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XIII.

Descansemos algo del tráfagó de las armas. Pensemos un poco en la marcha que llevaba la política.

Cuatro especies de soberanías, cuatro poderes supremos, mas o menos reales ó nominales, existian simultáneamente en este tiempo en España, dos nacionales y dos estrangeros, dos dentro y dos fuera de la nacion. De una parte el gobierno popular que la nacion se habia dado en ausencia de su rey, y el rey legítimo de España, cautivo en pais estraño: de otra un monarca francés que se sentaba en el trono español, y un emperador que desde fuera intentaba gobernar el reino. Dentro, la Junta Suprema nacional, y el intruso rey José; fuera, Napoleon y Fernando VII. Veamos cómo marchaba cada uno de estos poderes, y cuál era su conducta política.

Rara vez se conmueve y levanta un pueblo envenganza de un agravio inferido, ó en defensa de su independencia amenazada, 6 en sostenimiento de una institucion ó de una dinastía de que se intente privarle,

á

sin que en aquella conmocion y sacudimiento venga mezclarse y á imprimirle forma y darle fisonomía algo más que la venganza del agravio ó la defensa de aquellos objetos queridos. Casi siempre surge una idea política, que asomando primero, y creciendo y tomando cuerpo después, llega á preocupar los ánimos y á hacerse asunto tan principal del movimiento y de la revolucion como la causa que le dió el primer impulso. Y es que cuando se remueven y agitan los elementos sociales de la vida de un pueblo, los hombres ilustrados que alcanzan y conocen los medios de mejorar la sociedad y á quienes ántes retraia el temor de alterar el órden antiguo, y la desconfianza de lograrlo aunque lo intentaran, aprovechan oportunamente aquella desorganizacion que producen los sucesos, para inspirar la idea, predisponer los ánimos, é infundir el deseo de sustituir aquella descomposicion con una nueva forma y manera de sér que aventaje á la que ántes existia.

Vióse España, en el período que describimos, en las circunstancias mas apropósito para ir realizando esta transicion. Por una parte la ausencia de sus monarcas y de toda la familia real, arrancada de aqui con engaño, la constituia en la necesidad de poner al frente del Estado quien bajo una ú otra forma en aquella horfandad le gobernára y dirigiera. Por otra los alzamientos parciales, simultáneos ó sucesivos, de cada poblacion ó comarca, contra la usurpacion estrangera y en defensa de la independencia nacional, los precisa

y

ban á encomendar la direccion de aquel movimiento y el gobierno del pais á hombres conocidos por su energía y patriotismo; y siendo el movimiento popular y repentino, la forma de gobierno tenia que ser tambien popular y de fácil estructura en momentos apremiantes de necesaria improvisacion: de aqui las Juntas semisoberanas, llamadas al pronto de organizacion y defensa. Por otra los hombres de luces, que ya por la ilustracion que habia venido germinando en España desde el advenimiento del primer Borbon, ya por la que habia difundido en mas vasto círculo la revolucion francesa, ya por la espansion en que habia permitido vivir el gobierno de Cárlos IV., abrigaban la idea liberal y alimentaban el deseo y la aspiracion de ver reformado el gobierno de España en este sentido, aprovecharon aquellas circunstancias para apuntarla, .arrojándola como una semilla que acaso habria de fructificar.

Asomó primero la idea política y la idea liberal, si bien como vergonzosamente, en la Junta de Sevilla, pronunciándose la palabra Córtes. Insinuóse bajo otra forma en la de Zaragoza, recordando el derecho electivo de la nacion en casos dados, conforme á las antiguas costumbres de aquel reino. Napoleon, con mas desembarazo, ofrece una Constitucion política á los españoles, y convoca á Bayona diputados de la nacion para que acepten tras un simulacro de discusion su proyecto de un código fundamental. La idea constitu

cional, indicada por algunos españoles con encogimiento, es lanzada sin rebozo por el emperador fraucés; y aunque imperfecta y de orígen ilegítimo, una Constitucion se publica en España. Cuando, evacuada la capital del reino por el rey intruso, se trató de constituir un gobierno central español, ya fueron más los que opinaron por un régimen representativo; y si la idea de Córtes no prevaleció, y las circunstancias la hacian tambien por entonces irrealizable, en la misma Junta Suprema Central que se estableció formóse ya un partido que abiertamente profesaba y proponia el principio de la representacion nacional, si bien todavía encontró oposicion en la mayoría. La misma Central era una iinágen, y como un preludio de ella; y lo que es más, el Consejo de Castilla, cuerpo conocido por su apego á la autoridad absoluta y por su oposicion á las reformas, creyó hacerse popular y conservar su poder proponiendo la reunion de Córtes; y lo que es más todavía, el mismo Fernando VII. desde Bayona espidió un decreto, bien que forzado y sin libertad, para que fuesen convocadas. Asi la idea de la reforma política, profesada ingénuamente por unos, emitida hipócrita y calculadamente por otros, iba cundiendo y se iba infiltrando en los entendimientos y en los ánimos de los españoles en medio del choque y del estruendo de las

armas.

Es de reparar que en medio de esta tendencia á la reforma política, y no obstante el ejemplo dado por la

revolucion francesa, el principio monárquico estaba tan profundamente arraigado en el sentimiento español, que ni un momento se quebrantó ni debilitó en el trascurso de esta lucha, á pesar de la ausencia del rey y de sus debilidades y flaquezas. La Central comenzó y prosiguió funcionando á nombre de Fernan do VII., y si de algo pecó fué de esceso de monarquismo, dándose á sí misma como cuerpo el tratamiento de Magestad, con que dió ocasion, y no sin fundamento, á murmuraciones.

Gobierno improvisado en momentos críticos y azarosos el de la Central, no siendo todos sus individuos ni tan ilustrados ni tan prácticos en el arte de gobernar como era menester, si bien habia algunos que lo eran mucho y en sumo grado, sobremanera revuelta, turbada y espinosa la situacion del reino, no es maravilla ni que sus actos y providencias no lleváran todos el sello del acierto y del tino, ni que el público le atribuyera y achacára todos los reveses é infortunios de la guerra, ni nos sorprende que hubiese quien contra toda razon y justicia le tildára de falta de probidad y pureza en el manejo de los intereses públicos, ni nos asombra que en su mismo seno se cobijáran la ambicion, la envidia y la intriga, ni que otros cuerpos de fuera, como el Consejo, conspiráran por arrancarle y arrogarse ellos el poder, ni que entre la Central y las provincias se suscitáran discordias y rivalidades, ni que todo ello produjera una modificacion en el sistema

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