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tas que iba á dar, pendian tal vez los destinos de la patria; mas no titubeo ni un momento, como hemos dicho, en adoptar la sola conducta que restaba á un gobierno, que se hallaba al frente de nacion tan heróica como la España.

Pero se podia ganar tiempo, se nos dirá. ¡Ganar tiempo! ¡Imposible! Las potencias estranjeras no querian perderle. A pesar de haber mediado solos tres dias entre la presentacion de las notas y su contestacion, ya habian dado muestra de alguna impaciencia, por tenerla. Con ganar tiempo,no se alteraba nada la cuestion; el deber de los ministros era el mismo. Cualquiera duda, cualquiera tergiversacion, cualquiera dilacion que se hubiese observado en concluir este negocio, hubiese producido suspicacia y animosidad, hubiera encendido en los liberales que tenian tanta confianza en el gobierno, la misma discordia á que ibani las notas dirigidas. No habia mas que un camino que tomar; era preciso decidirse pronto. Estaba ya la suerte echada: en tan críticos momentos, no habia mas puerto de salvacion que la union de todos los españoles que podian ser sinceros en su profesion de fé política; no habia mas remedio, que no esperar indulgencia ni perdon de quienes tenian alzado el brazo del castigo. Ent ciertos lances, la mayor prudencia es el arrojo; cuando cuenta un enemigo con la indecision, con la desconfianza en que puede sumergir á sus contrarios, es deber en estos, defraudar con su union tan necias esperanzas. Asi lo vió el gobierno entonces: asi lo vió siempre y lo ve hoy el que escribe estas líneas, al cabo de veinte y ocho años de calma, cuando ya se han enfriado las pasiones.

Mas no bastaba tener razon, se insistirá. Pudo el gobierno haber sostenido el honor nacional en aquellas ocurrencias, y sostenídole con noble orgullo, abriendo al mismo tiempo para la nacion, un abismo de calamidades. No bastaba seguramente obrar con firmeza y con resolucion; era preciso saber si habia recursos ó no, para dejar airosas las contestaciones.

A

¿Los tenia el gobierno? ¿Podia contar como se cuenta moralmente en tales casos, con hacer frente á las innumerables dificultades que debia naturalmente producir por parte de la Santa 60

TOMO II.

Alianza, una conducta que tenia tantos visos de arrogante? La cuestion se hace ahora mas grave y espinosa. Mas no tratamos por ningun sentido de eludirla.

El lector no contará, sin duda, en materias de esta clase, con demostraciones matemáticas. No las hay en política, nį los gobiernos proceden jamas en sus operaciones sobre datos tan seguros. Se examina el pro y el contra de un negocio; se abre el libro de las conjeturas, y se toman decisiones segun el cálculo de las probabilidades. A veces las mayores imprudencias son seguidas de los mas brillantes resultados; en otras son desgracias, los productos de los planes mas sagazmente concebidos. Si se atiende bien á que en estos casos, unos idean y otros ejecutan, se verá que no es siempre acertado juzgar los primeros solo por la naturaleza de los resultados; y que si á veces se los elogia por lo que no han hecho, tambien se les hacen cargos á que no son acreedores.

Aunque los papeles públicos no lo hubiesen indicado, se podia ya saber en dicha época, que no sé encomendaria la invasion en la Península, dado el caso de que efectivamente se determinase, mas que á ejércitos franceses. Era improbable, en efecto, que el gabinete de las Tullerías entendiese tan mal sus intereses, y llenase la medida de su impopularidad en el pais, concediendo el paso á tropas rusas, austriacas ó prusianas.

El ejército francés no era á la sazon muy numeroso. Habian desaparecido de sus filas la mayor parte de los famosos veteranos, tan acostumbrados á vencer á las órdenes de un hombre grande: las tropas eran bisoñas, y casi nuevos conscriptos, la totalidad de sus soldados: la oficialidad, heterogénea en sus hábitos, en sus antecedentes y afecciones. Eran visibles los sentimientos de disgusto con que por muchos se echaba todavia de menos la famosa bandera tricolor, á cuya sombra se habian conseguido tantos triunfos.

La invasion de España no podia menos de ser sumamente impopular en Francia. Repugnaba demasiado á los hábitos y á las ideas de aquel pais, preciado de ser el centro de la civilizacion, prestarse á ser instrumento de una odiosa iniquidad, y con

sagrar sus armas al triunfo de la preocupacion y el fanatismo. No eran allí los Borbones, ni respetados ni queridos. En la cámara de los diputados, en la imprenta periodística, caundo no estaba sujeta á la censura prévia; en las diferentes conspiraciones y movimientos revolucionarios sofocados desde los principios, se echaba bien de ver el estado de efervescencia en que se hallabau entonces la mayor parte de los ánimos.

La España, en caso de guerra, podia verse invadida por un ejército de cien mil hombres sobre poco mas ó menos heterogéneo en su organizacion moral y física, en quien no podia reinar entusiasmo patriótico, ni alguno de los sentimientos grandes que animan á conquistas. Obedeceria á todo mas, á las órdenes que se le diesen; se haria instrumento de una política que no le interesaba; mas era imposible que la idea de su asociacion con los enemigos de la libertad de España, de su alianza con las clases fanáticas que le llamaban en su auxilio, dejase de ser repugnante á valientes militares, acostumbrados á combatir por la conquista y por la gloria. El recuerdo por otra parte de lo ocurrido en la guerra de la independencia, la memoria de los desastres espantosos que habian sufrido en otro tiempo ejércitos mucho mas numerosos y aguerridos, debia de influir poderosamente en los ánimos de este nuevo, á quien se mandaba pisar un suclo tan fecundo en toda clase de peligros."

