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Tacon, Rodrigo y el conde Toreno, que tuvieron medios de pasar á naciones estrangeras. La misma providencia alcanzó á Don Manuel José Quintana, al entonces conde de Noblejas, á su hermano, y á otros muchos de los conocidos por sus opiniones liberales, que habian cumplimentado varias veces á las Córtes sobre varias providencias suyas (1).

La mañana del siguiente dia 1 se soltó la muchedumbre, escitada por agentes provocadores que la estaban desde muchos dias inflamando. Cerradas las Córtes, presos los principales diputados liberales, se celebró este triunfo con gritos furibundos, con denuestos á la Constitucion, con insultos y amenazas á los presos, delante de cuyos puntos de encierro se detenian con grande estruendo y algazara. Con furor y desenfreno fué arrancada la lápida de la Constitucion, arrastrada y hecha mil pedazos, cuya igual suerte cupo á cuantos signos y emblemas alusivos á lo mismo, decoraban el salon de sesiones de las Córtes y otras partes mas del edificio. Al mismo tiempo los papeles reaccionarios se desencadenaban, prorumpiendo en imprecaciones y acusaciones furibundas contra aquellos desgraciados.

Amaneció fijado el mismo dia 11 en las esquinas el famoso decreto del 4 de mayo, que segun el historiador citado tantas veces y el autor anónimo de la historia de Fernando VII, habia estado hasta entonces oculto bajo el velo del secreto. Es posible que no hubiese sido conocido hasta entonces en Madrid, donde al parecer se ignoraba cuanto en otras partes ocurria; mas tenemos fundamentos para creer que no era ignorado en las provincias. Parece por otra parte absurdo el que se hablase de comunicar al presidente de las Córtes, para que estas se disolviesen, un decreto que no se debia publicar hasta que lo estuviesen ya en efecto. Mas es esta una observacion, de poquísima importancia.

(1) Las cortas noticias que damos sobre estos acontecimientos de tanto descrédito para nuestra historia, estan tomadas de una obra publicada en 1820 con el título de Apuntes sobre el arresto de los vocales de Córtes, ejecutado en mayo de 1814, escritos en la cárcel de la Corona por el diputado Villanueva, uno de estos. Es produccion curiosa bajo mas de un aspecto, para el que quiera enterarse á fondo ó escribir la historia de la época.

TOMO II.

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El dia 13 verificó el Rey su entrada en la capital, seguido siempre de la division que le servia de custodia. Atravesó las calles de Madrid por medio de arcos triunfales, entre los gritos, vivas y aclamaciones que deben fácilmente suponerse. ¿Era parecida aquella entrada á la del 24 de marzo de 1808, cuando la capital aclamaba por primera vez al jóven monarca idolatrado? Ningunas tropas entonces le rodeaban. Era el regocijo unánime y las aclamaciones, hijas todas de un solo sentimiento. Mas por mucho que fuese ahora el incienso de la adulacion y frenético el entusiasmo de la muchedumbre, reinaba sin duda el disgusto en muchos, el terror en no pocos, y el luto en el corazon de tantas familias de los que estaban en prisiones. Mas como Rey que venia á castigar, que como padre que se echaba en brazos de sus pueblos, se presentó el monarca español á los ojos de los que no tenian cerrados los suyos á la luz del raciocinio.

El 25 del mismo mes hizo su entrada pública ei lord Wellington en Madrid, donde fué recibido con muestras del obsequio y la alta consideracion debida al que tan esclarecidos servi cios habia hecho á la causa de nuestra independencia; pero fué muy corta su residencia en aquel punto. Habia terminado la mision de los ingleses en España, estando abierto ya el continente á su comercio, y derribado el coloso de grandeza que fuera blanco de enemiga tantos años. Se dice que antes de salir de Madrid dió lord Wellington buenos consejos á Fernando, sin saberse de qué naturaleza. Poco podia importar á los ingleses el modo con que se conducian los negocios en España, y lo que habian visto ya del Rey, les bastaba para conocer en toda su estension la indole de su reinado. Ademas; de la Constitucion de 1812 no eran nada amigos, sin duda por lo mucho que discrepaba de la suya. ¿Qué les iba ni venia en su caida? Pronto partió el general inglés á su pais, donde recibió de la corona el título de duque, y del parlamento una magnífica fortuna, en recompensa de sus servicios distinguidos.

Habiendo visto la inauguracion de la nueva época del gobierno de Fernando VII, no pasaremos adelante sin echar la vis

ta sobre la suerte de los encarcelados, víctimas primeras de su despotismo.

