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plaza de Algeciras, puerta por donde tantas veces ha bia venido ó la pérdida ó el peligro de ella á España. Para subvenir á los gastos de esta espedicion congregó las córtes del reino en Burgos, y les hizo presente la necesidad de que le asistiesen con recursos estraordinarios para una empresa tan útil y de que habian de resultar tantos bienes. Agotadas como se hallaban las rentas ordinarias del estado, y atendido lo sobrecargados que estaban los labradores y pecheros, concediéronsele las alcabalas de todo el reino (1342), que era el impuesto de un tanto por ciento con que se gravaban las compras y ventas, sin que se eximieran en este caso de él los hijosdalgos y los caballeros (").

(1) Alcabalas. Un pasage de la Crónica de Alfonso el Önceño, que dice: «Et porque esto era pecho nuevo, et fasta en aquel tiempo nunca fuera dado á ningun rey en Castiella nin en Leon», ha dado origen á la general creencia de que el oneroso impuesto conocido con el nombre de alcabala, que por tantos siglos se ha mantenido en España, tuvo su origen en las córtes de Burgos de 1342, y de que entonces por primera vez se conoció este gravámen. Creemos que este es un error que Mariana y otros historiadores, guiados sin duda por la crónica de Villaizan, ayudaron á difundir. Nos fundamos para ello en los datos siguientes: 4. En la escritura de donacion hecha por doña Jimena Diaz, muger del Cid, a la iglesia de Valencia en 1101, en que le cede, entreotros derechos, las alcabalas máximas y mínimas, las cuales, conforme á la escritura, eran una

imposicion sobre el comercio. Berganza, Antigued., lib. VII. cap. 7.

Yepes, Cron. de San Benito, tom. VI., Escrit. 52.-2.° En lá carta-puebla que don Pedro Fernandez, maestre de Santiago, dió á los vecinos de Uclés el fuero de Sepúlveda confirmado por don Alfonso en 1179, en que se habla de haber retenido el rey para el señor de la villa la alcabala de los carniceros.-3. En la Crónica de Alfonso X., cap. 24. referente al año 1274, en que se lee: «E otrosí »que se agraviaban los hijosdalgo »del pecho que daban en Burgos »que decian alcabala.» 4. En dos privilegios de Fernando IV, uno del año 1300, otro del 1310, dado el primero á los moradores de Gibraltar, el segundo á los de Medina Sidonia, concediéndoles la franqueza de la alcabala en los pueblos á donde fueren á vender y comprar.-5. En la exencion que segun el testimonio de Ortiz do

Pasó Alfonso una parte de aquel año en visitar las ciudades de Castilla y de Leon, pidiendo las alcabalas, que en todas partes le eran otorgadas, y entreteniéndose en ejercicios de montería á que era muy apasionado, haciendo una guerra viva á los osos y venados de los montes siempre que hallaba ocasion de descansar de la guerra contra los moros, y no pocas veces dedicaba á la caza de las fieras el tiempo que le hubiera venido bien emplear en perseguir infieles (1).

galeras africanas y grana

Antes de emprender el sitio de. Algeciras habíale llegado la flota genovesa dos años antes contratada, mandada por el almirante Bocanegra. El rey de Portugal le envió tambien diez galeras que mandaba Cárlos Pezano, hijo del almirante genovés Manuel. Estas dos flotas comenzaron muy luego á hacer importantísimos servicios al rey de Castilla ganando parciales triunfos sobre las Zúñiga consiguieron los procuradores de Sevilla de la renta de la alcabala de las bestias durante la menor edad de Alfonso XI.-Son los mismos fundamentos que espuso el conde de Berwick en su Info rme legal sobre incorporacion de las alcabalas de Monforte, y que nos parecen concluyentes. Puede verse tambien la defensa de las alcabalas del marqués de Astorga en el pleito sobre incorporacion á la corona, hecha en 1782.

bases cuales hasta entonces no se habian usado, en cuyo sentido pudo decir el cronista que era un pecho nuevo y nunca hasta aquel tiempo dado á los reyes de Castilla y de Leon, á lo cual se agrega la circunstancia de haberse hecho desde aquella época una contribucion ó gravámen permanente en el Estado.

