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mente, las diferentes corporaciones civiles y municipales de la isla Gaditana. El ministerio fué inflexible, y se atuvo á su resolución primera. Prescindiendo ahora de si la disolucion del ejército era en sí misma de pequeña ó grande importancia; si la reunion ofrecia inconvenientes, ó era al contrario de utilidad conocida, cualquiera que fuese el aspecto que tomase la hostilidad de los serviles, debemos decir que en aquellas circunstancias, por los rumores que corrian, por las insinuaciones que contra los del ejército de la isla hacian difundir los que de mas firmes apoyos del gobierno se preciaban, tuvo la medida un aire de desconfianza y de asentimiento, á las especies que con poco detenimiento se esparcian. El ánimo de los gefes y principales oficiales del cuerpo de observacion, quedó ofendido y lastimado. A pesar de esto, fué en todas sus partes obedecida la órden, y completamente ejecutada.

El gobierno nombró al general D. Rafael del Riego, capitan general de Galicia; y le manifestó la conveniencia de que se presentase en Madrid, pues el Rey deseaba conocerle.

El general se trasladó, en consecuencia, á la corte, á donde llegó el 30 de agosto muy entrada ya la noche. Sin embargo, se difundió pronto la noticia: las gentes se apresuraron á reunirse delante de su habitacion, y le dieron una especie de serenata, á cuyo obsequio correspondió Riego arengando al pueblo desde sus balcones.

Era este incidente muy natural, sugerido por la popularidad de un nombre que se pronunciaba con placer en todas partes. Mas era tan viva la pugna en que se hallaban entonces los ánimos de los liberales de la capital, que se interpretó por algunos, muy siniestramente,

Riego era vivo, fogoso, impetuoso, hombre de las primeras impresiones, y muy poco reservado en ciertas ocasiones que aconsejan la reserva. Sabia las conversaciones que circulaban en Madrid sobre el ejército de observacion á cuyo frente estaba, y aunque no desairado personalmente por el nombramiento de capitan general, estaba resentido por la medida de disolucion del cuerpo que mandaba. Se esplicó, pues, sobre · la conducta

del gobierno, manifestando francamente sus ideas. Algunos que esplotaban hábilmente esta disposicion, exageraron el fuego y la acrimonía de sus espresiones. No faltan nunca en tales lances de desavenencias, personas oficiosas, dispuestas é inclinadas á ensangrentar mas y mas los ánimos. Desde el momento de la llegada de Riego á Madrid, se trabajó por encender la tea de la discordia; en unos, por ruines resentimientos de amor propio; en otros, por congraciarse y hacerse necesarios; en muchos, con la dolosa intencion de dividir el campo de los liberales.

El general se presentó la mañana del 31 al Rey, y fué recibido con la misma afabilidad que los otros dos generales de la Isla, Quiroga y Arco Agüero. En seguida pasó á ver á los ministros. Que la conversación fué viva, animada; que Riego se quejó de la disolucion del ejército de la Isla, como ofensiva á la buena reputacion de su persona y compañeros; que indicó, aunque embozadamente, la conveniencia de un cambio de ministerio; que los secretarios del despacho no mostraron menos calor y desabrimiento en sus respuestas, aparece muy verosimil, por la publicidad que se dió á la conferencia. ¿La divulgó Riego, el primero? De esto le acusaron los ministeriales; mas la conversacion no fué secreta, y dió armas á los enemigos del general para que le echasen en cara lo escesivo de sus pretensiones. Se hizo sonar muy alto la voz de transaccion que empleó Riego en lo acalorado del diálogo; mas hay acepciones de esta voz, que en mucho casos no tiene nada de ofensiva. Riego no medía mucho sus palabras: los ministros no estaban de humor mas apacible. No hay duda de que los amigos de estos habian puesto en juego su amor propio, abultado varias especies que aquella mañana habian oido al general, y pintádole como hombre peligroso. Una lista que circuló de nuevos ministros, vino á encrespar la tormenta que no hubiese tenido lugar, á ponerse la cuestion en su terreno propio.

¿Qué objeto habia llevado al general á Madrid? Ya lo hemos licho; el obedecer una órden del gobierno, ó ceder, si se quicre, á una insinuación del ministerio. ¿Qué planes tenia? Se puc18

TOMO II

de decir, ninguno. ¿De qué se trataba, pues? De nada fijo y positivo. Disgustos y recelos por un lado; demasiada confianza por el otro aquí quejas y acusaciones de que se alentaba á los enemigos de la Constitucion; allí cargos de imprudencia, de temeridad, de celo imprudente, de abusos de libertad, insinuaciones nada disfrazadas de que los enemigos de la Constitucion no eran precisamente los servies. Entonces fué cuando por primera vez se susurró la voz de República, de que los moderados acusaban á sus antagonistas. Era una calumnia, y lo fué siempre en aquella época constitucional. La lista misma de los nuevos secretarios del despacho no pasó de una mera indicacion, una nota escrita al aire, cuya poca importancia la hizo correr desapercibida, y llegar despues á las manos del gobierno. Del celo de los ministros en mostrarse guardadores de la Constitucion, nadie dudaba; mas los suponian prevenidos, mal informados, juguete de los muchísimos que en este conflicto desahogaban resentimientos personales.

