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Pues bien, sí; en momentos dados se ciega, y es capaz de todo; pero conmigo y con lo que se me relaciona, modera sus ímpetus. ¡Desgraciado de él si procediese de otro modo!

-¡Ah!... De esa manera...

--Puede Vd. estar tranquilo; una sola mirada mía lo desarma, por encolerizado que esté.

--¿Tanto dominio tiene Vd. sobre su hermano don Diego?
-¿Quién le ha dicho que se llama Diego?

-Así lo había oído.

-¿Dónde?

-En mi pueblo.

-Y ¿qué más sabe Vd.? Es preciso que no me oculte nada... ¡Dios mío! ¡Si él lo supiera!...

-¿Sería capaz de asesinarme?
-¡Asesinar!... ¡Ah! Nó.

Y maquinalmente se puso de pie.

-Dispenseme Vd. un momento, don Ricardo; un momento nada

más.

Y sin aguardar respuesta, se confundió con los convidados.

—¡Ah, infames! Ya estáis en mi poder; no tengo las pruebas en la mano, no me es dable aniquilarte en el momento; pero, aun jugando el todo por el todo, yo impediré que esta noche se firmen los esponsales. ¡Ah, y cuánto tarda don Simón!

Después de estas palabras se encaminó á la puerta, con objeto de salir á la calle y ver lo antes posible al notario.

Al paso encontró á Emilia y á Laura.

-¡Ya no tiene remedio!-dijo la joven con largo y angustioso suspiro.

-Laura-la contestó-yo respondo del éxito.
-Ricardo!-murmuró Emilia.

-¡Ah, señora! Yo no pretendo más que impedir esta boda; sé que no tengo títulos para aspirar á la mano de Laura... lo sé; por eso queria marchar tan precipitadamente... Pero ya que yo no pueda ser feliz con su amor, que al menos no sea ella desgraciada en brazos de un... Don Simón llegó para interrumpirlo.

Estaba jadeante, fatigado.

-¿Dónde demonio está su marido de Vd., señora?

A tan brusco modo de preguntar, Emilia respondió con esta pregunta:

-¿Somos ya pobres?

-Aún no; pero si don Julián se empeña...

-¡Permítalo Dios!

-Voy creyendo que todos ustedes están locos; y lo peor es que me vuelvan á mí también. Vamos, vamos, ayúdenme ustedes á buscar á don Julián. Usted, señora, la que desea quedarse pobre, no se separe de mí, que no me fío mucho de estar á solas con su esposo. -¡Ay, Dios mío!-exclamó Laura.

-¿Le asusta á Vd. la pobreza?-le preguntó Ricardo.

-Nó: me preocupa mi padre; por ser rica soy tan desgraciada. -Vamos, señoras, que no hay momentos que perder.

Ricardo quedó solo.

Don Julián y el Conde estaban juntos, encerrados en el despacho. Las órdenes eran terminantes:

-Que nadie, excepción únicamente hecha del notario, venga á interrumpirnos.

Así habían dicho al encerrarse, y Antonia estaba allí, sin haber logrado quebrantar la consigna.

Mas tan pronto como se presentó don Simón, las puertas se abrieron y todos penetraron en el despacho.

-¿Ha comprado Vd.?-preguntó don Julián al notario-agente, haciéndole al mismo tiempo una seña.

-Sí, señor; he comprado media deuda amortizable.

-Pues mañana compra Vd. la otra media.

Antonia se había aproximado al Conde y en baja voz le decía:
-Aquí hay quien te conoce.

-Quien sospecha conocerme; quien no se atreverá á exponerse á ir á un presidio por falsario.

-No creo que intente nada contra tí; pero, sin embargo, he querido prevenirte.

En el ínterin don Simón decía á don Julián:

-Aún estamos á tiempo: respondo de salvar tres ó cuatro millo

nes: mañana quizás no habría bastante con ciento para pagar.

-Usted ve visiones. He recibido nuevo volante del ministro. -¡Ah! si la crisis se ha conjurado...

-Nó; pero se conjurará; lo más una modificación, quedando Hacienda y Ultramar.

Y dirigiéndose al Conde, añadió:

-Todo está dispuesto: cuando ustedes gusten...

TOMO CXV

20

El Conde ofreció el brazo á Emilia: don Julián se lo dió á Laura, y Antonia fuése precipitada en demanda de Ricardo.

-Se lo diré todo; y si es cierto que me ama, no intentará nada contra mi hermano. De otro modo, temo una terrible catástrofe.

