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era tan claro el talento de este guerrero, comprendió toda la trascendencia del suceso de Vitoria, meditó en su situacion, y determinó abandonar á Valencia, teatro de sus glorias, y marchar hácia el Ebro. Conoce allí la inutilidad de su estancia en Aragon, porque Zaragoza ha sido tambien evacuada por los franceses, y prosigue á Cataluña, donde se traslada con él todo el interés de la guerra. Pero tras él van tambien los nuestros, ya desembarazados á su espalda: intenta mantener á Tarragona sitiada por los aliados, comprende serle imposible, ordena á su gobernador que la abandone, desmantelando ántes los fuertes de aquella célebre ciudad que simbolizaba uno de sus triunfos mas gloriosos, y se sitúa en la línea del Llobregat, donde todavía causa á los nuestros un descalabro que les demuestra que es Suchet el que guerréa en aquellos paises.

Pero entretanto la reina del Guadalaviar ha quedado libre, y en ella se enseñorean Villacampa, Elie, el del Parque y otros ilustres guerreros españoles. Entretanto la inmortal Zaragoza recobra su merecida libertad, celebra con júbilo la salida de sus opresores, y en ella campean el intrépido don Julian Sanchez, el denodado Duran, el esclarecido Mina, que despues de obligar á los huéspedes estrangeros á ponerse en cobro en tierra francesa, vuelve á Zaragoza á ejercer la comandancia general de Aragon que por sus relevantes merecimientos le ha conferido la Regencia.

Asi fueron volviendo á poder de españoles las ciudades principales de Valencia y Aragon, como lo estaban ya las de Andalucía y de las dos Castillas.

¿Cómo habia de resignarse el orgullo de Napoleon con la idea de que sus ejércitos hubieran sido lanzados de España, aquellos ejércitos con que habia dominado á Europa, y de aquella España que él se habia jactado de poder subyugar con media docena de regimientos? En su primer arranque de enojo destierra é incomunica á su hermano y al mayor general Jourdan, y nombra lugarteniente general suyo en España y general en gefe de sus ejércitos al que mas tercamente habia desobedecido á José y estaba siendo su acusador, al mariscal Soult. La proclama de Soult al ejército reconquistador es un documento que destila en cada frase arrogancia y vanidad. Reorganizado á su gusto aquel ejército compuesto de cuatro que eran ántes, emprende con él la reconquista de España. Pelea dias y dias en las crestas del Pirineo ocupadas por los aliados: sus huestes combaten á la desesperada en cada cumbre y en cada valle; intentà socorrer á Pamplona asediada por los nuestros, pero despues de regar con sangre francesa montes y cañadas, se vuelve á sus primeras posiciones. Busca mas fortuna por otro lado, y se encamina á libertar á San Sebastian, tambien bloqueada por los aliados: por alli sostiene en cada cerro una lucha, en cada quebrada un combate, y el reconquistador de España, lugarteniente general del reino,

se vuelve á su cuartel de San Juan de Pié-de-Puerto sin haber podido conquistar una sola colina española.

Otro cuerpo de ejército francés cruza el Bidasoa con intento tambien de socorrer á San Sebastian. Espérale en las alturas de San Marcial el cuarto ejército español. Dáse alli la ruda y sangrienta batalla que con el nombre de aquella montaña conoce la historia, y aquel cuerpo repasa el rio divisorio de las dos naciones, derrotado, de noche, por donde puede cada columna, y sufriendo un horrible aguacero. Wellington en sus partes levanta hasta las nubes el valor, la bizarría, el mérito y la fama del cuarto ejército español. ¿Qué diria en los suyos á Napoleon su lugarteniente en España, el arrogante Soult?

Desembarazados con esto los ingleses que sitiaban á San Sebastian, renuevan con actividad y vigor los ataques, asaltan la plaza, apodéranse primero de la ciudad, y después del castillo. Wellington ha podido decir con verdad: «No hay ya enemigo alguno en esta parte de la frontera de España. ¿Pero se estrañará que al querer regocijarnos con el recuerdo de tantas prosperidades, se anuble nuestro gozo, y se aflija y quebrante de nuevo nuestro corazon, al traer, sin poder remediarlo, á la memoria, el abominable comportamiento de nuestros aliados y amigos con la ciudad conquistada, sus bárbaros desmanes, las atroces matanzas de sus inocentes moradores, las violaciones inícuas, el incendio general de la poblacion, y todo el

repugnante catálogo de crímenes que en ella perpetraron? No recargarémos aqui el cuadro que con negra tinta, aunque no tan fuerte quizá como por desgracia mereciera, dejamos bosquejado en otra parte. Sirva solo esta triste é irremediable conmemoracion para justificar lo que atrás dijimos, que la huella que en nuestras infelices poblaciones dejaron estampada nuestros aliados y amigos no era menos horrible que la que dejaban nuestros enemigos declarados.

Napoleon entretanto, siempre grande como guerrero, hace esfuerzos gigantescos contra las potencias coligadas del Norte, y triunfa en la campaña de SaJonia de rusos y prusianos. Pero cegábale, como otras tantas veces, su ambicion sin límites. Ofrecíasele una paz ventajosa, y con apariencias de aceptarla entretenía artificiosamente las proposiciones hasta completar sus armamentos. Convidábale con su mediacion el Austria, y fingiendo agradecerla y admitirla, eludíala poniendo mañosas y dilatorias condiciones. Prestábase á firmar un armisticio, con el propósito de ganar tiempo y con la intencion de romperle cuando tuviese reunidas todas sus fuerzas. Accedia á enviar sus plenipotenciarios á un congreso convocado para volver el sosiego al mundo, y buscaba pretestos para diferirle, ó enviaba contra-proposiciones para entorpecerle. No queria ni mediacion, ni transaccion, ni paz. Aspiraba á ser otra vez el dominador universal por la fuerza, y por su fuerza propia. No le contentaba una Francia

grande y poderosa, cual la Europa se prestaba á reconocer y sancionar: intentaba hacer una Francia europea ó una Europa francesa. La venda de la ambicion cubria sus ojos. Creia que engañaba á las potencias con hábiles maniobras diplomáticas que ellas no comprendian, y las potencias, ya muy avisadas, estaban muy al alcance de sus mañosos recursos y de sus habilidosos ardides. Asi en vez de adormecer y templar y hacer consentidoras de su grandeza á las potencias enemigas, las irritó más con sus trazas y simulaciones; y en vez de conservar en Austria una aliada leal y una amiga sincera, como ella se brindaba á ser, acabó por ponerla en el trance de declararse enemiga y unirse á la coalicion.

Ha querido provocar una lucha gigantesca, y y la lucha gigantesca viene. Tiene que pelear contra medio millon de confederados, bien alimentados y vestidos, que combaten en su propio pais y en defensa de su independencia. El gran guerrero asusta todavía á la Europa confederada con la batalla de Dresde, pero él no puede estar en todas partes, y sus generales pierden mas de cien mil hombres en cuatro combates sucesivos. En las evoluciones y movimientos de los confederados advierto Napoleon que no son ya los generales inespertos de otro tiempo los que los guian y conducen, sino que muestran por lo menos tanta inteligencia como los suyos: teme haber hecho los soldados que le han de vencer, y por primera vez se nota

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