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nizar estas partidas móviles, estas fuerzas sutiles, estos grupos de voluntarios armados, estas cuadrillas de aficionados á la guerra, la mayor parte impulsados por motivos nobles y por sentimientos patrióticos, aunque hubiera que lamentar que á algunos los movieran causas de otra índole y propósitos bastardos; que la patria entonces necesitaba de todos los brazos fuertes Ꭹ de todos los corazones atrevidos. Estensamente hemos juzgado á unos y á otros en su lugar. Pero es imposible dejar de reconocer los grandes servicios que prestaron á la nacion estas guerrillas y estos guerrilleros. Cosas admirables ejecutaron algunos, arrancando elogios de nuestros mismos enemigos. Otras veces la crueldad con ellos ejercida por los caudillos franceses, escitando la ya irascible fibra de los partidarios, los movia á tomar revanchas sangrientas y horribles, que eran de sentir aunque no de estrañar. De ellos llegaron á hacerse cuerpos formales de ejército, brigadas y divisiones enteras con su conveniente organizacion y disciplina, y de ellos salieron gefes de gran renombre, y generales que han llegado á honrar la guia militar de España.

Son, sin embargo, inevitables las alternativas y vicisitudes en toda guerra larga, y húbolas

para nosotros bien fatales en la de que hablamos. La Inglaterra nuestra aliada gastaba sin fruto y sin gloria en lejanos mares las naves, los caudales y los hombres, que enviaba contra Napoleon, y que empleados en nuestras

costas y en nuestro suelo, habrian sido de gran fruto

y

de gran gloria para ella y para nosotros. Austria, en cuya ayuda habíamos hecho sacrificios costosos, nos dejó abandonados, firmando una paz poco envidiable con Napoleon. Y acá un antojo pueril, una ilusion de la impaciencia, un capricho de vanidad de nuestros generales y de nuestros cortesanos, que fascinó tambien al gobierno central de Sevilla, el antojo de venir á Madrid, como si fuera una espedicion de recreo y una empresa corriente y fácil, nos costó la desastrosa derrota de Ocaña, la mayor catástrofe que habíamos esperimentado en los dos años de guerra. Ocaña fué para nosotros el reverso de Bailén. Ahora fué tambien el vencido, como entonces el vencedor, el ejército de Andalucía. Era el ejército nas lucido que se habia logrado formar en España; por lo mismo fué mas lamentable y mas trascendental su derrota. Soult se vengó de la calamitosa retirada de Portugal, y lavó la mancha de su perezosa inaccion en Extremadura, y fué disculpable el orgullo con que José entró en Madrid, seguido de miles de prisioneros españoles. Al desastre de Ocaña siguió el de Alba de Tormes, que hizo olvidar nuestro pequeño triunfo de Tamames. Nuestros amigos los ingleses, despues de presenciar con una serenidad parecida á la indiferencia estos reveses, se metieron mas adentro en el reino lusitano, libre entonces de enemigos.

Fácil por lo menos, si no abierta y franca para

los franceses la entrada en Andalucía despues del desastre de Ocaña, bien habrian podido realizarla aun sin el refuerzo de cien mil hombres que Napoleon determinó enviar de nuevo á España, resuelto á venir él otra vez en persona, si otras atenciones no se lo hubieran impedido. ¿Cómo habia de resistir nuestro menguado y despavorido ejército del Mediodía á una masa de ochenta mil combatientes veteranos y recientemente victoriosos, á cuya cabeza iba el mismo José con el duque de Dalmacia y con sus mejores generales? No nos maravilla, pues, que vencidos los pequeños obstáculos que encontraron en Despeñaperros y Sierra-Morena, inundáran como un torrente las dos Andalucías, y que la Junta de Sevilla, temerosa de la tempestad que tan cerca la amenazaba, se refugiara en dispersion con las reliquias de nuestro ejército en la Isla de Leon, y dentro de los muros de Cádiz, á cuya proximidad llegaron los cañones enemigos, y cuya rendicion llegaron á intimar los franceses.

Todos estos eran resultados y consecuencias naturales de una gran derrota. Tambien era, si no tan natural, por lo menos muy disculpable, que José paseara con aire de satisfaccion y de orgullo las ciudades y provincias andaluzas, y más viéndose en muchas de aquellas festejado y agasajado, en lo cual no dieron ciertamente el mejor ejemplo aquellos habitantes, por mucha parte que en tales obsequios y fiestas se quiera atribuir, ya á su carácter proverbial

mente jovial y festivo, ya á cálculo y desco de congraciar al enemigo para evitar vejámenes y persecuciones. En cambio consuela y admira la patriótica impavidez con que la Regencia del Reino (nueva forma de gobierno que se sustituyó á la Junta Central), desde aquel rincon de España, y en situacion tan angustiosa, formaba grandes planes militares, proyectaba la creacion de ejércitos, de escuadras, de milicias cívicas, promovía alistamientos, ordenaba requisas, arbitraba fondos, y haciendo de la Isla el centro obligado de una gran posicion, se comunicaba y entendia con las naciones estrangeras y con los puertos españoles de la península y de ultramar. Consuela y admira la fé patriótica con que un general español, Blake, recoge las miserables reliquias del destrozado y deshecho ejército de Sierra-Morena, pasa la primera revista en el atrio de un templo á unos centenares de hombres y unas docenas de caballos que ha podido recoger; pero hace llamamientos, atrae, recluta, organiza, instruye, ordena, trabaja, y de aquellos diminutos restos casi en contados dias ¡admirable fuerza de voluntad! logra reconstituir un ejército formal, á cuya cabeza sostiene él mismo á los pocos meses reñidas batallas con aquellas legiones, que ni esperaban ni imaginaban siquiera encontrar quien les pusiera obstáculos en la carrera de sus triunfos.

Pero la ceguedad, esa especie de genio invisible y

de ángel malo que la Providencia coloca misteriosamente al lado de los hombres ambiciosos, inspira á Napoleon el pensamiento de obrar y disponer como rey, y aun como dueño absoluto de España, y sin contar con su hermano, en la ocasion en que José habia hecho mas progresos en la guerra, y se contemplaba mas seguro en el pais y mas afirmado en el trono, distribuye á su placer el territorio español y ordena á su antojo el gobierno político y militar del reino, y deja á su hermano sin autoridad ó con una débil sombra de ella, y le desprestigia a los ojos de los españoles, y le rebaja y desautoriza ante sus mismos generales; y José, pasando repentinamente del gozo la afliccion y del placer á la amargura, se retira á Madrid con el corazon traspasado y con ánimo casi resuelto de abdicar una corona que solo lleva en el nombre y que le cuesta tantas pesadumbres. Discordias fraternales, que han de dar su fruto, tan amargo para ellos como le dieron ántes para nosotros las de nuestros reyes y nuestra córte.

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á

La guerra sigue, porque el espíritu del pueblo español no se abate; y sigue viva, asi en Navarra como en Astúrias, asi en Cataluña y Aragon como en Valencia, asi en Extremadura como en Castilla. Multiplícanse las guerrillas y los guerrilleros. Los ánimos de los combatientes se irritan, y las represalias son crueles. Parece en lo sangrienta una guerra civil; y es que al enemigo le exaspera lo mortificante

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