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> sacerdote al decir la misa, de manera que pusiese los pies so. .bre él...»

Para cumplir con esta cláusula testamentaria hubo que derribar el Altar Mayor y sacarlo hacia fuera, depositándose así el cadáver detrás, porque bajo el ara no podía estar, por ser reservado este sitio para los santos. Por esta circunstancia el Altar Mayor quedó sumamente estrecho de presbiterio y muy alto en relación del escaso desarrollo de su escalinata.

El Altar Mayor que había en este templo fué obra del ins pirado pintor y escultor riojano Juan Antonio Segura, que lo terminó en 1558. Fué ésta acaso la mejor obra del maestro Se gura, pues se cita entre lo más notable de su buena época. Las capillas y altares de este Monasterio reunían muchas obras de arte, que todas fueron pasto de las llamas en el incendio de 1809, cuando el ejército francés que lo ocupó destruyó este histórico templo, teniendo la comunidad que trasladarse al antiguo, que había estado destinado, desde 1554, para Noviciado.

Reedificado después, muy pobremente, algo se ve en él aún de su primitiva grandeza, mayormente en el interior, donde las arcadas góticas, las columnas de piedra labrada, esbeltas y elegantes como gentil palmera, denuncian una grandeza arquitectónica del mejor gusto.

IV

Al entrar en Yuste, frente á la antigua puerta de la Huerta, se ve el Nogal del Emperador, corpulento árbol más antiguo que el Monasterio. Sobresale de todos los demás que le rodean unos cuatro metros, y es tradición en el país que cuenta de vida tan corpulento arbusto más de ocho siglos. Créese que fué el

mismo bajo cuyos espesos ramajes se aposentaron, en 1402, Pedro Brañes y Domingo Castellanos.

También descansaba, bajo las sombras de este anciano ar

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busto, Carlos V, las tardes de verano que salía á pasear por la campiña. Por la puerta que hay junto al nogal está la entrada al Monasterio, ó sea la puerta rústica del que fué palacio del

Emperador. Porque todo lo que se ha referido de que éste fué monje, que vistió el sayal de san Jerónimo, que recitaba los cantos desde el coro y que se mandó hacer en vida sus propios funerales, que presenció dentro del ataúd, es invención ridícula propia de nuestros cronistas monacales del siglo XVII 6 de los Académicos de la Historia capaces de comulgar con ruedas de molino», como vulgarmente se dice.

Carlos V entró en Yuste, vivió en Yuste y murió en Yuste sin dejar de ser Emperador. Antes de su renuncia, hallándose en los Países Bajos, encargó al infante D. Felipe (después Felipe II) que fuese al Monasterio de Yuste y mandase labrar un > palacio modesto para pasar sus últimos días en el retiro y la › soledad del desierto.>

Vino en 3 de Febrero de 1557 á Yuste, donde fué recibido por la comunidad con cruz alzada y bajo palio, cantándose á su entrada en el templo un Te-Deum laudamus, terminado el cual, S. M. ocupó una gran silla dorada, y pasaron por delante de él todos los monjes besándole la mano, y el prior le dirigió un discurso felicitando á la comunidad por haberse venido á vivir entre nosotros el que fué Emperador de España y hoy Nuestra Paternidad», lapsus que al punto le hicieron notar otros frailes, y aun el ceño adusto de Carlos V, y rectificó, diciendo: y siempre antes como ahora y hasta después de muerto, el César, rey de los reyes y soberano de todas las Españas....

Entró, pues, Carlos V en Yuste con toda la majestad de que gozó en su trono, y ocupó al punto su palacio, distinto del Monasterio, y con la siguiente servidumbre para él solo: el padre Fr. Juan de Regla, su confesor; el padre prior de Yuste, Fr. Martín de Angulo, su limosnero; el P. Fr. Lorenzo de Losar, que entendía en todo gasto; el P. Fr. Miguel de Torralba, obrero; á D. Luís de Quijada, su mayordomo; á Martín de Gaztelú, su secretario; á Juan Gaeta, su veedor; al doctor Cornelio Mathisio, su médico; al caballero borgoñón, · Morón, su camarero; á Juanelo, su maestro de reloj; á los

gentiles-hombres Charles Oxier, Guillermo Molineo, Mathia y Pietro; á dos barberos, Dirú y Guillermo; á dos cirujanos, Gabriel y Nicolás; á un guarda joyas, Joannes; al panetero y mantequero, Andrés; á un vizcaíno panadero; á los cocineros Adrián y Enrique; al guardamangel, Enrique; al salsero y guarda plata, Nicolás; al ayuda de cámara, Francosi; al portero, Andrés Muñoz; á los ayudas de cocina, Jerónimo y Rufo; á Gil y Martín, que ponían las notas de Estado; á Boñón, que tenía la cava; á dos lacayos, uno flamenco y otro español; á tres porteros; al carnicero Hans y al capellán Jorge Nepotis. Además servían al Emperador 50 religiosos de predicadores, confesores, músicos, capellanes y para el oficio divino, escogidos de toda la orden (1). El Emperador se había reservado 12,000 ducados cada año para el gasto ordinario, y aun éstos á disposición del prior de Yuste (2). Así fué que cuando vino á visitarle san Francisco de Borja, como le diese 300 escudos para gastos del camino, sin excusa de tomarlos, le dijo: Tal es mi hacienda, que vale más lo que ahora os doy, con proporción á lo que tengo, que cuanto os diera siendo emperador (3).

Apenas se abre la puerta que está delante del histórico nogal, aparece un atrio que está sembrado de naranjos seculares donde anidan á miles los parleros pajarillos que han escogido la Vera para salón de sus conciertos. Las ramas de aquellos naranjos tocaban con las verjas del único piso alto del mirador del palacio de Carlos V, mirador que forma una especie de salón abierto, sin otra defensa contra las injurias del tiempo que el ramaje de la arboleda que vejeta en la planta baja. No se sube á esta estancia por peldaños elevados, sino por suave ram

(1) Manuscritos citados por Gachard, págs. 17 y 18.

(2) Mss. de la Biblioteca Nacional antes citados. E. 177, pág. 31 vuelta. (3) Idem., id., id., id., pág. 38.

pa tendida sobre arcos de progresiva elevación, construída de exprofeso para que Carlos V pudiese montar á caballo desde su propia habitación.

El panorama que ofrece este recinto no es para describirlo. De una parte el vetusto palacio que ocupó en sus dos últimos

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años el también vetusto Emperador, y que tantos recuerdos históricos guarda; de otra el agua que brota de la tapia y sirve para regar las plantas caprichosas que nacen y viven espontá neamente bajo la benéfica acción del alegre cielo de la encantadora Vera de Plasencia, paraíso verdadero de este rincón de España, y por otra también aquellos copudos naranjos que acaso dieron sombra en el siglo xvi á Carlos V, Felipe II, D. Sebastián, al Duque de Gandía, y tantos otros personajes de aquellos tiempos.

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