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Cuacos, y propietario de todo aquel barranco y valles inmediatos, recorriendo sus propiedades, topó con los anacoretas á quienes preguntó por la vida que traían en aquellas soledades. Informóse de que sus deseos no eran otros que el de labrar un monasterio dentro del cual deseaban pasar sus días, y Sancho Martín, admirado de la humildad y mansedumbre de aquellos cenobitas, les donó todo el terreno que se quisieron señalar, otorgándoles su correspondiente escritura en 24 de Agosto de 1402, ante el escribano Martín Fernández de Plasencia. Juan de Robledillo y Andrés de Plasencia, otros dos cenobitas, se unieron poco después á Pedro Brañes y Domingo Castellanos, y todos cuatro emprendieron la tarea de construirse sus celdas en el terreno que les donara Sancho Martín (que es donde estuvieron la Panadería, la Casa del Obispo y las Caballerizas).

La obra de estos pobres ermitaños no pareció bien á todos. El obispo de Plasencia, D. Vicente Arias Balbuena, se incautó al momento de cuantos bienes habían podido juntar los refugiados en las orillas del Yuste, y no contento con esto, los sometió desde el primer momento á la contribución del diezmo y el noveno de san Marcos á que estaban sujetas varias iglesias de la Vera. No se acobardaron por ello los ermitaños, y elevaron al papa Benedicto XIII su petición contra el obispo de Plasencia, suplicándole á la vez licencia para elegir capilla á san Paulo, primer ermitaño. Presentan en Roma la petición al pontífice Juan de Robledillo y Andrés de Plasencia, y S. S. dió su bula en 1407 para cuanto le pedían tan humildes cenobitas, otorgándoles campanillas, campanas, cementerio y licencia para celebrar misa en aquellos apartados desiertos de la sierra de Tor

mantos.

Resistió el obispo el mandato del pontífice, acudieron los ermitaños al infante D. Fernando (que á la sazón se encontraba en Tordesillas), que escribió al obispo para que cumpliese el mandato del papa; pero el que niega obediencia al Jefe de la Iglesia, no había de prestarla á un príncipe real, y no oyó tam

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poco la voz de D. Fernando, triste ejemplo que antes como ahora nos ha dado el episcopado español, rebelándose facciosamente con todo principio de autoridad. Escribió el infante á don Lope de Mendoza, arzobispo compostelano, de quien era sufragáneo el de Plasencia, para que sometiese á éste á obediencia. El metropolitano escribió al obispo de Plasencia, en 10 de Junio de 1409, amenazándole con la pena de excomunión mayor si persistía en su rebeldía, y mandaba por otra carta al señor de Oropesa, D. Garci-Álvarez de Toledo, el encargo de dar pose.

sión de su casa á los ermitaños en el cerro del Salvador. En la mañana del 25 de Junio las gentes armadas á las órdenes del señor de Oropesa, con los Concejos de Cuacos y Jarandilla, dieron posesión de sus míseros bienes á los despojados anacoretas, prendiendo al canónigo Fr. Hernando, administrador, por el obispo de Plasencia, de aquellos bienes, y mandándolo á las órdenes de su prelado.

Desde este momento los propósitos de aquellos solitarios monjes caminaron con gran prosperidad, poniendo su fundación bajo la tutela de san Jerónimo, con la protección de Fr. Velasco, prior del convento de Guisando, quien no atendió cual merecía la petición de los ermitaños. Para probar éstos fortuna, se dirigieron en 1414 al prior de Guadalupe, asiento á la sazón del Capítulo General de la Orden, solicitando ingresar en ella y ser reconocidos como verdadera comunidad. Los PP. de Guadalupe rechazaron también la petición, fundados en la pobreza de los ermitaños, pues carecían de fincas y elementos necesarios para sostener con decoro el prestigio de la orden (!!!), sabido lo cual por el señor de Oropesa, se presentó á Capítulo y respondió después de discutir con los PP. este acuerdo: Pues bien: hoy por mí, mañana por mis descendientes, me obligo á cubrir todas las necesidades del monasterio de Yuste.

Confusos quedaron los PP. de Guadalupe con esta resolución de D. Garci-Álvarez de Toledo, y no tuvieron otro remedio que declarar por los siglos de los siglos, Jerónimos á los po

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>bres ermitaños, y monasterio suyo el por ellos fundado, nom›brándoles prior á Fr. Francisco de Madrid», en vez de haberlo sido el P. Robledillo ó el P. Plasencia, cuyas modestias y humildad les hicieron declinar este puesto, para el que no tenían suficiencia bastante, según confesión propia.

Tal fué el origen del Monasterio de Yuste, hoy en ruina. Estos históricos restos fueron indudablemente depositarios más tarde de los secretos de Estado que los políticos de toda Europa revelaban en sus continuas visitas al rey-monje. D. Sebastián de Portugal, aquel valeroso portugués que murió peleando en el ardoroso suelo africano; Felipe II, el melancólico monarca que no pudo, ó no supo inspirarse en la política de su padre; los enviados de los papas y de los reyes; los príncipes y señores más influyentes en todos los Estados, visitaron este edificio, hacia el cual se dirigían todas las miradas de los políticos de Europa desde los comienzos del año de 1557 hasta fines del de 1558, en que lo habitó Carlos V.

En fines del año de 1407 los monjes que habitaban esta casa recibieron la bula del papa Inocencio VII confirmándoles como monjes de san Jerónimo, y desde aquel día se erigió este templo en uno de los Monasterios más notables de España.

El edificio era magnífico y sobre todo la iglesia; pero á los mediados del siglo xvi, en 1547, los condes de Oropesa mandaron edificar á su costa otro nuevo de carácter monumental en el orden del Renacimiento, terminándose las obras en 1554. Forma una sola nave gótica, larga y muy elevada, mejor trazada que la del San Jerónimo de Madrid. Las bóvedas ojivales se han construído de nuevo en 1860 por el maestro José Campal. En la nave de la iglesia no existe ornamentación ni decorado alguno que señale culto. Sólo en lo más alto de aquellos blanqueados muros se ven en una parte las armas del Emperador, y en otra, bajo el centro de la bóveda, y dentro de una hornacita de la pared de la derecha, un negro ataúd, de madera de castaño, que en tiempos anteriores estuvo forrado de terciopelo

negro, claveteado con adornos dorados. Hoy se encuentra vacío, pero hasta 1574 guardó otra caja de plomo, dentro de la cual fué depositado el cadáver de Carlos V.

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Dispuso éste en su testamento «que fuese enterrado debajo > del Altar Mayor del Monasterio, quedando fuera del ara la mitad del cuerpo, del pecho á la cabeza, en el sitio que pisa el

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