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No hay medio más adecuado de formar cabal idea del valor de la obra que copiando integras algunas de sus páginas, para inmediatamente hacer los indispensables comentarios. Se ha procurado llamar la atención sobre todos aquellos asuntos que por algún concepto merecen consignarse. Datos históricos, detalles notables descriptivos, ideas más o menos bizarras; todo se registra en aquel extenso tratado, cuya lectura siempre revela algo digno de estudio cuantas veces se pasa la vista por sus renglones.

No debe menospreciarse por haber pasado al olvido mucho de lo que allí se consigna, pues siempre será un documento de grande enseñanza y de la mayor estimación.

Si bien es cierto que en el referido libro se exponen muchas vulgaridades, y hasta conceptos que, con arreglo al criterio de hoy, pudieran calificarse de chavacanos, hay siempre que atender y no olvidar jamás la época en que se escribió, para poder juzgarle con el recto criterio y la imparcialidad indispensables, á fin de adjudicar á este trabajo la calificación y el buen nombre que merece, aun dentro de los inconvenientes referidos. Su lectura enseña mucho, sobre todo si cae en manos de persona que sepa dar la importancia que tiene lo que se expresa en aquellas páginas.

Hace muy atinadas observaciones respecto á la época de la recolección de las plantas y sus partes. También rectifica algunas de las ideas emitidas por Dioscórides. Establece cuatro grados distintos de caliente, frío, seco y húmedo en los simples medicinales. Así dice que la manzanilla es caliente en el primer grado, los marrubios en el segundo, el abrótano en el tercero y la tapsia en el cuarto. Del mismo modo, la cebada es fría en el primer grado; la calabaza en el segundo, la mandrágora en el tercero y el papaver en el cuarto. La malva es húmeda en el primer grado, la verdolaga en el segundo y las le

chugas en el tercero. También afirma que cada grado tiene, en su acepción, gran latitud.

Era tal el entusiasmo por el estudio de la botánica y el deseo de completar sus conocimientos para que la obra de Dioscorides saliese con la mayor perfección, que estuvo á punto de embarcarse en Venecia y dirigirse á Egipto y Berbería, sólo con el fin de establecer comparaciones prácticas entre las plantas descritas por Dioscórides y las naturales. De dicho viaje hubieron de hacerle desistir el Embajador español en la República veneciana y otras varias personas de gran influencia sobre Laguna y que ejercian gran prestigio y consideración en su ánimo. Pero, de todos modos, es un rasgo que indica la fe y buen deseo con que emprendió este trabajo, que es indudablemente el que le ha proporcionado más fama y ha inmortalizado su nombre con mayor razón.

Dice que hay necesidad de observar muy cuidadosamente las edades de las plantas, si ha de tenerse cabal y completa idea de la organización perfecta de las mismas. Porque hay yerbas que en su primera edad parecen muy distintas que después de crecidas, pues varían la forma y aspecto de las hojas, así como otros varios órganos. Establece la semejanza de lo que acontece en la especie humana: los niños nacen con formas muy redondeadas y con algunos órganos poco más que rudimentarios, desarrollándose más tarde y variando aquellas curvas para trasformarse en adultos, distintos por completo de su primitiva constitución.

Á propósito del conocimiento de las plantas, encarece la conveniencia de tenerlas pegadas con cola en algunos cartones, como dice que él poseía, con la cual industria se conservan en su figura y color muchos siglos como si fueren embalsamadas, cuyas frases indican que tenia conocimiento de la formación de los herbarios, así como de que Dioscórides hizo uso de este método para conservar plantas, que sin duda es el más adecuado para adquirir exacta y cabal idea en todas ocasiones y épocas de su forma, porte, color, aroma y demás propiedades dificiles de referir ó de exponer en términos bien inteligibles.

Establece Laguna en este prólogo una clasificación y definición de los sabores. Los sabores, según él, pueden ser: acerbo, austero, salado, amargo, agudo, ágrio, dulce, insulso y muy desgraciado. Llama sabor acerbo al áspero, que aprieta toda la boca, cual se siente en la cáscara de la granada. Del acerbo difiere el austero, solamente por ser más blando y no apretar con tanta vehemencia, como el del membrillo. Salado, el que mundifica la lengua; amargo, el que es molesto; el que pica con excesivo calor, se debe llamar agudo, como el de la pimienta y limones ágrios; el que halaga y ablanda el paladar produciendo deleite, se llama dulce, y sabor insulso é insípido se llama el desabrido, que se siente en la cabeza.

También hace algunas consideraciones respecto á los olores, relacionando éstos con las propiedades terapéuticas de muchas plantas, consignando al propio tiempo la limitación que ofrece este carácter respecto á las reglas para establecer à priori el modo de obrar de muchas sustancias.

