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en su rostro un sombrío presentimiento en la víspera de una gran batalla. No era infundado su fatídico recelo. En la famosa batalla de Leipsick, en que fueron sacrificados sobre setenta mil combatientes á la ambicion de un solo hombre, este hombre no es ya vencedor: no se oculta á su gran talento que en él lo que no sea victoria es vencimiento, y pronuncia la palabra retirada, que en sus labios significaba el augurio de todo un porvenir. Aclaróse ya éste más al siguiente dia con la que se llamó batalla de los Gigantes, en que Napoleon comprendió á su costa lo que era una deslealtad, y halló en el Norte una expiacion de su conducta en Occidente. Si sangrientas y horribles fueron aquellas dos jornadas, no lo fué menos la del paso del puente de Lindenau. Estremece el relato de tan encarnizado pelear y de tanta catástrofe y estrago.

Recordamos que Napoleon, escribiendo en 1800 al emperador de Austria sobre el campo de Marengo, rodeado de quince mil cadáveres, afligido su corazon de ver cómo se degollaban las naciones por agenos intereses, le escitaba á escuchar la voz de la humanidad. Recordamos tambien que siete años mas adelante, en 1807, conmovido con el aspecto de las víctimas de la batalla de Eylau, esclamaba: «Este espec>táculo es el mas aproposito para inspirar á los prín»cipes amor á la paz y horror á la guerra.» ¡Cuán pronto se borraron, y cuánto habria ganado la humanidad con que hubiera conservado grabadas en su co

razon tan nobles máximas y tan humanitarios sentimientos! ¿Sobre quién, sino sobre el que los habia emitido y olvidado, debió pesar la sangre de las cien mil víctimas de las jornadas de Leipsick en 1813? A bien que no fué pequeña expiacion para el que, eludiendo toda proposicion de paz y negándose á volver el sosiego al mundo, habia aspirado á uncir al carro de su dominacion la Europa entera, retroceder venci. do y humillado, presenciar los trabajos y penalidades de sus tropas en su desastrosa retirada, ser testigo de la desercion de los suyos y de la defeccion de los aliados, ganar á costa de fatigosos esfuerzos las márgenes del Rhin, llevando consigo la décima parte de los soldados que habia puesto en campaña, y volver á París á demandar á aquella Francia agotada de hombres y de recursos, nuevos recursos y nuevos hombres para ver de defender aquellas fronteras que antes habia desdeñado asegurar bajo la garantía y el beneplácito de Europa, y que ahora no habria de poder conservar.

Pero si de este modo habia comenzado la Europa coligada á castigar la soberbia del coloso de Francia allá en las regiones septentrionales del continente, ¿cuál era la suerte que corrian sus ejércitos por la parte de España? ¿Qué habia hecho entretanto aquel lugarteniente general del emperador, escogido como el mejor y mas famoso de los mariscales franceses para enmendar los yerros y subsanar las adversidades del rey José, y reconquistar aquella España que Na

José

poleon no habia podido subyugar, y de que acababa de ser lanzado? Despues de los infructuosos y estériles combates del Pirineo, despues de la pérdida de San Sebastian, de seguro no mortificó tanto el orgullo de Napoleon y el amor propio de Soult la capitulacion de la plaza de Pamplona y su entrega á los españoles, ni la rendicion de las plazas y fuertes que habian dejado guarnecidos en Valencia, ni los descalabros del mismo Suchet en Cataluña, ni el desánimo en que iba cayendo este general con ser el mas animoso, activo y eficaz de todos, como lo que dentro ya del territorio francés acontecia. Porque renunciar á la posesion de España, que era lo que significaba la rendicion de las guarniciones aisladas que dentro habian dejado, cosa era á que podrian resignarse, y que ya no debia sorprenderlos si no tenian de todo punto turbada la razon y cerrados los ojos del entendimiento. Pero convertirse la nacion invadida en nacion invasora, pero franquear los aliados el Bidasoa y el Nivelle, pero acometer los pobres soldados españoles á los famosos soldados de Napoleon y arrojarlos de sus puestos en el suelo mismo de la Francia, para encontrarse el mariscal Soult acorralado por Wellington contra los muros de Bayona, para verse obligado el lugarteniente de Napoleon en España á defenderse de ingleses y españoles al abrigo de una plaza francesa, esto es lo que sin duda se haria insoportable al genio presuntuoso de Soult, y lo que no se imaginaria Napo

leon cuando estaba desafiando á toda la Europa confederada, y lo que no acertaria á creer cuando volvió á París persuadido de que la Francia solo podia ser vulnerable por la parte del Rhin.

Grandes esfuerzos hizo Soult por salir de aquella situacion que tanto le mortificaba, y tanto rebajaba aquella reputacion anterior que le puso en el caso de ser el escogido para reparar la honra militar del imperio. Recias fueron sus acometidas á los puestos de los aliados, mas como nunca encontrase desprevenido á Wellington y no lograse forzar sus posiciones, hubo de resignarse, al finar el año, para él fatal, de 1813, á cubrir los pasos de los rios y á levantar nuevas trincheras, mientras Wellington se limitaba tambien en la estacion de las lluvias y las nieves á reforzar más y más sus atrincheramientos. De todos modos, y es el resultado que más nos importa consignar, España antes que otra nacion alguna lanzó de su suelo las formidables legiones de Napoleon; las tropas aliadas de España ántes que las de la gran confederacion europea franquearon la frontera de Francia, y batieron los ejércitos imperiales dentro de su propio territorio.

XV.

En tanto que la cuestion de la guerra iba marchando por la parte del Norte tan en bonanza y tocando tan rápidamente como hemos visto á un desenlace venturoso para nosotros, la obra de la regeneracion política que se estaba elaborando al estremo meridional de España proseguia con actividad y sin interrupcion en medio de los peligros, y del choque, vivo entonces todavía, de las armas. No necesitamos encomiar de nuevo, porque no hay nadie que no haga justicia á la inquebrantable firmeza de los ilustres patricios que formaban las Córtes de la Isla, cuando con mas estruendo sonaba á sus oidos el cañon francés, y andaba en todas partes mas recia la pelea, y eran mayores los reveses que nuestros ejércitos sufrian.

No puede haber nada, ni mas noble, ni mas digno, ni mas patriótico, ni mas independiente, ni asamblea alguna ha hecho nunca una declaracion mas nacional, mas espontánea, mas unánime, que la contenida en

TOMO XXVI.

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