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No dejó de notar el público que el Rey se manifestase tan satisfecho de la conducta de unos hombres, declarados sin fuerza moral por una votacion solemne de las Córtes, en virtud de la conducta que habian observado. Otros al contrario, individuos del partido moderado, graduaron de debilidad por parte del Rey la exoneracion de los ministros, y de estraña la consulta del Consejo de Estado, que habia apuntado la medida.

Para concluir el rápido exámen que estamos haciendo de los trabajos de las Córtes, daremos cuenta de un atentado cometido cerca del mismo lugar de sus sesiones. Se discutia entonces la ley de imprenta, en que se pronunciaron discursos muy acalorados. Atacaba el Sr. Calatrava el dictámen de la comision, manifestando sus temores de que se diesen demasiadas armas al poder, siempre propenso á estralimitarse de sus facultades. Le sostenian los señores conde de Toreno y Martinez de la Rosa en el terreno de los principios, y siempre con aquel calor que manifestaban contra los perturbadores del órden público. Al salir de la sesion del 4, fueron estos dos diputados acometidos é insultados por una turba de malévolos, que probablemente se hubiesen propasado á vias de hecho, á no haber sido defendidas sus personas por sus amigos, y la fuerza armada que acudió en su auxilio. Los alborotadores se dirigieron á casa del primero, que recorrieron toda. Las mismas intenciones se manifestaron con respecto á la del segundo; mas las autoridades acudieron pronto, y la cosa no tuvo ulteriores resultados.

Suscitó este hecho escandaloso una tempestad en el seno del Congreso. Todos los diputados manifestaron su indignacion en la sesion del dia siguiente 5, sobre el acto de la víspera. Hizo el Sr. Sancho la propuesta de que se nombrase una comision, para que oyendo al gobierno y á las autoridades competentes, propusiese á las Córtes lo mas oportuno acerca de aquellos sucesos. Admitida á discusion, fué combatida por los mismos señores conde de Toreno y Martinez de la Rosa, por la razon de que siendo aquellas Córtes estraordinarias, no podian entender en un asunto que el gobierno no habia sometido á su exámen. Mas el Sr. Calatrava la apoyó con energía. Yo, dijo entre otras

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cosas, que he tenido la desgracia de ser de la opinion que afectan sostener estos sediciosos, soy el mayor interesado en el asunto. .. Repito que soy el mas interesado, porque he manifestado una opinion, á la que aparentan adherirse estos infames, indignos del nombre de españoles. Pero Calatrava dice francamente su opinion, como los demas diputados; y Calatrava clamará siempre contra los viles enemigos de la libertad, que á pretesto de ella, han tratado de ultrajar á unos diputados tan dignos de la nacion española. ¿ Dónde está la Constitucion? ¿Dónde está la libertad? ¿Dónde está el respeto á las leyes que tanto se decantan.

La proposicion fué aprobada.

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Habiéndose concedido la palabra al mismo Sr. Calatrava, en el proyecto de ley pendiente, sobre libertad de imprenta, dijo: «Las circunstancias actuales, hacen que crea comprometida mi delicadeza hablando en este asunto: nada me importa hacer un sacrificio de mi amor propio, porque mis opiniones son bastante conocidas; mas mi opinion, está comprometida. »

En 14 de febrero cerraron las Córtes estraordinarias sus sesiones, bajo la presidencia del Sr. Giraldo. Hubo sesion régia, con todas las solemnidades y ceremonias de costumbre. El discurso del Rey fué sumamente corto «Al retirarse á sus provincias los señores diputados, tal era su conclusion, les acompaña el testimonio de la gratitud nacional y la mia; y yo confio de sus virtudes patrióticas y sanos consejos, que contribuirán á mantener en ellas el órden público y el respeto á las autoridades legítimas, como el mejor medio de consolidar el sistema constitucional, de cuya puntual observancia depende el bienestar y prosperidad de esta nacion magnánima.

La contestacion del presidente, fué mas larga. Trasladaremos tres de sus párrafos.

«Durante este último período (el de las Córtes estraordinarias), las Górtes se lisongean de haber contribuido á restablecer la tranquilidad del Estado, y á libertarle de la terrible crisis á que desgraciadas circunstancias le habian conducido; de haber dado leyes benéficas conservadoras de la verdadera libertad, de

TOMO II.

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haber facilitado la accion del gobierno y la mejor administracion en los pueblos con la division provisional del territorio, y de haber dejado una memoria grata á los españoles en el código penal que han concluido, y en los proyectos que la escasez de tiempo les ha impedido discutir, y que dejan encomendados á la prudencia y sabiduria de las próximas Córtes ordinarias.

Tal es, señor, la suma ventaja del régimen representativo, útil á los tronos como á los pueblos; los hombres se mudan; pero la institucion permanece, y el Estado logra los beneficios de un sistema de adelanto y mejora en los varios ramos de la administracion, sin que esten espuestos á los embates de la arbitrariedad, ni á continuas mudanzas sin plan y sin concierto. »

A nuestros sucesores. . . . . está reservada la inapreciable dicha de consolidar obra tan magestuosa, sin dejarla espuesta á los ataques del poder ni á los vaivenes de las pasiones; y animados de nuestros mismos deseos, amaestrados con nuestra inesperiencia, van á asegurar para siempre la felicidad de la nacion gloríese V. M. de la gran parte que tiene en ella, y de hallarse en ese trono apoyado y sostenido por la Constitucion y las Córtes, desde el que hará la dicha de su augusta familia y la de todos los españoles, mientras nosotros, desnudos ya de la investidura con que nos habia condecorado la ley, dirigimos constantemente nuestros votos por la prosperidad de nuestra patria, y damos lecciones con nuestra persuasion y nuestro ejemplo, de fidelidad inalterable á la Constitucion política de la monarquía, de obediencia á las leyes y de respeto á la sagrada persona de V. M.»

