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al Comandante de armas de aquel punto para evacuar todas las diligencias que se señalaron; y habiendo declarado las personas más notables y más decididamente realistas de Aranda, no solo quedó desmentido completamente el hecho de que era acusado, sino que todos los testigos hicieron de mi conducta un elogio hasta exagerado.

Con esta justificación, el fiscal remitió el sumario al Capitán general, opinando que no debía elevarse á proceso; y pasado al Auditor, éste dió el dictamen más satisfactorio á que yo podía aspirar. Con él se conformó el Capitán general, declarándoseme completamente absuelto de todo cargo, y sin que los procedimientos contra mí seguidos pudieran, en manera alguna, perjudicarme en mi carrera y honor.

Esta declaración tenía la fecha de 12 de Noviembre de 1824; y habiéndoseme notificado al día siguiente y dádoseme de ella la correspondiente certificación, traté inmediatamente de salir de Valladolid, en cuya ciudad, los excesos de los realistas, más bien aumentaban que disminuian. No había alli seguridad para los tachados de liberales; con cualquier pretexto se les encarcelaba y se les sometía al fallo de una comisión militar compuesta de furiosos, que no encontraban otra pena que imponer que la de muerte. Personas inocentes en la conciencia pública la sufrieron, y una de la primera distinción la hubiera sufrido también si no hubiese alterado primero el Auditor el fallo de la comisión y el de aquél la Sala de Alcaldes del crimen de la Chancillería, para venir á parar á una de Oidores, que redujo la pena de muerte à un simple destierro de la ciudad, que todavía el Capitán general convirtió en un pasaporte para Madrid. Este hecho, ocurrido con D. N. Bayón, Conde viudo de Troncoso, acusado de haber proferido palabras sediciosas cuando en el paseo era insultado y apaleado por unos cuantos realistas, manifiesta bien todo lo que en Valladolid había que temer de una turba desenfrenada á quien las autoridades no habían podido aún reprimir.

No ofrecían tampoco mayor tranquilidad muchos pueblos de Castilla, y entre ellos el de mi nacimiento, en el cual el

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triunfo de Aranda había exaltado contra mi y contra mi familia las pasiones hasta de nuestros mayores amigos, en términos de asegurarme que, si me presentaba en el pueblo, sería atropellado sin respeto á la declaración oficial de mi inocencia.

En este estado pedí y se me concedió pasaporte para Yepes, ya que se me negaba para Madrid, en donde á todo trance me proponía introducirme, y me introduje, en efecto, entrando como de paseo el 20 de Noviembre y logrando, por medio de un amigo, una orden del Superintendente general de policía para permanecer en la capital. No era bastante este permiso para mi carácter militar; pero era cuanto yo necesitaba por el momento.

Me presenté por la noche al General D. Diego Ballesteros, Inspector general de Caballería, á cuya arma había vuelto yo á pertenecer en consecuencia de la anulación de todos los actos del Gobierno constitucional, y merecí á aquel Jefe la recepción más lisonjera. Luego que leyó la certificación del fallo de mi causa, mandó á su Secretario particular y mi amigo D. Antolín Santelices, que se hallaba presente, que inmediatamentese me diera colocación en un regimiento. No aprobó esta disposición el Secretario de la Inspección D. Vicente Minio, á quien consideraba yo como uno de mis mayores amigos desde que habíamos trabajado en la misma Inspección: él, en verdad, veía los inconvenientes que harían hasta peligrosa para mí la entrada en un cuerpo en que todavía no se encontraban más. que Oficiales realistas; pero se opuso además á que se me diera comisión alguna que me autorizase para permanecer en Madrid, que era lo que yo deseaba únicamente. Temia Minio à Bessières, mi enemigo personal, que continuaba con influjo en la corte; pero el Inspector no participó de este temor: retrocedió, sí, de la idea de enviarme à un regimiento, pero me adhirió como Secretario á un Teniente coronel encargado de disolver unos cuerpos de realistas en el pueblo de Méntrida, y después me dió la comisión de reconocer y clasificar todos los documentos de Mayoría y Caja de los antiguos regimientos ya

extinguidos. Esta comisión aseguró mi permanencia en Madrid.