Mientras tanto se veia Riego, objeto en Madrid de obsequios, de festejos, de los aplausos de la muchedumbre; se le seguia y victoreaba por las calles. En el teatro, donde se presentó públicamente, recibió las mismas manifestaciones de aprobacion y de entusiasmo. Las sociedades patrióticas le acogieron en su seno con toda ceremonia. A estos homenages, tan sencillos y tan naturales en aquellas circunstancias, se les daba una interpretacion torcida, suponiéndoles indicios de planes subersivos. En el general Riego no habia otro plan, que el de ceder con franqueza á las impresiones que en un hombre satisfecho de obrar bien, producen los testimonios públicos de lo gratos que han sido sus servicios. Mas todo irritaba los ánimos de sus enemigos, quienes se empeñaban en hacerle pasar por hombre peligroso.

No habia hecho Riego entrada triunfal en Madrid, como los generales Quiroga y Arco Argüero. Trataron sus amigos y apasionados de suplir esta falta por medio de un paseo público, ó sea, ovacion por las principales calles de la corte, seguido de mú sicas y demas aparato, que caracterizan solemnidades de tal

especie. Tuvo lugar este paseo, el domingo 5 de setiembre à eso de la una ó las dos de la tarde, hora de mas concurrencia en los parages públicos. Atravesó varias calles en una carretela, acompañado de sus ayudantes, entre los vivas, los aplausos repetidos los dias anteriores, sin mas diferencia que la de ser pronunciados en tono un poco mas selemne. No se distinguió el acto por ninguna particularidad notable, y terminó con la misma tranquilidad que habia empezado.

Los principales motores de este obsequio, individuos de la sociedad patriótica de la Fontana de Oro, tenian preparado al general un banquete, que se celebró aquella misma tarde. Hubo en la comida brindis, vivas, arengas, versos, lo mismo que habia tenido lugar en otras ciento de la misma especie durante aquella época, tan fecunda en festines como en arengas, en canciones patrióticas, en otras mil espansiones de alegría.

Por la noche concluyó la fiesta en el teatro. Recordamos que se ejecutó una pieza titulada Enrique III de Castilla, que nunca hemos leido, mas de cuyo asunto todo el mundo tiene idea. El drama se representó tranquilamente desde la primera escena hasta la última, sin mas resultado ni algazara, que las acostumbradas entre los entreactos. Mas al fin de la funcion se cambió el semblante, convirtiéndose en verdadero desórden lo que hasta entonces no habia tenido este carácter. Pidió el auditorio que se cantase el Trágala, cancion nueva que se conocia en Madrid hacia muy pocos dias (1). Se negó el gefe político á complacer al público, y prohibió que se cantase el Trágala. ¿Por qué este rasgo de severidad mal entendida? ¿Qué tenia el Trágala de ofensivo para nadie? Era un canto de triunfo dirigido á los serviles. Nada era en la autoridad mas prudente, que dejar concluir la fiesta con la algazara que la habia inaugurado, pero sin distur

(1) El autor anónimo de la historia de Fernando VII dice, que se cantó el Trágala, por primera vez, aquella noche. El Trágala se cantó en el miso teatro la noche del 31 de agosto, sin ningun inconveniente. En la del 3 de setiembre no se cantó, por las razones que se indican en el testo. El Trágala era verdaderamente de mal gusto, mas dirigido sola y esclusivamente á los serviles, no tenia nada de insultante ni para el Rey, ni para los mismos liberales, como insinua el citado autor, sin duda mal informado de los hechos.

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bios ni desórdenes. Se irritaron los espectadores con la negativa, en que vieron el sello de la indulgencia y consideraciones que se observaban hacia los enemigos del bien público. A la prohibicion, sucedieron vociferaciones, desórden y tumulto. Se desoyó la voz del gefe politico, blanco ahora de dicterios é improperios. Algunos trataron de llevar las manos hasta su persona, mas fué protegida á tiempo por milicianos nacionales. El disturbio fué cosa de muy poco tiempo, y no tuvo ulteriores consecuencias. Los actores dejaron el teatro. La gente se fué dispersando poco a poco en varias direcciones. No hubo golpes, y ninguno quedó preso.

En cuanto al general Riego, permaneció pasivo durante la representacion, y no habló en los entreactos. Al saber la estraňa negativa del gefe político, hizo ver con viveza lo estraño de su conducta. Observando la irritacion con que el público la recibia, se salió tranquilamente del teatro.

El dia siguiente 4, circuló de lengua en lengua el acontecimiento de la víspera. Se exageró prodigiosamente por los enemigos de Riego, el desórden y el escándalo á que habia dado origen; se vió ya comprometida para siempre la tranquilidad, mientras no saliese de Madrid el general, autor de tantos alborotos.

Reventó aquella misma mañana la mina, que se habia estado cargando durante cinco dias. El gobierno destituyó al gene ral Riego del mando militar de Galicia, y le dió órden para que sin dilacion pasase de cuartel á su pais de Asturias. Alcanzó la misma medida al gobernador de la plaza, y á tres ó cuatro personas, militares unos, y otros empleados, que fueron destinados á diversos puntos.

Obedeció Riego la órden, sin réplica ni observacion alguna, el dia 5 que llegó á sus manos, á pesar de que estaba firmada desde el 4. Las demas personas que tambien recibieron órdon de salir, la cumplimentaron en iguales términos.

El pueblo estaba agitado y conmovido. Todo el 5 se pasó sin la menor novedad. Eran las de aquellos dias, y sobre todo la órden dada á Riego, el tema de las conversaciones de plazas,

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