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ministraban sin oposicion y sin disturbios. Mas las facciones erecian, sin que el valor y los esfuerzos de las armas nacionales, victoriosas por lo regular, pudiesen cortar de una vez todas las cabezas de la hidra. En las filas de las tropas de la fé, comenzaban á verse oficiales del ejército, y algunos gefes de graduacion que les daban importancia. En Paris y otros puntos habia centros directivos, que proporcionaban recursos en dinero, armas, pertrechos, y daban impulso á las operaciones. Se sabia los que tenian en el interior, y donde estaba el foco de que convergian todos los hilos de la trama. Se veia con inquietud acercarse la cuaresma, recordando los muchos reclutas que habia enviado la anterior, á las huestes que se llamaban defensores del altar y el trono. Las disposiciones de la Santa Alianza no eran un secreto para nadie; la Constitucion de España se hallaba bajo el mismo anatema que habia destruido las de Nápoles y del Piamonte: la cuestion era, sobre la ocasion que les parecia oportuna para descargar el brazo que estaba levantado. Se habló de pasos, de negociaciones secretas por españoles fuera y por estrangeros dentro, para cambiar nuestra política en una Carta parecida á la francesa. ¿Era esto posible? ¿Podia sernos útil semejante institucion impuesta por un gabinete que tanto pugnaba por falsear, por desvirtuar lo que en aquel pais regia? ¿Querian esta Carta los que abiertamente combatian contra nuestras libertades? ¿La queria sinceramente el Rey de España? Los sucesos posteriores muestran lo quimérico, lo vano de esta tentativa; y que semejantes especies de reformas tan imprudente ó maliciosamente propaladas, no podian ser sino otra manzana de discordia, ni producir mas resultado que un nuevo pábulo de exaltacion y acrimonía en un partido, y de indiferencia en otro, que con pretesto de moderacion, se alejaba mas y mas del verdadero objeto á que debian unos y otros dirigirse. ¿Querian la Carta francesa la Rusia, la Prusia y el Austria? Es inútil insistir en estas consideraciones. Para los constitucionales españoles, no habia mas alternativa que la de volver al yugo antiguo, ó resolverse de una vez á defender sus derechos por todos los medios imaginables y posibles.

CAPITULO XXIX.

Nueva época constitucional.-Nombramiento de las Córtes ordinarias.—ArgüeHles, diputado.-Breve reseña de los acontecimientos de su vida, desde que salió del ministerio.-Juntas preparatorias.-Composicion del Congreso.-Riego, presidente.—Apertura solemne.-Otro ministerio constitucional.-Su posicion parlamentaria.-Ministerialisme.-Oposicion-Primeras tareas de las Córtes.-Mas hostilidades coutra la Constitucion.-Aumento de facciosos.Anuncios de una guerra civil.-Trabajos de las Córtes.-Mensage al Rey.Desmanes de la imprenta.-Sucesos en Valencia, Pamplona, Cartagena y Barcelona.

Una nueva época ó período en la historia que recorremos con

tanta rapidez, se nos va á abrir con la presentacion de otras Córtes en la escena pública. Hasta aquí hemos visto tres partidos que pugnan, cada uno en su sentido diferente, por llevar lo mejor de la batalla, por dejar triunfantes sus principios; mas sin venir á estos choques decisivos, que aseguran definitivamente la fortuna del mas osado, del mas hábil ó del mas fuerte. Habia habido mas amagos, que golpes; mas ruido, que verdadera hostilidad; mas fieros y amenazas, que lides verdaderas. Los facciosos, sin ser verdaderamente derrotados, no adelantaban bastante terreno para creerse dueños del campo de batalla; los moderados, á pesar de tener de su parte la letra de la ley, estaban cada dia mas lejos de ganar prosélitos á su sistema; y los exaltados en las últimas sesiones de las Córtes, parecian poco dispuestos a entrar en nuevas lides. Los reformistas seguian halagando y seduciendo, constantes en su táctica de

atacar la ley fundamental del Estado, en sus últimos atrincheramientos. La corte, á pesar de tantas pruebas nada equívocas de su mala voluntad, habia dado indicios de arredrarse con la actitud firme de las Córtes, cuando se ocuparon en los últimos acontecimientos de Cádiz y Sevilla. De la Santa Alianza se hablaba poco, porque tal vez convenia a sus agentes obrar todavia bajo los velos del misterio. Mientras podia conservar la esperanza de destruir la Constitucion de España, por las manos de los mismos españoles, no habia necesidad de obrar mas al descubierto. En la nueva época que se ofrece á nuestra vista, van á luchar con mas fuerza todos estos elementos encontrados, á levantar mas abiertamente su bandera los diversos combatientes, á quitarse del todo la máscara los que temian presentarse con cara descubierta, á dictar su voluntad los soberaranos de la Santa Alianza, á darse, en fin, la lid que va á fijar para mucho tiempo el porvenir de España. Van á tener lugar estos sucesos solemnes y de inmensa influencia, que cambian la faz de las naciones, que las enaltecen ó hunden en el polvo del desprecio, que deciden y resuelven el problema de su valor verdadero, ante el tribunal inflexible de la historia. ¡Tan tremenda prueba tenian reservada á la nuestra, las leyes de su fatal destino!

