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gobernador de Gerona, y se erigiese un monumento en aquella plaza que recordase su heróica defensa: el de 24 del mismo, declarando benemérito de la patria á D. Gaspar Melchor de Jovellanos, y recomendando su informe sobre la ley agraria: la órden del 12 de abril, para que los empleos públicos se proveyesen en personas amantes de la Constitucion y de la independencia nacional: el decreto del 26 de aquel mes, mandando erigir un monumento en la villa de Madrid, para memoria de su heróico patriotismo: la órden del 5 de mayo, mandando. notar en el almanaque, el aniversario del dia en que se publicó la Constitucion el decreto del 23 del mismo, sobre la formacion de los ayuntamientos constitucionales y establecimiento de diputaciones provinciales: el del 4 de agosto, para que en los campos de Salamanca y Arapiles se erigiese un monumento, en memoria de la batalla de julio último: la órden del 12 de dicho mes, para que en los papeles de aquel, usasen en los de oficio las autoridades el lenguage adoptado en la Constitucion: el decreto de 14 del mismo, relativo á que se llamase plaza de la Constitucion, la principal de los pueblos en que se publicase: el de 21 de setiembre del propio año, de clarando que los eclesiásticos seculares tenian voto en las elecciones de los ayuntamientos, mas sin poder obtener en ellos ningun oficio: el de 4 de enero de 1813, sobre reduccion de los baldíos y terrenos comunes á dominio particular, y concesion de suertes á los defensores de la patria y ciudadanos no propietarios: el del 23 de abril, en que se mandaba entregar á la biblioteca de las Córtes dos ejemplares de todos los impresos de la monarquía: la órden del 29 de mayo del mismo año, para que no se omitiese en los calendarios el título de Rey de España en el dia de San Fernando: el decreto de 8 de junio, por el que se establecian cátedras de Agricultura: el de 5 de julio, mandando erigir en los campos de Vitoria un momento por la batalla del 13 del anterior: el de 22 del citado, disponiendo se ejecutase lo mismo en Zaragoza, en memoria de su heróica defensa: el de 29 de noviembre, concediendo el título de ciudad de San Fernando á la villa de la Isla de Leon: el de 24 de marzo de 1814, sobre la pompa con que se habia de celebrar

el dia 2 de mayo de aquel año, y premios ofrecidos para solemnizar las glorias de tan memorable dia: el de 15 de abril, encargando á la Academia de la Historia la reunion de todos los documentos para escribir la de la revolucion española; y el de 7 de mayo del citado 1814, habilitando para ejercer la noble profesion del comercio en toda la monarquía, á los que hubiesen obtenido de las Córtes carta de naturaleza con arreglo á la Constitucion.

A últimos de abril de aquel año se presentó en Madrid el general D. Felipe Arco Agüero, gefe de Estado Mayor del ejército de la Isla, que venia á felicitar al Rey; y á mediados de junio, el general Quiroga que habia sido nombrado diputado á Córtes. Ambos hicieron su entrada pública con las demostraciones de aparato y pompa; recibieron de las corporaciones y habitantes toda clase de obsequios y festejos, y del Rey, á quien se presentaron en el momento de su arribo, manifestaciones del aprecio y estimacion con que miraba sus personas.

CAPITULO XXII.

Instalacion de las Córtes.-Apertura solemne.-Sesion régia.-Discurso del presidente.-Discurso del Rey.-Alocucion de la junta consultiva, al cesar en sus funciones.-Composicion de las Córtes. Partidos.-Primeros trabajos de las Córtes.-Política extranjera,-Santa Alianza.-Comunicaciones.— Revolucion en Nápoles.-Tentativas reaccionarias en España.-Inquietudes y acriminaciones.-Proposicion del Sr. Solanot.-Esplicaciones del ministro de la Gobernacion de la Península.

Se

acercaba mientras tanto la celebracion de las Córtes, aguardada con grande ansia por el público. Crecia su impaciencia conforme se anunciaban los nombres de los elegidos, casi todos como se verá, personas de mérito. Es muy digno de notar y se esplica naturalmente, el gran prestigio que el nombre de Córtes tenia á los ojos de la nacion entera, es decir, de los que no eran partidarios furibundos del absolutismo. Como sucedió en las otras dos elecciones, se buscó lo mejor, aunque no todo puede ser bueno en tan numerosas asambleas.

