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-¡Ha muerto!-le respondió Tarfe con tristeza, pero alegre á la vez, al notar que Massini seguía siendo el mismo, pesar de su opulencia. Aquél bribón de novio la ha matado; se ha casado con otra.

-Ya me lo maliciaba yo, ¡voto á mis plumas! ¡Tunante!

-Há dos días la enterraron; la tía se fué á un hospital, y al verme sólo, me dije: ¿Qué hago yo aquí? Con Massini me largo, y aquí estoy.

-Pues viene Vd. muy á tiempo; en casa hace falta un gato; preséntese Vd. al mayordomo del señor y será admitido. ¡Pobre ama! ¡Pobre ama! ..

Tarfe hizo lo indicado por Massini; se encaminó al cuarto de servicio de los criados, se restregó en las piernas del que vió que mandaba á los demás, y no se equivocó, porque el tal era el mayordomo, y le maulló con insistencia como demandando hospitalidad. Al mayordomo no le pareció mal el gato, y se quedó con él, y desde entonces siguen viviendo juntos Tarfe y Massini.

¡Tristes enseñanzas las de la vida, que nos muestran cómo á las veces el hombre vale menos que un pájaro y un gato!

TOMO CXV

Alfonso Pérez G. Nieva.

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CRONICA POLITICA INTERIOR

23 de Abril de 1887.

Estamos en período electoral. En Madrid y en las principales capitales de provincia, se notan ya el movimiento y la animación que anuncian las grandes luchas de los comicios. Dentro de pocos días quedarán renovados, de por mitad, los Ayuntamientos y en 1.o de Julio se constituirán con arreglo á la Ley.

El paso que el partido liberal dió en Madrid, hace dos años, invitando á la Asociación de Propietarios, á la Liga de Contribuyentes, al Círculo de la Unión Mercantil y á los Comités y Círculos de todos los partidos para que designasen candidatos y tomasen parte en las elecciones, á fin de que el Ayuntamiento fuera la representación de todas las clases, partidos é intereses, y no la representación de un partido, ha producido sus frutos. Las grandes asociaciones de propietarios, industriales y comerciantes, van ahora á la lucha espontáneamente, posponiendo toda mira política á la mira de llevar al Ayuntamiento hombres que conozcan las necesidades de la población y que tengan el propósito de remediarlas en cuanto su remedio dependa de las facultades y de los medios de la Administración municipal.

El Gobierno no ve con disgusto este movimiento de una parte importantísima de la opinión pública, y los Comités del partido liberal que habían designado candidatos, empiezan ya á comprender que no es la filiación política la única cualidad de que deben estar adornados los Concejales de un Municipio como el de Madrid, y que antes que á esta cualidad debe el cuerpo electoral atender á las de iniciativa, ilustración, experiencia y posición social decorosa, para que la acción del Ayuntamiento y la de cada uno de sus miembros redunde en beneficio de los intereses del procomún.

El criterio del Gobierno no fué bien comprendido por los comités del partido liberal al empezar éstos sus trabajos, y de este desacuerdo nació, en nuestro sentir sin fundamento, la dimisión del Alcalde de Madrid, dimisión que no creemos pueda prosperar, porque ni la conducta del Sr. Abascal es en ningún sentido censurable, ni el Gobierno se ha de privar, por vanas satisfacciones de amor propio, de los servicios de una personalidad cuyo prestigio está cimentado en su antigüedad en la política, en los servicios que en todas épocas ha prestado á su partido y en su popularidad en todas las clases del vecindario de Madrid.

La deplorable facilidad con que desaparecían las corporaciones municipales legalmente elegidas, siempre que ocurría un cambio de política en la dirección del poder, llegó á enervar de tal manera la energía y el entusiasmo de los pueblos, que muy pocos eran ya los que daban importancia á las elecciones municipales, porque todos creían y tenían razón para creerlo-que ningún Ayuntamiento podía vivir más tiempo que el de la situación política bajo la cual se constituía y que, con motivo ó sin motivo, sería suspenso ó destituído, ú obligado á renunciar, el día en que cayese el Gobierno y el interés político del Diputado, del candidato á la diputación ó del cacique lo exigiese. De esta desconfianza del cuerpo electoral nació la indiferencia. Los Alcaldes y Concejales no eran ya mirados, en la generalidad de las poblaciones, como los mandatarios de sus convecinos, sino como una especie de funcionarios públicos que el Gobierno nombraba y separaba libremente. Rotos los vínculos morales entre el cuerpo electoral y los Ayuntamientos, se fué bastardeando y borrando en éstos la noción de su responsabilidad moral y legal ante sus adminis

trados, y de aquí la perturbación y el desconcierto en que ha vivido durante muchos años la Administración municipal.

