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de 1817 debia estallar el movimiento: dos solas compañías sa lieron de Barcelona en busca suya, habiendo quedado paralizadas las demas tropas, por las disposiciones de los que estaban al alcance de sus intenciones. En semejante apuro, abandonado de las mismas dos compañías que se le habian unido, pronto quedó el desgraciado general en manos de sus enemigos. Conducido á Barcelona y condenado á la última pena como su antecesor, la sufrió secretamente en Mallorca; tal era el temor de que el es pectáculo público de su suplició en la capital del Principado, conmoviesé demasiado á un público de quien era tan querido. La única gracia que se hizo al desgraciado general, fuð la de ser pasado por las armas.

Siguió el coronel Vidal en Valencia, tan desdichado como sus predecesores. No hubo aquí pronunciamiento, mas se preparába. Fué el primer plan dar el grito de libertad, mientras se hallaba en el teatro el general Elío, que debia ser preso en el acto por el oficial del piquete, uno de los conjurados; mas se malogró, habiéndose suspendido las representaciones por la muerte de la Reina Doña Isabel de Braganza. No desistieron sin embargo el coronel y los suyos del proyecto de apoderarse de la persona de capitan general, como el primer paso para pronunciarse. Noticioso este por una denuncia del punto en que con este objeto se hallaban reunidos, partió allá seguido de una escolta. SaHó á su encuentro el coronel Vidal; advertido de lo que pasaba, y le arremetió con su sable; mas paró el golpe el dintel de la puerta en que se hallaba el general, mientras este le atravesó con su espada, dejándole tendido y anegado en sangre. Algunos de sus compañeros se salvaron; nueve quedaron en manos de sus enemigos.

Bien pronto se erigió para todos ellos el cadalso, donde iban á expiar el pensamiento grande y patriótico que habian concebido. Fué conducido Vidal al patíbulo, moribundo, y expiró en el acto de vestirle el verdugo la fatal túnica, despues de degradado. Los demas fueron colgados, habiendo sido antes pasados por las armas. Estas víctimas, entre las que se contaban Don · Diego Calatrava, D. Félix Bertran de Lis y D. Luis Aviño, se

resignaron a su suerte con la serenidad y el valor que inspira el entusiasmo de una accion heróica.

Algun tiempo antes de la ocurrencia de estos lances se fraguó en 1816, en Madrid mismo, una conspiracion que tenia por objeto la muerte del monarca. Estaba a su cabeza un comisario de guerra llamado D. Vicente Richard, y organizado eł plan con tal secreto, que ninguno de los conjurados se comunicaba, ni conocia mas que á dos de sus propios compañeros. Los dos que formaban triángulo con Richard, le delataron. Muy luego el infeliz sufrió el suplicio de horca, despues de arrostrar con la mayor constancia cuantos tormentos le dieron para arrancar1 le los nombres de sus cómplices. Quedó asi la corte á oscuras sobre la estension y ramificacion del plan, y apeló á la via del tormento con cuantos fueron objetos de sospecha. Alcanzó este rigor á D. Juan Antonio Yandiola, quien sufrió el conocido con el nombre de grillos á salto de trucha. Los mas de estos desgrados, eran estraños al secreto.

Apartemos la vista de estos cuadros. De propósito no hemos querido fijarla sobre otros muchos de barbarie, con que abusaban de su poder los sobrado leales agentes de una corte sedienta de rigores. Era una lucha á muerte entre la irritacion exarcebada del dominador, y el propósito tenaz con que pugnaba por sacudir su yugo, el dominado. Ninguna época de la historia hizo ver con mas elocuencia, que las ideas no se matan con bayonetas; que toda religion se propaga y florece al fin con la sangre de sus mártires. Los mismos sucesos desgraciados probaban, que era posible coronar con triunfo una obra, en voluntad tan resueltamente cimentada; que no siempre se encontraria un traidor entre tantos hombres generosos, y alguna vez llegaria la ocasion de empeñar la lid con mas fuertes elementos.

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Se ofreció esta feliz combinacion de circunstancias de allí á muy poco tiempo. Los sucesos nos han llevado insensiblemente al alzamiento del ejército llamado de la isla de Leon, que abrió una nueva época para nuestra historia.

CAPITULO XX.

Plan de alzamiento en el ejército espedicionario.-Frustrado al principio.-Renovado despues.-Riego.-1.o de enero de 1820.-Princípios felices.-Quiroga. Se reunen todas las tropas alzadas en la isla de Leon.-Tentativas inútiles. Salida de la columna de Riego. Su marcha azarosa.—Se disuelve al cabo de cuarenta y cinco dias.—Pronunciamientos en la Coruña, Asturias, Zaragoza, Valencia y Barcelona.-Otro á las puertas de Madrid.-Desenlace feliz con motivo del juramento del Rey á la Constitucion.-Contestacion á varios cargos.-Semblante halagueño de los negocios públicos.

Seremos muy parcos en pormenores de un acontecimiento,

que debió su gran celebridad á los importantes resultados que produjo. Mas esta misma circunstancia nos impone el deber de decir todo lo que nos parece necesario para comprenderle (1).