Se describe cada cuerpo, y á continuación de la monografia se exponen las anotaciones de Laguna, de manera que puede observarse perfectamente lo que corresponde á Dioscorides y lo que pertenece á Laguna, pudiéndose apreciar las adiciones, el aumento de detalles, la aclaración de conceptos equivocados, la explicación de los usos de muchas plantas y sus partes, tanto en medicina como en la economía doméstica, la etimología de muchos nombres, todo en fin, lo que contribuía á formar el complemento de un libro que, en la época en que vió la luz pública, era la representación más genuina y el testimonio más irrecusable del estado de la ciencia entonces, y, por tanto, de la gran talla de quien empleó su docta pluma con tanto y tan preciado provecho.

Las figuras están en su mayor parte tomadas de Matiolo, y hay algunas equivocadas, por lo que hace relación á la parte descriptiva y los detalles observados en los dibujos; pero no es motivo suficiente para que la obra pierda su importancia histórica y deje de figurar como una de las fuentes á que puede fundadamente acudirse siempre que se quiera conocer el es

tado de la ciencia en la centuria en que se escribió, donde si bien es cierto que imperan algunos errores o ideas extrañas, no deja de ofrecer ocasiones de elogio y aplauso al sabio que descuella en su época de una manera suficiente á ser considerado y aplaudido con justicia y fundamento.

Cupo la gloria á Laguna de haber dado motivo á Felipe II para establecer el primer Jardín botánico que hubo en España, que fué en Aranjuez. Dicha fundación se llevó a cabo á consecuencia de la carta numcupatoria que ya hemos mencionado, escrita en Amberes á 15 de Setiembre de 1555 y puesta al frente de la primera edición de la obra de Dioscórides. Este hecho merece consignarse, por ser el origen de una de las glorias científicas de España, tanto más digna de ser referida, cuanto es más injustamente olvidada por extranjeras plumas al referir la importancia y origen de los Jardines botánicos, que tanto contribuyen al progreso y popularización de la ciencia.

No puede menos de concederse á Laguna el singular mérito de haber dado á conocer en España la botánica del siglo XVI, aun cuando incurriera en el defecto de acoger ideas del vulgo, falto de instrucción y desprovisto de criterio y experiencia para juzgar los hechos peculiares del dominio científico. Pero, en medio de tal inconveniente, se observa al laborioso é incansable propagandista, al erudito escritor, al botánico entendido y al médico experto que desea dar á conocer á sus compatriotas las ideas de un sabio, ampliadas extensamente y comentadas bajo un criterio lleno de buena fe y excelente deseo, siquiera incurriese en algunos disculpables errores.

En más de un pasaje de la obra de que nos ocupamos se revelan algunos rasgos de Laguna, muy dignos de ser tenidos en cuenta por el biógrafo. Refiere que cayó enfermo en Metz en 1543, donde sus multiplicadas ocupaciones le hicicieron perder el sueño, y dice «que se le había desecado tanto el cerebro con las calenturas, que estuvo más de quince días sin poder conciliarlo, debiendo la salvación á una mujer tudesca que le llenó las almohadas de beleño, con lo que pudo recobrar el descanso, restituyéndose poco á poco á su estado natural.» Re

velan estas frases algunas de las contrariedades que tuvo en su existencia, que fueron en no escaso número, y su paciencia. hubo de ponerse á repetidas y dificiles pruebas.

En un libro manuscrito de aquella época, que se ha impreso recientemente por la Sociedad de Bibliófilos españoles, ti-. tulado El Pelegrino curioso y Grandezas de España, por Bartholomé de Villalba y Estaña, se inserta una respuesta hecha por el ilustre y muy reverendo señor Fray Tomás Quijada á dicho Villalba sobre varios libros, y se insertan los siguiontes.

versos:

También quieren hablar de agricultura

y hay en esto extrema competencia;
mas el momento cesa el que murmura

con ver de tierra tanta diferencia.
También Laguna aquí no se asegura
que el mal hablar es como pestilencia:
que en Dioscorides él ha vaciado

de Matiolo lo más, lo otro ha gastado.» (1)

Esto indica que hubo también en aquel tiempo motivos de controversia que, aun cuando contenidos en los límites de lo decoroso y digno, dan á conocer bien á las claras que no faltan en ningún tiempo esas rencillas que tanto disgustan, por más que sean inevitables muchas veces. Es el resultado de la humana condición, y hay que aceptarle, aunque nos pese.

De todas suertes, nos referimos à un manuscrito que no ha sido impreso hasta el año 1886, y que hubiera estado en el más completo desconocimiento de la generalidad, á no haberlo dado á luz los bibliófilos españoles, que tantos servicios prestan á la historia y á las letras patrias. Es un dato curioso, hallado en ese precioso volumen, y cuya oportunidad en el presente caso nos ha parecido suficiente á trascribir las anteriores líneas.

(1) Libro sumamente curioso, publicado por la Sociedad referida, con un próloge de D. Pascual Gayangos.

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