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sion me debió decidir á conformarme con lo que parecia ser ci voto casi general de un pueblo magnánimo, que triunfador del enemigo estrangero, tenia los males aun mas horribles de la intestina discordia.»

Pasaba el Rey á decir que no desconocia, sin embargo, que con el progreso rápido de la civilizacion, se habian despertado en los españoles deseos de reformas, no conocidos de sus antepasados, y que deseando conformarse con los cambios que habian sobrevenido en la opinion, mientras meditaba los medios de adoptar las variaciones en el antiguo régimen fundamental, que fuesen mas análogas á las circunstancias, habia oido sus votos y jurado la Constitucion porque suspiraban, y de que seria siempre el mas firme apoyo. Copiaremos el último párrafo del manifiesto.

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Españoles vuestra gloria es la única que mi corazon ambiciona. Mi alma no apetece sino veros en torno de mi trono, unidos, pacíficos y dichosos. Confiad, pues, en vuestro Rey que os habla con la efusion sincera que le inspiran las circunstancias en que os hallais, y el sentimiento íntimo de los altos deberes que le impuso la Providencia. Vuestra ventura desde hoy en adelante dependerá en gran parte de vosotros mismos. Guardaos de dejaros seducir por las falaces apariencias de un bien ideal, que frecuentemente impiden alcanzar el bien efectivo. Evitad la exaltacion de pasiones, que suelen trasformar en enemigos á los que solo deben ser hermanos, acordes en afectos, como lo son en religion, idioma y costumbres. Repeled las pérfidas insinuaciones halagüeñamente disfrazadas de vuestro émulo. Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando á la Europa un modelo de sabiduria, órden y perfecta moderacion, en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre español, al mismo tiempo que labramos para siglos nuestra felicidad y nuestra gloria. Palacio de Madrid 10 de marzo de 1820.-Fernando. »

Cuatro dias despues, dirigió el infante D. Cárlos, como generalísimo que era del ejército, la alocucion siguiente: « Solda

dos: al prestar en vuestras banderas juramento á la Constitucion de la monarquía, habeis contraido obligaciones inmensas: carrera esclarecida de gloria se os está preparando.

El valor y constancia que en todos tiempos fueron la noble divisa del guerrero español, me son garantes seguros de la inviolable fidelidad con que cumplireis vuestras promesas: y yo que me gozo en la confianza que merecí al Rey, cuando me confirió el alto encargo de mandaros, fiel al solemne juramento que en sus reales manos he hecho en este dia, yo seré tambien quien constantemente os guie por la senda que nos trazan á la par el honor y el deber.

Amar y defender la patria, sostener con lealtad inalterable el trono y la persona del monarca, que es el apoyo de la libertad civil, y de la grandeza nacional: respetar las leyes: mantener el órden público, hé aquí, soldados, nuestras obligaciones sacrosantas; hé aquí lo que nos hará dignos del amor de nuestros conciudadanos en el seno de la paz, y temibles al enemigo en los reñidos combates; hé aquí lo que el Rey espera de vosotros, y de lo que promete daros ejemplo vuestro compañero de armas.

Militares de todas clases! Que no haya mas que una voz entre los españoles, asi como solo existe un sentimiento; y que en cualquier peligro, en cualquiera circunstancia, nos reuna al rededor del trono el generoso grito de Viva el Rey! Viva la nacion! Viva la Constitucion! Madrid 14 de marzo de 1820.Cárlos.»

Fué el dia 12 del mismo mes, el destinado para la promulgacion solemne en la capital, de la Constitucion restablecida. Se celebró la fiesta cívica, con toda la pompa y aparato que hemos ya descrito en semejantes ocasiones. Afluencia de un gentio inmenso en calles y plazas; salvas de artilleria, repique de campanas, músicas, fuegos de artificio por la noche, vivas, aclamaciones populares, nada faltó para dar á la ceremonia el aire mas grandioso, Los vivas eran al Rey, lo mismo que á la Cons

titucion, prueba de la sinceridad y sentimientos de lealtad con que el pueblo en el principio de esta época saludaba el nombre del monarca. El mismo dia se colocó una lápida nueva y muy hermosa de la Constitucion, en la plaza antes Mayor, y que desde entonces recibió su nuevo nombre.

Manifestaba mientras tanto la junta consultiva el celo que la animaba en el desempeño de su encargo, y su grande interés en llevar adelante en todas sus partes el restablecimiento del Código de Cádiz. En 9 de marzo se espidió un decreto aboliendo el Santo oficio: muy pronto alcanzó igual medida á los Consejos suprimidos antes, y que fueron reemplazados por tribunales á tenor de sus disposiciones. Todas las demas autoridades judiciales, políticas, civiles y administrativas, recibieron muy poco despues la organizacion que la misma ley fundamental les asignaba.

A los que no quisieron firmar la Constitucion, se les mandó salir del reino. En cuanto á los famosos Persas, se les destinó á diversos conventos hasta que las Córtes próximas decidiesen de

su causa.

