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ción eran los únicos medios, los solos eficaces de poner en práctica lo que la nacion queria:

Acerca del cuarto articulo de acusacion haremos sencillamente ver, que si verdaderamente el ejército de la Isla de Leon no tenia derecho á proclamar leyes, tomando la iniciativa á la nacion, se pronunciaba al menos en favor de lo que esta nacion habia querido; de todos modos renovaba juramentos que habia prestado en otro tiempo. Tenian las tropas necesidad de proclamar alguna cosa. Se decidieron por lo que era mas popular en aquellas circunstancias. Alzarón una bandera conocida y petada anunciaron el restablecimiento de lo que habia sido indignamente destruido. Manifestaron, en obrar asi, que conocian los sentimientos de toda la nacion. ¿Y qué cosa podia ser entonces á los ojos de esta nación mas agradable? Si hubiesen procla mado simplemente la libertad; si hubiesen dicho que se alzaban en vindicacion de los derechos nacionales, á fin de que España se diese las leyes que gustase, tal vez algunos no los hubiesen comprendido, y otros dudado de lo sincero de sus intenciones. Pudiera haber dado lugar su pronunciamiento á interpretaciones diferentes y contrarias, y en los ánimos una confusion que hubiese tenido por resultado la anarquía. Lo que importaba al ejército era hablar con claridad, manifestar desde un principio cuáles eran sus deseos: levantar un estandarte conocido, y sobre todo, hacerse con el número mayor posible de partidarios. Obrar de otro modo, hubiera sido acaso correr á un precipicio, ó aumentar los mismos males que motivaban su alzamiento.

Manifestaron los resultados la rectitud de sus sentimientos, lo acertado de sus cálculos. Cuando se vió el objeto á que tendian, que ningun esceso, ninguna tropelía, ningun insulto desmentian sus principios, al ver estos espresados de un modo tan terminante en sus proclamas, no pudo quedar la menor duda de la conveniencia, de la utilidad nacional en responder á un grito tan claramente pronunciado. Nada prueba tanto esta verdad, como la rapidez con que todos corrieron en seguida á los mismos estandartes. Los que se han mostrado tenaces en presentar estos actos con odioso colorido, se han olvidado sin

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duda las circunstancias que acompañaron á la restauracion tan deseada. Olvidaron tambien la rapidez con que restablecieron el órden y la tranquilidad, inmediatamente que se supo el juramento del monarca. No tienen presente que ningun desórden, ningun acto de venganza empañó unos dias, quizás los mas felices que lucieron para pueblo alguno. Con aclamaciones, con himnos patrióticos, con fiestas cívicas en que reinaban la confianza y la fraternidad, fué saludada por todos efectivamente una restauracion tan memorable. Pareció entonces que toda España habia adoptado los mismos principios, y complacídose en manifestar iguales sentimientos. Se olvidaron por un momento los males que habia producido la persecucion, y á este entusiasmo generoso debieron su impunidad, los enemigos del bien público. Se vaciaron las cárceles y demas encierros de los que tenian aherrojados el genio del despotismo; volvieron los ilustres desterrados, los confinados en fortalezas y en presidios á participar del contento universal, y el puesto que les correspondia en el seno de esta gran familia. Los cuadros en que mas tendremos que ocuparnos en lo sucesivo, no serán tan halagüeños; mas ya veremos por qué motivos, tempestades espantosas sucedieron á tan brillantes dias.

CAPITULO XXI.

Sensacion que produce en la Corte el movimiento de las provincias. Decreto del 6 de marzo.—Efervescencia en Madrid.-Decreto del 9.-Reconocimiento de la Constitucion de 1812.-Formacion de la junta consultiva.Abolicion de la Inquisicion.—Juramento del Rey.-Su manifiesto á la nacion.-Otro del infante D. Cárlos al ejército.-Nombramiento de nuevos ministros. Argüelles, ministro.-Su traslacion de Ceuta á la Alcudia en la isla de Mallorca.-Regocijo público.-Periódicos.-Sociedades patrióticas.-Consideraciones sobre la situacion de los partidos.-Division entre los liberales. Exaltados.-Moderados.

