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neos, trata de separarse de la opinión general y protesta de un modo más o menos vivo, como el que llega á sitio en que la masa común de las gentes sigue caminos erróneos y el nuevo individuo advierte lo que antes no se veía.

III

Muy detenidamente, á la verdad, hay que leer un libro que tanto enseñan y tanto significan las ideas expuestas en sus amarillentas páginas, ya muy deterioradas por el trascurso de los años. Porque, si es una rápida ojeada lo que por ellas se dirige, no podrá verse, seguramente, la importancia que sus pensamientos encierran, á través de muchas vulgaridades y no pocos errores, si se juzga con arreglo al actual estado de la ciencia. Es como si estuvieran cubiertas con un velo las máximas que expone y hubieran menester de cierta habilidad para descorrerle y apreciar lo que oculta bajo sus escondidos pliegues. Nada más fácil que juzgar erróneamente la obra y creerla digna de ser relegada al olvido, sin título alguno para ser evocada en la época presente. De aquí, pues, la necesidad de saberla manejar y fielmente interpretar sus páginas.

La edición primera de la obra de Dioscórides, profusamente anotada, la publicó Laguna en 1555. Este libro fué objeto de graves censuras del Tribunal de la Inquisición, y muchos del sus párrafos fueron condenados, y procesado Laguna, con cuyo motivo sufrió algunos sinsabores y hubo de experimentar las contrariedades de una época de intolerancia, en que las ideas científicas no podían darse á conocer sin grave riesgo de experimentar serios disgustos, producidos muchas veces sin que el autor de un libro tuviese intención, ni menos propósito de delinquir.

No es de suponer que fuera herético ni heterodoxo en sus juicios el que mereció las simpatías y el aprecio de los Pontifices, hasta el punto de ser una de las personas de su confianza y alcanzar distinciones preciadas de los jefes de la Iglesia, que

no prodigaban, ciertamente, á los que no reunieran condiciones y títulos relevantísimos, como acontecía con el personaje aludido, en quien la ciencia y la fe católica se hallaban á igual altura, y el creyente y el docto eran igualmente queridos por el Padre común de los fieles.

Justo es decir que los escritores científicos no abundan en su época. El movimiento intelectual manifestado por medio de la prensa, era escaso. Por otra parte, las dificultades para publicar un libro se presentaban en gran número. Censuras, calificaciones, críticas, interpretación errónea de las ideas del autor; todo constituía un conjunto de tropiezos y de obstáculos, de los cuales muchas veces no era fácil triunfar. Así es que las obras que vieron la luz pública en esos períodos tienen ya un mérito de que seguramente han de carecer las de posteriores tiempos, en que la publicidad ha sido tan frecuente y puede decirse que no se ha dado punto de reposo.

El título literal de la obra es el siguiente:

Pedacio Dioscórides Anazarbeo acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos, traducido de lengua griega en la vulgar castellana, é ilustrado con claras y sustanciales anotaciones y con las figuras de innúmeras plantas, por Andrés Laguna. Amberes, 1555. Es un tomo en folio de 616 páginas y ocho de principios, con gran número de figuras grabadas en madera, intercaladas en el texto.

Después hay varias ediciones. Una en Madrid, en 1560; otra en Salamanca, en 1563, con el retrato de Laguna grabado en madera; otra en 1570, también impresa en Salamanca; otra en 1586; otra en Valencia, en 1636; otra en 1651; otra en 1677; otra en 1695; otra en 1733 en Madrid, con adiciones de D. Francisco Suarez de Rivera y láminas grabadas en cobre, constituyendo dos tomos en folio. En 1572 se publicó en Madrid la misma edición con portada nueva.

En la edición de Salamanca de 1586, debajo del retrato, hay el siguiente soneto de D. Luis de la Cerda al Doctor Laguna. que copiamos más por la curiosidad bibliográfica que por su mérito literario.

Dice ası:

«Tú, que ganando eterno nombre y vida
Espíritu gentil, claro y divino,
Raro ingenio, excelente, peregrino,
Extraña habilidad jamás oída;

Por ti la Medicina al fin venida

Se entiende, pues mostraste tal camino,
Que te hará siempre de alabanza dino.
Y tu fama inmortal esclarecida.

Dioscórides se alegra, y justamente,
Que tú, entre cien mil otros, fueses sólo
Quien mejor sus conceptos entendiste.
Gózate España, pues al mundo diste
Otro nuevo Esculapio y docto Apolo,

Para remedio de la humana gente.»>

La carta numcupatoria que figura al frente del libro, dirigida al Principe heredero Don Felipe, hijo de Carlos V, y después conocido en la historia con el nombre de Felipe II, es un notable documento, que merece ser conocido por más de una razón y que copiamos al final íntegro, para que puedan hacerse por el lector todas las consideraciones á que se presta tan interesante escrito. Es la reproducción de muchas impresiones que experimentó Laguna, muy dignas de ser conocidas. y apreciadas por el lector de la obra de Dioscórides.

