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estaba revestido, sus términos ambíguos, el designio conocido de no soltar prenda con respecto á las Córtes y á la Constitucion, ¿eran verdaderos indicios de inocencia? ¿Podia halagar esta palabra tantas veces repetida á un príncipe, que entrado en sus treinta años no debia traducirla sino sobrada estrechez de entendimiento, poquedad de corazon, abatimiento de ánimo? Por otra parte, si tan seguras estaban las Córtes de la inocencia, el candor, la buena fé del Rey de España, ¿á qué tantas precauciones en la conducta que habia de observar á su regreso? Si sus intenciones se hacian sospechosas, ¿á quién podia ocultarse que tales precauciones eran, á la altura á que las cosas habian llegado, del todo insuficientes? ¿Era tan poca su esperiencia del mundo para saber el ningun peso que tienen los juramentos en materias de política, sobre todo los pronunciados por los príncipes, cuando para su infraccion está tan á mano la escusa de la fuerza? Las - Córtes no decian sin duda su sentir en el manifiesto, escrito con tanta elegancia y patriotismo. Resta saber, si finjiéndose en cierto modo engañadas, fué sagaz y acertada su política.

La cuestion no era esta. El tratado de Valencey, en vísperas de la catástrofe que á Napoleon amenazaba, caia por su propio peso, por la fuerza de los mismos hechos. La independencia dé la nacion española, conquistada por los esfuerzos de sus hijos, no era ya un problema: el que habia que resolver, era el siguiente. ¿Habian combatido seis años por conservar el despotismo de sus reyes, por dejar intactos los privilegios, los abusos, los desórdenes en la administracion, el caos de sus leyes, y otras mil instituciones que rechazaban las luces de la época? ¿Queria, al contrario, esta nación sacudir el yugo doméstico, al mismo tiempo que el que le trataban de imponer los estrangeros? Esta era la cuestion. Para resolverla bien, es decir, en sentido nacional, no bastaban cartas respetuosas y enérgicas de la Regencia al Rey, ni decretos ni manifiestos de las Córtes; y sí que unos y otros no se fiasen demasiado en que habia leyes, cuando estas leyes podian estar amenazadas. Era preciso que preparasen medios de defensa contra los ataques que podian venir por parte de los enemigos; que concitasen el espíritu puro de los liberales; que

examinasen el estado del ejército, separando á los tibios ó mal intencionados; que tocasen alarma; que inspirasen miedo sério, y presentasen perspectivas de tremendos castigos á los que tan abiertamente conspiraban contra las instituciones liberales; era preciso, en fin, considerar la cuestion como de vida ó de muerte para el partido avanzado en la línea de las mejoras y reformas. Mas las Córtes y el gobierno no llevaban tan lejos su prevision; á pesar de sus luces y talentos, carecian tal vez del valor cívico necesario para levantar, si era preciso, una bandera en tan tremenda lucha.

Se agolpaban mientras tanto los sucesos. Tocaba España al desenlace de su drama político, como al material de su propia independencia. Tambien llegaba al mismo término el del gigantesco que estaban representando todas las naciones de la Europa. Nueva época estaban abriendo en sus destinos los acontecimientos que hicieron tan célebre el primer tercio de 1814.

En cuanto á nosotros, ya por los meses de enero y febrero habiamos vuelto á todas nuestras plazas de las provincias de Levante, á escepcion de Barcelona y algunos otros puntos de poca importancia, que se hallaban en estado de bloqueo.

Comenzaba su nueva campaña, ya en el territorio frances, el generalísimo de nuestras tropas, y estaba empeñado en las sabias maniobras, que desde las faldas del Pirineo le llevaban lentamente á los gloriosos y ensangrentados campos de Tolosa.

Inundados el Norte y el Este de la Francia con los formidables ejércitos de la Europa coligada contra ella, todavía les disputaba su imperio palmo á palmo el gran guerrero que en medio de tan grandes desastres conservaba impávido su corazon, y en toda su energía las fuerzas de su genio.

A últimos de enero habia salido de Paris para empezar su última campaña. En ninguna desplegó mas valor, mas actividad, mas fecundidad de recursos, y el arte que poseia de multi

TOMO H.

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plicarse y estar en todas partes. Solo un hombre como él podia luchar con fuerzas tan insignificantes contra las formidables de sus enemigos, que á cada instante recibian refuerzos. Los gefes, los generales que le seguian sin creencia, sin esperanza en su fortuna, tenian la paz en su corazon, aunque no se atrevian á proferir su nombre. Los mismos sentimientos reinaban en Paris, que en toda la Francia. ¿No necesitaba Napoleon una fuerza de carácter y todo el prestigio que le daba el grande hábito del mando para contenerlos en los límites de la disciplina y del respeto, para llevarlos á enemigos tan superiores en fuerza, y aun para hacerlos en algunas ocasiones victoriosos?

