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palacio obispal. La obra, aunque grande, es modesta en su construcción y nunca tomó importancia.

En 1680 se terminaron las obras de la fortificación de la plaza, principiadas en tiempos de Carlos V, dando comienzo por los muros que circundan la ciudad frente al río Guadiana, y terminados en dicha fecha de 1680 por los de la puerta llamada de Trinidad. Sumas inmensas se consumieron en estas obras que duraron un siglo, para ser perfectamente inútiles hoy que el arte de la guerra ha hecho variar todos los antiguos medios de defensa. Pero las frecuentes guerras con Portugal hicieron precisos entonces estos gastos que no eran á la sazón tan inútiles, puesto que las fortificaciones aquellas obedecían á los adelantos de la época.

IV

Comenzó el siglo XVIII con la nueva guerra de Portugal. El archiduque Carlos de Austria disputó los derechos al trono á Felipe V, uniéndose para combatirlo, no sólo con Inglaterra, Holanda y Saboya, sino también con D. Pedro de Portugal que se declaró á favor de la liga. D. Pedro publicó un manifiesto defendiendo los derechos del Archiduque, que tomó el nombre de Carlos III, manifiesto en que hablaba de restablecer la libertad de España, amenazada, según él, por el gobierno de la casa de Francia. Reunió un consejo de guerra que decidió, por últi mo, principiar en 1704 las acostumbradas irrupciones por la frontera extremeña. En tanto D. Felipe publicó otro manifiesto en defensa de sus derechos, refutando los que alegaba el austriaco, y auxiliado por un ejército francés al mando del Duque de Berwick, declaró la guerra á Portugal, encaminándose hacia Plasencia, donde pasó revista á cuarenta mil hombres. Mientras

tales cosas pasaban, Badajoz había sido atacado por fuerzas considerables al mando del general Falgue; pero una bomba que la plaza introdujo en su almacén de pólvora, le obligó á levantar el sitio, y arrojándose bizarra y simultáneamente sobre él la milicia urbana y la escasa guarnición, lo arrollaron hasta el punto de sorprenderle muchos puestos sin orden para la retirada. Esta se convirtió en una vergonzosa fuga, mientras que el campo de los vencedores fué cubierto de palmas y laureles por las gentes de la capital.

En Octubre de 1705 volvieron los portugueses á repetir el sitio con treinta y nueve batallones, la necesaria artillería y cinco mil caballos, sufriendo la milicia el porfiado ataque al lado de una muy escasa guarnición. La artillería portuguesa que batió los muros de Badajoz, no fué capaz de batir la constancia, el esfuerla lealtad de nuestros mayores, que rechazaron los asaltos con heroico brazo, sosteniéndose hasta que apareció el ejército español al mando del general Ronquillo, á cuya vista se retiró el enemigo esquivando la batalla. Por este hecho de armas nombró D. Felipe oficiales del ejército á los que mandaban las doce compañías urbanas de Badajoz.

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Las banderas austriacas y portuguesas marchaban á su vez por otros puntos de victoria en victoria, y hacían vacilar el trono de Felipe V.

El marqués de las Minas, en Mayo de 1706, derrotó en estas inmediaciones á nuestros soldados mandados por el general Marros, y bloqueó en seguida la plaza, desmantelada de los anteriores asedios y sin elementos para resistir un nuevo ataque. Las doce compañías de la milicia se decidieron entonces á renovar el ejemplo de Numancia, rechazando las proposiciones de entregarse al enemigo, sufriendo con animosidad el asedio y consi guiendo al fin que levantase el cerco sin resultados fructuosos. Más tarde D. Felipe, en carta de 27 de Julio, fechada en el Real Campo de Atienza, saludaba á los Urbanos, con aprecio de sus servicios, manifestando lo gratas que le habían sido las noticias

de su fidelidad siempre constante. - Tales fueron los sucesos desarrollados en Badajoz poco antes de que el ejército anglo. portugués penetrase por el Puerto de Guadarrama, y de que el Marqués de Villaverde tomase posesión de Madrid en nombre del Archiduque que llegó á llamarse Carlos III y á ser proclamado rey de España con toda solemnidad. La corona no podía, empero, ser estable en sus sienes cuando toda Castilla se había declarado á favor de D. Felipe V.