Concluida la ceremonia, dijo el presidente: se cierran las sesiones de las Córtes estraordinarias, hoy 14 de febrero de 1822.

Al retirarse á sus provincias los señores diputados, les acompañan el testimonio de la gratitud nacional y la mia,» tales habian sido las palabras del discurso del trono. Si las Córtes no llevaban al terminar sus sesiones la gratitud del Rey, tenian á la de la nacion un derecho incontestable. Que se habian mostrado dignas de su elevado puesto por sus virtudes, ilustracion y demas prendas de verdaderos representantes de los pueblos,

aparece en sus actos, en las leyes con que dotaron á un pais tan atrasado, tan afligido por abusos. Sin representar un papel tan brillante como las Córtes de Cádiz por la diversidad de circunstancias, y sobre todo por no haber venido al mundo las primeras, hicieron ver que hay segundos puestos donde se puede cojer gran mies de reputacion gloria. Se penetraron bien las Córtes de lo que exigia de ellas la opinion pública, el gran nombre que llevaban, y la reputacion personal de algunos de ellos que habian pertenecido á las de Cádiz, de tan alta nombradía. Se movian estas á su libertad en un campo desembarazado, donde eran los solos, ó al menos, á cuya voz nadie ponia obstáculos las de 1820 tenian, á su Rey que habiendo entrado en el sendero constitucional como á la fuerza, debia suponerse secretamente adverso á sus instituciones; á un Rey que en medio de lo limitado de su poder, tenia el bastante para hacerles daño, y aun para empeñar abiertamente una batalla; tenian un público dividido, entre los enemigos de la Constitucion, los que siendo amantes de ella la creian segura por lo mismo que el Rey la habia jurado, y los que no se fiaban en estos juramentos, y tenian presente la conducta anterior de los que ahora los prestaban. Se mostraron las Córtes para los primeros, objeto de un miedo saludable; de veneracion á los segundos, y nunca de desconfianza ni suspicacia para los terceros. Dieron á todos prendas seguras de la sinceridad de sus principios, de la rectitud de sus intenciones, del desinterés de todos sus actos, sin que ninguno se presentase con el carácter de equívoco, á los ojos de quienes tenian tantos deseos de rebajar el carácter que la ley les daba. El que no sabe inspirar esta confianza, no mande, no legisle, no exija obediencia que siendo forzada, compromete el mismo fin á que la division de clases y gerarquías se encamina. Las Córtes, ó son mucho ó no son nada; ó están las primeras en el concepto público, ó son objeto de desprecio; no hay para ellas rango subalterno. Las de 1820, supieron conservar y mantener el suyo: el nombre de Córtes no dejó entre sus manos de ser mágico. Con el ministerio Argüelles que inspiraba gran confianza, se mostraron obsequiosas, si se puede aplicar

esta voz al deseo de cooperar en todo cuanto cumpliese á sus designios, de conducir por el rumbo constitucional la nave del Estado; tal era su seguridad de que no podia peligrar en manos tan patriotas. Con sus sucesores, observaron mas circunspeccion y mas cautela. Que no los consideraban como hombres adheridos de corazon á la causa constitucional, aparece de muchas importantes discusiones. El número de los desconfiados fué en aumento: era necesaria una fé demasiado viva en la fuerza de las mismas cosas, para no sentir que peligraban por falta de los hombres. Su conducta en los asuntos de Cádiz y Sevilla hizo ver, que desaprobando, como no podian menos de desaprobar, la desobediencia á los actos del gobierno, una voz secreta les decia en el fondo de sus corazones, que la obediencia es precaria, que la subordinacion es ilusoria, cuando no está apoyada en el tino, en la prudencia, en el patriotismo del que manda; y que cuando estas cualidades faltan, lo mismo se puede perder la nave del Estado obedeciendo ciegamente, como oponiendo resistencia. Las circunstancias eran críticas; los enemigos de la causa constitucional, peligrosos y en gran número. Las aspiraciones de la corte, cada vez aparecian mas claras; y si era un mal tener ministros objetos de su abierta antipatía, habia aún mas peligro en que mostrasen un carácter demasiado complaciente. Por lo demas, las leyes y decretos dados por las Córtes en materias de estado, y todos los ramos de la administracion, muestran su gran fondo de saber, aunque era posible que pagasen algun vez tributo á la inesperiencia, á la imperfeccion, inevitable en cuanto sale de la mano de los hombres. Para concluir como hemos comenzado, diremos en suma: que al retirarse á sus provincias los diputados de 1820 y 1821, merecieron la gratitud de cuantos se interesaban en el bien y libertades de su patria.

La situacion de los negocios públicos era bastante triste para los observadores imparciales amantes del bien, sin mas pasion política que la consolidacion de las instituciones liberales. En las provincias disidentes se habia restablecido la tranquilidad; y las nuevas autoridades puestas por el gobierno, ad

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