Imágenes de páginas
PDF
EPUB

batiendo la totalidad de la ley, un modelo de erudición y de elocuencia. Si otros méritos no tuviera, si otras pruebas no hubiese dado el Sr. Villaverde de la extensión de sus conocimientos, de la altura de sus ideas y de sus recursos de inteligencia y de palabra, este solo discurso hubiera bastado para justificar su posición en el partido conservador. El del Sr. Conde de Toreno fué más político que técnico, y todo el correspondió al carácter y á la alta significación de su autor. El del Vizconde de Campo-Grande, que es una de las primeras ilustraciones del Parlamento y del país, interesante y ameno. El del Marqués de Badillo, troquelado en moldes demasiado conservadores, pero digno, por su erudición, del catedrático de Derecho natural de la Universidad Central; el del Sr. Díaz Macuso, reaccionario y suspicaz, pero de grandes tonos monárquicos y gubernamentales.

Los oradores republicanos son harto conocidos, por sus discursos, para que nos detengamos á hacer su crítica; pero no hemos de pasar inadvertido al Sr. Prieto y Caules que, á una palabra fácil y persuasiva, reune una nobleza en la discusión y un sentido práctico verdaderamente admirables.

Los Diputados de la Comisión llenaron todos su puesto, pero muy especialmente el Sr. Garijo y Lara, que la presidía y que por primera vez se levantaba en la tribuna, á pesar de ser uno de los más antiguos en el Congreso.

El Ministro de la Gobernación, Sr. León y Castillo, aconsejado por miramientos y consideraciones que le honran sobremanera, no creyó que debía intervenir en la discusión de una ley que preparó y presentó al Congreso su antecesor, dando así una prueba de su más alta deferencia al compañero y al amigo. La oposición conservadora quiso sacar partido de la actitud del Sr. León y Castillo, para deducir que entre las opiniones de éste y las del Sr. González había alguna diferencia; pero el Gobierno y la mayoría saben que el señor León y Castillo es incapaz de proceder por móviles que no sean altos y generosos, y que cuando la ley de asociaciones se discuta en la Alta Cámara, defenderá, con la elocuencia de su palabra y con la varonil resolución de que tantas pruebas tiene dadas, el pensamiento del Congreso y la obra de su antecesor, que espontáneamente hizo suya al aceptar el dictamen de la Comisión, con las reformas que ésta, de acuerdo con el Gobierno, creyó prudente introducir.

Ubaldo Peláez Bujalance.

CRÓNICA POLÍTICA EXTERIOR

23 de Marzo.

Las esperanzas de paz van tomando visible consistencia, interpretándose todos los sucesos y señales por aumento de seguridades, así como antes toda novedad, por pequeña que fuera, se juzgaba precursora de la guerra; esto consiste en que va desapareciendo la tensión de los ánimos sostenida por largo tiempo, y el espíritu de confianza va cundiendo, quizá sin fundamentos bastante sólidos para ello. En el período trascurrido bajo amenazas que nacían de diferentes puntos y causas, creemos se demostró hasta la evidencia que los pueblos no han inclinado con sus manifestaciones á los gobiernos, hacia complicaciones que produjeran rompimientos. Y si es cierto que la prensa más significada de algunas naciones, como Inglaterra, Rusia y Alemania, ha tenido momentos de tomar un carácter suspicaz y agresivo, más era debido á las impresiones recogidas en las esferas oficiales, que reflejando la voluntad expresa y decidida de la opinión pública en sus respectivos países.

Esta, no se ha movido realmente y cual corresponde á la magnitud de los acontecimientos que parecían tan próximos; y si alguna tendencia ha podido marcarse en medio de la espectación, que era la actitud dominante, bien se ha visto que consistía en el deseo de la paz. Ella parece sonreir en los días presentes á todos los que pudieran sufrir los males de su ausencia, y á su seguridad aspiran los pueblos por punto general, ocasionando con tal motivo la indecisión de los gobiernos.