¿Por qué estaban presos estos hombres? ¿Cuáles habian sido sus delitos? ¿Ante qué tribunal dotado de un poco buen sentido, y sobre todo de pudor, se les podia acusar de haberse conducido como hombres públicos segun les dictaba su conciencia? ¿Dónde se habia visto, dónde podia verse que legisladores nombrados por la nacion con el derecho de inmunidad, sin el cual es imposible el ejercicio de este cargo, habian de ser tratados como criminales, porque acontecimientos posteriores hubiesen hecho nulas sus leyes y sus disposiciones? ¿A quién habian ofendido? ¿Al Rey, cuyo nombre habian pronunciado siempre con el mayor respeto y reverencia, por la redencion de cuyo cautiverio se afanaban? ¿Habian ofendido á personas, á clases, á corporaciones, conculcado derechos legítimos, promovido desórdenes, roto los lazos de la obediencia y respeto á las autoridades? Pero es inútil y hasta bochornoso el análisis crítico de aquellos procedimientos, en que lo atroz competia con lo absurdo. No habia que buscar en parte alguna antecedentes ni sombra de ley, donde toda legalidad fué blanco de ludibrio. Despues de vencidas las comunidades de Castilla y de haber derramado su generosa sangre en un cadalso los gefes principales cojidos en el mismo campo del combate, se mostró Cárlos V indulgente, contentándose con los castigos perpetrados, perdonando á los demas que estaban envueltos en la misma causa, mandando que no pasasen adelante las indagaciones y pesquisas. Cuando la restauracion de los Estuardos en 1660, solo espiaron en un patíbulo su conducta seis gefes principales, en un pais que habia estado en revolucion durante mas de diez y ocho años, en los que se habian perpetrado tantos actos de violencia, y cortado públicamente en un cadalso la cabeza del padre del monarca restaurado. Ni una gota de sangre habia causado la restauracion de los Borbones en Francia, donde aun vivian muchos convencionales que habian repetido una tragedia igual algunos años antes. Solo estaba reservado á España la suerte de presenciar el espectáculo de un Rey, redimido de su cautiverio

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por los esfuerzos de toda una nacion, señalando su vuelta al seno de sus pueblos con procederes inauditos, que ofenden aún mas al buen sentido, que á la humanidad y á la justicia. No le examinaremos, pues, á la luz de la razon ni de las leyes antiguas y modernas, que todas se violaron.

Los presos, á lo menos los buscados con el objeto de encerrarlos, fueron mas que los cuyos nombres hemos dado. Se comprendian en la lista literatos, escritores, periodistas, hasta personas á quienes no se les achacaba mas delito que el asistir á las galerías del salon de las Córtes, como sucedió al famoso Cojo de Málaga y otros varios. Comprendidos en igual medida de severidad, militares de diversas graduaciones, tenidos por partidarios y amigos de la Constitucion; y para que el absurdo rayase en delirio, alcanzó semejante rigor á uno, acusado de guardar silencio. Algunos pudieron sustraerse con la fuga á las pesquisas de que eran objeto. Otros tuvieron que sufrir los trámites y resultados de un proceso, que terminó regularmente en confinamientos y destierros.

Sigamos, aunque rápidament, el curso de estas causas, para no detenernos mucho tiempo en terreno tan fangoso. Comencemos por observar, que de los magistrados á quienes se encargó el arresto y enjuiciamiento, habian sido dos de ellos (Don Ignacio Martinez Villela y D. Antonio Alcalá Galiano) individuos de las Córtes extraordinarias, y concurrido como tales á muchos actos, objetos ahora de acusaciones y de cargos. En el momento mismo de la prision se apoderaron de todos sus papeles; y no hallando nada en ellos que manifestase culpabilidad de ningun género, lo comunicaron así en 17 de mayo, pidiendo ulteriores instrucciones. Por una real órden del 20 del mismo, se les respondió que segun lo que de estos papeles resultase, se les juzgase y sentenciase. Mas los papeles no arrojaban nada que fuese contrario á los encarcelados; y aunque la mala fé de los jueces hizo apartar cuidadosamente los que les eran favorables, ni su torcida intencion, ni el ansia de complacer á una corte que pedia castigos, hicieron hallar crímenes ni causas de delito, donde verdaderamente no existian.

Mientras tanto, se desencadenaban contra los presos los periódicos del gobierno, tratándolos de hereges, de jacobinos, de enemigos de Dios y de los hombres, de atentadores á los derechos mas sagrados. En igual sentido tronaban desde los púlpitos algunos frailes furibundos. Se distinguió ejerciendo el mismo ministerio D. Blas de Ostolaza, cuyo nombre fué tan célebre entre los diputados serviles de las Cortes generales.

Viéndose que la pesquisa de los papeles de los presos ningun fruto producia, se mandó de real órden que se registrasen los archivos de las secretarías del Despacho, y la antigua de las Córtes. Tambien fué trabajo inútil. Estas habian obrado ante la faz de la nacion, las deliberaciones habian sido públicas, constaban en el libro de sus actas, y se hallaban al alcance de todos los lectores. En las sesiones secretas gozaban de igual inmunidad, como diputados, que en las públicas. Todo esto era absurdo y repugnante. Lo que deseaba verdaderamente la corte, era que los jueces tuviesen la bajeza de declararlos delincuentes, merecedores de un castigo, y á este punto no se atrevieron á descender aqueHos magistrados.

El 21 del mismo mes de mayo tuvieron la órden de examinar á varios testigos, entre los que figuraban D. Blas de Ostolaza, Don Bernardo Mozo Rosales, marqués de Lazan, conde de Montijo y demas sugetos que estimasen, para que espusiesen qué diputados, tanto de las Córtes extraordinarias como de las ordinarias, habian sido los causantes de los procedimientos de dichas Córtes contra la soberanía de S. M. Era abrir una puerta á la delacion, y presentar un aliciente á la impostura. Don Bernardo Mozo Rosales habia sido uno de los persas; de Don Blas Ostolaza, se tienen ya noticias; el marqués de Lazan estaba tenido por enemigo acérrimo de la Constitucion, y el conde de Montijo habia sido uno de los mas encarnizados contra que el Rey la jurase, cuando las conferencias de Daroca y de Segorbe. Mas ¿qué habian de hacer, á pesar de sus torcidas intenciones? Las sesiones en que se habia declarado la soberanía nacional, y otras de la misma especie, habian sido públicas. En el Diario de las sesiones resultaba los que habian

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