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amor, tengo ideas que hace poco calificaba de absurdas su agente de negocios.

-Pues si el bueno de Simón las calificó así, seguro estoy de que coinciden con las de mi querida y amable esposa. Pongamos término al asunto y vamos á ver cuánto necesita; aunque bien quisiera que retrasara Vd. su marcha algunos dias, con objeto de que presenciara, pues le cuento en el número de mis buenos amigos, una gran solemnidad que va á tener efecto muy en breve.

-¿Una gran solemnidad? Sin conocer la causa, le doy á Vd. el parabién.

-Lo recibo; pero es preciso que lo haga Vd. extensivo á mi hija:

se casa.

Un hombre menos metalizado, hubiera comprendido lo que estaba sucediendo en su presencia; pero don Julián ni veía ni entendía, y, por lo tanto, continuó diciendo:

-Hace una boda loca: su esposo es diez veces millonario... millonario de pesetas.

-¡Ah!... Si Laura lo ama...

Emilia iba á responder; mas su esposo la detuvo diciendo:

-Lo amará. ¿Puede aborrecerse á un hombre millonario?

- Puede. Supongamos que esas riquezas hubieran sido mal adquiridas.

-Si el tiempo le habia dado su sanción...

-El tiempo que marcan las leyes hechas por los hombres, más pronto ó más tarde, llega: el tiempo marcado por las leyes divinas, sólo puede llegar después de la expiación.

-Eso no se aprende estudiando farmacopea, Ricardito. Cualquiera al oirlo, no conociéndolo, opinaría que estaba frente á frente de un teólogo. ¡Leyes divinas! ¡Leyes humanas!... Y el sacerdote absuelve al criminal de sus pecados, y el verdugo lo ahorca. Si tiene Vd. ocasión, pregunte á un reo que esté en capilla qué perdón prefiere, si el de Dios ó el de los hombres.

-Acaba Vd. de blasfemar, de ofender á Dios y á los hombres.

-He oído hablar de los mártires; pero aún no he visto ninguno. -Por falta de voluntad.

-Ó por falta de mártires.

-Esos los encontramos todos los días donde quiera que tendamos la vista. Pero si Vd. no los contempla en las madres que, como la mía, llevan con resignación su pesada carga, y hasta se privan con la sonrisa en los labios del necesario sustento para educar á su hijo; si Vd. no cree que es mártir la mujer que oculta sus lágrimas y el dolor que la producen su pasado y su presente, que sólo la hacen ver un sendero de espinas en lo porvenir, vuele con su imaginación á Polonia; recorra á paso largo las misiones que penetran en los pueblos bárbaros, y si necesita sangre para convencerse de la verdad, sangre encontrará allí, y tanta, que tal vez tenga que volver el rostro. con horror.

-Unos cuantos ilusos, que creen que de ese modo sirven á Dios y á la humanidad.

-Héroes, digo yo: santos, debiera haber dicho.

-Mudemos de conversación: la que estamos sosteniendo, sólo produce disgusto en personas que no tienen motivos más que para mostrarse satisfechas. Mire Vd. esas caras.

Y señaló á Emilia y á Laura.

-Yo veo en ellas lo contrario que Vd.: es más, adivino... no me atrevo á decirlo... no fuera tampoco prudente ni oportuno.

-Y, sin embargo, ha dicho Vd. ya demasiado, don Ricardo. -Lo siento y le pido mil perdones. No fué esa mi intención; y si en mi mano está subsanarlo...

-No hace falta.

-¿Cuándo podré recoger en la caja lo que necesito?

-Mañana; hoy no me ocupo más que de la boda de mi hija. -Una orden verbal, bastaría hoy, como bastó otras veces. Laura, al ver la insistencia de Ricardo, se aventuró á decir: -Eso indica que no tiene Vd. gusto en asistir á la firma de esponsales... Lo siento.

-Asistiré, señorita, si su señor padre sostiene la invitación que antes me hizo.

-Y saludando respetuosamente, se dirigió á la puerta.

Era día de encuentros: no había modo de que nadie saliera sin tropezar con un nuevo visitante, y Ricardo tuvo que detenerse para dejar que el criado se presentara y dijese:

-El señor Conde de la Herencia y su señora hermana.
Los cortinones se abrieron y los anunciados penetraron.

