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tiempos, ha hecho conocer géneros tan remarcables, y cuyos cuerpos estaban generalmente cubiertos de una concha huesosa como la de los tatos. Entre los restos más curtosos de estos animales singulares, conseguí la cabeza entera de un Scelidotherium leptocephalum. Encontré también algunos huesos y dientes de Megatherium, cuya talla excedía a la de los más grandes rinocerontes; fragmentos de una concha de Gliptodonte; en fin, una parte de la cabeza de un pequeño tato muy parecido a los que se encuentran actualmente en América.

<<Los rumiantes estaban numerosamente representados en el depósito. Junto a muchos grandes ciervos, citaré aquí el curioso Marcauchemia patachónica de Ovven.... Este animal tenía la talla de un camello.

«En cuanto a roedores no hallé más que un cabiai, el cual, si se ha de juzgar por los fragmentos de su mandíbula, únicos restos que yo encontré, debía ser muy semejante al capivara de nuestros dias.

«Los solipedos tenían por representante una magní fica especie de caballo, más grande al parecer que la nuestra, y especialmente remarcable por la largura de su quijada, y el grande intervalo existente entre sus dientes incisivos y la primera muela. Esta especie quizá sea la misma que aquella, de la cual Mr. Darwin trajo un diente, y a la que Ovven no ha creido deber todavía aplicar un nombre espesífico. Como nadie ha pensado en dar un nombre a la mía, yo, fundándome en el carácter que he indicado, propondría llamarla Equus macrogmathus.

«En fin, para cerrar la lista de mis descubrimientos paleontológicos, diré que Mr. Laurillard ha reconocido en mi colección de huesos tarsianos, que refiere al género de Este. sería el solo carnicero que había existido en medio de tantos herbívoros (1).

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«¿Cuál era el país que criaba estos grandes cuadrúpedos?.... No es fácil afirmarlo.... El aislamiento casi constante de los fragmentos de esqueleto que he observado, el estado incompleto en que se presentan generalmente las osamentas, su distribución desordenada en el seno de una masa de aluviones bastante heterogénea, en fin, los numerosos guijarros advenedizos en cuyo medio se hallan, hacen creer que estos restos han sido traídos de una cier

(1) En 1882 el señor Lavagna, sabio italiano, descubrió en las lomas y serranías cerca de Santa Ana, cinco leguas de Tarija, varias clases de conchas, caracoles y pescados fósiles depositados en rocas areniscas.

ta distancia, y depositados por las aguas a su paso por el valle, a consecuencia sin duda de una considerable disminución de sus corrientes».

D'Orbigni dice que fué Diego de Avalo y Figueroa el primero que anunció en 1602, que se encontraban muchas osamentas fósiles en los alrededores de Tarija. Ciento cincuenta y nueve años después, en 1761, M. de Jussieu escribía del Perú a su hermano (1) que había oido hablar de este descubrimiento como muy rico en su género. M. de Humboldt había tomado la misma información (2).

«Estaba yo en Santa Cruz de la Sierra, continúa, D'Orbigni, en 1832, cuando M. Matson llegó allí de Tarija, conduciendo muchas osamentas que me aseguró pertenecían a gigantes. Reconoci en seguida, entre los que me presentó, una bella mandíbula inferior de mastodonte y un gran número de muelas. Obtuve de este viajero el permiso de diseñar sus piezas importantes, que desde 1838 figuran en las planchas de la parte paleontológica de mi viaje».

I agregaba en una nota: «Es probable que las osamentas que Cuvier ha indicado como provenientes de Chiquitos, venían también de Tarija. Ocho meses de permanencia en la provincia de Chiquitos, me han dado la certidumbre de que no se han encontrado allá osamentas de fósiles» (3).

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Fijando sólo la atención y el estudio en la cuenca de Tarija, los sabios tienen un campo inmenso de investigaciones científicas y problemas inagotables sobre geología, paleontologia y antropología, que acaso quedarán sin una solución evidente, por muchos que sean los progresos que hagan estas ciencias.