Volvió á la escena pública con el nombramiento de las Córtes, el personaje cuya vida es el objeto principal de este trabajo. Fué D. Agustin de Argüelles elegido diputado por su provincia de Asturias, que quiso darle esta muestra de su aprecio nunca desmentido, de lo gratos que le habian sido en todo tiempo sus servicios. Despues de su salida del ministerio, no nos hemos vuelto á ocupar de su persona; ¡tan poderosamente absorvian nuestra atencion los asuntos públicos con que de nuevo va á enlazarse! La vida privada de un hombre de sus circunstancias, no llama mucho la curiosidad; por esto la hemos trazado hasta ahora tan sucintamente. Poco tiempo despues de salir de los negocios públicos, se trasladó D. Agustin á su pais natal, donde recibió de sus paisanos toda especie de atenciones y de obsequios. Las personas de alguna distincion, sus antiguos amigos y

condiscípulos, las autoridades del pais, se esmeraron en darle á conocer la amistad, aprecio y respeto de que era objeto su

persona.

Se hallaba D. Agustin de Argüelles en Rivadesella en el seno de su familia, cuando recayó en él la eleccion de diputado. A principios de febre del año 1822, se presentó en Oviedo. La diputacion provincial, la audiencia, el cabildo, la sociedad económica, los gefes de la guarnicion con el comandante general á la cabeza, la Milicia Nacional, como asimismo todas las personas distinguidas de la ciudad, se apresuraron á cumplimentarle. El ayuntamiento iluminó sus casas consistoriales, y á su ejemplo hicieron lo mismo cuantas personas eran conocidas por su adhesion á la causa constitucional.

Se distinguió la universidad en el obsequio. Pasó una diputacion de su seno á felicitarle, y aquella misma noche celebró claustro pleno en casa del rector, donde se acordó conferirle el grado de doctor en ambos derechos, lo mismo que á los señores D. Francisco Martinez Marina y D. Lorenzo Rivera, diputados á Córtes de 1820 y 1821, al Sr. D. José Canga Argüelles, ex-ministro y nombrado para las de 1822 y 1823, y al Sr. D. Manuel María Acebedo, gefe político de la provincia. Al señor conde de Toreno, se le confirió el grado de doctor en leyes.

Una diputacion pasó á comunicar lo acordado á D. Agustin y al gefe político, que eran los solos que se hallaban en Oviedo, por si gustaban recibir el grado con la pompa y ceremonia acostumbradas. Mas los interesados contestaron, que agradeciendo infinito la honra que les hacia el cláustro de la Universidad, esperaban se les dispensase de recibir el grado con la solemnidad del uso, añadiendo Argüelles; que tendria gran satisfaccion en presentarse al cláustro privadamente, si posible fuese.

Accediendo este á sus deseos, se reunió en efecto al dia siguiente; y habiendo mandado una diputacion de cuatro individuos de su seno á salir á recibir á los Sres. Argüelles y Acebedo, se presentaron estos, y el rector les puso en la pose sion de su grado de doctores. Concluido el acto, sentáronse

entre los decanos, se dirigieron las arengas, y hubo los abrazos que en tales casos se acostumbran.

Terminado el acto, bajaron todos los doctores á la cátedra de vísperas, ocupada ya por una numerosa y escogida concurrencia. Gozoso Argüelles, y lleno de emocion al verse rodeado de tantos amigos y antiguos, condiscípulos, les dirigió la palabra, y en un breve discurso recordó, que en aquella aula habia pasado sus mejores años. Haciendo una reseña de los trastornos que habia esperimentado desde aquellos tiempos la nacion, encareció las ventajas que resultaban de la libertad bien entendida, y de la puntual y exacta obediencia de la Constitu cion política de la monarquía; concluyendo con exhortar á la juventud, á que aprovechando la nueva era que abria al saber el sistema liberal, se dedicase incesantemente al estudio, para ser algun dia útil á su patria.

Tomó la palabra para contestarle D. Tomás Joaquin Estrada, cursante en jurisprudencia; le felicitó en nombre de sus compañeros, y felicitó no menos al pais por ser cuna del patriarca de la libertad. Con cuyas palabras terminó la ceremonia, saliendo de la universidad Argüelles y el gefe político entre infinitos aplausos, con un lucido acompañamiento que los condujo hasta su casa.

De allí á muy pocos dias tomó Argüelles el camino de Madrid, á donde le llamaba el desempeño de su cargo de diputado. Comenzaron las nuevas Córtes sus juntas preparatorias. Abrió la sesion el Sr. Calatrava, como presidente que era de la diputacion permanente, con un discurso muy sentido, análogo á las circunstancias.

< Bien venidos seais, diputados dignísimos de la nacion, dijo entre otras cosas; la patria que os envia disfruta anticipadamente la mas consoladora esperanza de los bienes que le prometen, la ilustracion que os distingue y las virtudes que os adornan. Los enemigos de la libertad y del órden, ven despechados levantarse un nuevo muro contra sus intentos parricidas; y los ingratos que recatados por el heroismo de los españoles, quisieron recompensarlos con la desolacion y las cadenas, devoran 39

TOMO II.

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