La mesa estaba dispuesta para la firma: sobre ella se veían dos legajos de papel sellado y los útiles para escribir.

Don Simón iba á dar comienzo á la lectura cuando, adelantándoseRicardo, se colocó detrás del notario y, extendiendo la mano, dijo: -Este contrato no se puede firmar. Yo no consentiré que se firme. -¡Fuera de ahí, insensato!-gritó don Julián.

-¡Maldito seas!-rugió el Conde.

En la sala se había promovido una grande agitación.
Dominando el tumulto, dijo Ricardo:

-No lo consentiré, porque sería un infame consintiendo que una joven honrada se enlazase con un presidiario. Señor Conde de la Herencia, ¿qué has hecho del grillete?

Los gritos y la confusión fueron en aumento: el Conde pretendía matar á Ricardo: Emilia y Laura se lo impedían. Antonia había desaparecido, y don Simón procuraba echar de allí á Ricardo, diciéndole:

-¡Márchese Vd., ó lo llevarán al Saladero!

-Yo no huyo de la justicia, porque no soy criminal.

Al alboroto promovido acudieron todos los criados, y á las voces de éstos una pareja de orden público.

Ante la fuerza pública, el Conde guardó silencio; pero don Julián, recobrando los ánimos y el coraje, dijo á los guardias:

-Bajo mi responsabilidad, prendan ustedes á ese hombre.

Toda resistencia era inútil, y Ricardo respondió:

-Vamos al juzgado de guardia; pero que me acompañe el señor Conde de la Herencia; pues yo respondo de que, si aquí hay algún criminal digno del presidio, y aún mejor de la horca, es él.

-¡Disponga Vd. que lo suelten!-dijo con acento tan exrraño el Conde á don Julián, que éste, aturdido, creyendo haber oído mal, se quedó mirándolo.

-Haga Vd. lo que le he dicho, ó de lo contrario, todo trato ha terminado entre nosotros.

-No es posible: lo único que puedo hacer, es que lo suelten esta misma noche ó mañana, respondiendo yo por él. Pero no entiendo la razón...

-Luego se la explicaré.

-¡Mi sombrero, mi abrigo!-dijo don Julián.

Y dirigiéndose á Ricardo, continuó:
-Quien va á acompañarlo á Vd., soy yo.

-Nó: que venga ese señor Conde; yo lo acuso.

-Y yo respondo por él, yo, sobre el que creo que ningún cargo tendrá Vd. que dirigir.

-Morales, muchos.

-Vamos.

Y mientras todos se apartaban del Conde y acudían en auxilio de Laura, que se había desmayado en brazos de su madre, el notario vaciaba el tintero sobre los papeles, con objeto de inutilizarlos.

(Continuará).

J. Conde de Salazar.

CRONICA POLITICA INTERIOR

22 de Marzo de 1887.

El Gobierno ha despejado su situación. La bruma que hace unos días oscurecía algún tanto sus horizontes se ha desvanecido. Iba tomando cuerpo la idea de que el Sr. Sagasta aprovecharía las vacaciones de Semana Santa para modificar el Gabinete; se citaban los nombres de los Ministros que pensaban abandonar sus carteras y los de los candidatos que más probabilidades reunían para reemplazarles; se hacían cálculos y combinaciones sobre la manera de mantener en un nuevo Ministerio la pouderación de fuerzas y la representación de los distintos matices de la mayoría, y, ya en este camino, se hablaba de acuerdos y de disidencias y de todo lo que lleva consigo un cambio más ó menos sensible en la dirección del poder.

Algún motivo había para estas conjeturas, por más que el motivo fuera, en sí mismo, pequeño é incapaz de producir efectos de tanta trascendencia; pero, acostumbrados á ver que, en política, no corresponden siempre las causas á los efectos, la imaginación suplía con sus fantásticas creaciones lo que el sentimiento de la realidad no permitía pensar. La conferencia del Marqués de la Vega de Armijo con el corresponsal de Le Matin, conferencia en la cual procuró el exMinistro de Estado poner en claro que ni siendo Ministro ni después había creído que España debía favorecer la política alemana con preferencia á la francesa; la actitud del ex-Ministro de Hacienda, Sr. Camacho, abiertamente hostil á los planes económicos y financieros del Sr. Puigcerver, y singularmente al proyecto de ley de arrendamiento de la renta del tabaco; la disidencia de los demócra

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