En opinión de algunos políticos, más de una muestra hay que acusa el propósito de sostener la tranquilidad en Europa.

Por una parte, el temperamento de recursos políticos y contemplaciones, adoptado por Rusia en la involucrada y añeja cuestión búlgara; por otra, la conducta prudente y circunspecta de Austria en asuntos que, como éstos, tanto le afectan; y el triunfo del Gobierno alemán, al conseguir el setenado militar, que le asegura la fortaleza y supremacía con que garantizar la paz; pero, en cambio, no faltan personajes que presuman conocer bien los peligros existentes, y conservan vivos temores de que, en el momento menos esperado, cualquiera de aquéllos se agrave y provoque un rompimiento; porque tales y tan encontrados son los intereses y aspiraciones en pugna, que es imposible darles satisfacción por otras vías que las de las armas.

Determinar cuál de estas dos opiniones tiene más probabilidades de acierto, es cosa difícil, aun para aquellas personas que viven en las más elevadas regiones de la diplomacia; y lo es mucho más, naturalmente, para los que ni estamos ni podemos estar en los secretos. y maniobras que pudieran ser clave de las predicciones. Quédanos, por tanto, para juzgar y formar un pronóstico, los datos que suministran los hechos exteriores combinados con las circunstancias, intereses y deseos de cada una de las entidades que pueden tener papel, en los proyectos de tragedia internacional.

Dos pensamientos grandes y utilisimos vagan hoy por las Cancillerías de Europa, que dudamos puedan hacer fortuna.

El primero es, ver cómo por medio de mutuas concesiones y seguridades sinceras, se llega al desarme general; y el segundo, la celebración de un gran Consejo europeo que dirima las contiendas entabladas, ya satisfaciendo las justas exigencias, ora imponiendo silencio á quien reclamase lo absurdo ó lo injusto.

Excusado es decir con cuánto placer veríamos planteados estos procedimientos, que implicarían cierta buena fe y la condenación explícita del derecho de la fuerza, entronizado para desprestigio de las naciones que pretenden llevar los estandartes de la civilización moderna. Para vergüenza de ésta, quizá nunca se puso tanto en boca la palabra Derecho, ni tanto se apeló á su altísima significación, sin reparar en que disimuladamente vivimos bajo la férula del hierro. Un infierno de rencores y ambiciones, y un depósito inmenso de armas constituye la Europa de nuestros días; y cuando á tal situación se llega, ni estamos muy distantes de los tiempos pasados, ni es cosa fácil trocar á aquella, belis nolis, en un pacífico y venturoso continente.

Mas dado caso de que semejantes pretensiones se pusieran por obra, encontraría el desarme firme resistencia; primero, porque te

niendo en cuenta el espíritu que anima al pueblo francés y sus sueños de revancha, sería impopular é insostenible todo Gobierno que lo admitiera y procurase llevarlo á cabo. Y si esto es muy difícil, consideramos de todo punto imposible el desarme de Inglaterra, abandonando sus formidables fuerzas navales, puesto que lo mismo son armas las marítimas que las terrestres: esto, sin contar con otras dificultades no menos insuperables, como, por ejemplo, la que prestaría el Imperio ruso, que considerándose, como es, grande y potente, tiene sus ambiciones y proyectos.

En cuanto se refiere á la idea de un gran Consejo, no necesitamos afirmar que seria el desideratum de las naciones de segundo orden abajo, de los pueblos pacíficos y de los lastimados; pero tal vez tropezaría con más inconvenientes que lo anterior, porque si se partía del actual estado de las cosas, no habría arreglo posible, en razón á que, sin ir más lejos, las grandes potencias que buscan medios para la evacuación de Egipto, tendrían que renunciar á tal pretensión ante la negativa rotunda de Inglaterra. Si se sentaba por principio reintegrar los derechos vulnerados recientemente, surgiría la dificultad de marcar desde cuándo había de partirse para su reivindicación, y ninguna fecha sería buena; porque en lo que va de siglo están escalonadas, como saben nuestros lectores, una serie de rapiñas por todos cometidsa, que de enumerarlas sería nunca acabar; y, de remontarnos á los acontecimientos del siglo pasado, tocariamos en lo fabuloso aun que tuviera para nosotros mayores encantos; ¡ojalá llegara á ser realidad esta quimera, para recoger nuestro Gibraltar!...

