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dialéctica del pensamiento y, á la vez, á la continuidad real de los sucesos.

Lo absoluto, se dice, es lo independiente de todo ser y de todo accidente que subsiste por sí mismo, y en este sentido se ha dicho y repetido que «sólo Dios es lo absoluto.» Merced á una amplificación analógica se ha predicado de lo absoluto la carencia de determinación, reconociéndolo como aquello que no tiene límite ninguno, estableciendo de esta suerte cierta conexión y parentesco, más o menos próximo, entre las ideas de absoluto é infinito, y explicando la integridad de un objeto ó la suma de todas sus condiciones de existencia, y aun el principio de ella, por su carácter absoluto. Es lo absoluto «el todo de su género,» poder absoluto, monarquía absoluta, verdad absoluta, bien absoluto, etc., como ideas que comprenden íntegramente toda la realidad de lo ideado. A tal variedad ó pluralidad se inclinaba Proudhon cuando decía «que no conocemos lo absoluto sino por sus términos opuestos, que son los únicos que caen bajo la esfera de nuestro empirismo, y que el progreso de nuestro saber y bienestar consiste en descubrir incesantemente nuevos absolutos.» A ella aludia también Schopenhauer, afirmando que «todo lo fisico es metafísico.» Y ambas afirmaciones, unidas al espíritu latente y expreso de las concepciones filosóficas novísimas, han servido de base á la doctrina de la inmanencia, opuesta á la tradicional y dogmática de la trascendencia.

Lógicamente, lo absoluto se opone á lo relativo, apareciendo asi de nuevo su interpretación negativa, como lo que no es limitado, ni condicionado, ni derivado de nada, ni por nadie; lo que es contrario á lo condicional y no depende de ninguna otra cosa ó idea. Surge de aquí, tal vez por el exceso de negación con que viene concebido, el valor positivo de la idea de lo absoluto como verdad en la cual descansan y de la cual dependen todas las demás, ó principio que no deriva de ningún otro y que lleva en sí mismo su razón de ser, ó posee, para usar el tecnicismo de Leibniz, su razón suficiente, ó su causa sui, que diría Espinosa.

A poco que se observe, se comprenderá que el génesis de la idea de lo absoluto, en la dialéctica del pensamiento que se traduce en la Historia de la Filosofía, se debe principal y casi exclusivamente á que nos elevamos á su concepción mediante lo relativo y condicional, y por vía de antitesis. Pero lo absoluto así concebido, y aun explicado en términos positivos, como lo primario y fundamental, no es imaginable ni representable, antes bien desempeña en este caso la imaginación el papel de loca de la casa, que confunde y perturba la lógica real y formal del pensamiento y de lo pensado.

Persiguiendo el empeño irrealizable de personificar lo abstracto y de condicionar lo incondicional, la imaginación no puede más que traducir en símbolos relativos lo que por su naturaleza comienza por prescindir de toda relación, si es que se ha de concebir como absoluto. Es un fenómeno á primera vista extraño, pero en definitiva claramente explicable, el que resulta de esta tendencia de nuestra imaginación á representar lo irrepresentable. Cómo la idealidad de la razón especulativa se halla siempre dispuesta á ampliarse más que de una manera indefinida, de un modo realmente infinito, y cómo el pensamiento individual, concretado en la representación imaginativa, no puede abrazar ni contener dentro de sí aquella idealidad, surgen de la impotencia radical de nuestro vano fantasear hipótesis, más o menos audaces, de que ofrece ejemplos en las diversas épocas de la historia un racionalismo, á veces intemperante y en ocasiones completamente injustificado. Á él se deben las teorias conjeturales de la Reminiscencia de Platón, de la Visión en Dios de Malebranche, del Innatismo de Descartes y Leibnitz y del Idealismo absoluto de la filosofía alemana. Al mismo empeño, en el fondo malogrado, de representar lo irrepresentable, obedecen las sintesis prematuras del Teismo, en la diversidad de sus manifestaciones, imaginando que lo absoluto se personifica en la perfección de Dios, la susLancia única de Espinosa, el noumenos de Kant, la Razón impersonal del espiritualismo francés, el ser indeterminado que se hace ó deviene, de Hegel, y finalmente, la x irreducible ó sím

bolo é imagen de la eterna esfinge con que lo absoluto se opone. á la fantasía.

Consecuencia obligada de estas salidas en falso de un idealismo, más que abstracto fantástico, y desquite impuesto por una reacción natural, ha sido y aún está siendo el Criticisma. moderno, heredero legítimo de la doctrina kantiana, y que significa, en primer término, un compás de espera frente á pretensiones tan absurdas y errores tan crasos como los que supone confundir la imaginación con la razón. No halla, en verdad, solución aceptable para el problema de lo absoluto el criticismo kantiano, ni como tal puede estimarse la ingeniosa, más que racional, propuesta por Lotze (Metaphisique), al inclinarse á la concepción de principio unitario ó monista, cuando dice: «No >>puede existir pluralidad de cosas independientes unas de >>otras; es necesario que los elementos entre los cuales haya de >>ser posible una acción mutua, sean considerados como partes. >>de un solo ser verdaderamente existente; el pluralismo origi>>nal de nuestra manera de concebir el mundo, debe preparar >>la idea de un Monismo, mediante el cual, la incomprensible >>acción transitiva venga á ser inmanente.» Es el procedimiento de Lotze efecto de un raciocinio analógico, y lo por él obtenido implica un postulado cuya verificación no se alcanza, pues llega á confesar el ilustre médico-filósofo, arrastrado por una abstracción sin límites, que sólo anhela medic con que llenar el completo vacío que existe entre las cosas reales y concretas. Menos aceptable es todavía precipitar el pensamiento, como lo hace el Positivismo dogmático, que cual densa nube invade toda la cultura moderna.