Porque ¡ qué victorias, aunque ninguna decisiva, alcanzó este esforzado capitan en aquella lid tan azarosa! Admiracion causa verle maniobrar á derecha, á izquierda, avanzando, en retirada, poniéndose á veces á retaguardia, disputando el terreno con la ferocidad de un leon que se vé por todas partes acosado. Es verdad que los aliados se conducian en sus movimientos con demasiada circunspeccion, como gentes que no querian dar paso al guno en vago. Basta una simple relacion de esta campaña, para ver el poco concierto que reinaba en las operaciones. Con sus fuerzas formidables, tan superiores á las de Napoleon, no habian concebido aún el plan fijo de marchar sobre Paris, que debia ser su objeto predilecto. Deseaban y temian, lo que les obligaba á tanteos en lugar de movimientos rápidos y decisivos. Sin duda temian que el pueblo se alzase y pronunciase por su independencia. A tener efecto el movimiento, á insurreccionarse los departamentos del Este, pueblos todos en estremo belicosos, es probable que no hubiesen llegado los aliados hasta el Sena. Mas el pueblo que en otros tiempos habia corrido á las armas entonando cantos de gloria y de conquista, estaba en inaccion ahora que se trataba de combatir por sus hogares. Era Paris foco de intrigas, encaminadas todas á la caida de Napoleon; y este hombre, tan enemigo siempre de todo pronunciamiento nacional que no fuese encaminado á ensalzar su gran poder, cogia los amargos frutos de su política exclusiva y egoista. Se habia acabado el entusiasmo. Marchaban ahora los conscriptos á sus

regimientos, penetrados de los dolorosos é inútiles sacrificios que de ellos se exigia.

Se abrió en Chatillon un congreso, en que se renovaron las conferencias comenzadas en Francfort; mas habiendo ofrecido entonces los aliados reconocer por límites de la Francia los Alpes, los Pirineos y el Rhin, propusieron por primera condicion reducir la Francia á sus antiguos límites de 1792, es decir, al estado que tenia antes de las primeras guerras de la República:

Pareció Napoleon aceptar estas condiciones. Mandó á su plenipotenciario con carta blanca para ajustar el tratado. Mas las hostilidades continuaban, y al primer favor que manifestó al Emperador la fortuna de las armas, desistió de su propósito y retiró la carta blanca. ¡Tan obcecado estaba sobre la verdadera situacion de sus negocios! Los aliados, que no obraban al parecer de mejor fé, declararon conforme iban avanzando, que no querian tratar con Napoleon, separándole de esta manera de la Francia. Ya lo estaba en cierto modo. Ya los principales personages, los grandes dignatarios, los generales que tanto habían enriquecido, trataban de separar su propia suerte de la del que habian adorado como á ídolo, considerándole ahora como un obstáculo á su salvacion en el naufragio. Algunos se pasaron abiertamente al enemigo. Otros, que se le mantenian fieles, servian con manifiesta repugnancia. Era imposible resistír á tan rápido torrente. Cayó Paris en manos de los aliados sin haber hecho resistencia: cayó pocos dias despues encerrado en Fontainebleau, y aun rodeado de legiones, el gran coloso de poder y de grandeza, que durante diez y seis años tenia como subyugado el continente. Firmó el acta de su abdicacion el 11 de abril, un dia despues de la batalla de Tolosa.

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Volvamos á Fernando y las cosas de nuestra propia casa.

Causó sumo disgusto y sorpresa en la corte de Valencey, la negativa de la Regencia á ratificar el tratado de este nombre. Mas poseida siempre del deseo de dejar cuanto antes aquel pun to, fué preciso que el Duque de San Carlos, portador de esta noticia, partiese inmediatamente á esponer en persona á Napoleon el estado de las cosas, manifestando la ninguna culpa que

tenia Fernando en que se hubiese negado la Regencia á cumplir con sus deseos. Al Emperador de los franceses nada debia importarle ya, segun lo mal que iban sus negocios, que el Rey Fernando permaneciese ó no cautivo. Otros de mucha mas gravedad, absorvían su atencion en aquellas circunstancias. Ninguna dificultad tuvo en ponerle en libertad sin condicion alguna, y por sus órdenes se espidieron pasaportes para el rey y su familia. El 7 de marzo llegaron á sus manos, y para el 12 del mismo quedó determinada la partida.

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El 10 salió de Valencey el general Zayas, con una carta para la Régencia. Llegó el 16 á Gerona, donde se hallaba una división del primer ejército de operaciones. Trasladóse en seguida á Madrid, en cuya capital fue bien recibido y obsequiado por la buena reputacion de que como militar gozaba. Entre los pasajes de la carta que el Rey le habia entregado, se leia lo siguiente: En cuanto al restablecimiento de las Córtes de que me habla la Regencia, como á todo lo que puede haberse hecho durante mi ausencia que sea útil al reino, merecerá mi aprobacion, como conforme á mis reales intenciones. »

Esta carta, en que Fernando parecia esplícito sobre un punto cuya reserva habia sido objeto de vivas inquietudes, causó á las Córtes singular regocijo y alegría: ¡tan propensos estaban aquellos corazones á abrirse á cualquier rayo de esperanza! El Congreso espidió un decreto, alusivo á la satisfaccion de que se hallaba penetrado.

Se puso efectivamente en movimiento el Rey, seguido de toda su corte; el 22 llegó á la raya, quedando en Perpiñan como en rehenes el infante. D. Cárlos, hasta que las fuerzas francesas bloqueadas en las plazas de Cataluña se restituyesen libremente á Francia, por ser esta una de las condiciones del tratado.

El general Copons, que lo era en gefe del primer ejército de operaciones, aguardaba con sus tropas formadas á la derecha del Flubiá la llegada del monarca. Le pasó Fernando la mañana del 24 de aquel mes, habiendo dejado á la orilla izquierda todos. los franceses que iban en su servidumbre. Obedeció fielmente el general español cuanto se habia prescrito por las Córtes relativo

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