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no consideraré como amigo á todo aquel que tenga reparo en unir su voto al voto mío en esta cuestión.

y

>> Y esto no lo hago por mí, que á mí no me importa nada de ciertas insinuaciones, á las que ni siquiera considero á la altura de mi desprecio: lo hago por mis compañeros de Gobierno de este Ministerio y del Ministerio anterior; lo hago por los individuos de la Comisión; lo hago por mis amigos; lo hago por el partido; lo hago por los adversarios que, como nosotros, piensan que en cuestiones de honra de moralidad no hay adversarios ni amigos. Y cuando veo que sobre la limpia reputación de mis amigos, de mis compañeros, de mis correligionarios, y hasta de mi partido, se quiere arrojar una sombra de duda sobre su moralidad, ¡ah! entonces me entrego por completo á mis amigos y á mis correligionarios; entonces considero su honra como la mía; entonces quiero ser responsable como ellos, quiero seguir su suerte, quiero mezclarme con ellos, y con ellos decir que, si alguien piensa de nosotros una indignidad, no puede ser sino porque él sea, en nuestro puesto y cn nuestra situación, capaz de realizarla.

>>El Gobierno ha hecho, en este asunto á que se refiere el proyecto que se está discutiendo, lo más que ha podido hacerse en bien del Estado; ha conseguido lo que, dados los antecedentes del asunto, no se creía que fuese posible conseguir; y para lograrlo ha hecho, yo os lo aseguro, esfuerzos supremos. Podría, quizá, algún Gobierno haber igualado á éste en las ventajas obtenidas; pero tengo la seguridad de que ninguno le hubiera sobrepujado en voluntad, ni en desinterés, ni en rectitud, ni en el patriotismo con que ha llevado á cabo esta negociación. Y no tengo más que decir.»

La mayoría oyó con señaladas muestras de aprobación las elocuentes declaraciones del Jefe del Gobierno.

Actos de virilidad como el que hoy ha realizado el Sr. Sagasta son los que necesitan los Gobiernos y los partidos, para que las leyes. y la gestión de los Ministros tengan autoridad y prestigio.

Francisco Calvo Muñoz.

CRÓNICA POLÍTICA EXTERIOR

7 de Abril.

Desde la primera Exposición universal celebrada en París, en los tiempos de mayor auge que tuvo el Emperador de los franceses Napoleón III, no habíase vuelto á presenciar en Europa, ni en ninguna otra parte del mundo, homenajes y manifestaciones de tan alta consideración como las que se han visto en las fiestas de Berlín en celebración del nonagenario del Emperador Guillermo de Alemania.

Al considerar este acontecimiento, que antes y después ha ocupado la prensa y la atención de todos los gobiernos, débese fijar la vista, por su importantísima significación, sobre la actitud y unanimidad que en tales momentos ha ostentado el pueblo alemán, el cual no ha omitido ninguno de los medios propios del caso para hacer un poderoso alarde del respeto á la institución monárquica y del amor que profesa á su Soberano. Hábilmente ha aprovechado cada clase social la forma que le era más adecuada á fin de conseguir que la manifestación exhibiera en toda su intensidad el afecto que sienten hacia la familia imperial, como asimismo el entusiasmo que guardan en sus pechos, cuando de sus glorias y del poderío de su país se trata.

Sin duda que la seriedad y buen sentido que á los alemanes carac30

TOMO CXV

teriza, han tenido en estos actos su mayor expresión; porque manifestada en tan solemne y universal manera la fe, la voluntad y el entusiasmo de un pueblo, enfrente de la confusión, revueltos odios é indiferentismo que consume á los demás, ha revelado de modo incontrastable su verdadera fortaleza, su pujanza y legítima supremacía hoy en el mundo. No está fuera de razón traer aquí á la memoria lo dicho por el sabio Bossuet, á propósito de la elevación y caída de los imperios, respecto de lo cual asegura «que, no mirando más que los sucesos particulares, parece que sólo la suerte es la que decide del restablecimiento y de la ruina de aquéllos; pero estudiando todas las circunstancias y examinando todas las causas que han podido producir aquel resultado, sucede, al poco más ó menos, lo que en el juego: que el más diestro y quien sabe preparar mejor las jugadas, acaba por ganar, á la larga.» «En efecto, en este juego sangriento en que los pueblos se disputan el imperio y el poder, el que ha tenido mayor previsión, quien se ha aplicado más á estudiar el golpe que preparaba, quien se ha detenido más largo tiempo en disponerlo todo y, en fin, quien mejor ha sabido precipitar ó detener el curso de las cosas según las ocasiones, ha triunfado al fin y ha hecho servir la fortuna á sus deseos.» Que estas son grandes verdades, no hay que ponerlo en duda; pero al mismo tiempo hay que reconocer la grandisima influencia que ejerce en la vida de las naciones el temperamento de cada pueblo, las corrientes de ideas que lo absorben, no siempre fáciles de evitar, y cuya coincidencia con los planes de los más agudos políticos puede contrariarlos, como favorecer en ocasiones á encumbradas medianías, á lo cual bien puede darse el nombre de desgracia ó suerte de las naciones. Un hombre de Estado no comprendido en su época, apaga una luz que la Providencia pone en la marcha histórica de un pueblo; y una vulgaridad que logró despertar simpatías y entusiasmos, empequeñeciendo los pasos de la política, puede también constituir una desventura, retrasando el engrandecimiento de su país. Y en cambio, comprendidos por los pueblos los pensamientos de sus primeros hombres é identificados con ellos, pueden dar al mundo el espectáculo que dió Alemania; y mientras en días memorables se acataba en Berlín cuanta iniciativa é inspiración procedían del Emperador y del Canciller, en París se apostrofaba al res

petable Thiers porque negaba la oportunidad de la guerra. La coincidencia, pues, de estos dos grandes caracteres, consagrados en absoluto al servicio de la patria, y el pueblo alemán con firme voluntad entregándoles su confianza, han ofrecido por resultado la trasformación que todos conocemos.

