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viese á quedar todo organizado entonces, aunque algunas cosas sufrieron modificaciones, de que tampoco nos desentenderemos. Para adoptar tal sistema, se necesitaba verdaderamente poco genio y menos fuerza de invencion; mas envolvia un gran pensamiento, el pensamiento favorito de los gobernantes; á saber, que el alzamiento de 1808 habia sido de pura resistencia á las bayonetas estrangeras, sin otro motivo que un sentimiento de fidelidad y lealtad al Rey, cuya persona querian rescatar con cualquiera sacrificio; sin otro principio político, que el de conservar en su pureza las instituciones políticas y religiosas que la regian en aquella época.

Así se consumó la reaccion del modo mas rápido, en la mayor escala imaginable. Volvió todo á tomar el aspecto de goticismo y vetustez, que era blanco de tantas secrctas invectivas. Volvieron á la férula monacal los que se creian emancipados de ella para siempre. Se compensó la incuria de dejar en sus ruinas pueblos destruidos y quemados, con el celo y la premura en todas partes empleadas para la reedificacion de los conventos. Volvió tambien la Inquisicion con todo su aparato de pompa y de terror, como que sus calabozos servian asimismo de cárceles de estado; volvió en fin una institucion que hacia medio siglo habia desaparecido de España, á saber, la de los Padres de la Compañía.

Cualquiera concibe el detrimento que sufriria la moral pública, á consecuencia de estos cambios. Es uno de los mas graves males de las reacciones, convertir en crímenes lo que eran virtudes; en virtudes, las reputadas entonces como crímenes: se establece tácitamente en este caso, la máxima de que los juramentos son un juego; la constancia y consecuencia, debilidades; y un rasgo de prudencia y saber vivir, la apostasía. Fué virtud todavía en aquella época, haber llevado las armas en la guerra de la independencia, mas con la condicion de no haber dado á esta conducta otro motivo que el amor al Rey, y el celo por la religion de nuestros padres. Todo lo que pasaba de esta línea era liberalismo, el primero entonces de todos los delitos. Entre los grandes rasgos y pruebas de amor y fidelidad al Rey, era abominar las doctrinas, los discursos, hasta los nombres de los que

se habian distinguido en las Córtes de Cádiz, y cuanto tenia alguna relacion con dicha época.

El estado de la literatura en un pais tan estrañamente gobernado, corria parejas con el resto. En cuantos escritos se da ban á luz, fuesen libros ó periódicos, con algun carácter político, no se leian mas que repeticiones cansadas de elogios y adulaciones á los vencedores, de acusaciones y denuestos hacia los vencidos. ¿Qué se diria en moral, en política, en ideologia, hasta en pura historia, que no hiriese la susceptibilidad de los que entonces gobernaban? Se ejercia la censura prévia, con un rigor extraordinario. Regularmente eran frailes los que examinaban las obras de amena literatura, y hasta las piezas de teatro. A un capuchino se le dió esta comision acerca de una historia de la guerra de la independencia, mandada escribir por el gobierno. La historia no pasó del primer tomo, reducido á una introduccion ó prólogo, que aunque escrito con gran circunspeccion, manifestaba bien que no se daria á luz el cuerpo de la obra.

Mientras tanto seguian las persecuciones, y por consiguiente las denuncias. Se llenaban las cárceles de presos, acusados unos de haber hablado en los cafés, otros de haber aplaudido en las tribunas, algunos de haber escrito: uno fué puesto en juicio por haber callado (1). No se oia hablar en la nacion mas que de prisiones, de pesquisas, de gentes que se escondian para sustraerse á medidas de rigor; de otras que apelaban por medio de la fuga, al asilo de paises estrangeros. Se inventó el nombre de un crímen no conocido hasta entonces, á saber, el de desafecto á la persona del monarca. Desde luego se echa de ver las pesquisas y atropellos, á que daria lugar una designacion tan elástica y tan vaga. Se cubrian con el manto de la Inquisicion las causas políticas, y las prisiones del Santo Oficio sirvieron de cárceles de estado.

Correspondia la administracion interior, á política tan desacertada y opresora. Habia desórden en todos sus ramos, con cuantas arbitrariedades é injusticias son consiguientes, cuan

(1) El brigadier D. Juan Moscoso.

TOMO II.

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do una idea política cualquiera se erige en dominante. Poca molestia se debian tomar los gobernantes para buscar el verdadero mérito, cuando los mayores títulos al favor consistian en adoptar con celo fanático las opiniones dominantes, y denunciar á los que abrigaban las contrarias. No correspondia el tesoro público á la exigencia de los gastos; la mayor parte de los empleados públicos, y entre ellos oficiales del ejército, estaban sin pagas y vivian en miseria. El ejército mismo, á pesar de haber pasado por dos diversos planes de organizacion, se hallaba distante de estar bien arreglado. La marina yacia en su antigua decadencia. Las provincias de Ultramar, estaban ya todas en completa y abierta disidencia con la madre patria.

