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al acto del recibimiento, poniendo en manos del Rey un pliego cerrado que le habia remitido la Regencia, con una carta en que daba cuenta á S. M. del estado de los negocios del reino. Nada diremos de las salvas de artillería, de las músicas, de los vivas, de los acentos y espresiones del mas vivo regocijo en que prorumpieron los soldados y el inmenso gentio que habia ya acudido, al ver entre españoles al Rey por quien tanto habian suspirado. El monarca, despues de haber pasado revista á las tropas, que desfilaron en columna á su presencia, partió inmediatamente á Gerona, adonde llegó el mismo dia, siempre acompañado del general en gefe.

En aquel punto, y con igual fecha, escribió el Rey toda de su puño la carta siguiente: «Acabo de llegar á esta perfectamente bueno, gracias a Dios, y el general Copons me ha entregado al instante la carta de la Regencia y documentos que la acompañan: me enteraré de todo, asegurando á la Regencia que nada ocupa tanto mi corazon como darle pruebas de mi satisfaccion y mi anhelo, por hacer cuanto pueda conducir al bien de mis vasallos.

Es para mí de mucho consuelo verme ya en mi territorio, en medio de una nacion y de un ejército que me ha acreditado una fidelidad tan constante como generosa. Gerona 24 de marzo de 1814.-Firmado.-Yo el Rey.A la Regencia del reino.»

Era demasiado diferente el tono de esta carta de la última de Valencey, para que no disgustase en estremo á los amigos de las Córtes y á las Córtes mismas. Chocó á todos el que ni de estas ni de la Constitucion se dijese una palabra en ella. Las sospechas se avivaron. La reserva en que se habia encerrado el Rey desde las primeras comunicaciones, aparecia aún mas misteriosa en esta última

No dió, sin embargo, el Congreso nacional la mas pequeña muestra de disgusto. En la sesion del 28 de marzo, donde fué leida esta carta, manifestó, al contrario, todas las señales de la satisfaccion mas viva. Propuso el Sr. Rodriguez Olmedo que se cantase al dia siguiente un solemne Te-Deum, con asistenaia del Congreso, de la Regencia y demas corporaciones: el Sr. Almansa, que se enviasen órdenes á Ultramar, a fin de que se hi

ciese lo mismo en todas las iglesias; el Sr. Plandolit, que se levantase una pirámide en el sitio en que S. M. se habia visto libre de la fuerza extrangera que le oprimia, y en su base se inscribiese el memorable suceso, el dia y el modo como habia sido arrancado en el año de 1808 de entre los españoles: el Sr. Saenz Gonzalez, que el dia 24 de marzo en que S. M. el Sr. D. Fernando VII, el deseado, el amado Rey, libre de su desgraciado cautiverio, pisó el suelo español. de Gerona, se solemnizase todos los años en los pueblos de la monarquía perpétuamente con un Te-Deum, á que deberian asistir las autoridades civiles y militares, y que despues por el ayuntamiento de la capital de cada provincia, se sorteasen dos decentes dotes del caudal respectiyo nacional entre las doncellas huérfanas, honestas y pobres, desde la edad de veinte á veinticinco años, de los pueblos de la provincia, poniéndose en la Gaceta del gobierno la noticia de las agraciadas, cuyos dotes se les entregasen luego que contrageşen matrimonio: el Sr. Miralles, que en cuantas partes se mentase ó escribiese el nombre augusto del Rey, se le llamase Fernando el Aclamado: el Sr. Caraballo, para que con la posible brevedad comunicase la Regencia por extraordinario á todas las provincias, la plausible noticia de hallarse entre los españoles el deseado Rey, el Sr. D. Fernando VII: el señor Abella, que siendo tan extraordinario el júbilo y contento que ocupaba al Congreso con motivo de la plausible noticia de hallarse en territorio español nuestro Rey el Sr. D. Fernando VII; y en atencion á que cada uno de los señores diputados querria satisfacer sus deseos de manifestar su contento, haciendo para esto proposiciones, seria muy conveniente una comision especial que entendiese del asunto, é informase á las Córtes lo que correspondiese á su resolucion.

Así se hizo en efecto, y las proposiciones anteriores fueron aprobadas.

Ya en la sesion del 5 se habian hecho otras semejantes, al saberse de oficio que el Rey se hallaba en camino y próximo á la raya. Mas entonces no tenia el Congreso nacional delante de sus ojos la carta significativa, escrita por Fernando con la data de Gerona.

Como no escribimos historia, en pocos pormenores entraremos sobre los pasos ulteriores del monarca. En Poblet se apartó de la ruta prescrita por las Córtes, torciendo á Lérida con direccion á Zaragoza, adonde le llamaba una representacion de esta ciudad, suplicándole que tuviese la dignacion de visitarla, y que fué entregada al Rey por el general Palafox, uno de su comiti-va. El infante D. Antonio siguió el Camino directo á Valencia, donde segun los planes y resolucion tomada por la corte de Va-lencey, era al parecer muy necesaria su persona.

