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Lástima fué que por economía se hubiese puesto una baranda de hierro tan poco consistente que al menor empuje cedía, y peor aún el emplear en la obra granito flojo de Portugal, cuando muy cerca de Badajoz lo hay de excelentes cualidades, siendo esta la causa principal para que ocurriesen las frecuentes roturas que se dieron en él, pues el puente resistió así muy poco.

En 1876 ocurrió la última avenida y quizás también la mayor, vertiendo el agua sobre las barandas, elevándose sobre el nivel ordinario unos 13'84 metros.

Cuando al siguiente día descendieron las aguas se vió con sorpresa que no existían las barandas de hierro y que habían caído siete de los arcos que se levantaron en 1609 por el corregidor D. Fernando Ruiz de Alarcón, y que correspondían á partir del origen, á los 17 al 23 inclusive. La reparación tampoco se hizo esperar mucho, y por cierto que fué hecha con gran conciencia, porque los arcos nuevos no desmerecen en nada á los antiguos, el piso ha mejorado, el acerado ó andenes es mejor que el anterior, y la baranda ofrece más seguridades que la antigua de hierro (1).

Es muy del caso hacer constar que en ninguna de las cinco últimas avenidas ha padecido el puente el menor desnivel, ni el más leve deterioro en su parte de cimentación; pues si bien la caída de los arcos en la última inundación, parecía que podía resentir lo demás de la obra, nada afectó á ésta aquel

suceso.

liar de San Athón, estaban en sus patios la mayoría de las lápidas que había coleccionado en su casa el canonista Dosma y Delgado, y ya en últimos del siglo anterior, cuando el anticuario Ponz estuvo en Badajoz, las buscó inútilmente.

Esta indiferencia por los monumentos antiguos y por los recuerdos de nuestras tradiciones acusan, cuando menos, poco amor patrio. Y sin embargo, los extremeños lo tienen muy sobrado. ¿Cómo se explica esto?

(1) Las obras fueron dirigidas por el ingeniero jefe de la provincia, D. Manuel Cervera, persona muy docta en arquitectura, y que si no contara con otras que le han dado ya nombre, lo bastaría á tenerlo ésta del puente de las Palmas.

Resumamos, pues, las avenidas, señalando la elevación de sus aguas sobre el nivel ordinario (1).

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Estas son las siete inundaciones mayores que ha tenido el Guadiana desde el siglo XVI.

Tales, son, pues, las memorias principales del puente de Palmas, y las peripecias mayores por que ha pasado hasta nosotros esta grande obra, que es el orgullo de Extremadura (2).

Por cuanto dejamos dicho, se comprenderá la importancia de esta obra, como el interés que despierta á los ojos del curio. so y del anticuario.

Pero la tiene también para los que contemplan estas cosas por el prisma de lo fantástico. Vista esta obra en el crepúsculo de la tarde, desde Poniente, en que sobresale en primer término, apareciendo el Guadiana en segundo, más allá la ciudad nueva como fondo decorativo, destacándose en sus alturas

(1) Las hemos tomado en Mayo, cuando el río corre en su caudal regular, esto es, en el término medio entre Enero y Agosto. Sin embargo, hemos de hacer una aclaración: las medidas las hemos tomado el año anterior, y como desde la destrucción de las pesqueras las aguas han bajado de su antiguo nivel casi 1'19 metros, nuestras medidas no pueden estar conformes con las que se consignan en obras y estadísticas, tomadas todas con anterioridad á las últimas obras realizadas, y á que nos hemos referido en este capítulo.

(2) Á esto quizás se deba el que ni en las guerras con Portugal, ni en la invasión francesa los ejércitos cortasen este puente, cuando no han respetado el de Ajuda, junto á Olivenza, el de Alcántara, el de Caya, y casi todos los que contaba la provincia de Extremadura. En 1641 se pensó en cortarlo; pero el Ayuntamiento se opuso, y aunque el general en jefe de las tropas que operaban en la plaza lo pedía, fué lo cierto que no logró su propósito.

y sobre los muros y almenas romanas los restos y torreones del pueblo antiguo, el panorama es fantástico, el cuadro es completo. Los crepúsculos en los pueblos meridionales son alegres. Roban siempre al sol los reflejos de sus últimos resplandores. Y rielando sobre las aguas del Guadiana estas sutiles ráfagas del sol que se oculta, el puente aparece como una mole sombría, gigantesca, que tiene algo de misterioso y algo también de real. Algunas veces, cuando nos hemos ido acercando á él en estos momentos crepusculares, después de un día claro pasado en los campos de Gévora ó en los de Caya, hemos tenido miedo.

Y era el respeto que infunden al ánimo del arqueólogo estas obras en que han intervenido siglos y hombres y reyes y corregidores y operarios y víctimas, que víctimas ha causado también, y no pocas, esta gran obra, para que sea después útil y beneficiosa á la humanidad.

II

Así discurríamos la última tarde que entrábamos en Badajoz, por su puerta llamada de las Palmas, más atento nuestro espíritu á la acción de los tiempos pasados que al presente de esta ciudad tan célebre en los fastos de la historia extremeña. Siguiendo, pues, nuestro impulso, y antes de el lector sepa que lo que Badajoz guarda hoy dentro de sus muros, disertaremos sobre la historia de esta famosa ciudad.

Vandoucourt considera á los iberos como los aborigenes ó indigenas de España, y viniendo en averiguación de las razas que la poblaron nos aparecen efectivamente los iberos como los pobladores primitivos. Esta raza, venida de las tribus indo escitas, era compuesta de pastores y guerreros, opinión aceptada por La Fuente y dicha antes de Vandoucourt por Bayer, Schlo.

zez y Adehung. Estrabón tiene también á los iberos como ori ginarios del pueblo español, y según este historiador, atravesaron la garganta de los Pirineos otra raza llamada Galos, que después de sostener largas guerras con los iberos, se unieron á ellos y dominaron así á la Península, bajo la denominación de celtiberos. La hoy España y Portugal estaba poblada por estas dos grandes razas que al par que se engrandecían fraccionábanse en pequeñas tribus dominando cada una su comarca, que más tarde se llamaron provincias y después reinos. Estrabón dice que los que moraban en la Lusitania eran los turdetanos, que antecedieron á los tiros, los griegos y los fenicios, todos como á unos quinientos años antes de Cristo. Los focenses y metelinen. se, y otros isleños del mar Egeo y del Jónico, consta también que se establecieron en la Lusitania, mezclándose en ella estas razas y viviendo como hermanas.

No aventuraremos mucho diciendo que Badajoz fué fundación de estos tiempos, porque Estrabón dice que en la época de Escipión el Africano, unos 208 años antes de Cristo, había ya en Badajoz una población; y 144 de la misma era, durante las guerras de Viriato, hubo una fortaleza, dentro de la cual parece que el intrépido guerrero firmó su tratado de paz con los lega. dos de Roma.

La comarca lusitana era rica, no tanto por las ciudades que ya contaba, cuanto por el producto de su suelo y del sub-suelo. Amílcar se admiró de que los lusitanos se valiesen para todos sus usos domésticos de útiles de plata, pues hasta las tinajas, vasos y platos (cuenta el general cartaginés), eran de plata y oro.

Sabido es que el famoso general ibero concibió el proyecto de deliberar á su patria de la dominación de Roma. Alzóse contra ella el año de 149 antes de Cristo, y en el espacio de cuatro años derrotó á cuatro ejércitos sucesivos compuestos de numerosas legiones y mandados por los más entendidos generales que Roma contaba. En 144 sus tropas operaban en las montañas túrdulas ó turdetanas; el cansancio se había apoderado de

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