El 22 de marzo se espidió el decreto para la convocacion de las Córtes de 1820 y 1821, que debian reunirse á principios de julio. Hubo diversidad de pareceres, sobre si debian ser Córtes estraordinarias ú ordinarias. Los que sostenian la primera opinion, con el objeto de hacer en la Constitucion las reformas consideradas necesarias, alegaban que desde el año 12, época de su publicacion, hasta el de 20, habian trascurrido los ocho que la misma Constitucion fijaba para hacer los cambios: oponian á esto los del dictámen contrario, que no habian pasado realmente los ocho años de esperiencia y prueba segun el espíritu de la disposicion, habiendo estado la ley fundamental durante seis años suspendida. Prevaleció el segundo dictámen, que era el de los mas adictos á la Constitucion, y que no querian oir hablar de ningun cambio. ¿Y qué ventajas hubiese traido la victoria de los que la querian? ¿Consistian en la letra de la Constitucion los conflictos, las pugnas, los males de todas clases que iban á caer sobre nosotros? Los hechos que refiramos en lo sucesivo, desenvolverán debidamente el pensamiento.

A principios de abril, se espidió el decreto del nombramiento del nuevo ministerio. Para la secretaría de Estado, á D. Evaristo Perez de Castro; para la de Gracia y Justicia, á D. Manuel García Herreros; para Hacienda, á D. José Canga Argüelles ; para la Gobernacion de la Península, á D. Agustin de Argüelles; para la de Ultramar, á D. Antonio Porcel; para Guerra, al marqués de las Amarillas, y á D. Juan Javat para el despacho de Marina. En la simple designacion de las personas, iba envuelta la idea de su mérito. Acogió por lo mismo el público con los sentimientos de la satisfaccion mas viva el nombramiento, y en la opinion que se tenia de sus virtudes y saber, fundó el edificio de sus esperanzas.

Con estas manifestaciones solemnes; con estos decretos; con la alocucion ó manifiesto del Rey; con las noticias que mútuamente se reproducian de lo que pasaba en los demas ángulos de España, tomó el espíritu público un vuelo extraordinario, que solo puede concebirse en contraposicion con lo que estaba antes humillado y comprimido. Se respiró á placer al cabo de seis años como de ahogo en una atmósfera mefítica. Cuantos vieron aquella época, recordarán con nosotros lo puros y brillantes que lucieron para la nacion los primeros dias y aun meses del restablecimiento. Fué un encadenamiento de fiestas cívicas, escenas de alegria, en que aclamaciones vivas y cantos patrióticos resonaban contínuamente por los aires. Parecia el mismo monarca gozoso y satisfecho; en cuantas ocasiones se presentó al público para tomar parte en alguna fiesta cívica, fue recibido con las muestras de los mas sinceros homenages de respeto. La frase de marchemos francamente y yo el primero por la senda constitucional, resonaban aun en los oidos de los españoles confiados, que en la embriaguez de aquella situacion no habian abierto aun su corazon á la sospecha.

La imprenta pública dió desde luego indicios de estar desembarazada de sus antiguas trabas. Innumerables fueron las producciones que salieron á luz, periódicas y no periódicas, en diversos estilos, formas y tamaño. Al lado de la imprenta y como complemento suyo, se establecieron sociedades patrióticas á

imitacion de los antiguos clubs, en su tiempo tan famosos. En ellos se reunian hombres de todas clases, condiciones y edades, á quienes llamaban, ó sus propias opiniones, ó el espíritu de simple curiosidad que mueve á tanto ocioso. Allí se hablaba de todo; de personas y de cosas, de lo presente y de lo venidero: allí se ensayaban en el arte de la palabra, jóvenes ardientes y entusiastas que arrancaban mil aplausos por sus felices improvisaciones. Fué célebre en esta parte la sociedad conocida en Madrid con el nombre del café de Lorencini, primer punto de las

reuniones.

Eran, pues, las sociedades patrióticas un reflejo de lo que decia la prensa periodística, y vice-versa. Pretender que cuanto se escribia y hablaba en aquella época de efervescencia, fué bueno, fué exacto y saludable á la misma causa de la libertad, seria empeñarse en sostener un ente de razon que no se ha verificado en ninguna sociedad humana, donde los hombres son libres de emitir sus pensamientos. Por lo mismo que nada es mas fácil que el hablar y el escribir, el abuso es tan frecuente y casi inevitable.

Asi se pasaron aquellos dias y hasta aquellos meses. Los acalorados y entusiastas tuvieron poco lugar en el arrebato de su júbilo, para hacer reflexiones sérias sobre cuanto los rodeaban. Mas el observador imparcial, no acalorado en pro ni en contra; el que examinaba las cosas y los hombres bajo su punto de vista verdadero, que comparaba lo pasado con lo presente, y tendia un poco sus ojos hácia el porvenir, no podia menos de comprender lo anómalo de aquella situacion, acaso única.

En primer lugar, comenzando por el gefe del Estado, si se examinaba bien su carácter conocido, sus antecedentes y la indole de cuantos ejercen el poder supremo, no podia menos de saltar á la vista cuán diferente era su posicion, entre un dia antes y otro despues de pronunciar un juramento tan imperiosamente reclamado, hasta exigido. Sea que le consideremos obrando por sí mismo ó cediendo á impulso extraño, veremos un cambio casi total en su modo de ser como monarca. Ayer Rey absoluto en virtud del derecho divino, hoy Rey constitucional por la volun

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