Diversos fueron los azares de la guerra; ya en 1709, los aliados dejaron casi paradas las operaciones de España para atender á los Países Bajos. En Badajoz el Marqués de Bay, con diez y seis mil hombres, derrotó el 7 de Mayo en los campos de la Gudiña al Marqués de la Frontera y á sus subalternos Galloway y San Juan, haciéndoles 2,000 muertos y 3,000 prisioneros entre ellos á San Juan, general de la caballería, y cogiéndoles siete banderas, 8 estandartes, todo el bagaje, 17 piezas de artillería, carros, municiones, tiendas y puentes para el paso de los ríos. Á esta victoria siguió la ocupación de Valencia de Alcánta. ra evacuada por los aliados.

En los años siguientes no hubo sino pequeñas incursiones, siempre castigadas por nuestra parte, hasta que en 6 de Febrero de 1715 se ultimó el tratado de Utrech entre España, Portugal y los demás contendientes. Nosotros cedimos la colonia del Sacramento, situada en el río de la Plata, pagando lo que se debía desde 1696 á una compañía portuguesa por el asiento de negros. En cambio se nos restituyeron la plaza de Alburquerque y otros puntos de Extremadura, y se nos dió un equivalente á las colonias cedidas á satisfacción de D. Felipe V, que quedó en posesión de la corona de España y de sus Indias. Así acabó esta guerra calamitosa que destruyó media Extremadura y sem. bró el luto y la consternación en todo el país.

Catorce años más tarde tenía lugar en Badajoz otro suceso, que aun realizado con carácter de familia, tuvo alcance político. Habiéndose seguido negociaciones desde 1728, para casar al

príncipe de Asturias D. Fernando con la infanta de Portugal D.a María Bárbara de Braganza, y al príncipe del Brasil D. José de Braganza con la infanta española D.a María Ana Victoria, las familias reales de España y Portugal llegaron á Badajoz el 16 de Enero de 1729, con objeto de celebrar las bodas. Verificáronse éstas en una magnífica tienda levantada junto al puente del Caya el día 19, y allí mismo se hicieron los dobles desposorios entre fiestas y regocijos. Asistió á las ceremonias, como testigo, el obispo de Badajoz D. Pedro Francisco Lebanto y Vibaldo, que había cedido su palacio para hospedar en él á la real familia, trasladándose á la casa del teniente general D. Alonso de Escobar. Estas diversiones costaron la vida al Prelado quien, el 2 de Febrero siguiente, merced á una pulmonía que cogió en ellas falle. ció, enterrándose en la Catedral, dentro de la capilla de Santa Bárbara.

Acompañaron á la familia real, en su excursión á Badajoz, el cardenal de Borja y D. Álvaro Mendoza; cuatro capellanes de Cámara; el marqués de Villena, el de Villagarcía y el de Almodó. var; el conde de Safateli y el de Arenales; el marqués de Terán; el aposentador de palacio y cinco mozos de oficio; D. Juan Bautista Palacio, primer cirujano de Cámara; D. Fernando Francisco Guincones, alcalde de casa y corte, con dos alguaciles y doce alabarderos; el marqués de Montealegre, el de Cogolludo y el de Cuéllar, el conde de Montijo, el de Oropesa, el de Maceda, el de Parcen, el de Miranda, el de Fuensalida y el de CastroPonce, el duque de Montellano, y todos los gentiles-hombres de la real Cámara, con escuderos, pajes, secretarios, ayudas de cámara, escuderos de á pie y á caballo, caballerizos, gente de librea y ballesteros, todos en número de 309.

El día 27 de dicho mes salió la corte para Sevilla, despidiéndola la plaza con salvas de artillería.

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