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por Plasencia: le concedió el uso de un escudo de armas, que sirvió también para señalar su pendón municipal.

Consisten éstas en plateado escudo, en cuyo centro campea un castillo mazonado; á su izquierda un pino, y á la derecha un castaño, ambos árboles arrancados, porque tienen sus raíces descubiertas: orla el escudo la siguiente divisa, empresa ó mote tomado del privilegio fundacional: PLACEAT DEO ET HOMINIBUS (para que agrade á Dios y á los hombres).

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de grandeza, elevación, asilo y salvaguardia.

Los dos árboles de los costados simbolizan la lealtad y fidelidad.

El pino es alegoría á la firmeza, y representa la perseve

rancia.

Y el castaño significa la fertilidad.

Descifran los cronistas antiguos estos caracteres distintivos del escudo dicho, diciendo:

PLACENCIA POBLADA POR CABALLEROS ÍNTEGROS, LIMPIOS Y PUROS, SERÁ UN ASILO Y SALVAGUARDIA DE CASTILLA; SERÁ FIEL CON PERSEVERANCIA, Y POR SUS VIRTUDES Y POR SU FERTILIDAD AGRADARÁ Á DIOS Y Á LOS HOMBRES.

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Con estos recuerdos históricos nos aproximábamos á Plasen cia, al romper sus rayos el sol, en una mañana de primavera

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de 1885. El panorama que ofrecía la ciudad, mirada á larga distancia, era encantador. Veíamos de lejos un alto acueducto, obra del siglo XIV; más allá un hermoso puente; en distancia más lejana los torreones y cubos del amurallamiento, obra del siglo XII; detrás las torres del consistorio municipal, construcción del siglo xv; y en el centro de tantos recuerdos antiguos un lujoso coronamiento de capiteles y remates calados, obra de los mejores tiempos del Renacimiento. Era la catedral, edificio sin terminar aún, grande por su forma, suntuoso por su trazado,

y en el que todo es bueno, desde los basamentos hasta los remates, desde los interiores hasta las agujas.

El efecto que producían los rayos blanquecinos del naciente astro sobre aquellas piedras ennegrecidas por la acción del tiempo; las sombras proyectadas entre los torreones; las almenas, los capiteles y las agujas caladas; el silencio que reinaba en la campiña, todo parecía indicar que nos acercábamos á una ciudad misteriosa, á una ciudad deshabitada, á un pueblo de muertos, donde no habíamos de encontrar más que edificios cerrados, calles tortuosas y desiertas, y palacios arruinados.

Plasencia, fundada en 1178 por el rey D. Alfonso VIII, es una hermosa matrona que camina á su decrepitud, y muestra orgullosa sus antiguas grandezas á los que se acercan á contemplarla.

Todavía conserva, en parte, algunos trozos muy principales de los muros levantados á fines del siglo XII. Sus altos torreones, llamados por el vulgo cubos, aparecen construídos después

de la muralla, á la que están adosados sin enlace ni trabazón alguna, como se ha visto al derribar los que han desaparecido. El último de éstos, el que estaba flanqueando la Puerta del Sol, nos manifiesta esta verdad. El estar sólo adosados, puede indicar que se construyeron después, no llevando enlace con el resto del muro, para impedir que, batida la torre, se aportillase la muralla, pues con este sistema de construcción bien podía caer la torre, apareciendo incólume el muro para mejor resistir la defensa.

Parece que estos muros fueron levantados por la familia de los Paniaguas, apellido ilustre que tres hermanos, venidos del reino de León, llevaban; señores del valle de Cimanes y de la villa de Villonarte (de donde eran naturales), que fueron de los primeros pobladores que vinieron á esta ciudad, llamado uno de ellos Nuño Fernández Paniagua, de donde procede por varonía la casa del marquesado de Santa Cruz. El escudo de armas de estos caballeros, que se ve puesto en la muralla, en el cuerpo

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de ella, de piedra firmísima, indica que estas armas se colocaron allí cuando se construyó la muralla, en los años de 1198 y 1199, inmediatamente después que la reconquistaron de los moros, cuando la tomó Abent Jucef, á los diez y siete años de su fundación, esto es, en 1196.

De aquí se deduce que los Paniaguas fueron los primeros vecinos de esta ciudad, y tenían el gobierno de ella, porque ningunas otras armas se hallan en el muro hasta trescientos años después, cuando fijaron los Carvajales las suyas en la puerta de Trujillo, por la gran parte que tuvieron en la reducción de Plasencia á la corona real, y porque entró por allí la gente que trajeron consigo.

Las armas de los Paniaguas están en el primer lienzo del muro á la Puerta del Sol, á la izquierda, enfrente del Hospital de la Cruz 6 San Roque, por cima del tejado de la primera casa, muy cerca del ángulo formado por el muro y el cubo. Allí se ve denegrido por los siglos ese escudo nobiliario, acaso de los primeros que registra la historia heráldica en Extremadura, pues se remonta á fines del siglo XII. Todavía recuerdan á estos Paniaguas la dehesa llamada Torre de Paniagua, que en el repartimiento de estas tierras les tocó, y el apellido que aún llevan familias de Plasencia.

Con esta ancha línea murada que levantaron los Paniaguas, y las 78 torres mencionadas, que se construyeron después, en 1201, va unida la obra del Alcázar, llamado vulgarmente el Castillo, que es de la época de las torres, y viene á completar las obras de defensa de la ciudad, en principios del siglo XIII. Aunque en ruinas, puede examinarse esta obra que es perfecta y de fábrica tan sólida que es lo mejor que de sus tiempos se conserva en Extremadura.

Este Alcázar se levantaba en la parte más eminente, al N. de la ciudad, defendido por el interior ó lado de la población, con su ancho foso, que aún se distingue. Este foso se llenaba de agua sobrante de los aljibes por conductos de los que aún se

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