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vieron en mayo de 1808; al esperimentar mas vivos el amor á nuestro oprimido monarca y el ódio á su opresor inícuo, sin poder desahogar ni en quejas ni en imprecaciones la reprimida indignacion que mas elocuente se muestra en un profundísimo silencio, habreis concebido, aunque débilmente, el estado de vuestros representantes cuando escucharon la amarga relacion de los insultos cometidos contra el inocente Fernando, para esclavizar á esta nacion magnánima.

»Ni aun ha sabido Bonaparte disfrazar el torpe artificio de su política. Estos documentos, sus mal concertadas cláusulas, las fechas, y hasta el lenguaje mismo, descubren la mano del maligno autor; y al escuchar en boca del augusto Fernando los dolosos consejos de nuestro mas cruel enemigo, no hay español alguno á quien se oculte que no es aquella la voz del deseado de los pueblos, la voz que resonó breves dias desde el trono de Pelayo; pero que anunciando leyes benéficas y gratas promesas de justa libertad, nos preservó por siempre de creer acentos suyos, los que no se encamináran á la felicidad y gloria de la nacion. El inocente príncipe compañero de nuestros infortunios que vió víctima á la patria de su ruinosa alianza con la Francia, no puede querer ahora bajo este falso título en este injusto tratado el vasallaje de esta nacion heróica, que ha conocido demasiado su dignidad para volver á ser esclava de voluntad agena: el virtuoso Fernando no pudo comprar á precio de un tratado infame, ni recibir como merced de su asesino, el glorioso título de Rey de las Españas; título que su nacion le ha rescatado, y que pondrá respetuosa en sus augustas manos, escrito con la sangre de tantas víctimas, y sancionados en él los derechos y obligaciones de un monarca justo. Las torpes sospechas, la deshonrosa ingratitud no pudieron albergarse ni un momento en el magnánimo corazon de Fernando; y mal pudiera sin mancharse con este crimen, haber querido obligarse por un pacto libre á pagar con enemiga y ultrajes, los beneficios del generoso aliado que tanto ha contribuido al sostenimiento de su trono. El padre de los pueblos, al verse redimido por su inimitable constancia, ¿ deseará volver

á su seno rodeado de los verdugos de su nacion, de los perjuros que le vendieron, de los que derramaron la sangre de sus hermanos, y acogiéndolos bajo su real manto para librarlos de la justicia nacional, querrá que desde allí insulten impunes y como en triunfo á tantos millares de patriotas, á tantos huérfanos y viudas como clamarán en derredor del sólio por justa y tremenda venganza contra los crueles parricidas? ¿O lograrán estos por precio de su traicion infame que les devuelvan sus mal adquiridos tesoros las mismas víctimas de su rapacidad, para que vayan á disfrutar tranquila vida en regiones estrañas, al mismo tiempo que en nuestros desiertos campos, en los solitarios pueblos, en las ciudades abrasadas no se escuchen sino acentos de miseria y gritos de desesperacion?

» Mengua fuera imaginarlo, infamia el consentirlo; ni el virtuoso monarca ni esta nacion heróica, se mancharán jamás con tamaña afrența; y animada la Regencia del reino de los mismos principios que han dado lustre y fama eterna á nuestra célebre revolucion, correspondió dignamente á la confianza de las Córtes y de la nacion entera, dando por única respuesta á la comision del Duque de San Carlos, una respetuosa carta dirigida al señor don Fernando VII, en que guardando un decoroso silencio acerca del tratado de paz, y manifestando las mayores muestras de sumision y respeto á tan digno Rey, le habrá llenado de consuelo al mostrarle que ha sido descubierto el artificio de su opresor, y que con suma prevision y cordura, ya al empezar el aciago año de 1811, dieron las Cortes extraordinarias el mas glorioso egemplo de sabiduría y fortaleza, egemplo que no ha sido vano, y que mal podriamos olvidar en esta época de ventura, en que la suerte se ha declarado en favor de la libertad y la justicia.

>> Firmes en el propósito de sostenerlas, y satisfechas de la conducta observada por la Regencia del reino, las Córtes aguardaron con circunspeccion á que el encadenamiento de los sucesos y la precipitacion misma del tirano, les dictasen la senda noble y segura que debian seguir en tan críticas circunstancias. Mas llegó muy en breve el término de la incertidumbre. Cortos dias eran pasados, cuando se presentó de nuevo el secretario del

despacho de Estado, á poner en noticia del Congreso, de órden de la Regencia, los documentos que habia traido D. José de Palafox y Melci. Acabóse entonces de demostrar abiertamente el malvado designio de Bonaparte. En el estrecho apuro de su situacion, aborrecido de su pueblo, abandonado de sus aliados, viendo armadas en contra suya á casi todas las naciones de Europa, no dudó el perverso intentar sembrar la discordia entre las naciones beligerantes, y en los mismos dias en que proclamaba á su nacion que aceptaba los preliminares de paz dictados por sus enemigos; cuando trocaba la insolente jactancia de su orgullo en fingidos y templados deseos de cortar los males que habia acarreado á Francia tan desmesurada ambicion, intentaba por medio de ese tratado insidioso, arrancado á la fuerza á nuestro cautivo monarca, desunirnos de la causa comun de la independencia europea, desconcertar con nuestra desercion el grandioso plan formado por ilustres príncipes, para restablecer en el continente el perdido equilibrio, y arrastrarnos quizá al horroroso estremo de volver las armas contra nuestros fieles aliados, contra los ilustres guerreros que han acudido á nuestra defensa. Pero aún se prometia Bonaparte mas delitos y escándalos por fruto de su abominable trama: no se satisfacia con presentar. deshonrados ante las demas naciones á los que habian sido modelo de virtud y de heroismo: intentaba igualmente que cubriendose con la apariencia de fieles á su Rey los que primero le abandonaron, los que vendieron á su patria, los que oponiéndose á la libertad de la nacion minan al mismo tiempo los cimientos del trono, se declarasen resueltos á sostener como voluntad del cautivo Fernando, las malignas sujestiones del robador de su corona; y seduciendo á los incautos, instigando á los débiles, reuniendo bajo el fingido pendon de lealtad á cuantos pudiesen mirar con ceño las nuevas instituciones, encendiesen la guerra civil en esta nacion desventurada, para que destrozada y sin alientos se entregase de grado á cualquiera usurpador atrevido.