Acaso no queda duda de que la cuenca de Tarija fué un inmenso lago de las aguas detenidas después del diluvio, aceptado y reconocido por todos los pueblos, aunque más o menos desfigurado en sus detalles, como sucede con todos los grandes acontecimientos que por largas épocas se trasmiten oralmente de una generación a otra: la imaginación suple los pormenores que se ignoran, o llena con sus invenciones los vacíos que deja el relato del hecho sustancial, resultando de aquí que no obstante de

[1] Cuvier. Recherches sur les animaux fósiles. T. 1 pag. 266. [2] Voyages aux regiones equatoriales. T. 3 pag. 84.

[3] Alcide D'Orbigni. Voyage dans L'Amerique Meridionale. Paleontologie. T. III, pag. 11.

estar acordes en el fondo del suceso, vienen a variar en la forma, en el ropaje con que cada uno lo presenta.

Entre la infinita variedad de circunstancias y acce sorios con que cada pueblo refiere el diluvio, convienen todos, sin embargo, en considerarle como un trastorno raro, extraordinario, violento; como un cataclismo transitorio, pero que tuvo hondas y funestas consecuencias (1).

El carácter peculiar que los pueblos atribuyen al diluvio, queda confirmado con las huellas que ha dejado en la haz de la tierra esta perturbación violenta del curso de la naturaleza. Las rocas erráticas que existen en todos los climas y los valles de denudación y el lecho del limo, estancado o asentado en la hoya del valle de Tarija, nos revela un trastorno violento, una inundación y un mar que se precipitó y se abrió camino a través de todos los obstáculos.

Se presentan de inmediato estas otras cuestiones o problemas que la ciencia no puede resolver con evidencia. Los fósiles de animales que han desaparecido y que se han encontrado en las excavaciones practicadas en los barrancos de Tarija, ¿habitaron aquel valle, o fueron arrastrados y depositados allá por las violentas corrientes de las aguas? Opinan los sabios de diversos modos, y tanto valor tiene una como otra afirmación. A la vez que esos animales cuyos fósiles se han encontrado, ¿habitaban la misma región alguna raza o razas de hombres? Seguramente que no, porque no se ha encontrado vestigio alguno, por más que el vulgo llegó a creer que esos huesos eran de gigantes; la ciencia ha podido clasificarlos como pertenecientes a animales y no a hombres.

«Pero el que escribe la historia de los hombres, dice Cantú, no tiene necesidad de remontarse más allá de la creación de los mismos. Por otra parte ¿qué es lo que puede asegurar la ciencia, cuando tan poco se ha profundizado el hombre en el interior de la tierra; cuando tan poco se ha elevado sobre la superficie del planeta donde es su destino vivir un breve dia? Baste pues, decir, que sobre la corteza de nuestro globo se encuentran, en primer lugar, bancos de fango y de arenas cillosas, mezcladas con cantos rodados, procedentes de lejanos parajes, y con huesos de animales terrestres, que sorprenden por su forma y su mole, cuya raza o pereció

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[1] El diluvio universal y el Tiahuanaco por Miguel Taborga. «El Cruzado» No 10 T. V.

o habita en otros climas; cedimentos que pueden aducirse como prueba del último diluvio y que son fáciles de distinguir de los que arrastran los torrentes y ríos, que solo contienen huesos de animales del país».

El continente americano como los demás ha estado sujeto a todas las transformaciones y revoluciones que ha sufrido el globo desde su creación, sin que haya motivo para considerarlo más antiguo que los otros. Cuanto más avanza la ciencia se maravilla más de la verdad histórica y científica que contiene el Génesis, sin que pueda subsistir ningún argumento contra él.

El origen del hombre en América.-Esta es otra cuestión que ha dado lugar a largos estudios y a diversas hipótesis, sin que la ciencia haya podido llegar hasta hoy a una solución satisfactoria.

