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á la izquierda, ofreciendo entre unas y otras un interesante y vistoso espectáculo, que á bandadas acudian á presenciar las gentes del pais rebosando de júbilo. Un parlamento primero, el estampido del cañon después, y luego los armoniosos y alegres ecos de las bandas militares, anunciaron la proximidad de la llegada del deseado Fernando, que no tardó en dejarse ver en la izquierda del rio, acompañado del infante don Antonio y del mariscal Suchet con una escolta de caballería. Adelantóse el gefe de estado mayor Saint-Cyr Nugues á comunicar al general español que S. M. iba á pasar el rio: realizóse este paso entre diez y once de la mañana, y al sentar el rey su planta en la márgen derecha del Fluviá, hizo Suchet la entrega de su real persona y de la del infante don Antonio al general Copons, que hincada la rodilla en tierra ofreció al rey sus respetos, y despues de besarle su real mano y de dirigirle un corto discurso, hizo desfilar las tropas por delante de S. M.

Siguió luego la régia comitiva para la plaza de Gerona, donde hubo recepcion y besamanos. Alli entregó el general Copons al rey un pliego cerrado y sellado, que contenia una carta de la Regencia para S. M. informándole del estado de la nacion, conforme al decreto de las Córtes de 2 de febrero tantas veces citado. Confirió el rey á Copons en premio de su lealtad y servicios la gran cruz de Cárlos III., y desde aquel dia le honró tambien teniéndole á comer en su

mesa. A la carta de la Regencia contestó en los términos siguientes:-«Acabo de llegar á esta perfecta»mente bueno, gracias á Dios; y el general Copons >>me ha entregado al instante la carta de la Regencia »y documentos que la acompañan: me enteraré de »todo, asegurando á la Regencia que nada ocupa tan>to mi corazon como darle pruebas de mi satisfaccion Dy de mi anhelo por hacer cuanto pueda conducir al »bien de mis vasallos. Es para mí de mucho consuelo » verme ya en mi territorio en medio de una nacion y de un ejército que me ha acreditado una fidelidad >tan constante como generosa. Gerona 24 de marzo »de 1814.-YO EL REY.-A la Regencia del Reino.» A los dos dias llegó á Gerona el infante don Cárlos, detenido en Perpiñan, y mandado poner en libertad por el gobierno provisional de Francia; salió el rey á recibirle, y el 28 (marzo) continuaron todos juntos su viaje hasta Mataró, donde se quedó ligeramente indispuesto el infante don Antonio, prosiguiendo los demás á Reus.

A pesar del insignificante contenido de esta última carta del rey, su lectura en las Córles produjo igual entusiasmo que la anterior: ¡tanto era el amor que se tenia al monarca! Acordóse que se imprimiera en Gaceta estraordinaria, juntamente con el oficio del general Copons, y que su producto se aplicára al hospital general de la Córte; que se remitiera á Ultramar; que se cantára un Te Deum en todas las igle

sias, y se solemnizára con iluminaciones y demostraciones públicas; que esto se repitiera todos los años el 24 de marzo en memoria de haber pisado aquel dia Fernando el Deseado el suelo español en Gerona. Propúsose tambien que en cuantas partes se escribie. ra ó mentára su augusto nombre se le llamára Fernando el Aclamado. Pocos dias después se acordó y decretó que se erigiera un monumento á la derecha del Fluviá frente al pueblo de Báscara para porpetuar la memoria de lo acaecido alli á la llegada de Fernando. Los diputados habian cedido sus dietas correspondientes al dia en que se supiese hallarse el rey en camino para la capital, destinando su importe á la dotacion de una doncella madrileña que se casase con el granadero soltero y mas antiguo del ejército español; y entre otros rasgos de adhesion y de entusiasmo por parte de los particulares merece citarse el del duque de Frias y de Uceda, que puso á disposicion del Congreso mil doblones, para que se diesen de sobrepaga al ejército «que tuviera la envidiable fortuna de recibir al señor don Fernando VII. »