Examinemos la condicion de nuestro ejército. Si no contaba con tan buen material de guerra en todos sentidos como su adversario, tenia otras ventajas de un órden importante, que no podian menos de producir favorables resultados. Habia en el ejército español un número nonsiderable de gefes superiores, de valor y capacidad, que habian hecho su aprendizage en la guerra de la independencia. Los últimos años, sobre todo, de esta lucha célebre, contábamos con innumerables oficiales de clase inferior, que se habian acostumbrado á hacer la guerra por principios, y familiarizado con todas sus vicisitudes y penalidades. Las tropas no eran bisoñas como las francesas: la guerra de los facciosos las habia endurecido á la fatiga, y proporcionado muchos dias de victoria.

Era en aquel tiempo nuestro ejército eminentemente constitucional por sus ideas, por sus sentimientos y hasta por sus mismos compromisos. Jamas podia presentarse á sus ojos un campo tan fecundo en honor, en reputacion, hasta en fortuna. Todo debia escitar su emulacion en aquellas circunstancias; todo enlazaba sus deberes con las ventajas, con los premios mas lisonjeros con que se podian halagar ambiciones militares. Presentes estaban los que se habian obtenido en la guerra de la independencia: nadie podia ignorar que en circunstancias com las de entonces, se colocan los hombres por la fuerza de las cosas donde su mérito los llama, y que entre las clases infimas y las mas elevadas suele no haber mas intervalo, que las hazañas ó glorias de un momento.

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Muy lejos estaba del gobierno la ilusion, de que la guerra que se preparaba podia contar con los mismos elementos de nacionalidad que la anterior (1); mas por ser ahora en mas pequeña escala, no faltaban poderosos auxiliares á las tropas del ejército. La Milicia nacional estaba animada del mejor espíritu. En las clases industriosas y aún en las mas bajas de la sociedad, reinaban sentimientos puros de adhesion al sistema constitucional, y los mas vivos deseos de cooperar cuanto pudiesen á su triunfo. Infinitos hombres sobradamente circunspectos, que aguar daban tal vez en inacción completa á que la lucha hubiese toma

(1) El marqués de Miraflores (pág. 175), acusa de este error al ministerio y á las Córtes. En cuanto al primero, nada estaba de él mas lejos que esta idea. A creer que la nacion se levantaria en masa contra el ejército invasor, no hubiera sido tan atormentador para él, el recelo de las consecuencias de una conducta inevitable. El marqués exagera pro ligiosamente los datos que para esta defensa debian ser contrarios. Dice que eran 40,000 los arm dos entonces contra la Constitucion: no llegaban nj con mucho á tan crecido número; y á mas, los facciosos iban entonces en derrota. «Cómo imaginar, dice, que se alzasen (los españoles) en defensa de un sistema que atacaba la religion (el marqués no habia leido probablemente la Constitucion) y tenia preso ó esclavo al Rey (página 176).» Con esta fuerza de lógica desenvuelve los demas argumentos que necesita, para venir á la conclusion de que denuncia ante el severo tribunal de la historia, la conducta imprudente é indiscreta del gobierno y de las Cortes. El señor marqués sigue el principio: post hoc: ergo propter hoc. En el testo desenvolveremos esta idea.

do un semblante conocido, se hubiesen sin duda pronunciado en el sentido que les dictaban sus principios, inmediatamente que luciese á sus ojos la esperanza de que no serian envueltos en las calamidades que temian. Para llevar nuestros enemigos sus planes a debido efecto, necesitaban una série no interrumpida de prosperidades en la guerra; necesitaban arrollarlo todo, vencer en todos los encuentros, encontrar toda suerte de recursos en el pais que transitaban, y no sufrir revés ninguno, Para reparar sus pérdidas el nuestro, para equilibrar por lo menos la fortuna declarada en contra suya, les bastaba conseguir alguna ventaja considerable sobre el ejército enemigo.. Se saben los resultados de las obtenidas en aquellos tiempos; los recursos inmensos que se saçan de un terreno como el nuestro, y del espíritu de una poblacion tan dispuesta siempre á tomar parte en todas las vicisitudes de una guerra. Un retroceso en el ejér cito invasor, hubiese ido acompañado para este de un sinnúmero de contratiempos. Se hubiese apoderado el desaliento de unas tropas, tan poco acostumbradas á los descalabros fatales de la guerra; hubiesen manifestado sus sentimientos, que ocultaban hasta entonces, los infinitos individuos que estaban indignados de verse en las filas de cruzada tan odiosa. Les hubiesen faltado los víveres en aquel cambio de fortuna; se hubiese concitado contra ellos la poblacion entera, y la canalla misma que celebraba su venida, no hubiese sido la última en incomodarlos por la retaguardia y por los flancos. ¿No estaban presentes los resultados de mil retiradas desastrosas sobre un suelo enemigo, donde la falta de recursos, los accidentes del terreno, el carácter de los habitantes y hasta el mismo clima, se conjuran contra el ejército que se ve en conflictos semejantes?

El gobierno español contó con que en caso de guerra habria lucha, y que si esta no era feliz en todas ocasiones, se contrabalancearian las ganancias con las pérdidas. Empeñada sériamente la contienda, todas las probabilidades eran de que al fin se hiciese nacional, y que el inmenso partido liberal corriese á la defensa de la libertad, al mismo tiempo que de su dignidad é independencia. En este caso, se nos argumentará,

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