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formado de su talento y sus virtudes; disipada la ilusion con que tanto habia adulado à la generalidad la perspectiva de su feliz reinado, se volvieron naturalmente los ojos de los españoles, deseosos del bien de su pais, hacia objetos de que esperaban remedio para tantos males. Tal es la tendencia del hombre, y la direccion que toman sus sentimientos en todas circunstancias.

Entonces revivió en sus corazones el amor á la Constitucion, y se arrepintieron de habérsela dejado arrebatar, sin haber hecho nada en su defensa. Los que antes se le habian mostrado indiferentes, se hicieron partidarios suyos; los que ya lo eran ó habian sido, la amaron con nueva idolatría. Los que por opiniones adoptaban sus principios, los que deseaban reformas moderadas, los que aspiraban á que fuesen radicales, todos convenian en considerar como causa de cuantos males afligian á la nacion, el trastorno de aquel código. Volvieron los nombres de Constitucion y Córtes á ser mágicos.

Fué pues la Constitucion la bandera á que acudieron todos los que tenian fijos sus ojos en el porvenir, y estaban persuadidos de que trabajar por semejante restauracion, era ocuparse en el asunto mas útil y patriótico. Los abusos y desórdenes de la administracion, añadian al fuego del descontento nuevo pábulo. El sistema de persecucion, que estaba á la órden del dia, no abatió el valor de los hombres decididos á romper el yugo; aumentó al contrario su energía, y dió á sus planes una organizacion, tanto mas eficaz, cuanto se cubria con los velos del misterio.

Cuando los hombres no pueden reunirse en público, natural es que apelen al secreto. Las sociedades secretas son casi tan antiguas como el mundo. Los hombres que vieron peligros en chocar con las preocupaciones del vulgo, o temieron hacerse blanco de las persecuciones de los poderosos, recurrieron á signos, á misterios, á palabras figuradas ó simbólicas, para trasmitirse sus ideas. No pocas veces influyó en este sistema el deseo de darse importancia á los ojos de la muchedumbre, ó la vanidad de distinguirse de la masa de sus semejantes. En el oriente, cuna del despotismo civil y religioso, tuvieron orígen principal estos modos figurados de dar espresion al pensamiento; allí na

ció el apólogo; allí los signos misteriosos que daban mas realce cierta mágia á las doctrinas. En emblemas, en geroglíficos, en signos de escritura desconocidos del vulgo, envolvian los sacerdotes egipcios, verdadera aristocracia del pais, la ciencia sagrada y la profana, cuya conexion era tan íntima, que tal vez no formaban mas que un cuerpo de doctrina. Todo era signos esteriores, símbolos misteriosos; no habia máxima de religion ni de moral que sin este aparato dejase de anunciarse. A Grecia pasaron estos misterios: de Grecia se trasladaron á Roma: en todas partes los hombres son los mismos. A las nuevas épocas modernas, pasaron los misterios que constituian la base de las sociedades antiguas: con varias denominaciones fueron conocidas en Europa. La mas esparcida y vulgarizada, conocida con el nombre de Francmasonería, llegó casi al carácter de pública en los tiempos mas modernos. En España se estendió mucho desde el principio del siglo, sobre todo, durante la guerra de la independencia, donde contribuyeron á su propagacion las tropas invasoras. Siempre entre nosotros habia sido objeto de pcsquisas esta sociedad secreta; y en los años á que aludimos, lo fueron de toda clase de persecuciones, sus adeptos. Las víctimas en que los inquisidores con preferencia se ensañaban, contribuyeron al aumento de su importancia y su prestigio, dándole un carácter político de que en otros paises carecia.

Así las lógias masónicas llegaron á ser juntas de liberales y conspiradores. Constitucional y mason, eran ya sinónimos. Bajo los auspicios del grande arquitecto del universo, en medio del compás, de la regla y de la escuadra, y usando frases y términos simbólicos, se fraguaban planes de trastornos y de reacciones. El secreto, que naturalmente se apoyaba en el temor de la persecucion, tenia ademas el carácter de principio como religioso. La subordinacion entre sus miembros, la desigualdad de importancia entre las diversas reuniones, por ser asimismo desiguales las categorías, contribuian por su parte á dar mas importancia á los diversos trabajos políticos en que se ocupaban; á que muchos se prestasen á ser instrumentos ciegos de pla nes en cuya deliberacion ó discusion no eran llamados por su ran

go inferior á tomar ninguna parte. Eran de mucha importancia las ventajas de una organizacion tan disciplinada, en que por medio de ceremonias, de aparato, de trages particulares, de palabras misteriosas, se hablaba á los sentidos al mismo tiempo que al entendimiento; en que los individuos hasta se llenaban de orgullo con distinciones misteriosas que el vulgo de los profanos ignoraba. Así se esplica el celo, la puntualidad y la constancia con que trabajaban, y cómo en medio de las persecuciones, encierros y castigos de que muchos eran víctimas, *á pesar de las tormentas que en muchas ocasiones entorpecian su accion, volvian á emprenderse con ardor nuevo los trabajos.