De Zaragoza se encaminó el Rey á Daroca, y tomando la direccion de Teruel se trasladó á Valencia por la ruta de Segorbe. Indicaremos de paso que hubo algunas conferencias en el camino, en las que se trató el grave asunto de si aceptaria ó no Fernando VII la Constitucion. Algunos de los personajes que le acom pañaban, entre los que podemos contar al Duque de Frias y el general Palafox, opinaron en todas ellas por la afirmativa, haciendo ver los graves conflictos en que iba á verse la nacion á seguir el monarca la línea de conducta opuesta. Mas si estas conferencias no se celebraron pro forma, era ya una resolucion tomada por los consejeros de Fernando, el que se declarase en oposicion con las instituciones liberales. Al lenguaje moderado de los que deseaban que el Rey entrase en el sendero constitucional, opusieron otros el apasionado y violento del odio con que miraban toda innovacion, que tuviese por objeto poner la menor cortapisa á las prerogativas que el monarca habia heredado de sus progenitores. El asunto estaba ya resuelto y decidido; y si en sus principios pudieron vacilar y titubear, el modo con que al monarca le recibian en todas las poblaciones del tránsito, bas. taba para disipar hasta la sombra del escrúpulo..

No describiremos las demostraciones de entusiasmo con que Fernando VII fué acojido por la muchedumbre: se precipitaba el pueblo á saludarle, á victorearle: era una marcha triunfal sin ninguna interrupcion, pues los caminos se hallaban constantemente llenos de habitantes de los pueblos inmediatos. En muchas partes reemplazaban hombres las mulas del coche del Rey, disputándose este honor de conducir como bestias de tiro

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su persona. Con repiques furiosos de campanas, con músicas, con salvas, con solemnes funciones de iglesia, se celebraba en todas las poblaciones la entrada de un monarca idolatrado; idolatrado es la voz propia. Y ¿qué era mas que un ídolo el que los pueblos adoraban? En Zaragoza se erigió un altar en lo mas público del Coso. En pocas ocasiones la Virgen patrona tutelar de la ciudad, recibió mas ofrendas y plegarias. Los vivas eran al Rey esclusivamente; la voz de la Constitucion, no salió de ningun labio.

Y ¿qué significaba este entusiasmo hasta el delirio, manifestado unánimemente por la muchedumbre? Una sola idea, un sentimiento muy sencillo. El Rey, que durante seis años se habia aclamado, cuyo nombre estaba escrito en la bandera del pronunciamiento nacional, como en los corazones de los que por él combatian, se afanaban, derramaban sangre, consumaban gustosos todo género de sacrificios, pisaba otra vez el territorio de la España. Era un motivo muy natural para que el pueblo se precipitase embriagado á recibirle, á saludarle, á colmarle de victores y bendiciones ¿Qué ideas de este monarca tenia el pueblo? Ninguna fija, en el torrente de la ilusion que le arrastraba. Un ligero pensamiento de que no podia menos de ser un buen Rey, el que habia sido tan perseguido; primero por su madre y el favorito, despues por el Emperador enemigo de la nacion, que le habia tenido seis años prisionero. Graduaban su mérito por sus padecimientos; tenian el presentimiento vago de que un Rey que debia tanto á la nacion, habia por precision de agradecer y recompensar tan grandes beneficios. En hacer tan natural suposicion, ¿tan errado iba? ¿quién entonces, á no pasar por loco ó mal intencionado, tal vez por traidor, se hubiese atrevido á predecir, que el reinado de Fernando no seria una época de la mayor prosperidad y ventura?

¡La Constitucion! ¿Qué podia decir el pueblo de la Constitucion en aquellos momentos de arrebato? La muchedumbre no conocia la Constitucion; y lo que es peor, la conocia mal, gracias á las artes de sus gefes y directores naturales. Si le habian dicho que era impía, ¿cómo habia de amarla un pueblo religioso, tan adicto al culto de sus padres? Si se la pintaban como atenta

dora á las derechos de su Rey idolatrado, ¿qué simpatías había de sentir en favor de ella', teniendo á este Rey delante de sus ojos? Semejante manifestacion en sus labios hubiese sido una contradiccion, como en pugna con sus sentimientos.

Los que entonces acusaron y hoy acusan de bárbaro al pueblo español porque no queria ser libre; los que por otro lado se apoyan con aire de triunfo en esta misma repugnancia para 'ha-' cer ver que la Constitucion contrariaba sus opiniones y sus hábi tos, renuncian el buen sentido: los primeros por error, los se gundos á sabiendas; aquellos de buena fé, valiéndose de la lógica comun, que juzga de las cosas por sus resultados; estos, del arte que agrupa argumentos especiosos que puedan concurrir á su sistema. Despues de combatir la Constitucion como doctrina, la atacaron en el terreno de los hechos, tomando el testo favorito de que no la queria el pueblo. El pueblo no puede querer lo que le daña, ni aborrecer lo que le favorece. Si su conducta contradice algunas veces este principio, que es el de su conservacion y bienestar, consiste en que se equivoca sobre los medios que le llevan á sus fines. Si en 1814 corrió frenético á la servidumbre, fué sin duda porque se le hizo creer que la Constitucion era un yugo; que el monarca era la libertad; que cuanto menos se le coartase en el ejercicio de sus prerogativas, tanto mas espedito se le dejaba para gobernar en un todo como verdadero padre de los pueblos. ¡Estraña lógica! Despues que se estravia, que se engaña, que se embriaga al español con la idea de que la ley fundamental es un tejido de impiedades, un desacato á la magestad del trono, se exclama con aire de triunfo: el pueblo no quiere la Constitucion, como contraria á sus ideas religiosas, á sus hábitos.

En cuanto al partido liberal, le dividiremos en dos clases. Colocaremos en una los que querian la Constitucion, mas por sentimiento que por convicciones y doctrinas; mas por halagar los instintos de libertad que nacen con el corazon del hombre, que por un principio de interes material y positivo. Amaban estos hombres un órden de cosas que los elevaba á sus propios ojos, que políticamente los hacia iguales de los que los consideraban como

TOMO II.

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