A tenor de lo dispuesto por la Constitucion, se organizaban é instalaban con solemnidad las Córtes, antes que pasase el Rey á celebrar el acto de apertura. Comenzaron en 1.o de julio las juntas preparatorias y exámen de las actas: el 6 quedaron definitivamente instaladas, habiendo sido nombrado presidente D. José Espiga, que habia pertenecido á las Córtes estraordinarias, y vice-presidente el general Quiroga. Inmediatamente oficiaron al gobierno, poniendo en su conocimiento este acto.

El domingo 9 de junio tuvo lugar la solemne ceremonia de la sesion régia. De solemne merece sin duda el título, un acto que atrajo la atencion de la capital entera agolpada á los alrededores del edificio de las Córtes, y á los puntos por donde tenia que pasar el Rey, hallándose adornada vistosamente la carrera. A las diez de la mañana, entre músicas y salvas de artillería, salió de palacio acompañado de la familia real, precedido y seguido de una comitiva lucida y numerosa. Fué seguramente un espectáculo singular el de un Rey, dirigiéndose á prestar juramento á una Constitucion que habia sido con tal rigor proscrita por él mismo, ante hombres á quienes habia hecho sentir lo duro de su cólera. Mas no ocurrió, sin duda, esta reflexion à la muchedumbre, que se entregaba toda á las impresiones del momento. Con vivas, con aclamaciones, con muestras del mas vivo regocijo fué recibido el Rey en toda su carrera, tanto por las gentes de las calles, como por las que tambien llenaban los balcones.

Le aguardaban en el salon del Congreso los diputados, vestidos de toda ceremonia. Una diputacion habia salido á recibir al monarca en la escalera; otra á tributar el mismo obsequio á la Reina y las infantas, y llevarlas á la galería que les estaba preparada.

Fué la Reina la primera que se presentó á los ojos de los espectadores. En seguida entró el Rey descubierto, saludando con afabilidad á los diputados que permanecian en pie junto á sus puestos. Subió al trono, donde tomó asiento, colocándose los infantes á derecha é izquierda, en sillones separados. Detrás del trono se establecieron en pie el capitan de guardias, y los gefes de palacio. Los ministros permanecieron igualmente en pie, á los dos lados del monarca. El presidente tomó despues el libro de los Evangelios, á cuyo acto se levantó el Rey, asi como los diputados y todos los espectadores. Entonces el monarca, puesta la mano sobre el libro, hizo el juramento en los términos siguientes:

D. Fernando VII, por la gracia de Dios y la Constitucion de Ja monarquía española, Rey de las Españas, juro por Dios y por

los Santos Evangelios que defenderé y conservaré la religion Católica, Apostólica, Romana, sin permitir otra alguna en el reino que guardaré y haré guardar la Constitucion política y leyes de la monarquía española, no mirando en cuanto hiciere sino al bien y provecho de ella: que no enagenaré, cederé ni desmembraré parte algun del reino: que no exigiré jamás cantidad alguna de frutos, dinero ni otra cosa, sino las que hubiesen decretado las Córtes: que no tomaré jamás á nadie su propiedad; y que respetaré sobre todo la libertad política de la nacion, y la personal de cada individuo: y si en lo que he jurado ó parte de ello lo contrario hiciere, no debo ser obedecido, antes, aquello en que contraviniese, sea nulo y de ningun valor. Asi, Dios me ayude y sea mi defensor, y si no me lo demande..

Concluido el acto bajaron el presidente y secretario las gradas del trono, y se volvieron á sus sitios ordinarios. Despues de sentados todos, el presidente volvió á ponerse en pie y dirigió al Rey las palabras siguientes:

«Señor las Córtes en tiempo de menos ilustracion, pero de grandes y sublimes virtudes, conservaron las leyes fundamentales, la gloria y esplendor del trono y la prosperidad nacional; pero una tan sabia institucion que unia al Rey á la nacion con los grandes y nobles sentimientos de amor y lealtad, vino progre sivamente á menos; cayó, por último, en olvido, y la nacion llegó á ser teatro de la ambicion, como el Rey, el instrumento de las pasiones. El dia del nacimiento de V. M. fué la aurora de la restauracion de España, y mas de veinte millones de habitantes vieron en el tierno príncipe, el digno sucesor de San Fernando. Congratulábanse con estas lisonjeras esperanzas, cuando al mismo tiempo que en el seno de la nacion se concebia el sacrílego proyecto de atentar á los sagrados derechos de V. M., un vil impostor introduce, con la mas negra perfidia, sus huestes enemigas, y arranca de los brazos de los fieles españoles á su amado monarca, en el momento mismo en que felizmente se habia sentado en el trono de sus gloriosos progenitores. Entonces rugió el leon de España, y un grito general y unánime da aliento y vigor á los esforzados hijos de Pelayo; y mientras que los

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