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Cayo Favoleno Calbino, Propretor en tiempo de Adriano. Lucio Estacio Cuadrato, Propretor después de Antonino Pío. Cayo Ticio Simile, Propretor de Lusitania y Vetonia. Se ignora el tiempo, pero Masdeu supone que lo fué en el reinado de Marco Antonio el filósofo.

Tito Vario Clemente, por el año 168, durante el imperio de los hermanos Marco Aurelio y Lucio Vero.

Publio Magonio, Id. en tiempo de Juliano I.

Cayo Rufiniano, Legado, Propretor, por los años 230. Viador ó Victor, Presidente á fines del siglo III, quien hizo degollar en Cádiz, á Serván y Germán, los santos hermanos.

Calfurniano, Gobernador de Lusitania, á principios del siglo iv, bajo el mando de Diocleciano y Maximiano, autor del martirio de Santa Olalla.

Vettio Pretextato, Gobernador consular de Lusitania, años 360, en tiempo de Juliano el Apóstata.

Lucio Nonio Vero, Presidente de id., años 390, en tiempo de Teodosio, llamado el Grande, y último, puede decirse, de los que con plenitud de poderes ejerció en Mérida el cargo de Presidente.

II

Describiendo ahora los monumentos, y para hacerlo con método, los dividiremos en tres grupos: integros, fragmentarios y ruinosos. Entre los primeros puede contarse el Arco de Trajano levantado cerca de dos mil años hace en honor del César español, cuyo nombre lleva: es el único monumento artístico de aquellos tiempos que se conserva íntegro, recordando á la posteridad la gratitud de los emeritanos á un emperador que hizo construir y restaurar varias obras públicas en la augusta ciudad.

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Tal pudo ser el objeto de su edificación al decir de varios historiadores; pero examinando bien los hechos debe de suponerse que fué hecho para solemnizar la entrada en Emérita de Trajano, y tributarle los honores del triunfo por las victorias que ganó en la Dacia, reunida á su imperio, y por la conquista del territorio ocupado en Asia por los phartos, no obstante la facultad reservada á la metrópoli de celebrar exclusivamente dentro de su recinto las fiestas que tenían lugar para ceñir á las sienes de los vencedores, coronas que la patria les ofrecía como premio honorífico de sus proezas. Situado este monumento entre el extremo noroeste de la calle denominada Obispo y Arco, y la casa de D. J. Pons, cuya fachada atraviesa, sobresaliendo en una habitación del piso alto, y muy próximo á la plazuela de Santiago, se ven que los sillares que lo forman son de grandes dimensiones, y están colocados en su trăbazón sin mezcla alguna de argamasa.

El género de su arquitectura es igual al de las fábricas de C. Julio Lacer, autor de la obra modelo del arte romano en España-el puente de Alcántara sobre el Tajo,—del arco triunfal de Caparra, el de Bará en Tarragona, y de otro mucho más suntuoso erigido en Roma, para conceder los honores del triunfo al referido emperador.

Alcanza 13 metros de altura, II por ancho, 5 de diámetro, y se proyecta desde los estribos ó gruesos pilares de sus lados, formando dovelas al uno y al otro extremo, de 1 metro y 25 cen. tímetros de longitud, entre las que se sostienen, cerrando su vano, enormes dinteles de más de 2 metros, constituyendo un arco artesonado al empotrar sobre las claves y las dovelas de las dos opuestas hileras de piedras. Entre éstas se ven muchos agujeros donde se fijaban grandes clavos para colocar los trofeos de los vencedores. En la época en que se levantó esta obra había una calle desde la puerta del Norte de la ciudad hasta la del Mediodía, en la cual se levantó otro arco triunfal situado en el altozano, llamado Cimbrón, porque se cimbreaba amenazan.

do ruina, que por último, con el transcurso del tiempo, vino á efectuarse demoliéndose completamente. El ornamento de este notable monumento emeritense, consistía en una cuádruple columnata de granito destacada á los dos extremos de sus arranques, sobre cuyos capiteles, cuatro estatuas ostentaban en sus manos una corona cívica, un sífulo sacerdotal, un cetro, y las llaves de la ciudad, cerrando su parte superior una plataforma sobre la que descansaban, en el frontis ó anverso, el blasón imperial de las águilas romanas, y en el reverso ó cara posterior, el escudo de armas de Mérida. ¡Lástima grande que tan insigne obra se encuentre oculta entre oscuras callejuelas de travesía que impiden exponerla á la vista, no ya con la belleza y elegancia de que la despojaron los alanos, sino aún con la grave lisura y severa majestad que la distingue, entre el número de las construcciones más raras y antiguas de nuestro país. El Ayuntamiento de Mérida, sin embargo, ha procurado obviar tal inconveniente, ensanchando un estrecho callejón que existió contiguo al monumento, y por medio de la nueva calle denominada de Trajano, se ha dilatado en algún tanto la perspectiva del Arco de los Trofeos, pues también con este nombre es vulgarmente conocido en la historia.

