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en manos de las autoridades. Mas cómo descubrir todos los hilos de estas tramas? ¿Cómo subir al origen de estas oscuras circulares que se esparcian sin nombre? Si se podian denunciar discursos y escritos subversivos, sermones imprudentes, ¿quién se mezclaba en el secreto de las confesiones? ¿Quién ignora que los planes de los conspiradores nunca se descubren sino á medias? Así se vivia en la agitacion, en la congoja de la incertidumbre, con la aprension de que en todas se hallaba minado el terreno, y el temor de que un abismo se abriese bajo de las propias plantas.

A la audacia de un partido, correspondian la alarma, los gritos de indignacion de los que pertenecian al opuesto. Nunca como entonces habian sido tan pronunciados los clamores, las acusaciones públicas, las declamaciones en sociedades patrióticas, las condenaciones contra lo que se llamaba lenidad é indulgencia por parte de las autoridades. El calor era escusable, en vista de la declaracion de guerra de los enemigos del bien público. Que se cometiesen escesos en esta crisis de agitacion, de recelo y suspicacia, era inevitable: que entre los mismos agitadores habia algunos que no tenian mas objeto que hacer odiosa la libertad de que se vendian por apóstoles y apasionados, es lo que se habia visto, y verá siempre en todos los conflictos de esta clase.

En Madrid trataron de apedrear y allanar las casas de los embajadores de Austria y demas potencias, que habian intervenido en la invasion de Nápoles. Como la España no habia sido objeto de acriminaciones en los protocolos de Laybach, se consideraban todavía dichas potencias como amigas nuestras, aunque su conducta manifestase realmente lo contrerio. Hé aquí porque su presencia en Madrid, irritaba los ánimos de la muchedumbre. Mas el golpe se paró con la actitud imponente de las autoridades, quienes por medio de la fuerza armada disiparon los grupos que tan acalorados se mostraban. En la Coruña, tanto por acaflar los gritos de los exaltados, como por precauciones de seguridad, se prendieron muchas personas acusadas de conspirar contra las leyes, y en seguida fueron embarcadas á Canarias y otros puntos apartados. Iguales escenas ocurrieron en Barcelo

na, donde con motivo de la presencia de varios napolitanos y piamonteses refugiados, era mayor la animacion, y recibia nuevo pábulo el fuego de la efervescencia.

Entre tantas personas proscritas, habia algunas inocentes que en nada se metian ni mezclaban; es un hecho incontestable. Mas que otras eran y se mostrabag verdaderamente enemigas de la causa pública, ocurre á cualquiera que se penetre un poco de la situacion en que se hallaban los ánimos de todos los partidos. La conspiracion era vasta, y sus ramificaciones infinitas. La ley protegia á unos y á otros igualmente, y la libertad de escribir sus ideas, les era asimismo favorable. Las disposi ciones que se habian tomado en Cádiz en materia de procedimientos, por las cuales ninguno podia ser preso sin ser cogido infraganti, ó que de otro modo, no apareciese la prueba del delito, abrian un campo ancho á los que conspiraban y se mostraban verdaderamente hostiles, sin dar pruebas legales de sus transgresiones. Es probable que los legisladores de Cádiz, al mostrarse tan filantrópicos, tan celosos porque se respetase la libertad personal del ciudadano, no contaban con que vendria un tiempo en que los enemigos de las mismas leyes en que estaban entendiendo, abusarian, de sus sentimientos generosos para derribarlas.

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De este modo se vivia en España; conspiradores unos, agitadores otros en diverso sentido, como en represalias de la hostilidad por los primeros declarada. Lo que hacia mas daño, lo que en realidad daba mas ánimos á unos y aumentaba el fuego de la irritación en otros, era la idea universalmente recibida de que en palacio se encontraba el foco, el resorte principal de todas las maquinaciones contra la Constitucion, y el centro principal de donde partia el impulso comunicado simultáneamente á toda clase de instrumentos, en la ejecucion de estos planes empleados. Algunos demasiado bien intencionados, dudaban tal vez de esta verdad, mientras otros manifestaban una incredulidad de que no participaban. Mas los recuerdos de las ocurrencias del año catorce; tantas pruebas morales de duplicidad que aumentaban las sospechas; el nombramiento del

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general Carbajal para la capitanía general de Madrid; y sobre todo, el apéndice al discurso de la corona, en que se acusaba á los mismos ministros que lo habian hecho y firmado, confirmaban tristemente una verdad, que hacía física y moralmente un mal incalculable.

