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ejército y la de sus amigos desgraciados peligraba, se decidieron á llevar a cabo cuanto mas antes lo resuelto. Mientras se trabajaba tan eficazmente en el campo de las Correderas (tal era su nombre), desplegaban la mayor actividad los amigos que tenían en Cádiz, individuos de todas clases, militares unos, emplea dos y negociantes otros, algunos propietarios; en fin, de todas profesiones. Causa admiracion, y es casi imposible de creer la ceguedad del gobierno, que no paralizaba y destruia de una vez aquellos elementos de revolucion, que eran tan temibles porque estaban reunidos. El plan revolucionario del ejército de Ultramar era casi de todos conocido; ninguno lo ignoraba; se hablaba de él en las calles y en las plazas, mucho antes del goldel Palmar del Puerto. ¿Cómo no llegó á oidos del gobierno lo que era tan público y notorio? Tal vez no lo creyó por esta misma publicidad.

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Las circunstancias apuraban. Con la desaparicion de la fiebre, se habia levantado el campamento. Estaban de nuevo acantonados los cuerpos á cortas distancias unos de otros, y podia sobre venir alguna providencia que los separase. El gefe designado para ponerse á la cabeza (el general D. Antonio Quiroga, entonces coronel), era uno de los presos. ¿Qué otro se encargaria, pues, de dar el primer grito? Muy pronto se encontró esta persona, cuyo nombre pronuncian ya nuestros lectores.

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El grande movimiento que iba á influir tanto en los destinos de España, se inició del modo mas sencillo. En la sencillez está el sello de la sublimidad que caracteriza los grandes rasgos de los hombres. D. Rafael del Riego estaba acantonado en el pueblo de las Cabezas de San Juan con su batallon de Asturias, de que era comandante. El 1.° de enero de 1820 formó sus tropas en la plaza, y despues de una corta arenga, proclamó la Constitucion de 1812 al frente de bandera. Respondió todo el batallon con vivas aclamaciones á la voz del comandante, quien despues de haber tomado todas las precauciones militares que exigia la ocasion, se puso en marcha á la entrada de la noche.

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No nos permite el plan de nuestra obra detenernos en todas las circunstancias de estos sucesos memorables. Llegó D. Ra

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fael del Riego dos horas antes del amanecer del 2 al cuartel ge neral de Arcos, donde sorprendió é hizo prisionero al general en gefe (el conde de Calderon) con los oficiales superiores de su Estado Mayor, habiéndose al mismo tiempo atraido al batallon del general que se hallaba de guarnicion en aquel punto. A la mañana siguiente se le reunió el batallon de Sevilla, que habia hecho el mismo pronunciamiento en el pueblo de Villamartin, un poco mas distante. En el discurso de aquel dia se hizo con el batallon de Aragon, que á su vista se decidió unánime por la misma causa. Con esta pequeña division de cuatro batallones, marchó á engrosar mas los medios de accion necesarios para se guir adelante con la empresa. e

Así fué inaugurado el restablecimiento del Código de Cádiz. Con semejantes actos, hombres antes ignorados, salen de repente de su esfera, y consignan sus nombres á la trompeta de la fama. Fué el de Riego histórico, y eminentemente nacional desde este mismo instante. Diremos dos palabras de su origen."

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D. Rafael del Riego nació el año de 1784 en el antiguo principado de Asturias, de familia noble. Su padre, segundo de la casa, desempeñó el cargo de administrador de correos en Oviedo. En su universidad cursó D. Rafael algunos años, hasta concluir su carrera literaria. En 1807 vino à Madrid, donde entró á servir de Guardia de Corps: el año siguiente de 1808 pasó á su pais, y tomó parte en el alzamiento general de la provincia. Nombrado capitan por la Junta, sirvió en clase de ayudante de campo del general en gefe D. Vicente Acebedo, á quien acompañó al ejército. En la desgraciada derrota de Espinosa fué herido el general, y durante la dispersion abandonado por los suyos. No queriendo D. Rafael seguir tan ruin ejemplo, cayó en manos de los enemigos, y fué conducido prisionero á Francia. ›

Alli permaneció hasta la paz, habiendo aprovechado del mejor modo posible aquellos años de desgracia. Sumamente aplicado y estudioso aprendió el francés, el italiano y el inglés, y se dedicó á varios ramos de instruccion, incluso el del arte de la guerra.

Regresadó á España sirvió siempre en el cuerpo de Estado

Mayor, á quien en varias épocas se le dió otro nombre. Habia llegado D. Rafael del Riego unos dias antes del 8 de julio, en clase de ayudante de plana mayor de aquel ejército.

Mientras tanto se pronunciaba el general Quiroga, que habia sido encerrado en el convento de Alcalá de los Gazules. Con los dos batallones de España y de la Corona, marchó inmediatamente sobre la isla de Leon, y habiéndose apoderado por sorpresa del puente de Suazo, se vió en muy pocas horas dueño de aquel punto importantísimo.

No imitó Cádiz el ejemplo. Habian pasado los momentos de sorpresa. El gobernador, instruido á tiempo de lo que pasaba, tomó sus precauciones militares, siendo una de las primeras el de despachar tropas á la cortadura.

