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dos los derechos y prerogativas de la corona, diéronle el ejercicio de la soberanía, mandaron le fuesen entregadas todas las fortalezas y castillos, y que se cesase de acudir á don Alfonso con las rentas y no se le acogiese en ningun lugar del reino. Obligado don Sancho á mostrarse agradecido y generoso con los que asi le ensalzaban y á quienes necesitaba todavía, repartió entre los infantes y ricos-hombres todas las rentas de la corona, asi de las llamadas juderías y morerías, como de los diezmos y almojarifazgos: paso imprudente, que daba á entender que ni el príncipe ni sus proclamadores encaminaban, como decian, aquella revolucion al alivio y descargo de los pueblos, sino á la satisfaccion de su propia codicia los unos, á la de su ambicion el otro.

Don Alfonso por su parte, reunido su consejo en Sevilla, ante él y ante todo el pueblo, subiéndose á un estrado al efecto erigido, publicó el acta de la sentencia en que declaraba á su hijo don Sancho desheredado de la sucesión de los reinos, esponiendo las causas y escesos que la motivaban, y poniéndole bajo la maldicion de Dios por impío, parricida, rebelde y contumaz (1). Y dirigiéndose al papa Martin IV. que entonces regia la Iglesia, obtuvo de su santidad un breve en que mandaba á todos los prelados, barones, ciudades y lugares del reino volviesen á la obediencia del rey don Alfonso, requeria á los reyes de Francia y (4) Zurita, Indic. Latin y Anal. lib. IV.

de Inglaterra que le diesen favor, y encargaba al arzobispo de Sevilla y á otros dos eclesiásticos de dignidad procediesen contra los rebeldes y los compeliesen con las censuras de la Iglesia á abandonar el mal camino. Pronuncióse, pues, excomunion contra algunas personas principales y se puso entredicho en todos los pueblos de Castilla que seguian la voz de don Sancho (1283). El matrimonio incestuoso á que despues de las cortes de Valladolid procedió este príncipe con su prima doña María, hija del infante don Alfonso de Leon, señor de Molina, fué otro motivo mas que tuvo su padre para solicitar del pontífice fulminase excomunion contra su hijo. Mas lejos de intimidar á don Sancho estos anatemas, hizo decretar á su consejo pena de muerte contra los portadores de las cartas pontificias si fuesen habidos, y que ningun entredicho que viniese del papa fuese guardado en el reino, apelando por sí y á nombre de sus vasallos del agravio que se les hacia ante Dios y ante el pontífice futuro, ó ante el primer concilio que se celebrase.

Entretanto don Alfonso, reducido á la sola ciudad de Sevilla, abandonado de todos los príncipes cristianos, cuya ayuda habia implorado infructuosamente, no hallando ninguno que tuviera el alma bastante grande para tender la mano á un monarca abatido, viéndose ademas sin rentas, sin caudales, sin recursos con que poder atender al decoro de su persona,

acosado por la pobreza y desesperado por la ingratitud, recurrió al estremo de dirigirse al emperador de Fez y de Marruecos, enviándole su corona para que le prestase sobre ella alguna cantidad con que subvenir á sus necesidades, «porque no le quedaba otro rey ni señor á la redonda de España que no fuese su enemigo. Mas generoso el príncipe de los musulmanes africanos que los monarcas cristianos y españoles, no solamente le socorrió con sesenta mil doblas de oro, sino que le venia á decir que vendria á ayudarle á recobrar el reino, si él lo tuviese á bien; ofrecimiento que el destronadó monarca castellano agradeció y aceptó con la mejor voluntad (").

