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duce. No ignora el sujeto que el prójimo sufrirá análogamente que él el dolor á que la privación le expone y somete; más, ¿por acaso el individuo es más de uno? Ahora bien; el deber es completamente personal, y los límites de la personalidad los traza la individualidad, lo cual podemos expresar en la siguiente fórmula: Yo-Yo. La caridad es obra de la voluntad, no del deber. Se practica si se quiere; no es moralmente obligatoria. La doctrina cristiana ha debido entenderlo así, reduciendo la caridad á obra de misericordia; es decir, á simple consejo ó precepto evangélico. Elevándolo á deber-como el evangelista-sale de lo racional.

A la primer vista parece contradictorio considerar-según lo hemos hecho-la caridad como una virtud y sacarla de los límites del deber. Con efecto; ¿no es moralmente obligatoria la práctica de toda virtud? La ilusión se desvanece á la presencia de la reflexión siguiente:-Consiste la virtud en el hábito racional de obrar lo que es fundamentalmente bueno á la persona humana. En la caridad se obra el bien de otro, nunca el bien propio (sea cualquiera la intensidad de la satisfacción que experimente el sujeto que la practica); y como quiera que la persona la limita y define el individuo, no está éste obligado al bien que le trasciende. Es, sin embargo, virtud en su significación etimológica, por la naturaleza misma del acto. Esto es, no por que el sujeto se haga un bien, sino porque se impone un sacrificio para hacer un bien á otro

La caridad puede obrarse subjetiva ó públicamente, organizada como una institución social del Estado. La primera constituye la limosna propiamente tal, de que acabamos de tratar. En la segunda consiste la Beneficencia, ya se obre en socorros subjetivamente administrados ó en establecimientos ad hoc.

De uno o de otro modo, la Benificencia ha de administrarla el Estado desde el Tesoro, su único recurso. Ahora bien; éste es formado por el producto del impuesto satisfecho por todos los ciudadanos directa ó indirectamente. Por tanto, pesa indistintamente sobre todos-que pueden y que no pueden dar li

mosna-el gravamen de un impuesto fijo, no ya para extinguir, sino para mantener la mendicidad.

Mas como quiera que, no obstante la Beneficencia, la mendicidad libre recorre las calles de las poblaciones, sucede que un mismo individuo ha de satisfacer dos impuestos por un mismo concepto: el impuesto que hemos denominado flotante, y el fijo. Según lo cual, lo que se consigue por medio de la Beneficencia es agravar el problema economistico de la miseria general. Restado del Presupuesto el tanto correspondiente, la vida resultaría facilitada para la masa, que es lo primero que debe procurarse en toda sociedad medianamente organizada.

No se nos ocultan las dificultades que pueden apuntarse; pero no es este lugar propio de prevenir su contestación. Es seguro, sin embargo, que pueden resolverse mejor que por medio de la Beneficencia.

Ésta, por otra parte, desnaturaliza la caridad de una doble manera. Desde que el Estado la organiza, la impone á los ciudadanos y la imprime un carácter obligatorio, que contradice su naturaleza voluntaria. Además, correlativamente, el que es objeto de ella llega á imaginar que, pues el Estado toma á su cargo sus necesidades, tiene derecho á que las satisfagan sus semejantes que producen; favoreciendo de esta suerte la holganza, y la inventiva de los procedimientos más groseros, torpes y repugnantes para vivir á costa de los que trabajan, con lo cual se da ocasión á un efecto contraproducente, toda vez que lo que debe procurarse, en la caridad bien entendida, es, no siquiera el inmediato remedio del necesitado, sino la utilización de sí mismo para después. Es decir, hacer temporal la caridad y durables sus efectos.

XVIII

El que no produce ni solicita de la caridad lo suficiente para atender á la satisfacción de sus necesidades, lo roba. Si el ladrón es diestro, se sirve del fraude, con objeto de evitar la

exposición; si no, se sirve de la fuerza para tomar lo que desea. Es, por consiguiente, el robo la apropiación fraudulenta o violenta de lo que no hemos producido.

Como quiera que el ladrón no produce y esteriliza el esfuerzo productor, constituye un mal presente y un peligro para la Sociedad. Ahora bien; todo mal produce dolor, y temor-de los males con que amenaza-todo peligro. En consecuencia, para evitarse ese sufrimieuto, la Sociedad resuelve evitar el latrocinio, lo cual trata de conseguir privando de libertad al ladrón: lo encarcela.