No pudo aumentar Riego el número de sus batallones. A tres se reducia el de los que tenia á sus órdenes Quiroga. ¿Qué se habia hecho de los otros muchos que estaban comprometidos del mismo modo que los siete? Responda el que tiene esperiencia de la veleidad de los hombres; de la inconstancia de sus resoluciones; de los cálculos que hace la prudencia en los lances mas críticos, del miedo que se apodera á lo mejor de muchos corazones. Los batallones que flaquearon en el ánimo se pusieron lo mas lejos posible de los pronunciados, por no quedar en› vueltos en sus compromisos.

D. Rafael del Riego llegó la noche del 5 al 6 al Puerto de Santa María, donde permaneció hasta al anochecer del propio dia. Al amanecer del 7 entró en la isla con sus cuatro batallones, reuniéndose asi definitivamente con el general Quiroga, que tomó el nombre y ejerció desde entonces la autoridad de general en gefe.

A siete batallones solos se vió reducido desde un principio el ejército revolucionario de la isla de Leon. Con la organizacion del batallon de depósito que estaba en aquel punto, formaron el octavo. Algunos dias despues se les reunieron parte del de Canarias y como unos cien soldados del escuadron de artillería, que no trajeron consigo pieza alguna. Los demas se habian declarado en hostilidad, como que obraban bajo las órdenes 10

TOMO II.

del que habia reemplazado en el mando al general en gefe, entonces preso. Es verdad que se habian apoderado estos batallones de un punto fuerte que no podia ser tomado con facilidad, que tenian víveres á su disposicion, sin temor de ser bloqueados. Pero no era mas que un punto, sin esperanza racional de que imitasen su ejemplo os otros cuerpos, porque la mayor parte habian cambiado de gefes. No se arredraron, sin embargo, pues los que no se habian declarado amigos, no podian ser tampoco encarnizados enemigos. Penetrados de las disposiciones de los ánimos de toda España, aguardaban el eco que podria tener su conducta en otras partes. Lo que les importaba era ganar tiempo y hacer mucho ruido, para que abultase su importancia. Al abrigo de las fortificaciones de la isla, se organizaron lo mejor posible sin sufrir molestia. El 12 del mismo mes mejoraron de posicion, habiéndose apoderado por sorpresa del arsenal de la Carraca, donde cojieron el navío San Julian, unas cuantas cañoneras, y cuatrocientos hombres que la guarnecian. Varias tentativas para apoderarse de la cortadura que los separaba de Cádiz, fueron infructosas. Otras salidas que se hicieron, no produjeron mas felices resultados.

Asi permanecieron veinte y cinco dias sin perder ni ganar, á escepcion de la Carraca, un palmo de terreno. Los batallones que tenian al frente, no daban muestras de hacer nada en su favor, aunque se les suponia animados de las mejores intenciones. La permanencia en la isla, á prolongarse demasiado, esponia las tropas á un bloqueo sério que produjese tal vez alguna reaccion funesta; hacer una salida general, era abandonar un punto de apoyo demasiado interesante. Entre estos dos inconvenientes, se determinó que saliese una columna de la isla con la tropa mas segura y mas probada, dejando dentro la restante y suficiente para que no quedasen sus puntos indefensos. Por medio de esta columna móvil se podrian adquirir víveres y fondos, esparcir manifiestos y proclamas, inflamar el espíritu público y atraerse tal vez los cuerpos vacilantes que estaban tan comprometidos.

La columna salió, en efecto, de la isla el 27 de enero á las

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órdenes de Riego, cuyo nombre la hizo tan famosa. No entraremos en pormenores sobre una espedicion tan llena de azares y conflictos, en la que ni aun pudo engrosar sus filas. En lugar de conseguir ventajas, se iba ella misma disminuyendo poco a poco con sus contínuas pérdidas, efecto de marchas forzadas y de choques que tuvo en el camino. Se ha querido citar esta apatía, esta especie de indiferencia, como argumento de lo impopular que era la causa por ellos sostenida. A los ojos de un hombre imparcial, prueba exactamente lo contrario. El pais que la columna recorria estaba ocupado por fuerzas superiores, triples, que en todas direcciones la molestaban y perseguian. Nada era mas fácil para sus habitantes, que mostrarse hostiles hácia estas tropas nacionales, protegidos como estaban por las del gobierno. Provenia, pues, su indiferencia aparente del miedo que estas inspiraban, suficiente freno para impedir la espresion de sus verdaderos sentimientos. La columna se halló siempre en situaciones críticas, dejando gente en el camino, unos arredrados por el compromiso terrible, por los peligros que por todas partes los rodeaban;, otros que no podian materialmente seguir, abrumados de fatiga. En ningun pueblo se les dió indicio de aversion: en ninguno dejaron de recibir los agasajos de la hospitalidad mas afectuosa. Llegaron á algunos en tal estado de cansancio, que les fué imposible tomar las disposiciones militares necesarias para quienes estaban como ellos á la vista de sus enemigos. Reducida la columna al número de trescientos hombres estropeados, medio descalzos por la mayor parte, de los mil y quinientos con que habia solido de la isla, entró en Córdoba el 7 de marzo á las cuatro de la tarde, habiendo antes salídose de la ciudad una porcion de destacamentos del gobierno que componian acaso un número mas considerable. En aquella poblacion de cuarenta mil almas, ninguno de sus habitantes profirió un grito de aversion ni hostilidad contra aquel puñado de hombres. Se les vió entrar y atravesar sus calles con un silencio respetuoso. Se les dieron víveres y mas recursos; ninguno les molestó, cuando despues de dejar las armas se diseminaron en varias direcciones: se les dejó tranquilamente reimprimir

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