Pocas veces un hombre podrá, como el Emperador Guillermo, ya al borde de la tumba, gozar de satisfacciones más grandes y verdaderas que las experimentadas en las fiestas de su nonagenario. No bastaban los palacios de la ciudad de Berlín, sin embargo de poseer tantos, para alojar el sinnúmero de Enviados de todas las Cortes, con la particularidad de ser casi todos miembros de las familias reinantes, cuando no los mismos Reyes. Y para que los lectores de la REVISTA puedan conocer detalladamente cuáles fueron esos personajes, y quede consignado en sus páginas, á continuación va la lista de ellos:

El Príncipe de Gales; los grandes Duques de Baden, con el Príncipe Luis Guillermo de Baden, nieto del Emperador; el Príncipe Imperial Rodolfo de Austria; los Príncipes Christián de Schleswig-Holstein; el Príncipe y la Princesa de la Corona de Suecia, nieta esta última del Emperador; los grandes Duques Wladimiro de Rusia, con el gran Duque Miguel; el gran Duque y el Duque Jorge Luis de Oldemburgo, con el gran Duque hereditario y su esposa la Duquesa; el Duque de Sajonia Meinningen; el gran Duque hereditario y la gran Duquesa de Mecklemburgo Strelitz; los Duques de Anhalt, con el Príncipe heredero Federico y la Princesa Alejandra; el Príncipe de la Corona de Dinamarca; la gran Duquesa viuda de Mecklemburgo-Schwerin, con la gran Duquesa María y la Duquesa Isabel de Mecklemburgo-Schwerin; el Príncipe de Waldeck y Pyrmout, padre de la Duquesa de Albany; el Duque heredero de Schauember-Lippe; el Príncipe y la Princesa Guillermo de Wurtemberg; la Duquesa Eugenia de Wurtemberg; la gran Duquesa Vera de Rusia; el Príncipe Luis de Baviera; el Príncipe Hermann de Sajonia Weimar; el gran Duque de la Hesse, con el gran Duque heredero; la princesa Irene y y el Príncipe Enrique de Hesse; el Rey y la Reina de Rumanía; el Príncime Amadeo, Duque de Aosta, hermano del Rey de Italia; el

Rey y la Reina de Sajonia, con el Príncipe Jorge; el Principe Federico Augusto y la Princesa Matilde de Sajonia; el Príncipe de Schwartzburgo-Rudastadt; el Duque de Sajonia-Altemburgo, con el Príncipe Mauricio de Sajonia Altemburgo; los Condes de Flandes, con el Príncipe Balduino, heredero presunto del Trono belga; el Príncipe de Reuss, de la rama primogénita; el Príncipe de Schwartzburgo-Sondershausen, con el Príncipe Leopoldo; el Duque y la Duquesa Maximiliano Manuel de Baviera; el Príncipe y la Princesa de Wied; el Príncipe y la Princesa Komatsu, del Japón, y otros; cohorte brillantísima, á la que hay que agregar los Enviados especiales de otro orden, sin que en nada rebaje su importancia y significación, tales como el General español Cordova, portador de una espada de honor, regalo de la Reina Regente al Emperador; el Mariscal otomano Ali-Nizami Bajá, que lleva una cordial misiva de su amo y señor el Sultán; el General Vaspyck, de los Países Bajos; el General Sa Carneiro, enviado del Rey de Portugal; el General servio Horvatovich; el Representante de la República africana de Transvaal, Sr. Breelaerts von Blokland y, por último, Mons. Galimberti, Enviado del Papa León XIII y guardador de los secretos de la corte pontificia, cuyo Representante ha sido objeto de las más cordiales demostraciones.

Esto por lo que respecta á la parte que los poderes extranjeros han tomado en las fiestas, las cuales, en ninguna de sus fases, han perdido el sello de circunspección y parquedad que reviste todo lo germánico; pues en cuanto á la población de Berlín, en masa, aumentada por numerosa representación de toda Alemania, le ha aclamado sin cesar, prorrumpiendo entusiastas ¡hurras! siempre que la venerable figura del anciano aparecía en alguna ventana del Palacio. Aquel Príncipe, que al empezar su vida política contaba sólo con la indiferencia y el desvío de los pueblos, sin ser una superior inteligencia, ha sabido, con su constancia y con la interpretación fiel de los ideales alemanes, llegar á ser el oráculo de sus súbditos, la enseña viva de sus glorias, la representación de su grandeza.

Si como hasta hoy el Imperio de hierro, según han dado en llamarle, hace un uso prudente de su poder é influencia, siendo, más que un nuevo atropellador del derecho, un amparo del mismo y elemento

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