Cuanto mas avanzamos en nuestras tareas; cuanto mas nos

acercamos á tiempos que tocan casi á los actuales, á escenas en que han figurado clases y personas que existen en el dia, tanto mas nos penetramos de las dificultades de decir la verdad, nada mas que la verdad, sin despertar pasiones que tal vez duermen, sin escitar resentimientos que pueden ser funestos. El campo de la observacion se agranda: el cuadro se complica. Hasta aquí, nos ha ocupado la pugna entre dos partidos marcados, de color demasiado diferente para que puedan confundirse; de principios tan contrarios, que son absolutamente incompatibles. El uno, á saber, el enemigo de las luces, de las reformas y de nuestras libertades, va á figurar de nuevo, constante en sus ódios, en sus animosidades, en su táctica, siempre atento al objeto de sus predilecciones, siempre compacto, siempre disciplinado, siempre unido: en el otro va á manifestarse diversidad sino de principios, de miras al menos y de planes sobre el modo

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de aprovecharse de la victoria conseguida sobre sus rivales. El primero guardará todos sus medios de accion, y se aprovechará hábilmente de las faltas de sus adversarios: atentos estos muchas veces á obsérvarse mútuamente, dejarán de mirar al campo enemigo con la vigilancia que exigen las fuerzas que le restan. Sucederá aquí lo que se ha visto en todas las revoluciones, en todas las contiendas de esta especie: el campo vencedor se decide: el vencido queda ligado aun con mas estrechos vínculos. Tal es el curso de esta clase de negocios: la posesion origina descuidos las desgracias dan á la vigilancia nuevo temple: los vencedores duermen sobre sus laureles: los vencidos espían noche y dia el momento favorable de aplacar el rigor de la for

tuna.

La época histórica que intentamos recorrer, es el cuadro de casi todas las vicisitudes de la vida humana. En él figuran cuantas pasiones agitan nuestra especie, y aunque en pequeño, cuantos síntomas ofrecen las convulsiones de los pueblos. Con repugnancia vamos á ocuparnos en sus principales pormenores; mas así lo exije el plan de nuestra obra, por la coincidencia de este período histórico con la vuelta á la escena pública de D. Agustin de Argüelles, al cabo de una ausencia de cinco años. Lo exije sobre todo el interés de la verdad, notablemente desfigurada por el espíritu de partido, que en varias épocas bosquejó estos cuadros. Tambien nosotros por nuestras personales circunstancias podemos ser recusados como jueces; mas de los hechos que es pongamos presentaremos documentos; y las esplicaciones é inducciones que sobre ellos hagamos, serán tales que no haya otras admisibles en las reglas de la simple lógica.

Causó el alzamiento de las Cabezas de San Juan, comunicado á las tropas de la isla, sorpresa dolorosa en una corte que con los últimos rigores ejercidos en Valencia, tal vez pensaba haber sofocado para siempre los planes revolucionarios de sus enemigos. Que ignorase del todo los que se tramaban en el ejército espedicionario de Ultramar, parece absolutamente inverosimil; que creyese haber cortado todos los hilos de la trama con la prision de los gefes en el Palmar del Puerto, y la separa

cion del general en gefe, podia solo ser propio de hombres tan tenaces en llevar adelante absurdos, como neciamente imprevisores. Con el estallido de la tempestad, hubo alternativamente rasgos de miedo y de arrogancia, fluctuacion y vacilancia en los consejos, renovacion de intrigas en palacio, introduccion de personajes nuevos en la escena; mas ninguna medida de rigor y de prudencia, ningun decreto que calmase la ansiedad y neutralizase la animadversion de un público, casi en su totalidad, justamente descontento. Las precauciones fueron todas militares para apagar lo que llamaban el fuego de la rebelion, y castigar los culpables de un sacrilego atentado. Se entregaba así la corté alternativamente al temor y á la esperanza, aguardando de un momento á otro la noticia de un desenlace, parecido á los de la Coruña, Cataluña y Valencia; mas subió el terror á proporcion que este parte del nuevo general en gefe diferia su llegada, y de las creces que la opinion pública, escitada con aquellas nuevas, daba á las fuerzas, á las ventajas de los revolucionarios. Renovó la salida de la columna de Riego, la ansiedad en unos, las esperanzas halagüeñas en los otros: cuanto mas empeño se ponia en quitar pábulo á la curiosidad, mas importancia daba la opinion pública á lo que hubiese calmado el entusiasmo, à pres sentarse la verdad desnuda: las proclamas de la Isla y de la columna circulaban á pesar de cuantas precauciones tomaba en contrario un gobierno receloso y suspicaz, pronto siempre à levantar el brazo del castigo. ¿Qué impresion no debia de hacer su lectura bajo los velos del misterio, en los que tanto suspiraban por romper un yugo, intolerable ya, desde que en tanta sangre y suplicios se apoyaba?

á

Mas en lugar de recibirse la noticia de que se habia apagado el fuego de la insurreccion en el ejército del Mediodia, se supo con aumento de indignacion y de espanto, que habian prendido sus chispas en Galicia. Cuanto llegaba á oidos de la corte, estaba calculado para aumentar la confusion, la falta de tino, la tribulacion que reinaba en sus consejos. De todas partes se recibian nuevas de que se observaban síntomas de agitacion, de abierto. descontento. Nada se sabia de lo ocurrido en Asturias, en Ara

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