Admirable muestra de humanidad y cultura darían las naciones creando este Consejo que, con la hidalguía y elevación de miras que cumple á Estados poderosos, establecieran una normalidad basada en las racionales conveniencias de cada pueblo, en sus derechos, en sus naturales aspiraciones y, sobre todo, en la justicia. De esta manera compondríanse, en consonancia con sus deseos y bienestar, las pequeñas naciones vecinas del Danubio, y de seguro que sin violencia iría el poder otomano retrocediendo hasta abandonar casi por completo la Europa. El Egipto cedería de buen grado á las indicaciones del Consejo, y en vez de vivir subyugado y en constante estado de resistencia, se comunicaría y ayudaría al importantísimo tráfico que cruza su territorio. Provocaríase la anexión á Italia de los pueblos que poseen este origen, como igualmente al Austria los. que al Oriente tienen con ella afinidades, y con expresa voluntad así lo pretendieran. Se devolverían quizá á Francia la Alsacia y la Lorena, con ciertas seguridades, apagando de este modo el odio que se profesan los dos pueblos que divide el Rhin. Se refrenaría la ambi

ción inglesa, reduciéndose su influencia á prudentes límites, cuya nación, exenta de temores y rivalidades, resolvería ámpliamente la cuestión de Irlanda, que tanto la preocupa y mortifica. Se intentaría, por términos hábiles y amistosos, la unión de España y Portugal, constituyendo un gran Estado que, de acuerdo con los demás, determinarían la forma de ir implantando el Cristianismo y la civilización en el continente africano, dando ensanche al movimiento industrial y comercial de Europa, y cierta expansión á las naciones que por la densidad de su población y escasez de materias alimenticias arrastran una vida estrecha y azarosa. Y, por último, se extinguiría el recelo de los pequeños Estados, porque ellos, verdaderamente fundarían su existencia en el derecho.

Pero basta de fantasías y vengamos á lo verosímil del asunto.

La idea del gran Consejo de Europa, tal vez pudiera llegar á tomar forma, si arreciaran mucho los vientos de guerra, á la cual, como es sabido, todos temen; pero si tal feliz acuerdo se tomara, sería estableciendo de antemano los puntos sobre que podría converger y deliberar; pues lo que son facultades latas y omnímodas, de ninguna manera le serían conferidas.

Los sucesos acaecidos en la presente quincena más dignos de llamar la atención, son, en primer lugar, la tentativa contra la vida del Czar de Rusia, descubierta á consecuencia de avisos dados por la policía de Berlín.

Los peligrosos elementos que contiene el Imperio moscovita, y de los que más de una vez hemos hecho referencia, viven en agitación creciente, disminuyendo, sin duda ninguna, el poderío de aquél, y cuyos hechos revelan cada vez de una manera más patente, el error fundamental que existe en el partido que allí alimenta la intransigencia del Emperador, el cual quiere á todo trance sustraer sus dominios al influjo de las ideas expansivas de libertad y de algún grado de representación en el Gobierno. Esto, después de producir el consiguiente malestar, ocasiona un daño de mayor importancia, cual es el de que, merced al desvío, mejor dicho, al encono con que clases respetables permanecen aprisionadas en la fuerte trabazón del sistema absoluto, ofrecen más ancho campo á las criminales maquinaciones del nihilismo, que de vez en cuando da al mundo el repugnante espectáculo de tener, como ahora, astutamente preparada la muerte del Czar; sin contar con el hecho tristísimo, de vivir este Soberano rodeado de inconcebibles precauciones, en medio de la desconfianza y de la más angustiosa zozobra, como que en todos los actos y en to

« AnteriorContinuar »