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Salamanca, Zamora y Toro, del reino de Leon; Toledo, Cuenca, Guadalajara, Madrid, de Castilla la Nueva; y de Andalucía y Murcia, Sevilla, Córdoba,. Murcia у Jaen. De estas, Burgos, Leon, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaen y Toledo, como cabezas de reinos, tenian sus asientos y lugares señalados para votar. Las demas se sentaban y votaban sin órden fijo, y segun que acaecia colocarse en el principio de cada asamblea. Movióse en estas córtes una disputa, que se hizo famosa, sobre preferencia de lugar entre las ciudades de Burgos y Toledo, alegando cada cual sus privilegios y antiguas glorias. Los grandes andaban en esta competencia divididos: favorecia á Burgos don Juan Nuñez de Lara, á Toledo el infante don Juan Manuel; asi los demas. El rey designado por juez en esta cuestion, la resolvió prudentemente, dejando á Burgos el primer lugar y voto que hasta entonces habia tenido, y dando á los diputados de Toledo un asiento aparte en frente del rey, diciendo éste ademas: Hable Burgos, que yo hablaré por Toledo; ó en otros términos. Yo hablo por Toledo, y hará lo que le mandare: hable Burgos. Con este espediente se dieron ambas ciudades por satisfechas, y esta fórmula siguió observándose mucho tiempo en las córtes de Castilla. Dió particular importancia y celebridad á estas córtes la gran reforma que se hizo en la legislacion casteIlana, ya con el cuerpo de leyes conocido con el nombre de Ordenamiento de Alcala, ya con la gran

novedad de haberse declarado ley del reino y comenzado á obligar á peticion de Alfonso XI. el código de las Siete Partidas de su bisabuelo don Alfonso el Sábio, que hasta entonces no se habia aprobado en córtes ni puesto en práctica (1).

En cuanto al subsidio que Alfonso solicitaba para proseguir la guerra contra los moros, las córtes de Alcalá, habida consideracion al objeto y atendido 10 menguado que se hallaba el real tesoro, otorgaron aunque con repugnancia, la continuacion de la alcabala, cuyos inconvenientes se adivinaban ya, pero que se aceptaba como un remedio del momento. Con esto se apercibió el rey para emprender su nueva campaña; juntó y abasteció las huestes, movióse con el ejército á Andalucía, y asentó sus reales delante de Gibraltar (1349). Quemó y taló las huertas y casas de recreo de la campiña; combatió la plaza con ingenios y máquinas; pero como á mas de ser aquella fuerte de suyo, contaba con una guarnicion numerosa y bien bastecida, tuvo á bien Alfonso suspender los ataques inútiles y convertir el sitio en bloqueo esperando reducirla por hambre. Engañóse tambien en esta esperanza al castellano; y el refuerzo de cuatrocientos

(4) Mariana no dice una sola palabra, ni siquiera por indicacion, de esta innovacion importantísima en la legislacion española, ni de estos dos célebres códigos de leyes. Nosotros nos reservamos examinar su índole y el nflujo que ejercieron en la con

dicion politica y civil del pueblo, cuando espongamos el estado social de España en la primera mitad del siglo XIV., y consideremos á Alfonso XI. como legislador, segun que lo hicimos con Alfonso décimo.

ballesteros y algunas galeras que le envió el aragonés (agosto, 1349), arregladas las diferencias que á causa de la reina doña Leonor y de sus hijos entre sí traian, tampoco fué bastante eficaz auxilio para la conquista de la plaza. Molestaban por otra parte á los cristianos los moros granadinos con contínuos rebatos y celadas. Mas todo esto hubiera sido insuficiente para quebrantar la constancia de Alfonso y de sus valientes castellanos, si por desventura no se hubiera desarrollado en el campamento una mortífera epidemia, que antes habia ya hecho estragos en Italia, en Inglaterra, en Francia y aun en España en las partes de Extremadura y Leon. El infante don Fernando de Aragon, sobrino del rey, hijo de doña Leonor su hermana; don Juan Nuñez de Lara, don Juan Alfonso de Alburquerque, don Fernando señor de Vilena, hijo del infante don Juan Manuel (que á esta sazon habia ya muerto), junto con otros señores, prelados y ricos hombres, aconsejaban al rey que desistiera de aquel empeño, atendida la gran mortandad que el ejército sufria. Tenia Alfonso por mengua y baldon para Castilla abandonar una empresa por temor á la muerte, y su obstinacion y temeridad fueron fatales al monarca y á la monarquía. Alcanzóle al mismo rey el contagio, y atacóle tan fuertemente que el 26 de marzo de 1350 la muerte de Alfonso XI. de Castilla difundió el luto, la tristeza y el lanto por todo el campamento cristiano; llanto y lu

to que muy pronto se hizo general en todo el reino (").