Fué uno de los cuidados mas constantes del gobierno español, la pacificacion de las Américas. Consagró á este fin grandes esfuerzos, gastos inmensos, lo mas florido de sus tropas en diversas épocas. Una espedicion en grande se estaba preparando en las costas de Andalucía á últimos del año 1816. La proximidad de los diferentes cuerpos que la componía, proporcionó combinar mejor los medios de accion, y entrar en secreta inteligencia con muchas personas que no se hubiesen prestado á cooperar sin estas circunstancias. No era nuevo el plan de al

(1) En el mismo año de 1820 salió á luz una memoria sobre las operacio nes del ejército nacional de San Fernando, publicada por el autor de esta obra y su amigo el brigadier D. Fernando Miranda. Lo que sigue en el testo se reduce á un cortísimo estracto, comprensivo de las circunstancias de mas bulto.

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zamiento en los cuerpos del ejército espedicionario. Los trabajos relativos á este objeto, eran consecuencias y ramificaciones de otras anteriores, que no pudieron ser eficaces por la mayor separacion en que se hallaban sus diversos elementos. Como el ejército espedicionario de Ultramar presentaba un campo mas feliz de accion, se sacó partido de esta circunstancia favorable. Era opinion comun, ó por mejor decir hecho cierto, que el general en gefe, conde del Avisbal, estaba en el plan, y en cierto modo al frente de los trabajos revolucionarios. A permanecer constante en sus resoluciones de ponerse al frente del pronunciamiento, hubiese este producido necesariamente mas rápidos efectos. Mas por una de estas inconsecuencias tan comunes en los hombres, trató de sofocar él mismo lo que habia fomen tado y protegido. En momentos de ansiedad en que se esperaba su suprema decision, deshizo en un instante todo lo trabajado hasta entonces. La mañana del 8 de julio de 1849, se presentó repentinamente delante de una division acampada en el Palmar del Puerto de Santa María, y cuando se pensaba haber llegado el momento crítico del pronunciamiento, mandó arrestados á dis tintos puntos á los gefes de todos los batallones y escuadro, nes (1).

Dado este golpe, que habia paralizado por el momento los proyectos revolucionarios, estaba bien indicada la conducta que debia seguir el gobierno en aquella situacion tan crítica. Separó al general en gefe, premiando con una banda aquel rasgo de fidelidad á que sus antiguos asociados dieron un nombre mas correcto. Mas no bastaba esta medida: era preciso la disolucion del ejército espedicionario; poner á la mayor distancia posible unos de otros los cuerpos que le componian, y emplazar la empresa para tiempos mas felices. Pero el gobierno, obstinadamente adherido á su proyecto de reconquistar las pro

(1) Fueron estos el brigadier D. Demetrio O-Daly, los coroneles D. Antonio Quiroga, D. Felipe Arcó Argüero, D. Antonio Roten, D. Joaquin Ponte, los comandantes D. Ramon Labra, D. Salvador Berrio, Don José Malpica, Don Sebastian Velasco, D. José Cendrera, y los dos hermanos San Miguel. Algunos no estaban en el secreto; mas era política envolverlos á todos en una misma causa.

vincias del otro lado de los mares, estaba destinado á perder lo esencial, por correr tras de una sombra,

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Fué terrible golpe, el dado en el Palmar á los planes de los revolucionarios. Veinte y dos mil hombres de tropas escogi das, acostumbradas tanto tiempo a oir la voz del general en gefe, se hubieran alzado á la mas leve insinuacion de un hom bre que habia recibido de la naturaleza el don raro de aren▾ garlas. Mas éste contratiempo tan fatal, no era del todo irrepa rable. Estaba reservado á hombres mas felices llevar á término la empresa malograda á los principios, en manos de sus com pañeros desgraciados.

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Al abatimiento y consternacion que se apoderó del ejército espedicionario, sucedió el dolor y la indignacion de verse bur lados tan inícuamente. La suerte que aguardaba á los presos, inflamaba mas y mas á sus amigos: todo los indujo á continuar un proyecto en que se hallaba comprometida, no tan solo la causa de la nacion, sino la seguridad personal de los que es taban tan empeñados de antemano. La diseminacion en que se hallaban algunos cuerpos del ejército, hacia bastante mas difieiles las comunicaciones mútuas: y la necesidad de abocarse algunas veces con los mismos presos, absorvia mucho tiempo indispensable. Mas la obcecacion del gobierno por una parte, y un azote de la naturaleza por la otra, levantaron dicho obs táculo.

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Hacía entonces la fiebre amarilla sus estragos acostumbrados en toda aquella costa. A escepcion de un batallon que quedó en Cádiz, se sacaron las tropas que la guarnecian, providencia que fué estensiva á los demas puntos de la costa. Parecia natural que un general en gefe previsor, hubiese en seguida vuelto á colocar estos cuerpos en puntos del interior, muy separados unos de otros. Mas tomó la medida de acamparlos todos juntos á las inmediaciones de Alcalá de los Gazules. Reunido otra vez el ejército de un modo inesperado despues de su separacion, natural era que se volviesen á anudar los lazos que la distancia habia aflojado. Se renovaron las promesas, los compromisos y los juramentos. Convencidos de que la salud del

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