No todas las ediciones tienen la referida carta, con lo cual pierden no poco en aprecio y estimación.

Su importancia, bajo diversidad de conceptos, es de tal naturaleza, que no podemos dispensarnos de copiarla. Á continuación de la misma hacemos algunas ligerísimas consideraciones encaminadas á demostrar ese gran interés. Al propio tiempo se da a conocer en ese documento algun rasgo notable de Laguna como naturalista, escritor y médico, y es, por tanto, digno de ser referido en sus datos biográficos. Es un verdadero documento histórico.

El primer pensamiento de Laguna, respecto á la dedicatoria de esta obra, fué consagrarla al Pontifice Julio III. Mas ocurrida la muerte de aquel Papa en 29 de Marzo de 1555, terminó ya la misión del Doctor en Roma y se trasladó á Amberes, y en 15 de Setiembre del mismo año consignó la dedicatoria al Príncipe Felipe II. Es muy conveniente que no pase desapercibido este dato histórico en una obra de tal importancia y cuyos antecedentes es sumamente curioso conocer.

La dedicatoria es al Señor Ruy Gómez de Sylva, Conde de Melito, en unos versos que más adelante se darán á conocer, y en donde se propuso que sirviera de intermediario con el Príncipe, de quien era Camarero mayor, para que su Señor acogiese con benevolencia el trabajo y lo prestase su apoyo y protección.

La obra, considerada en conjunto, es de un gran valor histórico. El médico, el farmacéutico y el químico, es indispensable que la lean detenidamente, si han de aprender los antecedentes de muchos de los asuntos que cultivan y el grado de adelanto que alcanzaron en nuestro país hasta el siglo xvi. Mas también el hombre de letras y el que se dedica á los estudios generales de historia encuentra datos útiles, relacionados con las costumbres, usos, jerarquías, supersticiones, entusiasmo y otra porción de conceptos, en los que seguramente puede inspirarse para rectificar ó completar las ideas adquiridas en escritos de otra índole, siendo el de que tratamos una obra que ha pasado á la categoría de legendaria, y de enseñanza de la ciencia tal como era tres siglos atrás.

Las primeras ediciones del Dioscórides ilustrado por Laguna son, sin duda, libros que entran en la categoría de las riquezas bibliográficas, y muy apreciados, no solamente por los que se han dedicado á las ciencias naturales ó á las médicas en toda su extensión, sino de todo bibliófilo que sea verdadero entusiasta por las glorias patrias. Singularmente la edición de Amberes y la de Salamanca son las preferidas, por lo completas; pues en algunas otras, como las de Valencia, hay supresiones que, si bien no afectan á lo esencial, son, sin embargo, suficientes para considerarlas desprovistas del carácter ge

nuino de las primeras, tal como salieron de manos del comentador.

Constituye una curiosidad bibliográfica notable el ejemplar de esta obra perteneciente á Felipe II, cuando era todavía Príncipe heredero. Existe entre los libros raros de la Biblioteca Nacional. Encuadernado con el lujo correspondiente á la elevadísima persona á quien estaba dedicado, se halla impreso en ricas vitelas, con orlas caprichosas y artísticamente iluminadas y las figuras también con diversidad de colores. Es la manifestación espléndida del arte de la época. El volumen es mucho más abultado que los ejemplares de otras ediciones, cual ha de suceder necesariamente, atendido al espacio mayor que la vitela ocupa con relación al papel. De seguro es un ejemplar único, del cual no hay otro idéntico.

La encuadernación es severa y elegante. Sin embargo de hallarse los dorados ya destruídos en parte por la acción del tiempo, se observa que están distribuídos profusamente y con toda la colocación artística que merece un objeto destinado al uso de un monarca. No ha podido, como es consiguiente, libertarse de la destructora acción de los años, á pesar de la cubierta con que cuidadosamente se halla conservado. En la actualidad se halla sujeto con unos broches que no son los primitivos, cual se observa por las huellas que dejaron, y además no corresponden á la riqueza, elegancia y gusto artístico que predominan en todo el libro, por donde quiera que se le considere.

Toda la carta numcupatoria está orlada de lujosos colores. Siempre que se menciona al Principe lo hace con letras de oro, lo mismo al dirigirse á él que cuando estampa en abreviatura la palabra majestad.

Las figuras, tanto de las plantas como de los animales, están iluminadas con diversos colores, y todo este trabajo, hecho á mano exclusivamente para el ejemplar á que nos referimos, lo hace de valor extraordinario, atendida su significación histórica.

Las primeras figuras son: el Iris doméstico é Iris silvestris,

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