Tocamos á una época de revoluciones. No es culpa del historiador encontrarse con objetos de que tirara á desviarse, si el interes de la verdad, tal vez útil, no le impusiese deberes mas sagrados. ¡Revoluciones! Y ¿qué otros cuadros nos presenta la historia con mas frecuencia á cada paso, que los de las revoluciones? Revolucion habia sido el alzamiento de España en 1808, pues con este título le designa su historiador hasta en la misma portada de su libro. ¿Qué seria de esta gran galería de los sucesos humanos, si de ella descartásemos todos los trastornos, todas las revueltas políticas ó religiosas; aquí de pueblos que sacuden el yugo impuesto por invasores estrangeros: allí de poblaciones que se sublevan contra sus tiranos domésticos: mas allá, de estos mismos señores y magnates que pugnan por reducir á la servidumbre naciones que eran libres; porque bajo todos estos aspectos y otros muchos, cuya enumeracion seria casi imposible, se presentan las revoluciones? Se cree que con decir, una cosa es revolucion ó revolucionaria, se le imprime ya el signo moral que la caracteriza. Para juzgar las revoluciones, es preciso examinar los hechos, subir á las causas, á los hombres que las han hecho necesarias; porque estos son los verdaderos autores de las revoluciones, no los que materialmente las consuman. Por eso en el choque de intereses y pasiones encontradas, es difícil analizar con método é imparcialidad estos conflictos, y dar á cada uno el carácter que en realidad le corresponde. No se sabe si fué verdaderamente el parlamento largo inglés, ó los vicios y tenacidad

absurda de la corte del rey Cárlos I, los que hicieron la revolucion de Inglaterra, cuyo desenlace fué tan trágico. Todavía, en medio de la infinidad de historias, de relaciones, de memorias relativas à la gran revolucion francesa, ignora el hombre imparcial á quién ó á quiénes deben achacarse sus horrores; si al desenfreno del pueblo, si á los vicios y faltas enormes que le provocaban, si á los príncipes y demas personages distinguidos que salieron á provocar la invasion estrangera, ó á los que no supieron resistirla sin inundar de sangre millares de cadalsos. A todos y á todo. No puede ser otra la consecuencia de un exámen detenido y concienzudo.

En el decreto del 4 de Valencia, en el atropello escandaloso de los que habian sido diputados, y otros mil actos de la misma índole, sobre todo, en el no cumplimiento de las promesas hechas en Valencia, estaba sin duda el gérmen de la nuestra. Nosotros creemos firmemente que un gobierno previsor y justo podia muy bien evitar conflictos y establecer un órden de cosas que satisfaciese á la generalidad, ya que no contentar á todos. Era demasiado el prestigio del monarca para que su voz, en caso de ser órgano de la verdad y la justicia, no egerciese un ascendiente hasta mágico en la mayor parte de sus súbditos. Mil reformas saludables podian llevarse á cabo, sin sacudimientos, bajo el prestigio de una autoridad que no debia gastarse en mucho tiempo. Mas la obstinacion fatal de querer volverlo todo al año 1808, la obcecacion de no adoptar nada de cuanto las Córtes habian hecho, manifestaba bien que cualquiera otra constitucion que no hubiese sido el despotismo puro, seria objeto de iguales animosidades; que la nacion, en suma, estaba condenada á vivir bajo un sistema proscrito por las luces de la época. A falta, pues, de esperanza de mejora, se recurrió al recurso de la fuerza fisica.

Fueron, como se sabe, los primeros, ensayos infructuosos; mas hicieron grande ruido y sensacion profunda, por el nombre y alta posicion de los que levantaron la bandera.

Comenzó en Navarra el general Espoz y Mina, de tan célebre nombre en la guerra de la independencia, Fueron en un

principio premiados sus servicios; mas en lugar de obtener mandos, se le separó del de las tropas que militaban á sus órdenes, y se le desterró á Pamplona. Viéndose objeto de sospechas, te miendo sin duda pasase adelante el rigor del desagrado del mo narca, encomendó su desagravio á la fortuna de las armas. Fuð su plan atacar de sorpresa la ciudadela de Pamplona, para hacerla base de sus operaciones. Contaba con algunas tropas seguras que no le faltaron, y asimismo con otras cuyos gefes descubrieron su secreto. Abortó el plan, habiéndole sabido á tiempo el virey de Navarra por medio de sus delatores. Solo quedó al general Mina el recurso de atravesar la frontera, para aumentar el número de los que en regiones estrañas espiaban el delito de haber soñado la felicidad y ventura de su patria.

No fué mas dichoso en su empresa al año siguiente el general D. Juan Diaz Porlier, otra de las grandes celebridades de la misma guerra. El 19 de setiembre de aquel año publicó la Constitucion en la Coruña, donde se hallaba vigilado; puso preso al capitan general, y quedó gefe de la plaza. Salió de ella á la cabeza de las tropas que le parecieron mas seguras, deseo so de propagar con su ejemplo el fuego de la insurreccion. Mientras tanto, se reunian otras á favor del gobierno en Santiago y en sus inmediaciones, que se movieron á su encuentro. Hubiese habido lucha, á conservarse fieles los soldados de Porlier; mas el temor de las que estaban al frente, la seduccion que habia ganado algunos de los que tenian influencia en los demas, convirtieron en sentimientos de traicion los que antes parecian tan nobles y patrióticos. Fué el general vendido con treinta y cuatro de sus oficiales, preso y entregado por sus mismas tro pas. Conducido á la Coruña y sentenciado por traidor á la pena infamante de horca, la sufrió con valor heróico este esclarecido militar, tantas veces victorioso, á quien cabia la triste gloria de ser el primer mártir moderno de las libertades de su patria.

Fué el segundo el general D. Luis Lacy, héroe tambien de aquella lid gloriosa. Era mas vasto el plan de su empresa, pero tambien abortó por la traicion, como los anteriores. Se hallaba el general en los baños de Caldetas en Cataluña; el 5 de abril

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