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zozobra de ántes, las nuevas que de alli se recibian. Si las plazas de Mequinenza, Lérida y Monzon no se hubieran ganado por medio de la traza empleada por Van-Halen, era de esperar que no hubieran tardado en rendirse por los medios naturales de la guerra. No aprobamos el doble engaño de que fueron víctimas aquellas guarniciones. La guerra tiene sus estratagemas y sus ardides legítimos y de buena ley; pero los hay con los cuales no puede transigir la probidad, y rechaza la fé en los compromisos, y son á nuestros ojos dignos de vituperio, siquiera los empleen nuestros amigos y contra nuestros adversarios. Tampoco sorprendia ya la entrega de otros puntos fortificados, no ya por medios de más ó menos lícita y justificable astucia, sino por negociaciones y conciertos con el mariscal francés gobernador del Principado, aun siendo como era el que habia alcanzado mayor número de victorias en España. ¿Pero qué nuevas victorias se podian temer ya del duque de la Albufera, si se sabia que Napoleon le mandaba negociar la evacuacion de las plazas, le pedia sus tropas, y le llamaba á él mismo, para que fuera á ayudarle en sus conflictos fuera de España?

Asi era que ni las prosperidades de Cataluña, ni las de Aragon y Valencia, casi únicos puntos en que habian quedado enemigos, producian ya sensacion en nuestro pueblo, como esperadas que eran, y de previsto desenlace. Por lo mismo preocupaban la atencion

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las discordias políticas de dentro, y el interés de la guerra se habia trasladado del otro lado de los Pirineos. Alli eran dos guerras las que mantenian despierta la curiosidad; una la lucha general que aun sostenia Napoleon contra la Europa septentrional confederada, otra la que los restos de sus ejércitos de España sostenian trabajosamente en las cercanías de Bayona contra las tropas anglo-hispano-portuguesas, las primeras que habian pisado el territorio francés. No habia sido ya pequeña honra ésta; pero todavía faltaban á España satisfacciones que recoger por fruto y premio de sus grandes sacrificios. En tanto que Napoleon, loca y temerariamente desechadas las proposiciones de paz que le hicieron las potencias del Norte, puesto de nuevo en campaña, ganaba todavía triunfos portentosos, aunque pasageros, irresistible en sus postreras convulsiones como un gigante herido de muerte, su lugarteniente Soult, aquel á quien habia encomendado la reconquista de España, no se atrevia ya dentro de Francia á permanecer en frente de Wellington, y abandonaba la plaza de Bayona á sus propias fuerzas.

Admirable y prodigioso fué el paso del Adour por el ejército anglo-hispano; dificultades que parecian insuperables fueron vencidas á fuerza de destreza, de perseverancia y de arrojo. Por un momento se cree Soult seguro é invulnerable en Orthez, donde ha escogido posiciones, al abrigo de los rios, cuyos puen

tes ha hecho destruir: pero tambien de allí es desalojado por los nuestros, que ya no encuentran obstáculo que se les resista; y mientras el ya aturdido y desconcertado duque de Dalmacia, dejando en descubierto el camino de Burdeos, contra las instrucciones espresas de Napoleon, huye hácia Tarbes en busca del socorro que pueda darle el de la Albufera, nuestros aliados penetran en Burdeos, donde se proclama la restauracion de los Borbones, y donde son recibidos con plácemes y festejos los ingleses. Hace todavía Soult algunos amagos de resistencia, pero la verdad es que el temor le pone espuelas, y al paso de verdadero fugitivo avanza cuanto puede, desembarazándose de todo lo capturado, hasta ganar á Tolosa, donde se atrinchera y fortifica. En pos de él siguen los aliados; dificultades grandes les ofrecé el paso del rio, mas no hay estorbos bastantes á impedir que crucen el Garona los que habian cruzado el Adour, ni hay atrincheramientos que intimiden á los aliados y los retraigan de dar el ataque.

La célebre batalla de Tolosa Ꭹ el gran triunfo que en ella alcanzaron los aliados, fué tambien la última humillacion del mariscal Soult, de aquel orgulloso lugarteniente de Napoleon en España, del que en la jactanciosa proclama de San Juan de Pié-de-Puerto hacia unos meses habia ofrecido á su ejército celebrar el cumpleaños del emperador en Vitoria, y reconquistar en poco tiempo la península ibérica, cuya

pérdida achacaba á poca pericia del rey José y de los generales que aquí habian mandado; de aquel duque de Dalmacia, por cuya cabeza pasó hacerse señor de la Lusitania Septentrional, y gobernó despues á guisa de soberano independiente las Andalucías. Comprendemos cuán mortificante debió ser para el escogido por Napoleon á fin de restablecer el honor y la fama de las águilas imperiales maltratadas en España, no haber siquiera asomnado de este lado de las crestas del Pirineo, y verse arrojado del Bidasoa al Adour, del Adour al Garona, para ser definitivamente vencido en el corazon de la Francia misma. Y decimos definitivamente, porque ya no habia medio humano de reponerse y reparar las derrotas. La entrada de los aliados del Norte en París, la proclamacion de Luis XVIII. como rey de Francia, y la destitucion de Napoleon, quitaban ya toda esperanza é imposibilitaban todo remedio para los caudillos imperiales.

Menos orgulloso ó menos obcecado Suchet que Soult, reconoció antes que él la necesidad y prestóse primero á celebrar con Wellington un convenio que pusiese término á la guerra, pero á condicion de negociarle por sí solo, y ajustarle separadamente de Soult; que á tál estremo llegaba la rivalidad entre los mariscales del imperio, no nueva ciertamente para Soult, á quien siempre se habian sometido de mal grado y con repugnancia manifiesta los mariscales que con él habian hecho la guerra de España, La ley de la

necesidad le hizo al fin sucumbir, y ajustóse entre duque de Dalmacia y el de Ciudad-Rodrigo otro tratado en que se estipuló la cesacion definitiva de las hostilidades. Y como en ambos se pactó la entrega de las pocas plazas que aun tenian en España los franceses, y el cange nuestro de los prisioneros, dióse con esto por terminada y concluida la lucha de seis años entre el imperio francés y la nacion española (12 de abril, 1814).

Los primeros laureles cogidos por los españoles en los campos de Bailen reverdecieron en los campos de Tolosa para no marchitarse jamás. Estas dos jornadas simbolizan, la una el principio de la decadencia de Napoleon, la otra su caida. La una avisó al mundo que el gigante no era invencible, la otra le mostró ya vencido. Cierto que á la primera concurrieron españoles solos, y á la segunda asistieron en union con los aliados de dos naciones amigas. No reclamamos mas gloria que la que nos pertenece; satisfechos con que la del primer vencimiento fuese esclusivamente española, nos contentamos con la parte que nos cupo en el último triunfo, que no fué escasa. Tampoco valorarémos nosotros la que en éste y en los que le precedieron nos pueda corresponder; bástanos la que nos dió el general en gefe del ejército aliado, que no era español. Sobran para llenar la ambicion de gloria y el orgullo de un pueblo las repetidas é incesantes alabanzas que en todos sus partes oficiales hacia el duque de Welling

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