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LIGA ADUANERA IBERO-AMERICANA

No es nuevo el problema que nos proponemos estudiar. Pero un interés más alto que el mezquino interés político, y una aspiración más noble que la de los que juzgan cosa baladí la unión de pueblos independientes, nos impele á examinar este asunto, ya que la ocasión es propicia y el momento como traido por una voluntad superior á la de los hombres de Estado.

Nada más lejos de nuestro propósito que despertar recelos ni avivar rencores sobre los cuales cayó el manto de un olvido. generoso. No saldrá de nuestra pluma ni una frase que pueda herir el sentimiento de la dignidad portuguesa, ni una idea que pueda ocultar para la América latina planes que no encajan en nuestras aspiraciones españolas.

Cualesquiera que sean las contingencias de un porvenir más o menos remoto; cualesquiera que sean las corrientes del mundo en el predominio de las razas que le dividen, nosotros tendremos siempre, en todas ocasiones, un culto fervoroso para ese pueblo portugués, cuya historia, no menos maravillosa que dramática, le hizo un tiempo dueño de los mares en ambos continentes, que llevó con nosotros el cetro de la civilización á los desiertos del África y á las costas de la Occeanía, y con nosotros también cayó en vergonzosa decadencia, más por no poder sujetar sus extensos territorios que por flaqueza de sus gobernantes ó desmayo de sus valerosos hijos.

Y tendremos también para aquella América que descubrió el genio de Colón, que alumbró la luz del Cristianismo, que pobló nuestro ejército aventurero y que perdieron nuestra ansia de conquista y las torpezas de nuestros Virreyes, el santo amor que la madre guarda para sus hijos y el afecto profundo. que la comunidad de ideas santifica.

Portugal, despues de todo, no puede racionalmente entregarse ciego á los delirios de una unión con España. Feliz con sus instituciones, sinceramente representativas, y más feliz aún con los Monarcas que rigen sus destinos, camina sin locos apresuramientos hacia una grandeza segura, cimentada en la virtud del pueblo y en el patriotismo de sus Reyes.

Como América nada debe temer de la antigua Metrópoli, porque al procurar que las corrientes de nuestras simpatías. crezcan, que en el tráfico y en el comercio se anuden y se vigoricen los lazos de una amistad que tiene algo del egoismo de raza, no hacemos otra cosa que seguir una política que, allá como acá, ha sabido confundir en un solo pensamiento á los estadistas americanos y á los estadistas españoles.

La tiranía política de los Felipes mató quizá para siempre la esperanza de ver realizados los sueños que aún acarician espíritus más generosos que prácticos. Sesenta años de dominación española en Portugal fueron sesenta años de decadencia para aquel Reino y para España misma. Podremos nosotros maldecir la memoria del desdichado Conde-Duque de Olivares: la eterna ley del progreso fallará en justicia la demanda que levantamos sobre nuestro orgulloso poder.

Y respecto de América, nada hay que decir. Fundamos. una sociedad, la dimos aliento y vida, quisimos luego esclavizarla, y aquellos pueblos, ya mayores de edad, no se levantaron sin razón, triste es decirlo, ni rompieron nuestra autocracia sino vencidos por su propia valia. ¡Ojalá que las guerras de caudillaje que aún asolan sus campos y aún incendian sus villas, desaparezcan de una vez, y hagan fecundas las conquistas del progreso!

II

Pero no porque renunciemos á todo intento político podemos resignarnos á ser meros espectadores de cuanto á las cuestiones económicas se refiera. Precisamente la identidad de origen, de suelo, de costumbres, de literatura; y la mancomunidad de intereses, de productos, de industrias y de comercio, de unos y otros países, tienen á nuestros ojos un valor excepcional.

España, América-al hablar de América, entiéndase que hablamos de la latina-y Portugal deben ser independientes en todos sus organismos políticos, pero pueden ser una sola unidad en los económicos. Propagandistas entusiastas de este pensamiento vienen proclamándolo hace más de un cuarto de siglo, para los dos Reinos que un mismo río fertiliza y una misma frontera guarda. Treinta años hace que el Conde de Thomar y Narváez, Sinibaldo de Mas y Labino Coelho, Marcoartú y Nazharet, Caldeira y García Barzanallana, Calvo Muñoz y Olivera Pimentel y otros ilustres escritores, andan extendiendo en hojas y en libros, en folletos y en revistas, en Academias y Ateneos, las ventajas y los inconvenientes de una unión aduanera entre España y Portugal. ¿Por qué no ampliar esta idea á las repúblicas americanas, que como nosotros comulgan en la religión de una misma fe, y con nosotros aspiran al enaltecimiento de la raza latina?