Ricardo no había visto jamás al Conde; pero desde que sabía que era el prometido de Laura y comprendió que ésta no le amaba, sentía hacia él una repulsión irresistible.

Al verlo, lo odió. Sí; porque, alma virgen á los latidos del corazón, no pudo en situación tan crítica modificar los instintos del hombre; y como la materia no reconoce voluntariamente términos medios, adorando á Laura, no podía por menos que odiar á su rival.

Al mismo tiempo, sin explicarse bien la causa, un ronco rugido brotó en su pecho, que fué ahogado en la garganta, para lo cual tuvo que hacer un movimiento violentísimo, que lo hubo de colocar cerca de Laura y de Emilia.

-¡Ese es!-exclamó Laura.

-¿Quién nos defenderá?-preguntó Emilia.

Ricardo había escuchado la pregunta y oído la exclamación; mas no respondió ni á la una ni á la otra; que de tal modo estaba reconcentrada su imaginación y su pensamiento en aquel hombre, que le robaba una dicha, con la cual ni el más leve indicio tenía ni aun para soñar.

Ceremoniosa en extremo fué la presentación: Ricardo quiso evitar ser presentado, y con la rapidez del rayo se acercó á Laura y la dijo:

-¿Ama Vd. á ese hombre?

-Nó: mi corazón pertenece á otro.

Y una inocente y cándida mirada acompañó á la frase.

Si Ricardo tenía pocos deseos de ser presentado, menos abrigaba don Julián de presentarlo; mas las circunstancias lo exigían y, como el joven, para cambiar sus palabras con Laura, habíase colocado en puesto visible, el dueño de la casa no tuvo más remedio que decir:

-Señor Conde, presento á Vd. también á mi recomendado el teólogo farmacéutico don Ricardo de San Román.

El Conde hizo una cortesía, que le sirvió para disimular el mal efecto que le habia producido el nombre del presentado; y volviéndose á don Julián, le dijo:

-Y ¿cómo van los asuntos políticos?

-No estoy disgustado: según mis noticias, el Ministerio obtendrá una gran mayoría.

-No me han asegurado á mí lo mismo.

-¿Cómo?

-Pasemos á su despacho: á las señoras les gusta poco oir hablar de asuntos.

-Emilia-dijo don Julián á su esposa-¿por qué no dáis una vuelta por el jardín? Allí iremos á buscaros.

-El día está espléndido-dijo la hermana del Conde.

-Vamos, pues-contestó Emilia.

Y mientras don Julián y el Conde se dirigían al despacho, las tres mujeres bajaban al jardín.

-Ricardo iba detrás: Laura había vuelto la cabeza para mirarlo. ¿Qué había querido decir la joven con aquella mirada?

Quizás ella misma no lo sabía; pero Ricardo, que la tradujo á su modo y manera, la contestó cruzando las manos y besando las cruces formadas por sus dedos.

¿Qué había jurado Ricardo? Lo que ignoraba cómo podría cumplir. Lo que, sin embargo, creía lograr, aunque para ello tuviese que exponer su vida.

Y pálido y desencajado, con el entrecejo fruncido y la vista vidriosa, se dirigió al pobre cuarto; testigo de sus largos insomnios y de sus interminables vigilias.

(Continuará.)

J. Conde de Salazar.

CRÓNICA POLÍTICA EXTERIOR

8 de Marzo.

De las naciones occidentales de Europa, ninguna como la nuestra, ha sido tan extraña á la agitación en que se vive en el Continente durante una larga y angustiosa temporada.

Ya por efecto de la situación geográfica que ocupamos, la cual nos aparta de los centros donde nacen los peligros de guerra; ya por el alejamiento político de los Gobiernos de cuanto hace relación con los problemas que se dibujan ó que se tocan en la política internacional, es lo cierto que hemos permanecido casi indiferentes al curso de los acontecimientos, sin más que practicar un tranquilo estudio de su desarrollo. Mas como no es una sola fase la que tales asuntos presentan, y nuestros intereses son tan vivos en la Península como en las Baleares y Marruecos, de aquí que la opinión y el Gobierno se preocupen con plausible insistencia de ponernos á cubierto de cualquiera golpe de mano que de algún lado pudiéramos sufrir, si por desgracia la tormenta belicosa que amenaza estallase en un momento más o menos lejano.

En contra de nuestras continuas ase veraciones ha venido un hecho de importancia, y que puede ser precursor de otros más grandes

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