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CAPÍTULO XIV

Los Godos en Mérida. -Su sumisión á los árabes

El Conventual

Aobaid - Allahben-Mohamed-ben - Ahmed-Escakiul-el- Marid

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I

A irrupción de los bárbaros vino en parte á destruir todos los monumentos que los romanos levantaron en Mérida. Alanos y Suevos, que ocuparon la Lusitania, disputaron valerosamente toda ella palmo á palmo á los romanos, dirigiendo su mayor empeño en la ocupación de Mérida, como ciudad principal. Los Alanos primero la sitiaron en 41 I. Atace estableció su corte en ella y la dominó hasta 419 en que el rey Walia, con 30,000 soldados, unido á los romanos, se determinó á sitiarla. Libróse la batalla á cuatro kilómetros de Mérida, pereciendo la flor de ambos ejércitos, y Atace y Walia sucumbieron también. Tal fué el furor de los combatientes que según cierto cronista no

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quedaron para gozar de la victoria, y los romanos entraron en Mérida, dominándola segunda vez. Pero no podían gozar de ella por mucho tiempo. Los romanos habían de ser vencidos, necesariamente, en todas partes. Su estrella se iba eclipsando poco á poco.

En 429 Hermigio se dirige á Mérida con poderosas huestes y prepara batalla para sitiarla. Los romanos, dispuestos á la defensa, le preparan valeroso combate. Hermigio intenta que su ejército atraviese el Guadiana, dando él ejemplo á sus capitanes, queriendo pasarlo primero; pero la corriente del río pudo más que su caballo y ambos perecieron bajo el fondo de las aguas, siendo tal la aflicción que este suceso llevó al ejército sitiador, que al punto abandonó la Lusitania, no faltando autores que este hecho casual y propio de los azares de la guerra, lo atribuyan á milagro obrado por la intercesión de Santa Eulalia (1).

Un año más tarde, en 430, haciendo Rechila la guerra á los romanos que ocupaban la Lusitania, después de vencer en la Bética al famoso Andeboto, cayó sobre Mérida, que tras porfiado sitio se le rindió, tratándola con todo rigor, porque destruyó sus mejores monumentos y fijó su corte en ella, para extender las conquistas hasta Lisboa. Su hijo Rechiario le sucedió en el trono, reinando hasta 436, en que los romanos fraguaron una rebelión contra él y le mataron en las calles, cuando se defen. día valerosamente, siendo este el tercer rey que reinó en Mérida.

Los godos vieron con pena la Lusitania en poder de sus enemigos, y Theodorico, con el propósito de conquistarla, formó un numeroso ejército, dirigióse hacia Mérida, que encontró ocupada por valerosos soldados que le ofrecieron una resistencia tan tenaz y formidable que tuvo necesidad de desistir de sus in

(1) Fernández Pérez, apoyado en el cronicón falso atribuído al obispo Idacio, refiere lo siguiente: «Dice este escritor, que viniendo contra Mérida el rey suevo Hermigio, y haciendo desprecio de la ciudad, con injuria de nuestra santa, vengó el cielo su atrevimiento, precipitándole en el río Ana, cerca de la ciudad». (Historia de Mérida, pág. 111).

tentos y abandonar el sitio, evacuando la Lusitania, suceso que también los cronistas emeritenses atribuyen á milagro (1), queriendo explicar, sin duda alguna, todos los sucesos de la historia, por la acción sobrenatural del ya desacreditado recurso de la virtud secreta de los santos.

Pocos recuerdos, relativamente con los romanos, dejaron los godos en Mérida. En las excavaciones verificadas en esta ciudad, en 1792, aparecieron multitud de estatuas, inscripciones, y columnas procedentes de estos dominadores, y sobre cuyos restos se ocupa Masdeu (2), aunque no con la detención y la inteligencia que emplea para otros estudios menos impor

tantes.

Examinando en el tomo xix de la Historia crítica de España los dibujos que publica Masdeu de las estatuas encontradas en Mérida, se ve claramente ser obra de los godos, confirmando esta opinión nuestra las con ellas halladas, y que hasta hoy ningún autor ha querido interpretar, y hasta el mismo Masdeu renunció á entenderlas, incurriendo en justas censuras por parte de los eruditos y arqueólogos modernos. Las indicaciones de este autor, considerando estas estatuas y lápidas como del templo de Diana, ó dedicatorias á esta diosa ó á Lucina, como pro

(1) Fernández Pérez dice sobre el particular lo siguiente:

«Theodorico, Rey de los godos, juntó luego un ejército y vino sobre Mérida, que la sitió en el mismo año de cuatrocientos cincuenta y seis, y entonces, según afirma el mismo Idacio en su Cronicón, sucedió otro milagro que obró Santa Eulalia, la cual, como protectora de la ciudad, pretendiendo saquearla Theodorico, lo aterró con portentos y amenazas, y obligó á los sitiadores á levantar el sitio. Es tradición que este milagro sucedió en el sitio que hoy se llama la Godina, donde estaba acampado el ejército godo, y es una altura que domina la ciudad á la parte, del Nordeste, á la cual le quedó el nombre de Godina, porque allí fué aterrado y castigado el ejército godo. Eurico, hermano y sucesor de Theodorico, volvió otra vez sobre Mérida, el año de cuatrocientos sesenta y siete: la sitió, la ganó, y como era hereje y enemigo, tanto de los católicos como de los romanos, manifestó su odio contra unos y otros acabando de destruir las casas, muros, estatuas, columnas, acueductos, termas, obeliscos, inscripciones y cuanto había que fuese obra de romanos. Entonces acabó para siempre en Mérida el imperio de éstos y se estableció con asiento fijo el de los godos.» (Historia de Mérida, pág. 111).