Decidida fué la protección que me dispensó el General Ballesteros, y no menos la de mi amigo Santelices, que había sido nombrado Secretario de la Inspección por la salida de Minio á mandar uno de los regimientos de caballería de la Guardia Real; pero desde luego mi colocación en la Inspección misma, aunque separado de la Secretaría, fué censurada fuertemente por los Oficiales realistas, y aun por Jefes de superior graduación, y llegué á temer que no podría sostenerme en aquel puesto. Tanto se hablaba contra mi colocación, que el Inspector también llegó á vacilar y á indicarme que podría convenirme salir con una comisión fuera de Madrid. Yo manifesté que esto era peor que todo, y el General continuó rechazando todos los ataques que contra mi se dirigían.

Uno de los móviles principales que yo tenía para procurar por todos medios la seguridad de mi permanencia en Madrid, era el estar al lado de D. José Pinilla, tío de mi mujer, y con cuya familia estábamos tan intimamente unidos que casi formábamos una sola. Nuestro tio, antiguo Intendente de la provincia de Guadalajara, había sido nombrado en Enero de 1824 Contador general de valores y gozaba la reputación de uno de nuestros hombres más entendidos en Hacienda, tal vez del más entendido. Su cariño por nosotros era extremado; y para evitar el riesgo de vernos separados, me propuso ya en el mes de Enero de 1825 que dejase la carrera mililar y entrase en la Hacienda. Agradecido, al sentimiento que dictaba esta propuesta, la rechacé, no obstante, porque justamente durante mi causa me había dedicado con más intensidad que nunca al estudio de la profesión militar y no quería inutilizar los conocimientos adquiridos, así como tampoco las ventajosas relaciones que ya tenía en una carrera que además seguía yo con entusiasmo. Tal continuó siendo mi decisión por algún tiempo; pero continuaron también y en aumento los disgustos que la insistencia de mis enemigos me causaba, y tanto llegaron á aburrirme que, habiéndoseme propuesto nuevamente por mi

tio una colocación en la Contaduría general de valores, contesté aceptando, por un arranque de despecho. Manifesté mi resolución al Inspector general: éste mostró un particular sentimiento; al fin dijo: «Yo pudiera tener la satisfacción de conservar á Vd. en la Caballería, haciéndole Comandante de escuadrón; pero el corazón me dice en este momento que en la carrera de Hacienda ha de tener Vd. más fortuna que en la militar, y le dejo marchar. » Cuando en Enero de 1833 fuí nombrado Contador de la provincia de Madrid, el primero que se presentó en mi casa á felicitarme fué el anciano General D. Diego Ballesteros, rebosando de contento porque empezaba á realizarse su profecía, la cual iba más allá del destino que se me acababa de conferir.

Ramón Santillán.

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El término absoluto implica el problema de los problemas en la Filosofía y la Metafisica. Para el sentido común, sedimento del cual procede toda especulación racional, la idea de lo absoluto significa (de ab solutus desligado ó incondicional) algo que es negativo y que por negación se explica, ya que no se define, cuando precisamente es un término positivo y dotado de plenitud de realidad. En la acepción usual, á que el mismo sentido común se inclina, la palabra absoluto designa idea, que sólo se concibe en relación á aquella otra, á la cual se, opone cuando la concibe, sin embargo, la razón especulativa como lo primario y fundamental, que sirve de núcleo y hasta de principio explicativo de todas aquellas relaciones que se conocen empíricamente.

Estas interpretaciones, á pesar de su alcance negativo, pueden y deben servir de base para depurar el concepto de lo absoluto, alfa y ómega de toda doctrina filosófica y metafisica. Semeja lo absoluto, en cuanto es irreducible á una determinación concreta en definiciones lógicas, la esfinge antigua, y tan pronto como el análisis encuentra uno de sus caracteres constitutivos, se precipita lo mismo que aquélla en la profunda sima de lo indefinible. Es, pues, preciso tomar como precedentes de la concepción de la idea de lo absoluto aquellas explicaciones negativas que condensan las exigencias inherentes á la

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