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caída del segundo Imperio, el ideal democrático-socialista recibió el golpe de gracia.

Hoy se diría que, al menos en lo que resuena, brilla y obtiene el favor del vulgo, todos los ideales están muertos en Francia. Se hace escarnio de ellos. Ni en el religioso, ni en el metafísico, ni en el político, ni en el socialista se cree ni se espera. La literatura se quiere convertir en ciencia, esto es, que deje de ser, como ya dejó de ser la filosofía, y como ya se supone que dejó de ser la religión. Todo ha de ser ciencia, y ciencia experimental, hasta aquello que, si no se sabc à priori, se sustrae á toda observación y á todo experimento, y nunca se averigua. De aquí mucha maldición, mucha queja y mucho lloro, que no cesan de oirse y de verse, aunque los autores escondan la personalidad y se guarden su secreto para dentro de sabe Dios cuántos años. Harto me temo que el secreto de Zola, lo que nos va á descubrir en la vigésima novela, no sea nada. Si fuese algo, podría empezar por decirnoslo y no hacernos penar tanto. ¿Cómo tiene cachaza para callarse?

Y si no hay secreto, ni descubrimiento, ni verdad alguna conquistada, de resultas de sus veinte novelas, ¿no sería mejor que Zola lo confesase con lealtad, que declarase que escribía novelas, como peor ó mejor las escribimos muchos, para pasatiempo y diversión de lectores desocupados?

Si Zola tuviese esta franqueza, la crítica sería menos severa con él, y él mismo, saliéndose con más frecuencia del plan prescrito, y rompiendo las trabas, y dando rienda suelta á la imaginación, sería más divertido y más variado en lo que en adelante escribiese.

(Continuará.)

Juan Valera.

SUCESOS DE 1820 A 1823

Retirada de las tropas á la entrada de los franceses en España.-Incidentes notables en nuestra retirada hasta Granada.--Confusión y disolución.-Mi prisión y proceso.Absolución, y mi empleo en la Inspección general de Caballería.—Mi salida de la carrera militar.

Desahogadamente pude hacer mi marcha á Búrgos.

A mi entrada en esta capital, en la tarde del 10, el Jefe político de la provincia, D. Ignacio López Pinto, que con varias personas había salido á recibirme, me dió la noticia de que un ejército francés había entrado el día 7 en España. El Comandante general, D. Carlos Espinosa, al presentarme á él después con los Oficiales de la columna, me la confirmó, previniéndome estuviese dispuesto para salir al día siguiente escoltando el primer convoy que debía marchar en retirada hacia Madrid.

No pudo arreglarse la salida del convoy hasta el día 11 y, aun con inmensas dificultades, pudo ponerse en marcha al medio día del 12. Se componía de más de sesenta carros de bueyes, que conducían los repuestos de todos los cuerpos que había en Navarra, Provincias Vascongadas y Castilla; de treinta ó más galeras y carros de mulas, en que iban las familias y equipajes de los comprometidos por el sistema constitucional, y del quinto escuadrón de Artillería, con ocho piezas, que de

bían quedarse en Somosierra, así como la mayor parte de la escolta, que se elevó á unos 500 hombres de Infantería y Caballería. Los carros de bueyes que, naturalmente, debían entorpecer de un modo trabajoso nuestra marcha, iban, además, tan excesivamente cargados, que muchos se rompían ó atascaban, y era preciso hacer largos altos para reponerlos. Las autoridades, además, se habían olvidado de avisar á los pueblos del tránsito para que estuviesen prevenidos con raciones y carros de relevo, y me fué preciso reparar esta omisión despachando un posta desde Sarracín, que, afortunadamente, no tuvo tropiezo en el camino. La acción de Aranda, alejando del país á las facciones, nos libró de una catástrofe en esta retirada, en extremo embarazosa.

Desde Somosierra, según las instrucciones que se me habían dado, envié el convoy á Madrid, escoltado por 60 hombres de Infantería y 30 caballos, quedándome yo con el resto de la fuerza y con la artillería en aquel punto.

El 20, á medio día, recibí una orden del Comandante general para volver á Aranda, en donde él se hallaba, y para que la artillería se dirigiese á Madrid: me puse inmediatamente en marcha; pero al llegar á Cerezo de Abajo, es decir, á las dos leguas, encontré á varios Oficiales que me anunciaron la próxima llegada del Comandante general con todas las tropas, que venían retirándose. Hice alto cn aquel pueblo, y á la media hora, en efecto, llegó el General y me mandó que la tropa de mi columna se incorposase á sus respectivos cuerpos, y yo al

cuadro de mi batallón.