Lo absoluto, opuesto á lo relativo, debe ser concebido como el principio ordenador de toda relación á ello subordinada. Y con tal exigencia especulativa y práctica, lo absoluto significa la semejanza en medio de la desemejanza, la unidad ó el nexo entre las cosas relativas, es decir, la continuidad ordenada de lo real y la racionalidad sistemática del pensamiento. Al unir, aunque sin confusión, la existencia con la cualidad de lo real, puede y debe ser concebido lo absoluto como lo perfecto, ó sea

lo infinito-intensivo que se distingue, pero no se separa, de lo infinito-extensivo ó cantidad.

Ahora bien; ni estas ni semejantes explicaciones de la idea de lo absoluto, concebidas por la razón especulativa y halladas á cada paso como exigencias lógicas del raciocinio discursivo, son susceptibles de una representación ó imagen; de suerte que lo absoluto no es imaginable ni representable. Pero cae en el pecado que más censura el Positivismo, cuando declara que <«<lo absoluto es incognoscible,» como si se pudiera ni aun hablar de aquello que no se conoce. Una cosa es lo no imaginable, y otra, y muy distinta, lo incognoscible. Importa, pues, rectificar el error que se comete cuando se identifica la razón con la imaginación, estimando que sólo podemos conocer aquello que es susceptible de representación imaginativa. De este error procede después la negación, no de la existencia, porque es innegable y se prueba como verdad de hecho; pero sí de la realidad y cognoscibilidad de lo absoluto en la falsa hipótesis (á que llega como vértice de todas sus indagaciones el positivismo) de lo incognoscible. Esta hipótesis, eco lejano del noumenos incognoscible de Kant, y de parentesco inmediato con lo inconsciente de Hartmann, equivale á la fórmula de la Filosofia escocesa del sentido común, reproducida con otro nombre, y al renacimiento del tradicionalismo ó empirismo escolástico, pues decapita la esfera de lo inteligible, que reduce exclusivamente á la imaginación, impotente por sí misma para concebir lo racional. Moviéndose sólo dentro de la vida imaginativa, hay necesidad de caer en el escepticismo poético de Hamlet, que decía: «Tal vez existen en el cielo y en la tierra muchas más cosas que las que sabe y presiente nuestra pobre filosofia.» Para todo el positivismo moderno, un conocimiento. ó una hipótesis se halla dentro del campo de lo incognoscible cuando no puede ser representado en la imaginación ni percibido en la observación empírica, quedando de esta manera circunscrita la esfera del conocimiento y, por tanto, la de la realidad á lo sensible y empirico. Contra esta hipótesis, hay que aducir que existen muchas cosas que concebimos bien y que

no podemos representarnos sensiblemente (la humanidad, la justicia, el espíritu colectivo, toda idea general); porque, en vez de la falsa identificación de la imaginación con la razón, se observa que el predominio de la primera, en el niño y en el artista, acusa un decrecimiento del poder reflexivo de la razón, y que cuanto más refulgente es una imagen (un panorama que nos atrae y nos seduce, la contemplación de una maquinaria muy complicada, una Exposición instalada con lujo y con arte), menos clara y distinta es la idea que de ella formamos, pues se necesita que la discreción reflexiva vaya gradualmente percibiendo lo que en conjunto ofrece la imaginación en la copia de las impresiones que nos afectan. Mientras la fantasía tiene que circunscribir la plasticidad de sus imágenes á un espacio y tiempo limitados, concibe la razón lo general, lo eterno y lo absoluto, sin límite de espacio y tiempo, hasta como base de las inducciones, que constituyen el núcleo de las ciencias positivas.

Existen cosas que se conciben claramente y no se representan. La claridad de la imagen está casi siempre en razón inversa de la discreción, de la idea, porque à medida que es más exacto el esquema sensible, es menos distinto el concepto que expresa. En tal acepción, lo inconcebible equivaldria á lo no imaginable, y abundan hechos cientificamente probados que se han considerado como inconcebibles y que hoy no se pueden representar imaginativamente. Así creemos firmemente, sin representarlo en imagen, en la existencia de los antipodas y en el movimiento de la tierra. Exigir, como á veces se exige al filósofo, que convierta en imágenes sensibles los principios cuya existencia afirma, es condenarle á que convierta lo absoluto en relativo.

Con autoridad nada sospechosa para el moderno Positivismo pueden reforzarse las anteriores afirmaciones. El Aristóteles moderno, Spencer, reconoce que no es posible ni aun el conocimiento de lo relativo sin el de lo absoluto. «Nuestra concep>>ción de lo relativo-dice (Les Premiers Prnicipes)-desaparece >>desde que la de lo absoluto se reduce á una negación. Pre

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