(2) Historia crítica de España, traducida del italiano por D. N. C. 20 tomos en 4.o (Madrid, 1783.)

tectora de las parturientas, son poco acertadas, pues las cuatro estatuas que reproduce en el tomo ya citado, son góticas, mejor dicho, visigodas. Las de la página 364 representan la primera al rey Ataúlfo, con una inscripción en la peana que dice ATAULFO REY GODO, y la segunda es la de Placidia mostrando. á su hijo muerto y metido en la caja de plata en que le enterraron. Las de las páginas 363 representan á Teodomero, una y á Chindaswinto, otra. De esta última da Barrantes y Moreno (1) un dibujo copiado de los tres que Constanzo acompañó en su obra inédita, para excitar á los eruditos á indagar su paradero; pero es muy difícil encontrar la estatua de Teodomero por el dibujo este, bien diferente al original. Los dibujos que enviaron á Masdeu de estas estatuas, ocho años después de descubiertas, serían acaso más exactos, y por ellos, de conservarse hoy, se podrían hacer nuevas observaciones, aclarando cuanto han emitido sobre el particular diversos autores, y quizás podría llegarse á conocer la verdad en este punto histórico tan importante para Merida.

En el dibujo de Teodomero se representa medio cuerpo del rey colocado sobre una repisa cónica como las más comunes que se ven en las construcciones de la Edad-media para colocar imágenes de santos. El busto del monarca ostenta sobre su ca. beza un gorro bajo una corona con radios redondos en sus puntas y unidos todos, en forma de la corola de una margarita, y en la propia forma que se le ve en sus monedas, toscamente acuñadas (2).

Masdeu no ha querido interpretar la inscripción que tiene esta estatua, sobre la cual se han hecho diversas conjeturas que

(1) Barros emeritenses, (Madrid, 1877.)

(2) En Mérida se batieron multitud de monedas en tiempo de los godos como en el de los árabes. De un cuño muy grosero las hemos visto de varios monarcas, y con especialidad de Leovigildo, de Recaredo, de Liuva II, de Witerico, de Sisebuto, de Sisenando, de Chintila, de Tulga, de Chindaswinto, de Receswinto, de Wamba, de Ervigio, de Egica con Witiza, y de Witiza solo.

han sembrado la duda hasta en los más avezados á esta clase de estudios, sin explicárnoslo nosotros, porque no ha habido motivo para estas confusiones. En la parte del gorro que cubre la frente del monarca es donde está la inscripción, y no en el pedestal como la tiene la que copia Barrantes y Moreno. Reducida á caracteres latinos, es como sigue: DMINO QD. Y la otra, de la misma página, y con las mismas reducciones, dice: TEDOMERO. N.P.O.E. La de la página 364 es como sigue: ATAUFA. RE. GOTIC. Todas ellas debieron pertenecer á un mismo edificio en que estuvieran las estatuas de los reyes godos que hasta su construcción se habían sucedido; y para que no faltase ninguno, pusieron á la mujer de Ataúlfo con su hijo, porque le considerarían con derecho á reinar, y hubiera reinado á no haber muerto niño. Si el Tedomero fué el último rey godo ó general (en la estatua no tiene corona, y sí un gorro de la forma de los catalanes), debemos suponer sus hechuras durante la dominación árabe en aquella ciudad.

Si esta interpretación es acertada, estas estatuas son de mucho interés; pues además de haber muy pocas de su época, su existencia nos prueba hasta qué punto eran tolerantes los árabes de Mérida con los cristianos, permitiéndoles tener un edificio decorado con las estatuas de sus antiguos reyes.

Pero, ¿qué edificio sería este? Nadie lo sabe, nadie tampoco lo indica. Acaso no iremos muy desacertados diciendo que sería el templo metropolitano, pues como hemos dicho en el capítulo anterior, obispo hubo en Mérida, desde los comienzos del siglo III hasta 341 en que se creó metropolitano, y con arzobispo vemos esta ciudad hasta principios del siglo XII que por bula de Calixto II trasladó esta dignidad metropolitana á Santiago de Compostela. Pues bien; en casi nuevecientos años que tuvo Mérida obispo primero, y arzobispo después, natural era que con. tase con una catedral. Que la hubo es indudable, si atendemos á la importancia que reunió su metrópoli, mayormente en los siglos v al vII. En Mérida se celebraron Concilios, y en Mérida

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