Una novedad vino por aquellos tiempos á aumentar la discordia de los liberales. Divididos antes en moderados y cxaltados, se formó una escision en el seno de estos últimos. Habian continuado las sociedades secretas, despues del restablemiento de la Constitucion, los trabajos que habian promovido aquel importantísimo suceso. Algunos opinaron que debian cerrarse ó al menos no ocuparse ya en política, habiéndose conseguido el fin de sus esfuerzos, y quedado espedito el camino para que los hombres diesen libre espansion á sus ideas. Mas otros que veían el órden de cosas mal asegurado, y que los infinitos enemigos de la Constitucion tenian tantos medios secretos de dañarla sin incurrir en compromisos ni peligros, creyeron que seria necesario un cuerpo que en secreto vigilase sobre sus tramas, y que siempre unido, formase una falange constante para acudir en defensa de las leyes, cuando estas por el mismo liberal espíritu en que estaban concebidas, diesen á sus enemigos armas para combatirlas. Nosotros sin decidir en esta controversia, ya inútil en la actualidad, podemos asegurar que la actitud y vigilancia de estas sociedades, desbarató muchos planes subversivos, denunció hechos y personas, y suplió muchas faltas cometidas ó por error, ó tal vez por connivencia. Pero en medio de cuantos servicios podian hacer á la causa nacional, adolecian ya de un gran defecto. Su carácter era el de secretas: poco á poco llegaron á ser públicas. Pronto fueron sabidos de todos, los resortés que habian movido las insurrecciones anteriores, y la última de la isla de Leon, que produjo tan felices resultados. Ya no era un misterio el punto principal de donde partian muchos movimientos, y esto en los que no eran individuos de dichas sociedades, producia disgusto y un despecho, que se conciben fácilmente. Algunos que sabian su importancia, se afiliaban á ellas por una especie de necesidad, mas con poca inclinacion;

acaso con el solo objeto de saber lo que pasaba dentro. No faltaron, pues, hermanos falsos, ni fueron tampoco muy raras las denuncias. Por otra parte, se aumentaban en estremo, y si á to das estas consideraciones añadimos la rivalidad que producia lo desigual de rango y de clases, la impaciencia de unos por ascender de grado, la repugnancia de oos en hacer partícipes á los primeros de preeminencias que habian ganado en buena guerra, se imaginará fácilmente, que tan vasta sociedad estaba amenazada de escisiones.

Por abril ó mayo de 1821, se formó otra nueva bajo los auspicios de algunos que pertenecian á la antigua. Se apoyaba esta en símbolos, en emblemas, en tradiciones que traian su orígen de tiempos muy remotos de la antigüedad, y envolvian ciertas doctrinas de carácter en cierto modo religioso. El de la nueva fué todo político, sin oscuridades ni misterios, contraido á recuerdos de tiempos modernos y puramente nacionales. En conmemoracion de las famosas comunidades de Castilla, dieron este nombre á la nueva asociacion, y á ellos mismos el título de comuneros. Las ceremonias de la recepcion de los adeptos, sus reglamentos, sus doctrinas, el método de sus comunicaciones, se referian todas á aquella época famosa. Fué muy grande el aliciente que ofrecian á los liberales exaltados estos recuerdos tan patrióticos, estos nombres de Padilla, Bravo, Maldonado, etc., tan célebres en aquella contienda, objetos ahora de tan vivas simpatías para todo español que se preciaba de ser libre. Asi las nuevas comunidades contaron desde los principios un número muy considerable de afiliados. Pasaban unos á sus banderas, dejando las de la sociedad antigua; otros eran completamente nuevos, y como en las admisiones no se pasaba por las pruebas que aquellas tenian en uso, se abrió puerta mas ancha á los que deseaban inscribirse en ellas.

Las dos sociedades marchaban, sin embargo, bastante juntas, sin embarazarse ni hostilizarse mútuamente. Mas era inevitable en ellas cierta rivalidad, que podia ser funesta. Sosteniase siempre un gérmen mas o menos desarrollado, de animosidad mútua y de discordia.

Por aquellos tiempos comenzaba á estenderse entre nosotros el carbonarismo, antes ya de la emigracion de los napolitanos y piamonteses, que difundieron en mayor escala sus doctrinas.

En medio de todas estas agitaciones, se ocupaban las Córtes en los objetos de su instituto, con celo y laboriosidad, sin desviarse de la senda de sus obligaciones. Se habia aumentado en su seno el número de los desconfiados, de los recelosos, de los que creian habia llegado el caso de adoptar medidas fuertes contra tantos encarnizados enemigos. No miraban algunos tan de color de rosa muchos objetos, que ya se les presentaba con los suyos naturales. A vista de las insurrecciones que á cada paso alzaban la cabeza, dieron en 17 de abril de 1821, sobre el conocimiento y modo de proceder en las causas de conspira. cion, un decreto que contenia disposiciones muy enérgicas. Por ellas se sometia á ser juzgados militarmente por un consejo de guerra ordinario, los reos de estos delitos de conspiracion que fuesen aprehendidos por alguna fuerza armada, destinada espresamente á su persecucion por el gobierno, ó por los gefes militares comisionados al efecto. En la misma disposicion quedaban comprendidos los reos de esta clase, que con arma de fuego ó blanca, ó cualquiera otro instrumento ofensivo, hiciere resistencia á la tropa que los aprehendiese, aunque procediese esta aprehension de órden, requerimiento ó auxilio prestado á las autoridades civiles. Abrazaba el decreto todas las disposiciones y aclaraciones de estos dos artículos, especificando las categorías de toda resistencia á las tropas, para el efecto de ser juzgados. Se incluian en ella las que se encontrasen reunidas con los facciosos, aunque no tuviesen armas: los que fuesen aprehendidos por la tropa, huyendo despues de haber estado con los facciosos los que habiendo estado con ellos, se encontrasen ocultos y fuera de sus casas. Tambien se sujetaban á ser juzgados militarmente los salteadores de camino, los ladrones en despoblado, siendo en cuadrilla de cuatro ó mas, si fuesen aprehendidos por tropa del ejército ó de la milicia nacional, etc.

Por otro decreto del 17 de abril del mismo año, se establecian las penas que habian de imponerse á los conspiradores con

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