Tan malvados designios no pudieron ocultarse á los representantes de la nacion; y seguros de que la franca y noble manifestacion hecha por la Regencia del reino á las potencias alia

das les habrá ofrecido nuevos testimonios de la perfidia del comun enemigo, y de la firme resolucion en que estamos de sostener á todo trance nuestras promesas, y de no dejar las armas hasta asegurar la independencia nacional y asentar dignamente en el trono al amado monarca, decidieron que era llegado el momento de desplegar la energía y firmeza dignas de los representantes de una nacion libre, las cuales, al paso que desbaratasen los planes del tirano, que tanto se apresuraba á realizarlos y tan mal encubria sus perversos deseos, le diesen á conocer que eran inútiles sus maquinaciones, y que tan pundonorosos como leales, sabemos conciliar la mas respetuosa obediencia á nuestro Rey, con la libertad y gloria de la nacion.

› Conseguido este fin apetecido, cerrar para siempre la entrada al pernicioso influjo de la Francia; afirmar mas y mas los cimientos de la Constitucion tan amada de los pueblos; preservar al cautivo monarca al tiempo de volver á su trono, de los dañados consejos de estrangeros ó de españoles espúreos; librar á la nacion de cuantos males pudiera temer la imaginacion mas suspicaz y recelosa, tales fueron los objetos que se propusieron las Córtes al deliberar sobre tan grande asunto, y al acordar el decreto de 2 de febrero del presente año. La Constitucion les prestó el fundamento: el célebre decreto de 1.o de enero de 1811 les sirvió de norma, y lo que les faltaba para completar su obra, no lo hallaron en los profundos cálculos de la política ni en la difícil ciencia de los legisladores, sino en aquellos sentimientos honrados y virtuosos que animan á todos los hijos de la nacion española; en aquellos sentimientos que tan heróicos se mostraron á los principios de nuestra santa insurreccion, y que no hemos desmentido en tan prolongada contienda. Ellos dictaron el decreto; ellos adelantaron de parte de todos los españoles la sancion mas augusta y voluntaria; y si el orgulloso tirano se ha desdeñado de hacer la mas leve alusion en el tratado de paz á la sagrada Constitucion que ha jurado la nacion entera, y que han reconocido los monarcas mas poderosos; si al contrahacer torpemente la voluntad del augusto Fernando, olvidó que este principe bondadoso mandó desde su cautiverio que la nacion se re

"uniese en Córtes pora labrar su felicidad, ya los representantes de esta nacion heróica acaban de proclamar solemnemente, que constantes en sostener el trono de su legítimo monarca, nunca mas firme que cuando se apoya en sábias leyes fundamentales, jamás admitirán paces, ni conciertos, ni treguas con quien intenta alevosamente mantener en indecorosa dependencia el augusto Rey de las Españas, ó menoscabar los derechos que la

nacion ha rescatado.

Amor á la Religion, á la Constitucion y al Rey, este sea, españoles, el vínculo indisoluble que enlace á todos los hijos de este vaste imperio, estendido en las cuatro partes del mundo; este el grito de reunion, que desconcierte, como hasta ahora, las mas astutas maquinaciones de los tiranos; este, en fin, el sentimiento incontrastable que anime todos los corazones, que resuene en todos los labios, y que arme el brazo de todos los españoles en los peligros de la patria. Madrid 19 de febrero de 1815.-Antonio Joaquin Perez, presidente.-Antonio Diaz, diputado secretario.—José María Gutierrez de Terán, diputado secretario..

Dejamos al buen juicio del lector el análisis de este elocuente documento. De las torcidas intenciones que habian animado á Napoleon para proponer con instancias y ajustar el tratado de Valencey, no podia haber la menor duda. ¿Estaban igualmente convencidas las Córtes de las que verdaderamente animaban á Fernando? ¿Podian asegurar, como aseguraban, que habia sido este simple víctima de la perfidia, del fraude del Emperador, que habia obrado como un hombre á quien ponen un puñal en la garganta? Hartas convicciones tenian ya de que en la ligereza de este príncipe y abandono de lo que le dictaba su propia dignidad, habia tanta parte de malicia como de inocencia. Que la corte de Valencey, al dar este paso, habia tratado de engañar á Napoleon, así como Napoleon trataba de engañarla á ella; que los hombres que rodeaban á Fernando, preciados de sagaces y profundos diplomáticos, trataron de jugar con varias cartas á la vez, para estar seguros de ganar con una, era á todas luces muy probable. El viaje del Duque de San Carlos, la mision de que

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