qué pueblo es ese, y qué se ha hecho de la pericia de mis mariscales y del valor de mis mejores soldados, de esos mariscales y de esos soldados con quienes subyugué en tres meses el Austria y dominé en un mes la Prusia, con quienes vencí en Italia, en Egipto y en Rusia, que ahora no aciertan á sujetar á soldados bisoños mandados por generales sin nombre, á un puñado de ingleses y á informes pelotones de paisanos insurrectos? ¿Qué se ha hecho la gloria de la Francia, la fama de invencibles de sus soldados y la reputacion de su emperador?»

Mucho más pudo decirlo al poco tiempo, al saber que Blake, con un ejército todo español y ya regularizado, medía sus fuerzas en Aragon con las del ge-. neral Suchet, el mas activo y el mas entendido y afortunado de los generales franceses que guerreáron en España, y que si perdió las acciones de María y de Belchite, tambien ganó la de Alcañiz. Y más pudo decir

lo después, cuando llegára á su noticia el triunfo gran- . de del ejército anglo-hispano en la batalla de Talavera, la mayor que en esta guerra se habia dado, y en que jugaron mas numerosas huestes de una y otra parte. Presenció el vencimiento de los suyos el rey José. Achacábanse la culpa del triunfo de los nuestros los generales enemigos unos á otros, y á no dudar tuvo mucha Soult en su perezosa tardanza, y en no haber acudido á tiempo con tres cuerpos de ejército nada menos que se habian puesto á sus órdenes. Pero tambien tuvimos nosotros que lamentar disidencias y rencillas entre el general español Cuesta y el inglés Wellesley, por imprudencias y temeridades de aquél, por exigencias é impertinentes amenazas de éste, qué todo lo queria y á quien todo se le antojaba poco para los suyos, no obstante que los suyos ya tomaban más de lo que era menester de los pueblos, tratándo nuestros buenos aliados á los pueblos españoles como á pais enemigo y de conquista. Disidencias y rencillas que hicieron infructuosa aquella victoria, que trajeron á los aliados conflictos como el del Tajo, y pérdidas como la de Almonacid, y que produjeron después la inoportuna retirada del general británico á la frontera de Portugal, y la dimision de Cuesta, con la cual en verdad nada se perdía.

Ni Napoleon en Alemania, ni los franceses aqui, pudieron imaginar nunca que hubiese otra poblacion en España capaz de oponer una resistencia tan tenaz

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y porfiada, y de llevar el heroismo de la defensa hasta el punto estremo y hasta el grado portentoso que habia llevado Zaragoza. No concebian posible un segundo ejemplo de aquel valor indomable y de aquella imperturbable perseverancia. Y sin embargo, le vieron y esperimentaron en la inmortal Gerona. En siete largos meses de sitio, de continuados ataques y diario combatir, de cotidiano cañoneo, de bombardeo asíduo, de mortandad y ruina, de hambre estrema en la poblacion, de peste asoladora, de infeccion mortífera, de devorarse unas á otras las hambrientas bestias, y de caerse exánimes de inanicion los hombres por las calles, despues de faltar á las madres jugo con que alimentar á sus tiernos hijos, y á los hijos brazos con que sostener á sus ancianos y moribundos padres, despues de los estragos y horrores que el corazon siente, y la pluma se niega á describir, la misma imperturbabilidad que los generales franceses Mortier, Suchet, Moncey, Junot y Lannes vieron absortos en las tropas y en los habitantes zaragozanos, presenciaron atónitos los generales Reille, Verdier, Saint-Cyr y Augereau, en los soldados y en los vecinos, hombres, mugeres y niños de Gerona. Aqui hizo el insigne gobernador Alvarez lo que en Zaragoza habia ejecutado el ilustre Palafox. Quiso la fatalidad que en Gerona alcanzara el contagio de la epidemia al indomable Alvarez de Castro hasta ponerle á las puertas del sepulcro, recibida ya la Extrema-uncion, como en Zaragoza

alcanzó al impertérrito Palafox hasta ponerle á las puertas de la muerte. Alli como aqui se hizo una capitulacion honrosísima, y alli como aqui los franceses tomaron posesion, no de una ciudad ni de una plaza, sino de ruinas, de escombros, de cadáveres y de espectros. ¡Loor inmortal á Zaragoza y á Gerona! ¡Gloria inmarcesible á sus heróicos defensores!

Pero no fué tan infortunado Palafox como Alvarez de Castro. Si ambos se salvaron de la enfermedad, pareciendo como que la muerte habia querido respetar tan nobles y heróicas figuras, los franceses no respetaron á Alvarez, acabando de un modo insidioso con aquella preciosa vida, y atreviéndose á ejecutar en el castillo de Figueras lo que la peste parecia no haberse atrevido á consumar en Gerona. Pero la muerte material de aquel cuerpo no pudo impedir la gloria imperecedera de aquella alma. La nación decretó honores perpétuos que está gozando su honrosa descendencia, y esculpido está su nombre con letras de oro en el santuario de nuestras leyes, como lo está con caractéres indelebles en los corazones de todos los buenos españoles.

Destellos de estas defensas y de aquellos combates ocurrian cada dia en menor escala, que no todos los ataques y defensas habian de ser de la magnitud de la de Gerona, ni todos los hechos de armas de la importancia del de Talavera; pero veíase el mismo espíritu y arrojo en las poblaciones por parte de los paisanos,

en los campos por parte de las tropas, como sucedió en Astorga, defendida por Santocildes con los moradores de la ciudad, y como aconteció en Tamames, donde batió á los franceses el duque del Parque con el cuerpo de ejército ántes mandado por el marqués de la Romana.

Mas lo que sobre todo presentaba dificultades estrañas y traia como desorientados á los generales enemigos, eran las guerrillas y los guerrilleros que por todas partes pululaban; aquellos brigands que denominaban ellos como por injuria y mal nombre, pero que los mortificaban hasta el aburrimiento y la desesperacion, y los diezmaban á maravilla con sus rápidas evoluciones en ninguna estrategia aprendidas, con sus inopinados asaltos y sus imperceptibles desapariciones á semejanza de impalpables sombras, con su inquieta é incalculable movilidad, con sus bruscas embestidas, pero que no dejaban ni pequeña guarnicion sosegada, ni corto destacamento tranquilo, ni francés estraviado con vida, ni convoy ó correo enemigo que no corriera riesgo de ser interceptado, ni desfiladero en que no asomáran, ni retaguardia ó flanco de ejército que no sufriera bajas mas o menos numerosas en la marcha; género especial de guerra, si en algunos paises conocido y usado, en ninguno de tan maravilloso éxito como en España, ni tan dados á él ningunos naturales, ni tan aventajados en su ejercicio como los españoles.

Hizo bien la Central en promover y procurar orga

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