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gon, de lo que tal vez se proyectaba en Cataluña; mas zumbaba en los oidos del monarca y de los suyos, el ruido sordo de la tempestad que estaba pronta á desplomarse. ¿Y qué hacer en esta crisis? ¿Cómo conjurarla? Aparentó la corte ceder á la exigencia de las circunstancias: apeló á las vias de la conciliacion, la que ya no tenia medios de arrostrar con audacia la tormenta: se mostró pesarosa, arrepentida de haber diferido tanto tiempo caminar por la senda de la virtud y la justicia. El 3 de marzo espedió un decreto, reducido sobre poco mas o menos á manifestar, que deseando llevar á cabo sus paternales deseos, y conformándose con el parecer de su augusto hermano el infante D. Cárlos y de la junta que este presidia, propusiese los medios que creyese oportunos para llenar en lo futuro sus altas funciones: que se aumentase el Consejo con sugetos consumados en sus respectivas carreras, y que mereciendo la confianza real gozasen tambien de la mas aventajada opinion pública; y por último, que cualquiera individuo pudiese dirigir franca, libre y reservadamente sus ideas y escritos, al mismo Consejo de Estado. Se escusaba al propio tiempo de la tardanza en haber adoptado estas disposiciones por la agitacion de Europa, y afirmaba que solo deseaba la ventura de sus gobernados, en cuya conducta confiaba, á pesar de las criminales tentativas que los rodeaban.

Ya era tarde para medidas que Hevaban el sello de la vaguedad é incertidumbre. Algunos años antes hubiese sido recibido con favor y hasta con gratitud este decreto, que tenia ahora los caractéres del efugio y del engaño; los sucesos se agolpaban: no era un misterio para nadie la salida del conde de Avisbal para la Mancha: el público de Madrid daba señales de agitacion y descontento; fué preciso dar un paso mas en la línea de los sacrificios, á una corte cuyo talisman de poder estaba roto. El 6 de marzo se mostró mas esplícita, prometiendo Córtes. Asi decia el decreto:

«Habiéndose consultado mis Consejos Real y de Estado lo conveniente que seria al bien de la monarquía la celebracion de Córtes, conformándome con su dictámen, por ser con arreglo á la observancia de las leyes fundamentales que tengo juradas,

quiero que inmediatamente se celebren Córtes, á cuyo fin el Consejo dictará las providencias que estime oportunas para que se realice mi deseo, y sean oidos los representantes legítimos de los pueblos, asistidos, con arreglo á aquellas, de las facultades necesarias; de cuyo modo se acordará todo lo que exije el bien general, seguros de que me hallarán pronto á cuanto pida el interés del Estado, y la felicidad de unos pueblos que tantas pruebas me han dado de su lealtad; para cuyo logro me consultará el Consejo cuantas dudas le ocurran, á fin de que no haya la menor dificultad ni entorpecimiento en su ejecucion. Tendréislo entendido, etc. Madrid 6 de marzo de 1820. »

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La noticia del pronunciamiento en Ocaña llegó el 9. La agitacion de un público escitado y comprimido por espacio de dos meses, creció de punto y rompió de una vez todos los diques que el terror de los castigos había impuesto. La Constitucion de 1812; hé aquí el tema de los discursos, de las conversaciones públicas en las plazas y en las calles. De efervescencia dió señales el pueblo de Madrid; hubo reuniones, corrillos, arengas de los que parecian mas entusiasmados y animosos: el decreto de dos dias fué denunciado en público como insuficiente, tal vez como engañoso: no habia ya mas bandera para la nacion que el Código de Cádiz, alevosamente destruido por los enemigos de todo sentimiento liberal, de todo cuanto olia á reformas. Tal fué el lenguaje de la muchedumbre: tal vez el de algunos que seis años antes habian arrastrado la lápida de la Constitucion, y lanzado anatemas contra sus autores. Tal es el pueblo, ó por mejor decir el hombre: tal la responsabilidad terrible de los que provocan escesos que pudieran evitar, á seguir las vias de la razon y la justicia. La corte sin prestigio, aterrada con la tempestad que provocaba, bajo el peso de una conciencia abrumadora que le hacia ver sus antiguos estravíos, sin medios, sin valor para comprimir voluntades tan solemnemente pronunciadas, dejó soltarse el torrente de la opinion, y se cruzó de brazos esperando librarse de la inundacion, cediendo y humillándose. Recibió en palacio una diputacion del pueblo conmovido; escuchó sus proposiciones de que jurase el Código de Cádiz, y el monarca

firmó en aquel mismo instante, el corto decreto que á continua cion copiamos.

Para evitar las dilaciones que pudieran tener lugar por las dudas que al Consejo ocurrieren en la ejecucion de mi decreto de ayer para la inmediata convocacion de Córtes, y siendo la voluntad general del pueblo, me he decidido á jurar la Constitucion promulgada por las Córtes generales y estraordinarias en el año de 1812. Tendréislo entendido, etc. Palacio 9 de marzo de 1820..

Los comisionados se marcharon satisfechos: la noticia del decreto del monarca dió nuevo pábulo á la escitacion, convertida ya en manifestaciones públicas de regocijo. Volvieron á resonar los vivas á la Constitucion, y alcanzaron hasta el Rey que habia prometido reconocerla y jurarla. Mientras tanto los comisarios marcharon á la plaza del ayuntamiento; depusieron el que habia, nombraron otro á tenor de lo prescrito por la Constitucion, y le aclamaron ante un inmenso concurso que con entusiasmo aplaudia y victoreaba. Inmediatamente partieron á palacio los nuevos alcaldes seguidos de los comisionados, y el Rey los recibió con muestras de atencion y del mas sincero agrado. Delante de ellos, sentado en el trono, reconoció solemnemente y prestó juramento á la Constitucion, al tenor del decreto espedido algunas horas antes..