Tal fué el lastimoso fin del undécimo Alfonso, el postrero de su nombre en esa galería ilustre de los grandes y esclarecidos Alfonsos de Castilla, á los treinta

y

ocho años de su reinado, y poco mas de los treinta y nueve de edad. Llevaron su cuerpo á enterrar á Sevilla. Oigamos el hecho grande que honró mas la memoria de este rey. Oigamos el testimonio sublime de respeto que los musulmanes mismos dieron á sus cenizas. Copiemos las palabras del historiador arábigo. «El >> rey de Granada (dice), cuando entendió la muerte. »>del de Castilla, como quiera que en su corazon y »por el bien y seguridad de sus tierras holgó de la

(1) Cron., cap. 341. Hé aqui las curiosas noticias que da un escritor español acerca de la horrible epidemia que en aquel tiempo sufrió la humanidad.

«No afligió solamente á España »el contagio, sino que se derramó >>por toda Europa con espantoso »estrago. Se atribuyó á unos bu»>ques comerciantes que en 1348 »apestaron á Sicilia y Toscana con >> los géneros infectos que traian de >>Levante. Raynaldo en sus Anales » eclesiásticos al dicho año 1348, >>n. XXX. y siguientes, refiere los >>crueles males que causó á Italia, >>matando, señaladamente en Flo>>rencia, mas de la tercera parte » de sus habitantes. Se dice que »Juan Bocacio para divertir á sus Damigos amedrentados de los pro»gresos que hacia la epidemia, »compuso su Decameron, ó cien >>fábulas de chascos amorosos, que

»por su sal y elegancia han mere»cido el mayor aplauso, y ser ver»tidos en lenguas francesa y ale»mana, y aun en la española..... >>El papa Clemente VI. mandó en»cender hogueras para purificar el »ambiente; y concedió que todos »los sacerdotes promiscuamente »pudiesen absolver de todos los »pecados sin reservar ninguno á los que padeciesen el contagio. »Según los historiadores france»ses, la Francia fué uno de los rei»nos que padecieron mas los hor»ribles efectos de la pestilencia, »pues solamente en el cementerio »de los Santos Inocentes de París »se enterraban diariamente qui»nientos apestados. El pueblo, »creyendo que los judíos habian »envenenado los pozos y fuentes (de que provino en su concepto la »epidemia) los mataba y condena»ba á las llamas sin otro exámen

>> muerte, con todo eso manifestó sentimiento, porque >>decia que habia muerto uno de los mas escelentes prin_ »cipes del mundo, que sabia honrar á todos los bue>>nos, asi amigos como enemigos, y muchos caballe»ros muslimes vistieron luto por el rey Alfonso, y los >>que estaban de caudillos con las tropas de socorro >>para Gebaltaric no incomodaron á los cristianos á su » partida cuando llevaban el cuerpo de su rey desde Ge>> baltaric á Sevilla (1),» Ya antes habia dicho el misino historiador: «Era Alfonso de estatura mediana y >> bien proporcionada, de buen tal le, blanco y rubio, »>de ojos verdes, graves, de mucha fuerza y buen >> temperamento, bien hablado y gracioso en su decir,

Con semejante violencia llegó su »desesperacion á tal punto que las »madres se arrojaban con sus hi»jos en las hogueras en que ardian >sus maridos, para que despues »de su muerte no bautizasen å sus >>hijos. Movido el papa de estos »desastres espidió dos bulas, imponiendo pena de excomunion val que hiciese violencia á los ju»díos. Nada inferiores males padeció nuestra España, segun lo »advierten las crónicas de don Al>>>fonso XI. y don Pedro en las cua»les esta peste se la llama la mor»tandad grande.» El Cronicon Conimbricense publicado en el tomo 23 de la España Sagrada, se esplica así: «Era de mil trescientos ochenta y seis años por San »Miguel de setiembre comenzó »esta pestilencia, que hizo gran »mortandad en el mundo, de mo>>do que murieron las dos partes »de la gente. Esta mortandad >>duraba por espacio de tres meses y la mayor parte de las do

»lencias eran unas hinchazones » que se levantaban en las vasillas »y bajo los brazos; todos padecie»ron iguales dolores, los que mu»rieron y los que curaron. Por las noticias que hallamos en los es>>critores musulmanes españoles, >>creemos que en la Andalucia se »sintió mas el azote, para cuyo »remedio escribió el cronógrafo »de Granada Ebn Alkatib un tra»tado que intituló Averiguacio»nes muy útiles de la horrible en»fermedad. Abugia far, tambien musulman y médico de Almería, escribió otro tratado sobre el mismo asunto, en el cual advierte »que la pestilencia se dejó ver pri»meramente en Africa, luego so »derramó en el Egipto y toda la »Asia, finalmente invadio á Italia, »Francia y España, y que en Al»mería donde hizo el mayor estrago duró por espacio de once meses.» Casiri, Bibliot. Arabe, His., tomo 2.0, pag. 334, col. 2. (1) En Conde, part. IV. c. 23.

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