El puente sobre el Guadiana es otro monumento casi íntegro, y del que hablamos largamente en el capítulo anterior. Pero en orden más secundario á esta famosa obra está el puente de Albarregas.

Este puente que, como su nombre lo expresa, se halla sobre el arroyo Albarregas, al N. O. de la ciudad, próxima á los restos del acueducto Los Milagros y en la carretera de Cáceres á San Juan del Puerto, también debe su existencia á la arquitectura romana. Consiste esta obra en tres arcos de 4 metros de elevación, su longitud mide 15, y 5 su anchura. A sus inmediaciones se encuentra otro puente de hierro sobre la misma ribera, que pertenece al ferro carril de Ciudad-Real á Badajoz.

El puente de piedra sobre el Albarregas ha sido reparado y

hermoseado hace algunos años, habiendo adquirido con esta reforma mayor anchura y prolongación.

Los nombres de Albarregas y de Alba regias son históricos y han dado lugar á frecuentes y largas disertaciones (1).

Mérida, á igual que Roma, que en los tiempos de Tulo Hostilio incorporó á la ciudad un barrio conocido por dicho nombre, tuvo un arrabal extramuros de la población, aunque reducido á un vecindario de 5,000 almas, infinitamente menos numeroso que el que alcanzó durante el gobierno del prefecto de Lusitania Othón, en cuya época, de una y otra orilla del arroyo Albarregas, existió un gran pueblo formado por familias distinguidas

(1) No podemos menos de transcribir literalmente la definición que del valle de Alba-regias hace el Sr. Barrantes y Moreno, y acerca del cual, consigna este elocuente período:

«Selva desolada de ruinas, donde existen sepulcros romanos, bocas cegadas de cloacas, mármoles despedazados, terracutas hechas añicos, tal vez medallas y bronces que brillan al sol tras muchos siglos de entierro; valle que cierran por la izquierda las vetustas tapias de Santa Olalla, y por la derecha se extiende por horizonte escueto hasta la cruz de Carija; al contemplar el viajero aquellos descarnados gigantes de granito, que parecen tender un brazo á la mísera población moderna, para hacer con ella lo que Gulliver con los liliputienses, levantarla hasta el oído en la palma de la mano, siéntese tristemente impresionado, si piensa que el hombre, autor de tantas maravillas, es, acaso, más poderoso aún para destruirlas.>>

Y al mismo propósito, reproduce después este pasaje de Catalina, en su obra póstuma, publicada por la Real Academia Española, página 58:

«Roma iba en busca de los manantiales á través de las montañas, y una vez descubiertos, abría para su caudal grandes cauces subterráneos, ó levantaba caminos de piedra sobre millas y millas de arcos gigantescos, que constituían galerías y palacios para el agua sobre la desnuda superficie de la tierra.

»>Å veces estas grandes pompas de piedra y de granito, se encontraban en su viaje, y el arte sabía celebrar el feliz encuentro de los acueductos, ora confundiendo en una y más ancha bóveda el caudal de dos remotas colinas, ora construyendo en el punto de su intersección un monumento arquitectónico perpetuo de alianza y amistad, entre corrientes bien hechoras, sumisas al querer y á la fuerza de los hombres.

»En Emérita, las dos pompas de piedra, si admitimos esta frase algún tanto gongorina-continúa Barrantes y Moreno-no se juntan, ni se abrazan, sino que por mayor maravilla, marchan paralelas á abrazar á la ciudad, dejando apenas entre sí el espacio bastante para otra maravilla: la estación de los ferro-carriles.

»>La de Mérida, en sus adornos arquitectónicos, de la antigüedad heredados, sólo tiene un rival, la de Alejandría de Egipto, que ostenta, aun en pie, uno de los preciosos obeliscos llamados vulgarmente «Las Agujas de Cleopatra», y el otro, en pedazos, junto á los mismos rails.>>

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