Detuvímonos á pernoctar en Somosierra, y á las nueve de la noche fuimos llamados al alojamiento del General todos los Jefes. Allí nos encontramos también con el Jefe político, Intendente, Juez de primera instancia y Diputados provinciales de Burgos; y ya todos reunidos, se nos dió la noticia singular de que no era cierta la entrada de los franceses en España, y que sólo lo era la de la división de Quesada, vestida con uniforme francés. Así lo decía el Jefe político de Soria al de Burgos en carta del 18.

¡Cómo! ¡No han pasado los franceses el Bidasoa, y no queda un soldado nuestro desde la frontera á Somosierra! ¿Era concebible que las tropas de Vitoria se hubiesen retirado sobre Burgos y, sin detenerse en esta ciudad, hubiesen marchado á Valladolid, y que nosotros hubiésemos también abandonado todo nuestro territorio sin la certeza, aun en la duda de que venia sobre nosotros un ejército que no podíamos resistir? El hecho era, sin embargo, que las primeras autoridades de Burgos habían tomado la determinación de retirarse con la sola noticia de la entrada de los franceses, dada por las de Vitoria, que, á su vez, la habían recibido por referencias que no sabían explicar.

Naturalmente debió ocurrirsenos la pregunta de que si no se habían encontrado algunos medios de asegurarse de la aproximación de los enemigos y de sus fuerzas antes de emprender la retirada; pero, á esta pregunta, contestaron el General, el Jefe político, el Intendente y los Diputados provinciales, que ningún esfuerzo, ningún ofrecimiento habían omitido para proporcionarse aquellas noticias, y que todos habían sido inútiles, pues que ni una sola persona se había encontrado que se comprometiese á desempeñar aquel encargo: ¡tantos eran los peligros que en él se veían!

Era, sin embargo, preciso adoptar un partido, y no se hallaba otro que el de enviar un Jefe con 100 caballos, que marchase hasta ver á los franceses.

Pero, sin apoyo ninguno de los pueblos y, al contrario, declarados éstos en hostilidad, los cien caballos podían y aun debían alejarse tanto que, cansados y envueltos, fueran todos destruídos sin haber logrado su objeto. Estos inconvenientes, que abultaban el desaliento y la indisciplina que ya se habían introducido en la tropa, fueron causa de que no hubiera un solo Jefe que se prestase voluntariamente á aquel arriesgado servicio. El General tampoco insistió en este pensamiento y dispuso que, al día siguiente, continuara la marcha á Madrid. A nuestra entrada en esta capital, el 23, todos nos preguntaban: ¿en dónde quedan los franceses? y todos se quedaban asom

brados de la única contestación que podíamos dar: no lo sabemos; ni aun sabemos de cierto que hayan entrado en España.

Las tropas del 10.° distrito militar formaban la cuarta división del segundo ejército. De éste era General en Jefe el Teniente general D. Francisco Ballesteros, que se hallaba con la mayor parte de sus fuerzas hacia Teruel y Segorbe cuando nosotros entramos en Madrid. En esta capital estaba organizando un ejército de reserva el Conde de la Abisbal, que se apropió de nuestra división el regimiento de Caballería de Lusitania, mandando que los demás cuerpos de ella se trasladasen á Guadalajara, á esperar órdenes de nuestro General en Jefe. El General Espinosa se quedó en Madrid, y recayó el mando de la división en D. Pedro Angulo, Coronel del regimiento Infantería de Granada; pero la tal división estaba reducida á un batallón de este cuerpo, otro del de Castilla, el de Milicia activa de Plasencia, un escuadrón de Caballería del Infante y una compañía de Sagunto; en todo, unos 1.500 hombres. Mi batallón no tenía más que los Jefes, Oficiales, los asistentes de éstos, seis Sargentos y otros tantos tambores, porque no había habido tiempo para reunir los soldados que acababa de producir el sorteo hecho en los pueblos del distrito del cuerpo.

Detenidos dos días en Alcalá, nos trasladamos el 29 á Guadalajara, de donde no debíamos salir sino para el destino que nos señalase el General en Jefe, cuyas órdenes esperábamos. El Jefe politico de aquella provincia indujo, sin embargo, á nuestro Comandante general que pasase á Sigüenza á sofocar una conspiración que allí suponía existir, como si ya no existiese en todos los pueblos que abandonábamos, no conspiración, sino una hostilidad abierta contra el Gobierno constitucional.

Emprendimos, pues, nuestra marcha para Sigüenza el día 6 de Mayo, á castigar á las monjas que estaban bordando en cintas blancas el lema de Religión y Rey, prueba única que el Jefe político tenía de la conspiración. Desde el día anterior era ya público en Guadalajara el objeto de nuestra expedición, y la tropa se complacía con las amenazas de saquear y aun de incendiar la ciudad de Sigüenza. Estas noticias eran las que nos

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