En estos instantes, cuando el coloso del Norte quiere poner su mano de hierro sobre Cuba, cuando la legislación arancelaria se ve como constreñida por el espíritu de la reforma; cuando los privilegios que se nos piden desde Washington, á cambio de no conocidas compensaciones, tienen en zozobra todos los intereses antillanos, y Mr. Curry habla, y nuestro Gobierno escucha, y la opinión se agita, ¿será mucho pedir que lo

que no se considera un imposible para Portugal se amplíe á los Estados independientes del Centro y del Sud de la América española?

Sometemos el pensamiento á los iberistas de buena fe y á los americanistas de recto sentido: á los unos para que los desentrañen, á los otros para que lo estudien, á todos para que den á la idea carne de realidad.

III

Entre los varios sistemas que se disputan el predominio de la ciencia económica, en las distintas manifestaciones que abarca el desarrollo de la riqueza pública, dos solamente han obtenido la doble sanción del tiempo y de la historia: el librecambio y la protección. Otros sistemas mixtos, planteados en algunos países con éxito feliz, no han podido formar escuela; pero tienen, como aquéllos, campeones heróicos que riñen fieras batallas Ꭹ alientan éxitos jamis conocidos.

No es del momento decir aquí por qué los pueblos no aceptan íntegramente uno de esos sistemas, y por qué admiten un término medio. Así como el estudio de las ciencias sociales dividió la opinión de los gloriosos reveladores del derecho, que alumbraron los cielos de la Enciclopedia, de igual suerte los primeros propagandistas de la economía política aparecieron tomando rumbos distintos en el desarrollo de sus magníficas concepciones.

No es maravilla, por consiguiente, observar cómo en el examen de la filosofía aceptan Locke y Condillac el principio de que nuestros conocimientos se derivan sola y exclusivamente de los sentidos, mientras que Jeremias Bentham, prendado de las doctrinas de Helvecio y contradiciendo á Blacktone, afirma aquel principio, sin ver que desde el instante en que se estableciese la moral sobre el interés se borrarían todas

las creencias y, una vez confundida la razón con el sentimiento, llegaríamos al último grado de rebelión de la escuela materialista contra el idealismo cristiano.

Y si de las abstracciones metafísicas pasamos al estudio de las ciencias políticas, no sorprenderá tampoco ver á Burlamaqui y Vattel sosteniendo principios diversos á los de Tracy y Montesquieu, así en lo referente á la organización de los Estados, como en lo relativo al derecho internacional; de igual modo que Rousseau y Romagnosi señalan contradictorias aplicaciones al régimen de los pueblos y al dogma de la soberanía.

Tal acontece con el estudio de las ciencias sociales. Mientras éstas no abandonan la esfera de las especulaciones científicas, parece como llevan el cetro de la razón y el foco de la luz. Pero una cosa es ir en pos de la verdad absoluta, y otra encerrar las teorías en los moldes estrechos de la práctica.

Y es natural que así sea. Francia, proclamando los derechos del hombre desde la tribuna tormentosa de 1789, no hizo más bien á la sociedad revolucionaria que arrojando la semilla de las doctrinas económicas á la voracidad insaciable de los pueblos, aunque luego advirtieran los hombres de la primera República el abismo que sus peligrosísimas, pero no preparadas reformas, abrían á la patria, y aunque el mismo Napoleón confesara después con pena que el sistema del bloqueo continental, por él admitido, era un retroceso hacia la barbarie, y que más daño causaron al Imperio los errores económicos que los sueños de su loca dominación.

Y es porque, como afirma un pensador ilustre, la Revolución francesa, apasionada de teorías, creyó que con abatir privilegios y discutir constituciones salvaba la sociedad, sin advertir que la declaración de los derechos del hombre exigía una organización social que hiciese posible el goce de esos derechos, y una profunda reforma económica que emancipara al pueblo de la tiranía del hombre, mucho más dificil de vencer que la tiranía de los reyes y la tiranía de las turbas.

Estas y otras grandes imprevisiones de la Francia revolucionaria la condujeron á su ruidosa caída, de la que no pudie

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