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inmortal fundador de la sinfonía, se ve que su frase es siempre correcta y dulce; y aunque sus armonías no tienen la riqueza que hay en las de sus sucesores, son siempre distinguidas y ajustadas á las reglas del más puro clasicismo.

Deben citarse, en particular para el pianista, las sonatas, fantasías, variaciones, etc., etc.

Mozart, hombre extraordinario y excepcional bajo todos aspectos, dotado de asombrosa organización artística, puede decirse que fué la personalidad más alta y digna de la celebridad que la posteridad le ha concedido. En su juventud fué, no sólo gran compositor, sino gran pianista.

Sus obras, ni se pueden detallar ni analizar someramente; sería esto ridícula pretensión, sobre todo por nuestra parte. A Mozart, al genio universal del arte, no se le juzga, se le admira y venera.

Además de la mucha música que escribió de conjunto, de orquesta y para el teatro, dejó para el piano varios conciertos, 21 sonatas, algunas á cuatro manos, y numerosas piezas que deben ser familiares á todo pianista, pues son obras en que nunca se admira bastante la elegancia y variedad de las melodías, la ternura de los adagios y andantes y, sobre todo, la corrección del estilo.

Beethoven, sin dejar de seguir las huellas de sus antecesores, particularmente en sus primeros tiempos, engrandeció el arte con sus obras magistrales, en las que se ve el fuego de una vigorosa y potente fantasía.

Pianista, improvisador, compositor instrumental religioso, dramático, se elevó con sus obras á una altura desconocida hasta entonces.

¿Quién llevó, sino él, la sinfonía á esferas tan elevadas? ¿Quién llegó en su época á una instrumentación tan llena de timbres y sonoridades tan diversos? ¿Quién se puede comparar á él en el scherzo, género de composición tan flexible y elegante y delicado, del que puede decirse fué el inventor? ¿Qué son sus sonatas de piano, sino verdaderas sinfonías? Majestuoso y á veces melancólico en los andantes, juguetón en los scherzos, tempestuoso en los alegros, el genio inmortal de Beethoven se descubre con su pasión y desfallecimiento, su vehemencia y ternura en todas sus producciones.

Muchas son las que pueden recomendarse de este colosal artista, pero para los pianistas tienen grandísimo interés, además de los duos, tríos y cuartetos, en que entra el piano, las sonatas para este instrumento, entre las que sobresalen la en do menor, la appasionata, la aurora y otras varias de las treinta y cinco que escribió, y sus conciertos con orquesta, particularmente los tres últimos, de dificilísima interpretación y que exigen en el pianista excepcionales condiciones.

Weber, compositor dramático é iustrumental, es el jefe de la escuela llamada romántica, en la cual brillaron también genios como los de Mendelsohn, Schubert, Schumann, etc. Fué Weber autor enérgico y apasionado, cuyas obras están sembradas de pensamientos nobles Ꭹ de la mayor distinción. De sus escritos para piano deben citarse las polacas, sonatas y, sobre todo, el magnífico concierto Stück, tan popular entre los pianistas.

Schubert, compositor inagotable de la escuela romántica, celebérrimo por sus inspiradas melodías, escribió también mucho para el piano, debiendo mencionarse su gran fantasía, ob. 15, notabilísima é inspirada; las sonatas, Improntus, Momentos musicales, y otras muchas.

Mendelsohn, autor fecundísimo que escribió célebres sinfonías, oratorios y oberturas, tiene en todas sus composiciones un tinte, ya melancólico y poético, ya apasionado y fogoso y siempre distinguido.

Su música, precursora, por la forma, de la moderna, está erizada de dificultades que no ocultan nunca la idea metódica. Merecen citarse para el piano los conciertos, fugas, caprichos, rondós, sonatas, etc., y muy especialmente las inimitables romanzas sin palabras, género de que fué inventor.

Schumann, compositor de grandísimo talento, cuya música, poco generalizada y comprendida todavía, está impregnada en esa reverie germánica, tan vaga como bella, y que revela un autor poeta por excelencia.

Su manera de tratar las melodías, sus ritmos y recursos armóninicos, tan originales como nuevos y elegantes, hacen que tenga, aunque en corto número, grandes admiradores. Son dignas de ci

tarse entre sus obras para piano: el gran concierto, las sonatas, el Carnaval de Viena, los arabescos, tocatas, Escenas de niño, siendo en general las más bellas las de cortas dimensiones, donde daba rienda suelta á su imaginación soñadora.

Breves serán las palabras que dediquemos á la escuela moderna, la cual se puede subdividir en tres grupos, á cuyo frente colocaremos tres importantes figuras: Liszt, Chopín y Thalberg.

El primero es tan conocido de todos, que poco ha de ocuparnos. Es, tal vez, el artista moderno que más ha enriquecido el mecanismo del piano, dotándole de pasajes y doigtés completamente nuevos, sacando de él sonoridades desconocidas y llevando la habilidad técnica á un punto que parece imposible superar.