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«Primo don Alfonso Perez de »Guzman, la mi cuita es tan gran»de, que como cayó de alto lugar »se verá de lueñe: é como cayó en »mí, que era amigo de todo el >>mundo, en todo él sabian la mi »desdicha y afincamiento, que el »mio fijo á sin razon me face te»ner con ayuda de los mios ami»gos y de los mios perlados, los » quales en lugar de meter paz, no »á escuso, ni á encubiertas, sino elara, metieron assaz mal. No

»fallo en la mi tierra abrigo nin fallo amparador, nin valedor... y pues que en la mia tierra me »fallece quien me havia de servir »e ayudar, forzoso me es que en

la agena busque quien se duela »de mi; pues los de Castilla me fa»llecieron, nadie me terná en mal »que yo busque los de Benama

rin. Si los mios fijos son mis ene»migos, non será ende mal que yo »tome a los mis enemigos por fi»jos, enemigos en la lei, mas non »por ende en la voluntad, que es

el buen Rei Aben Jusaf, que yo »lo amo é precio mucho, porque vel non me despreciará, ni falle»cerá, ca es mi atreguado é mi »apazguado: yo sé quanto sedes »suyo e quanto vos ama..... Por »tanto el mio primo Alonso Perez »de Guzman faced à tanto con el »vuestro señor y amigo mio, que »sobre la mia corona mas avera»da que yo hé, y piedras ricas

Vino pues el rey de los Beni-Merines á España como auxiliar de Alfonso. Viéronse los dos príncipes, cristiano y musulman, en Zahara, donde se trataron con mucha urbanidad y cortesanía. Juntándose luego las escasas tropas del castellano con las fuerzas del de Fez, pasaron á atacar á Córdoba, que defendia Ferrand Martinez por don Sancho. «Ferrand Martinez, le dijeron al verle asomado al adarve, ¿conoscedes este pendon?-Si conozco, respondió, que es de nuestro señor el rey don Alfonso.-Pues él vos envia á decir que le dedes á Córdoba, que bien sabeis vos que él armó vos caballero, é vos la dió.—Decid, contestó Martinez, al rey don Alfonso que otro señor tenemos en Córdoba.-¿Quién es ese? le preguntaron. A don Sancho, replicó, que llegó aun agora.» Con esta noticia se retiraron los confederados á Ecija, donde se separaron los dos reyes por sospechas que á don Alfonso le hicieron concebir de que el de Marruecos intentaba apoderarse de su persona. Al cabo de un mes que andaba el africano corriendo las tierras del de Granada, pidió ayuda á don Alfonso, el cual le envió novecientos caballos al mando del valiente y leal Fernan Pe

» que ende son, me preste lo que él »por bien tuviere: è si la suya ayu»da pudieredes allegar, no me la »estorvedes, como yo cuido que »non faredes: antes tengo gue to»da la buena amistanza que del >vuestro señor á mí viniese, será por vuestra mano; la de Dios sea con vusco. Fecha en la mi

Томо VI.

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»sola leal ciudad de Sevilla, á los »treinta años de mi reinado, y el »primero de mis cuitas--El Rei.

Añaden que don Alfonso habia hecho barnizar de negro una nave con ánimo de meterse en ella, y abandonaudo su patria y familia lanzarse en medio del Océano á merced de la providencia. 7

rez Ponce; mas recelosos los de Castilla de que Yakub trataba de embarcarlos y llevarlos consigo á Africa, abandonáronle y se fueron solos hácia Córdoba con resolucion de hacer algun señalado servicio al rey con que pudieran desenojarle del enfado que suponian le causaria el haber tomado aquel partido sin su consentimiento. Al aproximarse á Córdoba salieron de la ciudad contra ellos en tropel mas de diez mil de á caballo y muchísimos mas de á pie, distinguiéndose entre ellos muchas mugeres que salian con sogas para atar á los que suponian llevar cautivos. Lejos de dejarse intimidar aquel puñado de valientes, á la voz del intrépido caballero don Arias Diaz arremetieron á la desordenada muchedumbre con tal ímpetu, que no solo mataban ellos sino que los mismos cordobeses en la confusion y en el aturdimiento se atropellaban y ahogaban entre sí, muriendo muchos y huyendo á la ciudad los que podian. Entre los muertos se halló á Ferrand Martinez, cuya cabeza llevaron los vencedores á Sevilla, y la presentaron con orgullo al rey don Alfonso, el cual «la mandó poner sobre la tabla de San Fernando (1283).»

Cuando don Sancho, que se hallaba entonces ausente de Córdoba, supo la terrible derrota de sus gentes esclamó: «¿Y quién los mandó á ellos salir contra el pendon de mi padre? que bien sabian ellos que non salgo yo á él, nin vo contra él, que yo non quiero lidiar con mi padre, mas quiero tomar el reino, que es

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