Pero la institución de la cárcel plantea un nuevo problema economístico, análogo á los anteriores. El ladrón no produce: si ha de conservársele la vida, ha de atenderse á sus necesidades, mediante el producto de los que sólo debieran trabajar para sí. De suerte que el ladrón roba á la Sociedad, libre y encarcelado. De cualquier modo, logra su deseo: vivir á expensas del productor: no trabajar. Encarcelando al ladrón, se trataba de libertar la propiedad; lo cual, según se advierte, no se consigue, y los que trabajan han de hacer la vida de los que no quieren trabajar. Éstos, por tanto, no sólo son miembros inútiles para sí, sino perjudiciales para los otros. Lo economistico.

es matarlos.

Los criminalistas sostienen que debe procurarse la reforma del criminal con objeto de trasformarle individual y socialmente en miembro útil. Prescindiendo de otros razonamientos que sacarían este trabajo de su índole, observaremos: que el ladrón ha lesionado lo producido y entorpecido la producción en un tanto invaluable; que su corrección es larga-si se obtiene y durante ella participa de la producción sin intervenir en la costosa labor del producto, consumiendo un tanto invaluable también; que exige otros muchos gastos inherentes á la institución, de los cuales sólo él es responsable...

Ahora bien; el ladrón es, en todo caso, un indivíduo de pensamiento torcido y de mala voluntad. Convenimos en que su corrección es una obra de caridad, una prueba de amor que le dan sus semejantes. Mas, en primer lugar, no todo lo re

suelve el amor entre los hombres, ni todas las necesidades se resuelven en las afectivas. La Sociedad tampoco priva de libertad al ladrón por amor á él, sino por interés propio. Por otra parte, la corrección del criminal supone el anticipo de un capital hecho por la Sociedad. Se trata de saber si es lucrativa la empresa á que se destina. Un capital, con efecto, es el resultado del trabajo y del ahorro; es decir, de la consagración y del sacrificio personal, y no es del caso arriesgarlo sin probabilidades de éxito; el capital invertido en una explotación, debe producir un capital á su vez: debe multiplicarse. Es el beneficio del trabajo, la recompensa del esfuerzo. Además, los rendimientos exigidos deben ser directamente proporcionales á los riesgos que la empresa exponga al capital.

Examinemos á la vista de estos principios la teoría penal de la corrección. Puede suceder que la corrección se obtenga ó que no se obtenga, ya por perversidad, ora porque la muerte se anticipe. Desistimos desde luego de considerar el caso de una corrección insuficiente-lo probable y común-que haga posible la reincidencia.

Supongamos que la corrección no se ha obrado, y el individuo muere de viejo en la cárcel: la Sociedad ha perdido, sin efecto, un capital que había acumulado en el ladrón.

Supongamos que la corrección se obtiene: el individuo sale de la cárcel útil para sí y sin perjuicio ulterior para la Sociedad. Mas ésta recibió un daño, y experimentó una pérdida en el robo de aquél, y ha invertido, además, un capital para corregirle. Ahora bien; como productor ya, el primero produce para sí, nada más que para sí, y no reintegrará nunca á la segunda en ninguna de ambas partidas. Aun cuando, pues, con el efecto deseado, la Sociedad ha perdido lo mismo que en el caso anterior. Como quiera, pues, que el ladrón no supone más que pérdidas para la Sociedad, lo economístico es matarle.

F. J. J. Benlloch.

LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA

Valiéndonos de un precioso libro que ha escrito el sabio Contraalmirante M. Mouchez, Director del Observatorio de París, y que acaba de publicar el excelente tipógrafo M. Gauthier-Villars, vamos á hacer algunas indicaciones acerca de la fotografía astronómica.

Hasta principios del siglo actual, tan sólo se habían estudiado las leyes que rigen los movimientos de nuestro mundo solar; porque siendo los astros que á éste pertenecen los más próximos á la tierra, son también los que más fácilmente pueden observarse. Aun cuando no eran tan perfectos como hoy los teslescopios, fué posible descubrir las circunstancias de su marcha alrededor del sol, y con esto las leyes de la atracción universal.

No acontecía lo mismo con las estrellas fijas, que están á distancias prodigiosas y se mueven con extraordinaria lentitud; por lo que, con los instrumentos poco precisos de que entonces se disponía, apenas bastaba la vida de un astrónomo para examinar una pequeña parte del movimiento de aquéllas. Y, además, la formación de catálogos, en los cuales no constaban más que unos cuantos miles de estrellas, era un trabajo penosísimo.

La parte más ingrata de la Astronomía, dice M. Mouchez,

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