(1) La Crónica en muchos capítulos. Y en el 266 dice: «Et este rey era de tal condicion, que cuanLo que hubo en nuestro enten- do le menguaba de contender et der fué que en las citadas cortes trabajar contra los euemigos, conde 1312 se concedieron las alca- tendia et trabajaba contra los vebalas al rey don Alfonso el Once-nados de los montes.» no con una generalidad y bajo unas

dinas que andaban por el litoral del Mediodía. El rey iba recibiendo estas buenas nuevas de paso que él se encaminaba á Sevilla y Jerez. En las Cabezas de San Juan, donde antes habia sabido el desastre del almirante Jofre y de la armada castellana, alli mismo supo ahora que las flotas confederadas de Génova, Castilla y Portugal habian derrotado completamente la escuadra granadina y marroquí fuerte de ochenta galeras y otros navíos de guerra, apresando ó incendiando al enemigo hasta el número de veintiseis, dispersando las demas, de las cuales algunas se refugiaron en Ceuta. Gran contento causaban al rey estas noticias, feliz presagio de la empresa que iba á acometer. Despues de este triunfo el almirante de Portugal pidió permiso á Alfonso para retirarse con su flota, puesto que ésta habia venido pagada solo por dos meses, los cuales eran ya cumplidos. Mucha pena causó esta determinacion al de Castilla, mas para su consuelo no tardó en arribar una armada de Aragon, la cual habia tenido la fortuna de derrotar al paso en Estepona trece galeras musulmanas que andaban por alli dispersas y

sin rumbo.

Con tan prósperos y lisonjeros preliminares se movió Alfonso de Jerez para Tarifa y Algeciras. Bien hubiera querido emprender desde luego el cerco de esta última plaza, aprovechando el desaliento en que tenia á los musulmanes su derrota naval: pero siendo su hueste corta, y escasos los víveres con que conta

ba, hubo de contentarse al pronto con hacerla bloquear por los dos almirantes. Las circunstancias mismas le hicieron ver que era mas peligrosa para él y para los suyos estar tan apartados de la ciudad, y le obligaron á aproximarse ocupando una altura, á cuya falda mandó hacer un profundo foso entre la plaza y su campamento. Un suceso inesperado vino á afligir, ya que no á desalentar á los sitiadores. La flota aragonesa fué llamada por el rey de Aragon para atender con ella á las necesidades de su reino, y el almirante Ramon de Moncada abandonó con sus naves las aguas de Algeciras. Resuelto, sin embargo, Alfonso á no levantar el cerco, escribió al aragonés recordándole la obligacion en que estaba de ayudarle con arreglo á anteriores pactos; dirigióse al de Portugal rogándole le volviese á enviar sus galeras, con mas dos millones de maravedís sobre la hipoteca de algunas plazas villas que le designaba; al rey de Francia le pidió un empréstito ofreciéndole en prenda y garantía su corona real y sus mejores joyas; y despachó letras al papa encareciéndole los bienes que á la cristiandad resultarian de la conquista de Algeciras, y pidiéndole las gracias de cruzada y los diezmos de la Iglesia. El de Aragon le envió diez galeras, que no dejaron de serle útiles: el de Portugal le acudió con otras diez, pero no con el empréstito, y el pontífice y el rey de Francia contestaron con el silencio á las instancias del monarca castellano.

y

El sitio se prolongaba, dando lugar á incidentes de todo género. Murió el gran maestre de Santiago, y como los caballeros de la órden no pudieran ponerse de acuerdo para la eleccion de sucesor; determinaron ofrecer al rey aquella dignidad para su hijo don Fadrique, sin reparar ni en que fuese menor de edad, ni en su calidad de bastardo, como hijo de la Guzman. Todo se remediaba con la dispensa del papa que él solicitó y obtuvo fácilmente; y don Fadrique quedó hecho gran maestre de Santiago. Los moros de Algeciras, cuya guarnicion consistia en ochocientos ginetes y doce mil infantes enviaron mas de una vez al campo cristiano emisarios que bajo diversos disfraces, y fingiéndose escapados y haciéndose amigos del rey Alfonso, llevaban la mision de asesinarle. Esta misma abominable astucia la vimos ya empleada por los moros de Sevilla, cuando estaban sitiados por San Fernando. Felizmente ahora como entonces los traidores fueron descubiertos y pagaron con la vida su alevosía. Trabajos grandes esperaban á Alfonso y á sus castellanos en este cerco. Con el otoño sobrevinieron las lluvias en tal abundancia, que las tiendas y barracas eran destruidas y arrastradas por los torrentes: el campamento se convirtió en un lago fangoso; hombres y caballos vivian como embutidos en agua y lodo; los que se acogian á las cuevas las hallaban por la mañana henchidas de agua y algunas se desplomaban sobre ellos; hasta en una casita de

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