A un estado de cosas tan mezquino, tan contrario á las ideas sanas de gobierno, no podia corresponder una importancia política en el esterior: así, poco despues de bien entrado el año de 1814, ya careciamos de peso y consideracion en los negocios generales de la Europa. La nacion que habia atraido con poder irresistible sus miradas cuando se hallaba en lucha contra las legiones francesas, pareció hundida como en la insignificancia, despues que hubo conquistado su propia independencia. En aquella época todas admiraban su denuedo y su constancia; todas se la proponian por modelo; todas se honraban con el título de sus amigas: con la caida del enemigo comun, fuimos reducidos al segundo rango, por los que ponian á la Prusia en el primero; ¡á la Prusia, cuya monarquía llevaba poco mas de un siglo! En el primer congreso de Viena, no egercimos la menor influencia; ni aun firmamos aquellos arreglos tan famosos de engrandecimiento y de despojo: por poco no se nos arrancó la plaza de Olivenza que reclamaba Portugal, á quien pertenecia en efecto antes de la guerra que sostuvo con nosotros á principios de este siglo. La misma poca importancia tuvimos el año siguiente de 1815, en los segundos protocolos á que dió lugar en la propia capital el desembarco de Napoleon en Canues. Tambien aproximamos nuestros ejércitos á la frontera, como á oscuras, sin que nadie lo observase ni nos lo agradeciese. Despues de la batalla de Waterloo, que habia dado solucion á un gran

problema, tuvimos la veleidad de entrar en Francia por via de ausiliares; mas nos vimos en la necesidad de evacuar su territorio al cabo de tres dias, á instigacion de las mismas autoridades francesas, que no nos llamaban y á quienes para nada haciamos falta. La paz volvió á restablecerse, sin que pesásemos en la balanza donde tan grandes intereses se agitaban. Nada era ya la España en 1815.

Si alguna cosa aplaudia en nosotros la política extrangera, era la guerra declarada por el gobierno á las ideas liberales. Si no aprobaban del todo las formas brutales con que esta hostilidad se pronunciaba; si el restablecimiento de la Inquisicion no era completamente de su gusto, estaba el fondo de la idea en armonía con la que dominaba en su política. Se conducian las grandes potencias continentales de la Europa, como herederas de las ideas del gran capitan del siglo que tenian cautivo en Santa Elena. Como Napoleon, pusieron príncipes y quitaron príncipes; engrandecieron á unos á espensas de otros, y arreglaron el nuevo estado político, trazando líneas en el mapa. Como él, declararon la guerra al pensamiento, es decir, á la espresion y desarrollo de cuantas ideas tendiesen á la emancipacion política de las naciones. Así como Bonaparte, hijo de la revolucion, habia trabajado tanto por sofocar los principios que le habian dado origen, así los soberanos de Alemania, que se habian esmerado tanto en inflamar el entusiasmo nacional; en organizar el Tugendbund (asociacion de la virtud), que tan bien les habia servido para echar de su suelo para siempre á los franceses, se declaraban ahora enemigos y perseguidores de los mismos sentimientos patrióticos y liberales de que tanto blasonaban en los últimos sucesos. Parece paradoja el que Napoleon proscrito, como encadenado sobre una roca del Océano, fuese en cierto modo el alma de la Santa Alianza, el modelo que se proponian imitar sus encarnizados enemigos; mas es hecho histórico, en cuya verdad no pueden menos de convenir cuantos con alguna calma le examinen. Cierto es que el proscrito era hombre grande, y ellos á todo mas llegaban á la esfera de la medianía; mas no era esto un obstáculo para que dejasen de imitarle en lo posible. Supo, ó

al menos intentó el primero, cubrir el vicio de su usurpacion y dorar los hierros de la tiranía, sustituyendo los sentimientos de la libertad con la embriaguez de las conquistas, con el brillo de los lauros militares. Tambien los príncipes de la Santa Alianza habian peleado, vencido, y tenian en pié ejércitos formidables, prontos á guerrear contra cuantos quisiesen trastornar sus principios en política. La de España, prescindiendo de la cervidad de formas, estaba en bastante consonancia con la suya, y no podia menos de aplaudirla.

Así vivian los españoles: tiranizados en casa, desconsiderados y objeto de desprecio en los paises estrangeros. Cuando se vió en Europa el modo estraño y verdaderamente singular con que empezaba Fernando su reinado, y las persecuciones atroces de que habian sido y eran víctimas cuantos en España habian hablado de mejoras y reformas; cuando vieron que poco a poco volvian los españoles al mismo órden de cosas que tenian á principios de 1808; al consejo de Castilla y las demas corporaciones de este nombre; á la misma Inquisicion; á los mismos conventos, con la añadidura de los de los Padres de la Compañía, al mismo órden municipal; á las mismas esclusiones que prescribia el privilegio; que toda la política, todo el saber de sus gobernantes estaba encerrado en la famosa cláusula como en el año de 1808, se estableció natural-, mente la opinion de que los españoles no se habian alzado contra la dominacion de un príncipe estrangero mas que por espíritu de fanatismo, y por ser meros instrumentos del orgullo de las clases dominantes que los habian seducido y fascinado.

Mas muy pronto hizo ver la esperiencia, que se engañaban en este, como en todos los juicios que habian formado otras veces sobre España. No podia menos de producir sus frutos naturales una administracion descabellada. Perdió poco a poco el Rey, la popularidad de que habia sido objeto desde tantos años. Se consideró como monarca sin palabra, el que no convocaba las Córtes tan solemnemente prometidas en Valencia; como gefe de un partido y no de una nacion, el que se mostraba perseguidor de una clase de personas. Desvanecida ya la idea que se habia

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