El descubrimiento de América fué un acontecimiento extraordinario que asombró al mundo. Colón y sus compañeros al pisar por primera vez el suelo americano, creían haber llegado a las regiones orientales del Asia. Este error de los primeros días desapareció bien pronto y se reconoció que estas tierras y los hombres que las habitaban formaban un nuevo mundo. Se trató desde luego de investigar de donde provenían esas gentes, de averiguar su orígen misterioso, y antes de mucho tiempo se habían escrito sobre este tema disertaciones y libros, observando las civilizaciones confusas de los pueblos más civilizados del nuevo continente, y buscando afanosamente en los escritores de la antigüedad alguna noticia que pudiera darles alguna luz sobre el origen del hombre americano.

Se halló en los diálogos de Platón y en un pasaje de Plutarco, la noticia de una grande isla llamada Atlántida, más grande que el Asia y el Africa reunidas, que en otro tiempo se había alzado a poca distancia del estrecho de Gibraltar y al occidente de la cual se alzaban otras islas menores. Platón decía que aquella grande isla, muy poblada en otro tiempo, había desaparecido bajo las ondas del mar. Gentes ilustradas aceptaron como verdad la existencia de esa isla, y creyeron que de allí habían pasado a América los primeros pobladores. El cronista López de Gomara, que en 1552 publicó en Zaragoza su Historia de las Indias, en uno de los últimos capítulos se pronunció por esta opinión. Agustín de Zárate fué más explicito en una disertación preliminar de su Historia del descubrimiento y conquista del Perú, que publicó en Ambe

res en 1555, que aceptó la relación de Platón y declaró satisfecha la duda a que podría dar lugar esta cuestión. En 1590, el padre José de Acosta, en su Historia Natural y Moral de las Indias, cap. XXII, libro 1o. combatió aquella opinión, sosteniendo que la existencia de la isla Atlántida no pasaba de una novela inventada por Platón.

La opinión de la existencia de este continente desaparecido tuvo muchos partidarios en el siglo XVI. Por la misma época, creyeron otros que los judíos se habían establecido en América setecientos años antes de Jesucris to, pasando por un estrecho que debía separar este continente del Asia. Esta opinión corrió aceptada en muchos libros.

El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, sostuvo seriamente, que ciento setenta y un años antes que Troya fuese edificada, bajo el reinado de Hespero, duodécimo monarca de España, los españoles habían descubierto y poblado las Indias. Otros escritores se empeñaron en dar consistencia a esta hipótesis, llegando a sostener que la conquista de América en nombre de los reyes de España, era una simple reivindicación, porque este continente había sido poblado primitivamente por españoles;

Todavía en nuestros días, hay escritores que sostienen que la población americana vino del Egipto: que no pertenece a Vasco de Gama la gloria de haber dado la vuelta al mundo; y que tampoco es idea o empresa moderna la apertura del istmo de Suez; que siete siglos antes de Jesucristo fué uno de los faraones quien puso manos en esas dos grandes empresas, y para ello se ocurre al testimonio de Herodoto, quien refiere que Necao, rey egipcio, despachó buques tripulados por fenicios, los que navegaron en el mar del sud, y después de un viaje de tres años regresaron al Egipto. Los comentadores de Herodoto dicen que este viaje no fué el primero que los antiguos hicieron a los mares del sud o de la India, por que «sin que fuese conocido el cabo que se llama hoy de Buena Esperanza y la vuelta del continente africano hacia el oriente, no era posible que el egipcio Faraon hubiese ordenado expresamente a los exploradores fenicios que regresaron por el estrecho de Gibraltar, ni que les hubiese trazado una ruta tan precisa para volver a Egip

to».

Se han supuesto grandes cataclismos terrestres que han hecho desaparecer islas o istmos que unían o acerca ban la América al viejo mundo, dejando aislados a los

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