Desde Reus, donde le dejamos, debia el rey continuar su viaje por la costa del Mediterráneo hasta Valencia, conforme al decreto de las Córtes de 2 de febrero. Mas en aquella ciudad, y por conducto de don José de Palafox que le acompañaba, recibió una exposicion de la ciudad de Zaragoza pidiendole que la honrára con su presencia. Accedió el rey á aquella de

manda, y faltando ya en esto á lo acordado por las Córtes, y torciendo de ruta y tomando por Poblet y Lérida, llegaron los dos príncipes á Zaragoza (6 de abril), donde fueron recibidos con loco entusiasmo, asi como el general Palafox, ídolo de aquellos habitantes. Pasaron alli la Semana Santa, y el lunes de Pascua salieron para el reino de Valencia. Al despedirse del rey en Zaragoza el general Copons para volverse al Principado y ejército de Cataluña, besándole la mano le dijo: «Señor, creo que V. M. no tiene enemigos, pero si alguno tuviere, cuente con mi lealtad y con la del ejército de mi mando». A lo que le contestó el rey: Asi lo creo, contaré contigo.» Y le regaló una caja de oro guarnecida de perlas.

Ya en Gerona habia tratado el duque de San Cárlos de sondear al general Copons sobre su modo de pensar acerca de la Constitucion, y si convendria ó nó al rey jurarla. No dejó el general de penetrar las segundas intenciones del duque, y limitóse á decirle que la Constitucion habia sido jurada por todos los españoles, y la observaban y hacian observar todas las autoridades. No agradó esta respuesta al de San Cárlos, el cual dejó entrever que esperaba otra mas conforme á sus deseos, y que aun le fuera ofrecido el ejército de Cataluña para ayudar á sus fines ("). Estos,

(4) «Yo me desentendí (añade Copons en sus Memorias) de que habia penetrado sus intenciones, y le instruí de cuanto pa

saba desde el momento que se anunció en España el tratado que el emperador de los franceses habia celebrado con el rey: y era

aunque todavía ocultos, ó al menos disimulados mientras Copons anduvo al lado del rey, comenzaron á descubrirse ya luego que aquél regresó á su puesto (1). En Daroca, la noche del 11 (abril), celebró la régia comitiva una junta ó consejo, en que se trató de la conducta política que debería adoptar el rey, y de si convendria ó nó que jurase la Constitucion. Opinaron por la negativa casi todos los concurrentes, siendo el primero á emitir francamente este dictámen el duque de San Carlos, y apoyándole decididamente en él el conde del Montijo, muy conocido ya en nuestra histo ria por su genio inquieto y bullicioso, y por sus afecciones y tratos con las clases inferiores del pueblo.

Fué de contrario dictámen don José de Palafox, y creyó que se arrimarían á él los duques de Osuna y de Frias que acompañaban al rey desde Zaragoza; pero el primero se mostró indeciso, y aunque el segundo opinó que el monarca debería jurar la Constitucion, manifestó que respetaba el derecho que le compitiese de hacer en ella las modificaciones que pudieran convenir ó ser necesarias. Nada se resolvió en aquella

que, como habian visto que sin embargo de no haber sido admitido por las Córtes le devolvia el emperador al rey su corona, sin el menor convenio, á lo menos que se supiera, se empezó á sospechar de esta generosidad, y cada uno pretendia atinar con la causa que le movia á desprenderse de su prisionero, y de un reino que habia cedido á un herma

no suvo, en el que aun conservaba ejército y algunas plazas eu Valencia y Cataluña.-Pag. 70 á 72.

(4) Equivocadamente afirma el conde de Toreno que el capitan general de Cataluña acompañó á Fernando hasta Teruel: despidióse de él en Zaragoza, segun en sus Memorias lo cuenta él mismo.

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