Todos los partidos que se han sucedido en el poder desde la Revolución de 1868 hasta la muerte del Rey Don Alfonso XII, han contribuído á esta obra de desmoralización y de ruina; ninguno puede acusar al otro. A los pocos días de proclamada la República y de publicar el Ministro de la Gobernación, Sr. Pí y Margall, su circular á los Gobernadores, sintetizando su política en tres palabras: orden, libertad y justicia, los Gobernadores destituían los Ayuntamientos elegidos por Sufragio universal; lo propio hicieron los Gobiernos de la interinidad de 1874 y los Gobiernos de la Restauración en 1875; el mismo camino se siguió en 1884 en vísperas de las elecciones generales de Diputados á Cortes. Era, pues, necesario que un Gobierno de gran energía, fuertemente arraigado en la opinión pública, acometiese la difícil empresa de convocar unas elecciones generales sin variar los Ayuntamientos; era urgente poner término al abuso de suspender Ayuntamientos por motivos livianos, que casi siempre respondían á móviles políticos; era, en fin, indispensable que los Ayuntamientos supieran que están al amparo de la ley, mientras que no la infrinjan, y que el cuerpo electoral comprenda que los Alcaldes y Concejales no son funcionarios públicos, sino mandatarios de los pueblos, que pueden exigirles la responsabilidad de sus actos ante los tribunales de justicia y ante la opinión pública. Y esta difícil política, que inició en el Ministerio de la Gobernación, á fines de 1885, el Sr. González y que ha continuado y reforzado el Sr. León y Castillo, está ya dando sus frutos, de tal modo, que las próximas elecciones municipales que han de celebrarse en primeros de Mayo llevarán á los Ayuntamientos la verdadera representación de los intereses de cada pueblo, no para hacer política, sino para hacer administración municipal.

El interés de la política sigue reconcentrado en las deliberaciones del Parlamento. La discusión del contrato de servicios postales marítimos con la Compañía Trasatlántica, quedó aprobado en el Congreso. Las manifestaciones del Presidente del Consejo de Ministros, hacien

do cuestión de confianza, ó de gabinete, la aprobación del contrato, decidieron á los Diputados de la mayoría que pensaban abstenerse ó votar en contra, á unir sus votos con el del Gobierno. La votación del art. 1.° fué realmente un triunfo parlamentario para el Sr. Sagasta, porque el país ha visto claro que en cuestiones de interés vital para el Gobierno, ya porque lo sean en sí mismas, ya porque las circunstancias le hayan dado este carácter, la mayoría sabe levantarse como un solo hombre para apoyar con su voto al Jefe del partido liberal. Ha habido, sin embargo, algunas abstenciones de personajes importantes de la mayoría, como la de los ex-Ministros D. Venancio González, D. Santiago Angulo y el Marqués de la Vega de Armijo; pero estas abstenciones, alguna de ellas no explicada, no acusa una disidencia, sino un criterio personal distinto del de la mayoría en materia que no es política y que, por lo mismo, puede ser y es opinable.

El Marqués de la Vega de Armijo, una de las personalidades más ilustres del país, uno de los prestigios más fuertes de la política y uno, en fin, de los ornamentos más valiosos del partido liberal, explicó su actitud en una forma quizás más acentuada de lo necesario; pero el ex-Ministro de Estado del Gabinete de 1881 tiene demasiada experiencia para saber que su abstención no comprometía la existencia del Gobierno, ni ponía en peligro la ley que se estaba discutiendo, y que, por lo mismo, podía reservarse su libertad de juicio. Hubiera visto lo contrario, y ni él ni sus amigos habrían dejado de votar con el Presidente del Consejo de Ministros.

Estos rasgos de carácter, que aquí suelen extrañar, son frecuentes en otros Parlamentos, sobre todo en el Parlamento británico.

La abstención del Marqués de la Vega de Armijo hubiera tenido, quizá á pesar suyo, alguna trascendencia política si le hubiera seguido el ex-Ministro Sr. Gullón, porque ambos han sido hasta ahora considerados como la representación de una tendencia dentro de la mayoría: como la representación de la derecha; pero desde el momento en que el Sr. Gullón y los Diputados que siguen sus aspiraciones, entre los cuales hay hombres políticos de ideas propias y de gran sentido, votaron con el Gobierno, la actitud del Marqués de la

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