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dió el nombre de Mar del Sud a aquel oceáno, por la situación en que estaba respecto a su camino. Después Magallanes le dió la denominación impropia de Mar Pacífico, mereciendo el de Grande Oceáno, porque se extiende desde un polo al otro y es tres veces mayor que el Atlántico.

Pero, entre el Atlántico y el mar del Sud, ¿habia algún paso y atravesándole se podría dar la vuelta a la tierra? El portugués Fernando Magallanes resolvió el problema.

Ya hemos dicho que la bula de Alejandro VI concedia a los reyes las islas y las tierras descubiertas o por descubrir al occidente y mediodía de una línea tirada desde uno a otro polo, distando cien leguas de cualquiera de las islas Azores o de Cabo Verde. El Portugal se había quejado de que esta línea se aproximaba demasiado al Africa, impidiéndole hacer conquistas en el nuevo mundo, por lo cual Fernando e Isabel consintieron en trasladarla trecientas y sesenta leguas más al occidente, de modo que les perteneciese cuanto había hasta las trescientas sesenta leguas al poniente de las islas de Cabo Verde, y al Portugal lo que queda al oriente. Ignorábase aun la configuración de la América, y que se aproximase tanto al Africa por el extremo meridional, pues de otro modo no hubieran consentido en una partición que daba el Brasil al Portugal. Tampoco se habia previsto que internándose los unos hacia el oriente y los otros hacia el occidente se encontrarían, y llegarían a confinar en otro hemisferio al cual no llegaba la línea trazada por el Papa.

Esto sucedió a los pocos años, originándose una disputa sobre la posesión de las Molucas. Los portugueses las habían descubierto y ocupado; pero Magallanes demostró al rey de España, que estaban dentro de la línea de los paises que pertenecían a su dominio, pues se hallaban a los 180° al occidente del meridiano de demarcación. El designar así su situación era fácil en el Atlático; pero los geógrafos no sabían hacerlo en la parte opuesta del globo, delirando todavía con la India y el Catay. Magallanes propuso enviar una escuadra por el occidente, asegurando que encontraría un paso. Partió con cinco naves y doscientos treinta hombres, y tocando en el Brasil siguió hacia el sud hasta entrar en el estrecho que hoy lleva el nombre de Magallanes, con tres naves y salir en aquel oceáno del sud, que había visto Balboa. Tres meses y veinte días tardó en atravesar el estrecho, y fué muerto en

guerra con un rey bárbaro. Los demás se volvieron y anclaron en las Molucas, y por último, la Victoria sola, capitaneada por Sabastián del Cano, dobló el Cabo de Buena Esperanza y ancló en Sanlúcar, después de haber dado la vuelta al mundo en tres años y catorce días.

Fué Magallanes un hombre admirable, que llevó a cabo una navegación que es tenida por arriesgadísima aun en estos tiempos de tanta superioridad en los medios y conocimientos.

La inspiración de Colón realizada.—Los breves rasgos que dejamos trazados sobre el descubrimiento de América y las exploraciones y descubrimientos que siguieron a este maravilloso suceso, sirven de introducción a toda historia general de cualquier pueblo de este continente, para señalar su origen.

No hemos dicho nada todavía de los dos grandes y poderosos imperios que los conquistadores encontraron en Méjico y en el Perú; de la dinastía de los incas, de sus conquistas y de sus instituciones; de nuestras razas primitivas; de los monumentos y de la civilización de esta tierra en la que se ha formado nuestra nacionalidad. En su lugar expondremos este asunto, después de estudiar las cuestiones cientificas a que dió lugar el descubrimiento del nuevo mundo sobre su antigüedad, sobre el origen de sus pobladores, y otras que aun no pueden alcanzar una solución satisfactoria.

Desde que Colón dió a conocer sus planes, su concepción de genio, su adivinación como predestinado por Dios, se reunieron los hombres científicos, y ¿quién es la ciencia para juzgar los impulsos de un hombre que está guiado por la Divina Providencia? Se juntaron los sabios, y ¿quiénes son los sabios para sentenciar a los profetas? Colón fué un predestinado y un profeta, y el descubrimiento de América fué un verdadero milagro operado por su fe.