Despues de terminado el acto se procedió al nombramiento de una junta consultiva, para entender en asuntos de gobierno mientras se organizaba el nuevo ministerio. Se compuso de las personas siguientes: el Cardenal de Borbon, arzobispo de Toledo, presidente; D. Francisco Ballesteros, vice-presidente; vocales, D. Manuel Abad y Queipo, obispo de Mechoacan; Don Manuel Lardizabal, D. Mateo Baldemoros, D. Vicente Sancho, conde de Taboada, D. Francisco Crespo de Tejada, D. Bernardo Borjas Tarrius y D. Ignacio de la Pezuela: todos aceptables para el público, que los acogió en efecto con las muestras mas inequívocas de benevolencia.

Asi concluyó aquel dia de agitacion y de tumulto; mas no de escesos, de atropellos y violencias. Los únicos actos de

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esta especie que pueden ser llamados con tal nombre, fueron el derribo de las puertas de la Inquisicion, la libertad de sus víctimas que yacian en los calabozos, y la destruccion de todos los instrumentos de apremio y tormentos, que con escándalo de la civilizacion aun se usaban en España. A este desahogo se limitó, pues, la muchedumbre embravecida, que de tantos agravios estaba lastimada. Por mucho que haya dicho en contrario algunos ilusos ó mal intencionados, el restablecimiento de la Constitucion de 1812, no fué acompañado de escesos que pudiesen afearla.

Inmediatamente se dió órden para que se pusiesen en libertad tantos hombres encerrados ó confinados en destierros, en castillos, en fortalezas de la costa de Africa. Mas ya parte de las prisiones se habian abierto para sus ilustres víctimas. En varias partes, el pueblo alborozado habia roto las prisiones de los apóstoles de sus derechos. Con aplausos, bendiciones y toda muestra de festejos populares, eran recibidos por donde transitaban.

Don Agustin de Argüelles, á quien dejamos confinado en Ceuta, permaneció allí tranquilo, si se puede aplicar este adjetivo al que vivia bajo el peso de la arbitrariedad, que con tan cruel capricho de su suerte disponia. Mas vivia tranquilo, por cuanto el gobernador y las demas autoridades en nada le oprimian ni le incomodaban. Pasó así hasta mediados del año 1818, cuando de Real órden fué trasladado á la villa de Alcudia en la isla de Mallorca. Atribuyeron algunos esta medida, á deseos ruines de que respirara el aire enfermo de aquel punto: otros, á delaciones sobre el peligro que corria la plaza de Ceuta á permanecer en ella por mas tiempo. De todos modos, D. Agustín de Argüelles en su traslacion tuvo el consuelo de no perder la compañía de Don Juan Alvarez Guerra, cuya amistad le era en aquella situacion indispensable.

Juntos fueron conducidos á su nuevo destino, donde si variaron de clima, contínuaron en igual sistema de vida, siendo tambien objetos de atencion, por parte del gobernador y demas autoridades de aquel punto fuerte. Habitaban una misma casa, 12

TOMO II.

recibian y hacian visitas y tenian libertad para pasear, mas, sin salir de las murallas. Volvió D. Agustin de Argüelles á sus ocu paciones favoritas; mas empeoró su salud, aunque sin caer enfermo..

En 14 de abril del mismo año, salió de la Alcudia en compañía de su amigo: tomó la direccion de Palma, y en seguida pasó á Tarragona, donde esembarcó el 14. Continuó su viage por tierra, camino de Valencia. En Castellon de la Plana cayó enfermo, por cuyo motivo se detuvo en este punto nueve dias. Otros tantos permaneció en Valencia, antes de emprender su viage á la corte á donde llegó el 15, nombrado con algunos dias de anterioridad ministro de la gobernacion de la península. Por todos los pueblos del tránsito desde su salida de la Alcudia, fué recibido y obsequiado con el aprecio, estimacion y respeto que se debia á un hombre de sus antecedentes y su mérito. Todas las autoridades y personas visibles y cuantas admiraban su patriotismo y talento, le cumplimentaron y ofrecieron sus servicios. No fue escaso el pueblo en manifestaciones de sus sentimientos hacia un varon tan esclarecido, que en la escuela de la adversidad habia dado pruebas de la constancia y sinceridad de sus principios. Sin duda fué D. Agustin sensible á un homenage tan puro y tan unánime; mas la idea de los graves cuidados en que le iba á empeñar su nuevo cargo tan dificil entonces, disminuyó el prestigio de aquellas ovaciones. Sigamos el curso de los acontecimientos.

Al dia siguiente de haber prestado juramento el Rey, quiso dar nuevo carácter á la sinceridad del acto publicando un manifiesto á la nacion española, no mal calculado para redoblar el entusiasmo de los crédulos, y alejar sospechas de los que podian estar muy recelosos. Copiaremos de este documento, los pasages que nos parecen mas notables :

Españoles (asi empezaba) Cuando vuestros heróicos esfuerzos lograron poner término al cautiverio en que me retuvo la mas inaudita perfidia, todo cuanto ví y escuché apenas pisé el suelo patrio, se reunió para persuadirme que la nacion deseaba ver resucitada su antigua forma de gobierno; y esta persua

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