Basta hojear su música para ver el partido que ha sabido sacar del instrumento. ¿Qué obra de Liszt deberé citar? Particularmente los grandes conciertos y las rapsodias. Además de haber sido pianista excepcional, hay que reconocer su especialidad en los arreglos ó trascripciones para piano, en los que, conservando el carácter y bellezas de la composición, ha hecho maravillas pianísticas muy dignas de ser estudiadas.

De este gran artista derívanse Tansig, Has de Bulow, Sofía Menter, Rubinstein, etc.

Al último, todos le hemos oído y á todos nos han asombrado sus colosales facultades y su inmenso repertorio. Canta como nadie y varía la sonoridad de un modo inconcebible. Como compositor ocupa un puesto elevado, por la forma seria y clásica de sus obras, de las que citaremos los conciertos, especialmente el 4.o y 5.o, las sonatas, caprichos, baladas, barcarolas y multitud de piezas llenas de buen gusto.

El otro jefe de la escuela moderna que sigue á Listz, es Chopín. Pianista inmenso, delicado, soñador y poeta por naturaleza y por sentimiento, artista compositor, coustituye una individualidad absoluta, que hace dificilísimas sus obras, para cuya interpretación no se conserva una tradición fija, como la que se sigue en la de los clásicos. A Chopín le entiende cada cual á su manera; todos creen ó creemos interpretarlo bien. Es general la creencia de que para decir sus obras se debe usar y aun abusar del tempo rubato, opinión de que no parti

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cipamos. Para interpretar la música de Chopín se necesita una delicadeza de tacto extraordinaria; sus arabescos y filigranas exigen que los dedos no ataquen las notas, sino que aleteen, digámoslo así, suavemente sobre ellas. Listz decía á su discípulo Tansig, mirando los árboles de su jardín: «¿Ves cómo la brisa agita las hojas?» Pues ese es el tempo rubato de las obras de Chopín.

¿Cuál de sus obras merece citarse con preferencia? Ninguna; porque polacas y mazurcas, conciertos y walses, improntus y sonatas, todas son á cual más bellas y delicadas.

Pocos son los artistas que se consideran como sus continuadores; tales son Hensett, Schuloff, Fontana y Mathías.

También pueden mencionarse otros dos, cuyas obras tienen algún parentesco con las de Chopín, y que son muy recomendables: Gottschalk y Espadero, español por sus aficiones el primero, y por su naturaleza el segundo.

Por último, el tercer grupo de la escuela moderna está presidido por Thalberg. Término medio entre la fogosidad de Listz y la dulzura de Chopín, pasa por ser el pianista de ejecución más pura y correcta de este siglo. Introdujo en su música muchos rasgos brillantes, arpegios, arabescos ó pasos de agilidad que, unidos á los cantos, llenan todo el teclado. Compuso muchas romanzas, melodías y estudios, éstos de gran utilidad, y sobre todo, lo que le hizo más popular fué el escribir muchas fantasías sobre motivos de las óperas más en boga; pero este género, que cultivaron también Prudent, Ascher, Goria y muchos otros, ha caído completamente en desuso.

Con lo dicho, y suprimiendo la enumeración que pudiéramos hacer de muchos pianistas contemporáneos, por temor de incurrir en omisiones involuntarias, damos por terminada la reseña de las obras más notables escritas para el piano.

José Tragó.

PLAUTO Y SU TEATRO "

Hacia el año 527 de la fundación de Roma, según la opinión más común, ó sea el 226 antes de nuestra Era, nació en Sarsinia, hoy Forli, ciudad de la Umbría, el popularísimo poeta, padre de la comedia romana, T. MACCIO PLAUTO (2), gloria del teatro latino y uno de esos genios de primera magnitud que, para bien de la humanidad, aparecen de tiempo en tiempo, dejando siempre tras sí, á manera de estela inextinguible, testimonio eterno de su paso por el cielo del arte. Nada se sabe acerca de la familia y de la niñez del poeta. Las primeras noticias que de él tenemos coinciden con su aparición en la escena literaria. Muy joven aún debió de llegar á Roma, pues conjetúrase que alcanzó sus primeros laureles escénicos á la edad de diez y siete años.

Consagrado á escribir comedias, que vendía á buen precio á

(1) Al frente de la primorosa traducción castellana de dos de las más famosas comedias de Plauto, La Marmita y Los Cautivos, debida al distinguido catedrático de Literatura latina en la Universidad de Granada, Sr. González Garbín (comedias que bien pronto verán la luz en el tomo CXIV de la Biblioteca Universal), ha escrito nuestro amigo el Sr. Quirós de los Ríos este proemio sobre Plauto y su Teatro, que con sumo gusto publicamos. (N. de la R.)

(2) Ritschl y Hertz, siguiendo el palimpsesto de Milán, sostienen que el nombre de nuestro poeta es Maccius, y no M. Accius, como se le ha llamado generalmente.

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