¿Tenía Colón la evidencia axiomática de una verdad que halla la ciencia? ¿Buscaba sólo un camino que por occidente le llevara a las Indias Orientales, sin doblar el Cabo de Buena Esperanza?

Cuando se piensa en la geografía y cosmografía del siglo XV, cuando se vé que el globo no era esférico en aquellas edades; concebimos entonces que Colón no era solo un gran navegante, era un hombre inspirado que tenía el convencimiento más profundo, más trascendente de

realizar la maravilla que había imaginado, como si para ello hubiera recibido poderes de Dios.

En la época de Colón, en épocas muy anteriores, en todas las épocas, el mundo creía en cierto vaticinio; ese vaticinio que es la primera historia de los pueblos, por que es historia y epopeya, lo que es siempre la historia primitiva; el mundo creía, el mundo hablaba, el mundo llevaba en sus agüeros la existencia de unos países de cielo explendoroso, con minas de puros metales, con piedras preciosas en sus entrañas, con ríos que llevaban arenas de oro; una tierra en fin, más deliciosa y rica que la Atlántida de Platón. Estas grandes leyendas de la humanidad necesitaban de una grande inspiración, de una fe incontrastable como la de Colón.

Hemos hablado de la ciencia; pero ¿era ciencia la de los astrónomos y cosmógrafos del siglo XV? El pensamiento de Colón no cabía dentro de sus moldes, el pensamiento de Colón era la inspiración de las revoluciones que debían causar en astronomía, en geografía, en física y matemáticas los sistemas de Klepper, de Copérnico, de Galileo, de Newton. Hablar de los antipodas en tiempos de los reyes católicos, era punto menos que un capítulo de heregía (1).

Después de siete sños de súplicas inútiles, de humiIlaciones, de desdichas; siete años mortales, resolvió Colón abandonar España, y el padre Juan Pérez, le vió llegar segunda vez a las puertas del convento de la Rábida, en busca de su hijo que había quedado allí, y el buen padre, cuyo nombre debe la historia esculpir en letras de oro, se dirigió a la corte y expuso a la reina, con enérgicas frases, la necesidad de acometer aquél proyecto desconocido. Ya hemos dicho cual fué la respues. ta de la magnánima Isabel. Colón necesitaba un corazón como el de Isabel la Católica. Aquel espíritu inspirado y aquel corazón magnánimo se encontraron y se reconocieron en una hora eterna marcada por la Providencia Divina, y Colón legó a la historia la cuarta parte de la tierra y la cuarta parte del género humano.

¡Bendita la hora en que se realizó la inspiración de Colón!

(1). Roque Barcía-Colón.

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CAPÍTULO SEGUNDO

Formación y antigüedad del continente americano.-La cuenca de Tarija y los fósiles.- El origen del hombre en América.— Orígen de la civilización de los pueblos de América.--Los monumentos y las ruinas.-El Tiahuanaco.

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Formación y antigüedad del continente americano.-El descubrimiento de América causó la más grande revolución en el mundo, abriendo nuevos horizontes a la actividad industrial de los hombres, ensanchando el campo de las investigaciones y de los estudios en todos los ramos de los conocimientos humanos. Los progresos de la geografía habían doblado todo lo que se conocía de la superficie de la tierra; pasada la fiebre por el oro y las riquesas, las aventuras de las exploraciones, de los descubrimientos y las conquistas, se abrieron paso los sabios disputándose las doctrinas más encontradas en el estudio de la geología, de la cosmografía, de la antropología, remontándose hasta la formación del nuevo continente, para seguir las huellas de las condiciones fisicas que pudieron facilitar el desenvolvimiento de su civiliza ción primitiva, basándose en simples hipótesis y sin poder llegar a conclusiones científicas satisfactorias.

Se planteó en primer lugar la cuestión de la antigüedad del continente americano, y digeron algunos geólogos que no merece el nombre de nuevo mundo, porque su aparición sobre la superficie de los mares data de época tan remota que geológicamente hablando se le debería llamar el viejo mundo.

Es indudable que el suelo americano ha estado sujeto, como los otros continentes, a las transformaciones constantes que no han cesado de modificarlo desde las primeras edades.

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